martes, 14 de enero de 2014

TEXTOS SOBRE EDUARDO AZCUY-SU PENSAMIENTO...


TEXTOS SOBRE EDUARDO AZCUY 01. Relación parcial de Eduardo Azcuy Pablo José Hernandez Centro de Estudios Latinoamericanos 1999 El título pone en evidencia los límites: esta Relación parcial de Eduardo Azcuy es, en efecto, fragmentaria. La decisión de encarar sólo algunos aspectos, sin embargo, no es mezquina. Trata, en cambio, de encontrar lo esencial y unificante en una personalidad profunda y rica en matices. El concepto "parcial" denuncia, (además) una toma de posición: es desde el afecto y la admiración que estamos escribiendo; situarse en otro ángulo equivaldría, en este caso, a violentar la perspectiva. Su persona y su pensamiento están en sus libros. Eduardo Azcuy nació en Buenos Aires el 12 de abril de 1926 y se identificó "desde muy joven -como sostiene Graciela Maturo-con los grandes pensadores románticos. De allí, y sin duda de una innata vocación por la belleza y el sentido de la realidad, nació su vocación poética".Sus tres libros de poesía testimonian esta preferencia: Poemas para la hora grave (1952), Poemas existenciales (1954) y Persecución del sol (1972).Los poemas que integran este último, según se reseña en el libro editado por Sudamericana, "reflejan desde una zona de suprarealidad, el impulso hacia la Vida Plena capaz de conjugar, en un proceso simultáneo , los principios de la revolución en el plano formal con la experiencia de la transformación psicológica". Esa vocación poética lo lleva a incursionar en el ensayo tras quedar fascinado con Jean Arthur Rimbaud. Tal como lo testimonia Victor Redondo,"entrevisto por Cortázar y traducido parcialmente por Gonzalez Trillo y Ortiz Behety, el poeta maldito, prácticamente desconocido en el Río de la Plata, encontró en Azcuy a su más activo difusor. En importantes diarios y revistas publicó a partir de 1952 artículos y estudios profundizando el sentido místico y esotérico de la experiencia del poeta. En 1958, Dintel publicó Poemas de Rimbaud, nuevos estudios y traducciones de Azcuy; y en 1966, Sudamericana, en el memorable El ocultismo y la creación poética, incluyó el ensayo La rebelión fundamental. En él, Azcuy estableció relaciones y correspondencias entre la experiencia místico-poética de Rimbaud y las doctrinas herméticas de Gurdjieff y Ouspensky". La coherencia, virtud ejercida por Azcuy en sus disímiles facetas tampoco estaría ausente en este tema. En septiembre de 1991, escasos meses antes de su muerte, ediciones Ultimo Reino, retomando el título Rimbaud, la rebelión fundamental, publicaría un muy interesante libro que recupera sus ensayos anteriores, su versión al castellano de una selección de poemas de Rimbaud, que abarcan el período 1870-1872 y una breve iconografía reunida por Azcuy que ayuda a completar la imagen del autor estudiado. Eduardo Azcuy y Graciela Maturo (circa 1971) 02. Presentación de la obra Asedios a la Otra Realidad de Eduardo A. Azcuy,1 Graciela Maturo Hoy es el día en que Eduardo Azcuy hubiera cumplido 74 años. A 8 años de su muerte, quise que se realizara en esta fecha, a modo de homenaje, la presentación de un libro que dejó preparado y en el cual puso muchas expectativas. Así lo manifesté al Dr. Francisco García Bazán, quien auspicia este acto desde la Universidad Kennedy, y así se hace por su generoso apoyo. Me siento gratificada al ver cumplida la edición por la editorial Kier, que asumió la tarea de publicarlo con la dedicación y el respeto que la caracterizan, y me siento también muy feliz de haber convocado a presentadores de alta valía intelectual y a un público calificado que integran también amigos y familiares. Hasta aquí mis palabras de saludo y agradecimiento. Pero creo que además de este aspecto personal y afectivo, dictado por largos años de compartir la vida y colaborar en una serie de tareas culturales con Eduardo Azcuy, tengo la suficiente perspectiva de su obra como para asumir la responsabilidad de emitir una valoración intelectual. Esta obra, audaz y fundamentada, me parece una culminación y una síntesis del pensamiento de Eduardo Azcuy, que viene circulando a partir de la década del `50 a partir de un doble cauce: la poesía, permanentemente acompañada de un lúcido espejo reflexivo y teórico. Azcuy es fundamentalmente un poeta, y con ello quiero certificar que el poeta es un hombre de conocimiento y no el que entretiene con imágenes bellas a la sociedad. Produjo tres libros de poesía, dos de ellos en plena juventud, Poemas para la hora grave y Poemas existenciales, y el tercero, Persecución del sol, en su madurez. Su poesía muestra al escritor tempranamente desvelado por el sentido de la vida y la muerte, su búsqueda del sentido, y su conciencia del poetizar como ejercicio simbólico inherente a la plena realización humana. En tanto escribía esos poemas y durante toda su vida, Azcuy fue un lector infatigable de la filosofía antigua y moderna, de obras de antropología, religiones, psicología profunda y ciencias en general, disciplinas a las que sumaba el aporte de su propia experiencia poética, es decir de una intuición viviente sobre toda realidad, y de una aguda introspección. Esta atención a los procesos interiores lo condujo a evaluar permanentemente el proceso poético, y a constituirse en defensor de