lunes, 12 de noviembre de 2012

ORÍGENES DE LA POLÍTICA (2)


EDUC.AR Historia política Acaso por la magnitud de acontecimientos recientes tales como los cambios geopolíticos, la globalización y sus correlativos brotes neonacionalistas, o las transiciones políticas hacia la democracia en regiones como América Latina, la historia política es actualmente un polo historiográfico fuertemente renovado que indaga sobre las relaciones complejas y variables que establecen los hombres en relación con el poder. Esto implica prestar atención a los modos de organización y de ejercicio del poder político en una determinada sociedad, y a las configuraciones sociales que vuelven posibles esas formas políticas y las que, a su vez, son engendradas por ellas. Como en el caso de la historia cultural, lo político o, simplemente, la historia política, no alude actualmente a un campo autónomo de la realidad social diferente, por ejemplo, de lo social, lo económico o lo cultural, sino que refiere a una dimensión de las prácticas humanas que son inseparables de las demás. Así como lo cultural alude a la dimensión simbólica de toda experiencia humana, lo político remite hoy al estudio del conjunto de la vida social como forma específica de relación y comunicación que tiene como preocupación central el problema del poder en su dimensión pública. Esta concepción naturalmente incluye aquello que era el eje de la historia política tradicional, es decir, el estudio de las instituciones del sistema político, pero las supera a través de la exploración de la acción política, de las relaciones sociales de poder y de las configuraciones sociales que las sustentan. Mal podría tratarse entonces –como se ha sostenido– de un retorno a la vieja historia política. Se trata mejor de una profunda reconfiguración del campo a tono con los cambios más generales de la historiografía contemporánea. Un grupo de trabajos diseñados en el clima político de los primeros ochenta abordó un tema clásico, el de la nación, pero lo hizo desde perspectivas antigenealógicas. Mientras que las historias más tradicionales se conformaron a partir de la idea de la nación como una entidad esencial que se proyectaba hacia el pasado sin un límite visible (así se llegó a hablar de los “indígenas argentinos” nacionalizando a poblaciones que nada tenían que ver con la Argentina) o que nacía en un momento particular con todos sus atributos (por ejemplo, la Argentina habría nacido el 25 de mayo de 1810 o tal vez el 16 de julio de 1816), los nuevos estudios consideraron a las naciones y a los nacionalismos como tradiciones inventadas o bien como comunidades imaginadas. La amplísima difusión de los trabajos de Eric Hobsbawm y los de este con Terence Ranger; los de Ernest Gellner y de Benedict Anderson, encontraron localmente eco en la producción de José Carlos Chiaramonte, quien modificó sensiblemente la percepción de nuestra historia de la primera mitad del siglo XIX. Ahora ya no se trata de encontrar la genealogía de una nación, como por ejemplo la Argentina, sino de entender cómo a partir de la crisis colonial se fueron organizando estados y naciones y cómo otros simplemente fracasaron y quedaron en el camino. Y, sobre todo, se trata de comprender que ni unos ni otros tenían escrito ese destino en ningún plan preconcebido. Otro conjunto de indagaciones articuladas a partir de formulaciones procedentes de la historia cultural centró su atención en la dimensión simbólica de las prácticas políticas: la ritualidad, la gestualidad, la trama relacional, los espacios y los formatos de sociabilidad, y la acción comunicacional. En ella convergen el análisis del discurso político, los procesos de formación de identidades colectivas, la construcción de la ciudadanía, las prácticas electorales, las formas de representación, es decir, las formas de participación y acción sociopolítica de los actores en una sociedad concreta.