la relación poesía-verdad, una relación negada por la Ilustración europea y luego revalorada por la fenomenología en el siglo XX. Su obra El ocultismo y la creación poética, publicada en 1966 y premiada al año siguiente, fue reeditada en 1982 en Venezuela y ha llegado a ser un libro de cabecera para los poetas del continente. Autodidacta - como lo fueron muchos de nuestros grandes, desde Lugones a Arlt, Marechal o Borges- se sentía pulsado por una honda y diversificada inquietud gnoseológica que lo llevó continuamente a sobrepasar el marco libresco en aventuras poéticas y vitales. Se convirtió en estudioso de las tradiciones, indagador de mitos y mandalas de diferentes culturas, estudioso de mitos antropogónicos como lo muestra su libro Los dioses en la creación del hombre, en vías de ser reeditado. Su libro Arquetipos y símbolos celestes contiene algunos de sus trabajos más importantes sobre el tiempo, el hombre y el símbolo. (Ultimamente fue para mí una satisfacción el comprobar que dos estudiosas latinoamericanas, la chilena María Eugenia Urrutia y la ecuatoriana Zheila Henriksen habían consultado con provecho este libro para sus respectivos trabajos, una sobre Rosamel del Valle y la otra sobre Borges y Cortázar. Cuánta será su alegría el día que encuentren esta nueva obra, que viene a certificar lo que para los estudiosos de las letras es casi un tópico, un lugar común: la otra realidad). Buscaba Eduardo, y este libro lo pone de manifiesto, caminos de convergencia e integración entre modalidades distintas del conocer. Prestaba oído a las conquistas de la ciencia física y biológica, sin pretensión de compartir lo más íntimo de un santuario que había venido a sustituir para muchos el de la fe, las mancias, e incluso el arte y la poesía que surgieron como herederos de un pensamiento no racional. En Azcuy prevaleció siempre el equilibrio, tan ajeno a la tentación irracionalista como a los excesos de esa otra forma de locura que mecaniza el pensamiento racional, elimina el sueño y la fantasía, o resta sdignificación al sentimiento. Azcuy había estudiado profundamente el proceso creador de grandes poetas europeos que fueron los maestros de la generación del 40, de la cual ambos nos sentimos discípulos y seguidores; esos maestros eran los metafísicos ingleses, los románticos, Novalis, Hölderlin, Nerval, y sus herederos, Rimbaud, Rilke. También leyó con admiración a Lugones, Borges, Marechal y Sábato. A Arthur Rimbaud dedicó Eduardo su último libro publicado en vida, Arthur Rimbaud: la rebelión fundamental, que le dio honda satisfacción ver editado gracias al esfuerzo del poeta Victor Redondo, en el centenario de la muerte del poeta francés. Creo que el giro de su pensamiento, finalmente volcado a líneas antiguas y tradicionales, fue marcado fundamentalmente por su lectura de Schelling, el gran pensador romántico que en pleno auge de las Luces pretendió constituir una filosofía del mito, y por Nietzsche, genial acusador del racionalismo occidental. Muchas veces le oí decir que el pensamiento romántico era una cumbre en el devenir de la humanidad. Y su obra lleva la marca de esa filosofía reivindicadora del pensamiento arcaico, de lo oscuro y marginal a la ciencia positiva, lo simbólico y ritual que permanente asedia el poeta a partir de intuiciones prístinas. No se limitó a alentar estéticamente tales intuiciones. Las revalidó y las defendió, sumándose a esas defensas de la poesía que circulan desde la Antigüedad, pero no en la manera retórica de Horacio y Quintiliano, sino en el modo iniciático de Virgilio y de Dante. Ese pensamiento poético, nutrido en la poesía y la filosofía dentro del marco de una fe religiosa, bien podría llamarse seminal como lo denominaba Rodolfo Kusch, de quien fue Azcuy tan amigo. Este libro muestra las distancias y también los puentes que relacionan al pensamiento poético, que Azcuy denomina cálido y participativo, y el pensamiento científico, calificado de frío y distante. No ignoraba Azcuy las posibilidades de su integración, siempre ambicionada por los grandes filósofos de todo tiempo, aunque algunos de ellos dieran anticipadamente por concluida la etapa del mito y de las artes. Su planteo profundo consiste en devolver a la órbita del conocimiento y de la vida un orden que rescate lo fundante y primario, colocando en su justo lugar lo reflexivo e instrumental. En sus últimos años juntos fuimos transitando los tramos de esa renovación cultural que ambos reconocimos señalada por la fenomenología de la existencia. Leía incansablemente a maestros fenomenólogos de la cultura como Scheler y Mircea Eliade, y a un maestro que excede los límites de la psicología como Carl Gustav Jung. Pero este libro no se limita a plantear cuestiones de alto interés gnoseológico y epistemológico. Lo vemos recorrido, como todo el pensamiento de Eduardo Azcuy, por una preocupación ética y política. Sus últimos ensayos, así el Juicio ético a la revolución tecnológica, publicado póstumamente en 1994 por el sacerdote español Luis Capilla, como los que integran este libro, Asedios a la otra realidad, evidencian una constante preocupación humanista. Lejos de ser uno de esos poetas dedicados a perfeccionar un lenguaje, o un estudioso dedicado al ahondamiento de temas especializados, Azcuy fue un hombre hondamente comprometido con la situación del hombre y con la humanidad por venir en nuestro tiempo conflictivo. Lo obsesionaba el futuro de la juventud, lo desvelaba la idea de construir defensas para la cultura ante la posibilidad de un tiempo de barbarie tecnológica o pérdida de objetivos realmente humanos. Prestó atención a los mensajes de una ciencia de avanzada que parece hacer suyas las afirmaciones de antiguos legados, intuiciones metafísicas, o experiencias llamadas sobrenaturales, pero sobre todo puso oído en su propio corazón, inflamado de amor, voluntarismo y generosidad. Más allá de sus aciertos puntuales, este libro tiene el mérito de constituir un ámbito de discusión, un lugar desde donde otear desprejuiciadamente los caminos de la cultura, una advertencia sobre la cerrazón, los autoritarismos de un lado u otro, la trivialización o la mecanización de la vida. Estos planteos evidencian su posición avizora en el momento de la gestación del libro, es decir la década del 80 - pues Eduardo trabajó hasta el año 90, y mantuvo su heroica lucidez combatiente hasta su último día, el 14 de enero de 1992; sin embargo mantienen su vigencia en los inicios del año 2000, siempre visto por nuestros coetáneos como una frontera o límite, o como el posible comienzo de un nuevo tiempo cultural. Por todo ello creo que valorar esta publicación es un acto de justicia en un medio intelectual que suele caracterizarse por la mediocridad y la ingratitud. Reitero mi agradecimiento a todos ustedes por venir a este acto, y a todos aquellos que lo han hecho posible. 1. Buenos Aires, Kier, 1999. Universidad John F.Kennedy, 12 de abril de 2000. Eduardo Azcuy y Graciela Maturo en Roma (El Vaticano) 03. El pensamiento poético de Eduardo A. Azcuy en su libro Asedios a la otra realidad Graciela Maturo La obra poética y de pensamiento de Eduardo Azcuy (1926-1992) no ha merecido aún toda la atención que merece, hecho que no es raro en un medio intelectual decaído, que incurre a menudo en el olvido de sus mejores protagonistas. Su último libro, póstumamente editado -Asedios a la otra realidad. Kier, 1999- encierra un grupo de ensayos audaces en su propuesta y rigurosos en su fundamentación, que son a la vez una síntesis de su pensamiento, prodigado a partir de la década del `50 por el múltiple doble cauce: de la poesía, la filosofía y la ciencia. Azcuy es fundamentalmente un poeta, y con ello quiero ratificar que el poeta es un hombre de conocimiento y no el que entretiene con imágenes bellas a la sociedad. Pero no todo poeta alcanza a proponer un espejo reflexivo de su propio quehacer, legitimándolo como vía de conocimiento y abriendo un diálogo con otros tipos de discurso como lo hizo Azcuy. Produjo tres libros de poesía, dos de ellos en plena juventud, Poemas para la hora grave (1952) y Poemas existenciales (1954), y el tercero, Persecución del sol (1972), en su madurez. Su poesía muestra al escritor tempranamente desvelado por el sentido de la vida y la muerte, la búsqueda del sentido, y la conciencia del poetizar como ejercicio simbólico inherente a la plena realización humana. Durante toda su vida, Azcuy fue un lector infatigable de la filosofía antigua y moderna, de obras de antropología, religiones, psicología profunda y ciencias en general, disciplinas a las que sumaba el aporte de su propia experiencia poética, es decir una intuición viviente y una aguda introspección. Esta atención a los procesos interiores lo condujo a evaluar permanentemente el proceso poético, y a constituirse en defensor de la relación poesía-verdad, relación negada por la Ilustración europea y luego recobrada por la fenomenología en el siglo XX. Su obra El ocultismo y la creación poética, publicada en 1966 y premiada al año siguiente por la Sociedad Argentina de Escritores en la Fiesta de las Letras, fue reeditada en 1982 en Venezuela por iniciativa del poeta Juan Liscano, y ha llegado a ser un libro de cabecera para muchos poetas del continente. Autodidacta - como lo fueron muchos de nuestros grandes, desde Lugones a Arlt, Marechal o Borges- Azcuy se sentía pulsado por una honda y diversificada inquietud gnoseológica que lo llevó continuamente a sobrepasar el marco libresco en aventuras poéticas y vitales. Se convirtió en estudioso de las tradiciones, indagador de ritos y mandalas de diferentes culturas, estudioso de mitos antropogónicos como lo muestra su libro Los dioses en la creación del hombre. Su libro Arquetipos y símbolos celestes (García Cambeiro, 1976) contiene algunos de sus trabajos más importantes sobre el tiempo, el hombre y el símbolo. Últimamente fue para mí una satisfacción el comprobar que dos estudiosas latinoamericanas, la chilena María Eugenia Urrutia y la ecuatoriana Zheila Henriksen, habían consultado con provecho este libro para sus respectivos trabajos sobre Rosamel del Valle, y sobre Borges y Cortázar. Asedios a la otra realidad, publicada a fines del 99, vino a abrir una ventana hacia aquella realidad oculta de la que hablan siempre los poetas. Tipificada como un motivo literario, reiterada como un "lugar" poético y añorado, la imagen de otra realidad es una constante de la poesía antigua y moderna. Sólo una mente tocada por la Poesía puede otorgar realidad de verdad a la imagen, al descubrimiento a-racional, a los vuelos del alma. Buscaba Azcuy, y este libro lo pone de manifiesto, caminos de convergencia e integración entre modalidades distintas del conocer. Prestaba oído a las conquistas de la ciencia física y biológica, sin pretensión de compartir lo más íntimo de un santuario que había venido a sustituir para muchos el de la fe, las mancias, e incluso el arte y la poesía que surgieron como herederos de un pensamiento no- racional. En Azcuy prevaleció siempre el equilibrio, tan ajeno a la tentación irracionalista como a los excesos de esa otra forma de locura que mecaniza el pensamiento racional, elimina el sueño y la fantasía, o resta significación al sentimiento. Había estudiado profundamente el proceso creador de grandes poetas europeos que fueron los maestros de la generación del 40, de la cual ambos nos sentíamos discípulos y seguidores; esos maestros eran los metafísicos ingleses, los románticos alemanes y franceses, los simbolistas y post-simbolistas: Novalis, Hölderlin, Nerval, Rimbaud, Rilke. También leyó con admiración a Lugones, Borges, Marechal y Sábato, y se abrió en sus últimos años a numerosas lecturas sobre ciencia y nuevas tecnologías. A Arthur Rimbaud dedicó el escritor su último libro publicado en vida, Arthur Rimbaud: la rebelión fundamental, que editó en 1991 el poeta Víctor Redondo, como contribución al Centenario de la muerte del poeta de las Iluminaciones. Le dio honda satisfacción ver editado ese libro en cuyos capítulos, parcialmente publicados, había trabajando desde su juventud. El giro de su pensamiento, finalmente volcado a líneas antiguas y tradicionales, fue marcado fundamentalmente por su lectura de Federico Schelling, el gran pensador romántico que en pleno auge de las Luces pretendió constituir una filosofía del mito, y por F. G. Nietzsche, genial acusador de los excesos del racionalismo occidental. Muchas veces le oí decir que el pensamiento romántico era una cumbre en el devenir de la humanidad. Y su obra lleva la marca de esa filosofía reivindicadora del pensamiento arcaico, de lo oscuro y marginal a la ciencia positiva, lo simbólico y ritual que permanente asedia el poeta a partir de intuiciones prístinas. No se limitó a alentar estéticamente tales intuiciones. Las revalidó y las defendió, sumándose a esas defensas de la poesía que circulan desde la Antigüedad, pero no en la manera retórica de Horacio y Quintiliano, sino en el modo iniciático de Virgilio y Dante. Ese pensamiento poético, nutrido en la poesía y la filosofía dentro del marco de una fe religiosa, bien podría llamarse seminal como lo denominaba Rodolfo Kusch, de quien fue Azcuy tan amigo, desde 1970 hasta la muerte de Kusch en 1979. Asedios a la otra realidad muestra las distancias y también los puentes que relacionan al pensamiento poético, que Azcuy denomina cálido y participativo, con el pensamiento científico, calificado de frío y distante. No ignoraba Azcuy las posibilidades de su integración, siempre ambicionada por los pensadores de todo tiempo, aunque algunos de ellos dieran anticipadamente por concluida la etapa del mito y de las artes. Su planteo profundo consiste en devolver a la órbita del conocimiento y de la vida un orden que permita rescatar lo fundante y primario, colocando en su justo lugar lo reflexivo e instrumental. En sus últimos años juntos fuimos transitando los tramos de esa renovación cultural que ambos reconocimos señalada por la fenomenología de la existencia. Leía incansablemente a fenomenólogos de la cultura como Scheler y Mircea Eliade, y a un maestro que excedió los límites de la psicología como Carl Gustav Jung. Pero este libro no se limita a plantear cuestiones de alto interés gnoseológico y epistemológico. Lo veo recorrido, como todo el pensamiento de Eduardo Azcuy, por una preocupación ética y política, que nos remonta a un libro anterior, Juicio ético a la revolución tecnológica, publicado póstumamente (en 1994) por el sacerdote español Luis Capilla. Tanto esta obra como Asedios a la otra realidad, gestadas en su última década, evidencian una constante preocupación humanista, una acuciante pregunta por el destino del hombre en nuestro tiempo, y una búsqueda de respuestas filosóficas y epistemológicas. Eduardo. Azcuy, se hallaba lejos del perfil de un poeta exclusivamente dedicado a perfeccionar un lenguaje, o del especialista ceñido a determinadas disciplinas excluyentes. Por el contrario, fue un hombre hondamente comprometido con la situación del hombre y con la humanidad por venir, en nuestro tiempo conflictivo. Lo obsesionaba el futuro de la juventud, lo desvelaba la idea de construir defensas para la cultura ante la posibilidad de un tiempo de barbarie tecnológica y pérdida de objetivos realmente humanos. Azcuy prestó atención a los mensajes de una ciencia de avanzada que parece hacer suyas las afirmaciones de antiguos legados, intuiciones metafísicas, o experiencias llamadas sobrenaturales, pero sobre todo puso oído en su propio corazón, inflamado de amor, voluntarismo y generosidad. Más allá de sus aciertos puntuales, este libro tiene el mérito de crear un ámbito de discusión, un lugar desde donde otear desprejuiciadamente los caminos de la cultura, y una advertencia sobre la cerrazón, los autoritarismos de un lado u otro, la trivialización o mecanización de la vida. Estos planteos evidencian su posición avizora en el momento de la gestación del libro, la década del 80. Pareciera que los tiempos han profundizado los males que anunció, y otorgado mayor vigencia a su pensamiento. En estos momentos de crisis y disolución de viejas estructuras, resuena su esperanza en el comienzo del nuevo milenio, como frontera o límite de una gran etapa y como posible iniciación de un nuevo tiempo para el hombre. 04. Eduardo Azcuy frente a la Literatura Hugo Francisco Bauzá Universidad de Buenos Aires Antes de conocer personalmente a Eduardo Azcuy sabía de su nombre a través de algunos artículos que había publicado en el suplemento literario del diario La Nación, dirigido entonces, con mano sabia y equilibrada, por Don Jorge Gallardo. Eran notas sugerentes, ricas en ideas recuperadoras de un saber tradicional que pretendía -y pretende- alertarnos sobre un vínculo entre el micro y el macrocosmos. En esos ensayos se apreciaba un trasfondo hermético poblado de resonancias milenarias, en particular pitagóricas: como es arriba, es abajo; la música de las esferas es una melodía sublime, cabe sólo al filósofo o al iniciado percibirla no con los sentidos ordinarios, sino con la psyché; es preciso estar abierto a las teofanías, a las fulguraciones, a la Erscheinung y éstas pueden ocurrir en los sitios más insospechados: en un bosque, en una esquina, en medio de la noche o bien a plena luz. Sólo es menester estar abierto para poder percibir, aunque sea por un instante, la urdimbre cósmica que religa el todo, ya que la totalidad de los elementos que conforman la creación están enlazados por hilos sutiles -casi invisibles- que articulan y dinamizan el corpus viviente que llamamos universo. Esos artículos me sorprendían no sólo por el propósito de intentar recuperar ese saber tradicional, como he dicho, sino también, en ocasiones, por lo audaces. El segundo paso de mi encuentro con Azcuy fue la lectura de uno de sus libros: El ocultismo y la creación poética que había publicado la Editorial Sudamericana en la década del '60 y que, si mal no recuerdo, recibió una mención de la Sociedad Argentina de Escritores; luego leí sus otros libros. De uno de ellos hice una reseña para el suplemento literario del antiguo diario La Prensa, que en esa época se editaba en color sepia, en admirable y muy cuidada tipografía. Aún no conocía personalmente a Eduardo Azcuy. Semanas después de la publicación de esa reseña Ernesto La Croce, que tenía cierta amistad con Eduardo, me dijo que éste deseaba conocer a quien había hecho ese comentario bibliográfico y el buen Ernesto ofició de mediador y así se dio el encuentro cara a cara. Eduardo me invitó a tomar un café en el Tortoni, café que, con la frecuentación amistosa y el paso de los años, se convirtió en el primer eslabón de una serie de encuentros. En ese primer encuentro estuvo también Ernesto La Croce. Para ese entonces Eduardo había sido desplazado de un cargo en el área cultural de nuestra Cancillería, producto de la sinrazón y del despropósito que, en ocasiones, dominan a nuestros gobernantes. Parafraseando a su admirado Leopoldo Marechal, alguna vez le oí decir que se consideraba un "funcionario depuesto", degraciadamente esa condición debía extendérsele de por vida. Eso no opacó su carácter optimista fundado en su alegría por vivir y, entre otras circunstancias de afecto, por la comprensión y amor de su compañera: Graciela Maturo. Salvo en los últimos momentos, cuando la enfermedad comenzó a diezmar su cuerpo, le vi perder las esperanzas y mudar su rostro: éste iba siendo invadido cada vez con más fuerza por la tristeza que nace de toda despedida, la de él lenta, pero despedida al fin. Con Eduardo charlamos sobre muchos temas, aunque no siempre coincidíamos. Cabe referir que el sostener con firmeza y educación nuestras convicciones aun cuando choquen con la persona con quien se comparte un café demuestra, en mi opinión, amén de un rasgo de inteligencia, una señal de respeto y sinceridad ante el amigo. No coincidía con Eduardo, por ejemplo, en algunas apreciaciones políticas, tampoco en su absoluta certeza respecto de una vida extraterrestre (sobre ese tema visceral por momentos me atrapan las dudas), en su pasión por la ufología -es decir, en la credibilidad en "objetos voladores no identificados"-; coincidía, en cambio, en su gusto por la poesía, en su intento por establecer los lazos que religan el aquende con el allende, en su planteo -de cuño junguiano- sobre los arquetipos, en su curiosidad por los "símbolos celestes" y, fundamentalmente, en su idea de concebir la poesía no como divertimiento, sino como una verdadera aventura metafísica. Compartía también con Eduardo el gusto por los poetas parnasianos y surrealistas franceses, en especial por su "amado" Rimbaud. Si la memoria no me traiciona la tapa de uno de sus volúmenes estaba -y debe estarlo- ornada con una reproducción del dibujo de Valentine Hugo sobre el poeta de las Iluminaciones. Recuerdo también que, llevado por su entusiasmo por el poeta maldito, él mismo había hecho un dibujo al lápiz del joven rebelde con su ensortijada y dionisíaca cabellera (creo que el dibujo no era bueno, pero Eduardo le tenía afecto; en cierta ocasión me obsequió una copia del mismo dada nuestra mutua admiración por ese poeta). Me unía también a Eduardo la preocupación por el destino latinoamericano; eso nos llevó muchas veces a discurrir sobre autores de nuestra predilección: el colombiano José Eustasio Rivera de La vorágine, novela ejemplar sobre la que solíamos volver cuando se presentaba la ocasión, Gabriel García Márquez, Martínez Estrada... Recuerdo también, como si fuera hoy, una tarde en el Tortoni con E. Azcuy hablando sobre Pedro Páramo y El llano en llamas, las eximias creaciones de Rulfo. Después de haber frecuentado con Eduardo varias tardes en el citado Tortoni, a algunas de esas charlas se sumó Graciela. Con su presencia Marechal pasó a ocupar el centro de las conversaciones: Adán Buenosayres, El banquete de Severo Arcángelo, Megafón o la guerra fueron obligado motivo de referencia. Eduardo, que yo sepa, no había hecho una carrera universitaria de manera sistemática, era, en materia de estudios, un self-made-man formado en una lectura sostenida sobre temas diversos de su interés: la poesía mística, la hermética, la simbolista, el ocultismo, los fenómenos paranormales, ciertos estudios de psicología, la alquimia... Muchos de sus puntos de vista están condensados en su volumen El legado extrahumano editado por A.T.E. en 1976 donde se ve su propósito de integrar en un mismo corpus conceptual ideas provenientes de variada procedencia. Así, por ejemplo, su deseo de enlazar la cultura de Tiakanaku y otras tradiciones de la América precolombina con elementos de la tradición bíblica -sobre lo que no estaba ni estoy de acuerdo-; con todo me sorprendía la firmeza con que exponía lo que eran sus "convicciones". La variedad de sus intereses era grande y polifacética. Nada escapaba a sus ojos voraces de lector. Era un lector consumado y de curiosidad infinita. Era infrecuente verlo sin un libro en la mano. Andar sereno, hablar pausado; mirada fija y penetrante. Lento en emitir un juicio pero cuando lo pronunciaba lo hacía después de haberlo sopesado a conciencia. Serían muchos los aspectos sobre los que podría discurrir sobre Eduardo. Sólo me limitaré a evocar su figura a través de su gusto por la poesía -que era el aspecto con el que me hallaba más a gusto-; para ello me valdré, como guía, de su ensayo sobre El ocultismo y la creación poética, obra en la que, en mi opinión, está Eduardo todo entero. Este trabajo está vertebrado en torno de dos ejes clave: el primero compete a "la poesía como aventura metafísica"; el segundo, concebir el quehacer poético como un medio que permite el "descenso al cosmos interior". El primero está conformado a través de cuatro hitos en los que delinea el quid de la poesía de la mano de autores románticos junto a los que se lanza a la búsqueda del paraíso perdido. En ese sentido la clave la constituye Schelling a través de su propósito de recuperar el tiempo primordial. El segundo postula una indagación por un campo situado más allá de la conciencia ordinaria. En ese orden valora la tradición, no como cosa anquilosada, sino como un saber viviente que aspira entender el mundo como totalidad; se inclina así por los poetas filiados en una línea hermética, por los volcados al ocultismo y por los que, por sobre otros valores, privilegian la fantasía como una de las notas más sublimes de lo poético. El tercer aspecto compete al vínculo entre romanticismo y misticismo: bajo esa liaison aborda el tópos de la noche como símbolo de lo absoluto y la idea de muerte no como finitud sino como acceso a otra dimensión de la existencia; también la noción de asombro que, en la lectura platónica, además del punto de partida del filosofar, es el que hace posible la poesía lírica. Son éstas algunas de las preocupaciones que, como constante, se advierte a lo largo de todo el pensamiento de Eduardo, abierto siempre a la noción de Misterio. En esta suerte de peregrinaje por sus temas e inclinaciones, hay que citar a Novalis del que destaca el tópico de la ensoñación; es también la misma ensoñación la que guió a Azcuy en su viaje hacia otras riberas del pensamiento, y en ese orden, privilegió siempre el rol alquímico de lo poético, capaz de mudar en "oro espiritual" todo cuanto toca. La segunda sección -el "Descenso al cosmos interior"- nos propone una suerte de viaje hacia el interior de la conciencia; una katábasis introspectiva luego de la cual se produce una anábasis o ascenso revelatorio, del que se emerge siempre renovado. Ahí es donde Eduardo advierte el aspecto soteriológico de la poesía: ésta permite bucear en las profundidades más recónditas luego de lo cual es posible ascender hasta la luz y en ese orden atendió tanto al surrealismo, cuanto a autores del campo del imaginaire; así, por ejemplo, a Breton y a Bachelard. Del primero valora su propuesta de abrir nuevos modos de inteligir la realidad; del segundo, su visión poética del mundo, la naturaleza del artista en perpetuo estado de poíesis y la idea de la ensoñación poética como una situación privilegiada de apertura a un plano trascedente de la existencia. Los que tuvimos el gusto de tratar y frecuentar a Eduardo Azcuy, como es mi caso, lo tenemos presente -aunque sea silenciosamente-, entre otros hechos, toda vez que evocamos esa suerte de suprarrealidad a la que es posible tener acceso a través de lo poético.

Eduardo Antonio Azcuy


3.
Eduardo Antonio Azcuy Nota Biobibliográfica, Selección de Textos y Editor Luis Alberto Vittor Universidad Argentina John F. Kennedy La promoción cultural desarrollada en Argentina, desde la década del '70 hasta la del '90, probablemente pueda ejemplificarse en la persona y la labor de Eduardo Antonio Azcuy, al grado de que mucho de lo que ahora se hace es el seguimiento de una forma que Azcuy encontró para hacer llegar a un gran público obras de autores olvidados, poco conocidos o escasamente difundidos, pero todos esenciales. Como principal impulsor de Megafón, una revista literaria que es un hito fundamental de la cultura argentina, difundió a varios poetas y escritores del interior y, estando al frente de las colecciones de la Editorial Castañeda, la de Estudios Antropológicos y Religiosos y la de Estudios Filosóficos, rescató a autores casi olvidados del calibre intelectual de José Imbelloni, Enrique Oltra, Adán Quiroga, Rodolfo Kusch, y, al mismo tiempo, promovió a nuevas figuras que se consolidaron definitivamente como Francisco García Bazán, Mario C. Casalla, Carlos Cullen, entre otros. Aunque fue un intelectual autodidacto, formado al modo de los antiguos escritores, frecuentando las grandes bibliotecas, los círculos intelectuales más exigentes y los medios culturales más diversos, Azcuy fue un escritor sensible a los nuevos paradigmas alternativos del pensamiento latinoamericano contemporáneo, interesándose por el mestizaje, la transculturación, la diversidad, la identidad y la cultura en la sociedad y política de América Latina. Fue un impulsor de la renovación del pensamiento critico social latinoamericano porque supo entrever los desafíos de una nueva manera de hacer y pensar en Nuestra América. Le interesaba dar respuestas a las necesidades nacionales del momento que le correspondió vivir; así, más que teorizar y plasmar su pensamiento en publicaciones propias, que las tiene, se puso al frente, junto con su esposa Graciela Maturo, para dar cuerpo a innumerables proyectos, publicaciones e instituciones que diseñó y puso en marcha. Desde esa perspectiva se puede decir que la configuración de su enfoque transcultural, su método transdisciplinario y la hermenéutica simbólica de la cultura, ha convertido a Azcuy en uno de los precursores en Argentina e Hispanoamérica de lo que hoy día se denominan "Estudios Culturales", "Estudios Poscoloniales" y "Estudios Subalternos." Los estudios culturales tienen un precedente en los aportes del “Birmingham Centre for Cultural Studies" de Inglaterra, que en cierto sentido fue el modelo fundador de un nuevo espacio transdisciplinario que, desde una postura crítica, intenta comprender la cultura desde aquellos agentes históricamente "desprovistos" de ella, la cultura vista desde la perspectiva de los subalternos. Azcuy ha potenciado aquella tradición de los estudios de la cultura en nuestro país, y ha agregado un valor extra a dichos estudios al ampliar el foco de su análisis a la función política de la cultura. Adicionalmente, Azcuy supo mostrar que la dimensión cultural de los procesos sociales contemporáneos no se limita a asuntos relacionados con las “artes”, las “culturas populares” y las “industrias culturales”, sino con otros procesos históricos y aspectos culturales significativos desarrollados simbólicamente en otros espacios y prácticas sociales. Como Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar, Graciela Maturo, Eduardo Azcuy practicó los estudios culturales, pero sin desconocer jamás la especificidad de la tradición literaria ni reducir el texto literario a la ideología del autor, buscando siempre dialogar libremente con el poema o la novela, respetando la pluralidad de sentidos que contiene el simbolismo artístico. Y es que aun cuando Azcuy era un hombre de convicciones firmes y elaboradas, que sabía defender con celo y energía sus puntos de vista, porque sus palabras no eran fruto de la inspiración, sino del pensar largamente meditado y varias veces rumiado, nunca faltaba el respeto a su lector o a su oyente, por esta razón, cuando hablaba, su interlocutor no podía quedar indiferente, enseguida era magnetizado por la fuerza inmantadora de su pensamiento que lo atraía hacia el centro de amables discusiones y fluidos intercambios de ideas. Ningún área, ningún aspecto, ninguna zona o dimensión del conocimiento humano, antiguo o contemporáneo, tradicional o moderno, le era ajeno o desconocido, fue un lector omnivoro, quizás algo desordenado por la multitud indefinida de curiosidades e inclinaciones, de ahí su fecundidad. Sus lecturas no semejaban un jardín ordenado, sino una selva exhuberante donde florecían generosamente con libertad y espontaneidad toda clase de intereses, los más diversos y los más enigmáticos, ya que era capaz de apasionarse encendidamente tanto por la arqueología, la antropología, la filosofía, la psicología, la sociología, lo politología, como por las ciencias sagradas del simbolismo, la metafísica, la religión y el esoterismo, y hasta por aquellas formas del conocimiento marginal, aquellas teorías despreciadas, por inusuales o insólitas, que buscaban carta de ciudadanía científica, por lo mismo, excluidas del canon del conocimiento ortodoxo, a veces anatematizadas y condenadas por heréticas, debido a que su objeto de estudio son aquellos fenómenos exóticos e inexplicables que observan la parapsicología y la ufología. Aunque fue un autor del siglo XX y receptivo a todas las novedades de la modernidad, Azcuy era, por naturaleza y temple, un escritor a la antigua que cultivaba la erudición, las humanidades y las ciencias, con espíritu ascético y monástico. A veces costaba seguirle el hilo de la conversación porque su familiaridad y trato cotidiano con los temas y cuestiones menos habituales le permitían saltar ágilmente de una a otra cosa con total naturalidad, exigiéndole a su interlocutor un ritmo de vértigo y un estado de atención constante, uno no podía distraerse so pena de perderse en medio de esos vaivenes, razón por la que no pocas veces los esfuerzos resultaban agotadores. Esos desbordes de su personalidad no eran más que continuos brotes o borbotones de un conocimiento manantío que, cuando afloraba, se derramaba generosamente en la conversación. Tengo la impresión de que, pese a todos los que se le acercaron y le trataron, muy pocos fueron quizás los que han logrado comprenderle o aun más acompañarle por aquellos caminos solitarios e insondables de la curiosidad humana en los que se aventuraba con ingenuo y confiado optimismo. Y es que sólo los puros de corazón pueden adentrarse en territorios peligrosos y salir indemnes de esos intentos. Eduardo Antonio Azcuy pertenece a una estirpe de intelectuales y escritores absolutamente necesarios que casi ha desaparecido porque, varios de ellos, se han ido demasiado pronto. Su singularidad no reside solamente en ser el autor de obras fundacionales adscritas al género de ese realismo fantástico que se atribuyen otras literaturas con exclusividad, sino en haber derrochado a manos llenas, trabajo y generosidad. Sin haber concluido aun toda su labor, dejó cientos de proyectos, ideas, ilusiones. Nos ha quedado una obra incompleta, pero suficiente, para damos idea de su valía intelectual. Por esta razón, en esta evocación, rescato junto con la obra, al hombre. Los trabajos que hemos seleccionado para este primer dossier reflejan muy bien a ambos. Fundamentales son los trabajos de Graciela Maturo, no sólo porque son testimonios de primera mano de quien fuera su compañera de vida sino también uno de sus principales críticos y exégetas; el lector advertirá que, en tanto algunos de esos textos han sido concebidos como conferencias o presentaciones del libro de Azcuy Asedios a otra realidad hay conceptos y pasajes que se repiten textualmente; no hemos querido refundirlos en un solo texto ni tampoco eliminar alguno de ellos, ya que cada uno de los mismos, con títulos diferentes y ligeras modificaciones, fueron leídos en distintos momentos. Los conservamos como testimonios de esos momentos particulares y los publicamos como variantes del mismo tema. Igualmente iluminadores nos parecen los textos de Pablo José Hernandez, Hugo Francisco Bauzá y Jorge A. Foti, quienes, aparte de secundarlo y acompañarlo en diversos proyectos, compartieron muchos momentos con él al haber frecuentado y cultivado su entrañable amistad. De Eduardo Antonio Azcuy solo nos resta decir que nació el 12 de abril de 1926 y falleció en 1992. Fue Poeta, ensayista, crítico literario, periodista, estudioso del simbolismo en las culturas y de la tradición mítico-poética occidental, pensador político, produjo más de una decena de obras publicadas en Buenos Aires, Madrid, Barcelona y Caracas y numerosos artículos y opúsculos. Encabezó junto a Rodolfo Kusch una generación de pensadores de un nivel excepcional, signada por la reafirmación de la identidad nacional y latinoamericana. Fueron sus obras: Poemas para la hora grave. Editorial Botella al mar, Buenos Aires, 1952. Poemas existenciales. Buenos Aires, 1954. Aproximaciones a la poética de Rimbaud, y versión castellana de Poemas y Los desiertos del amor de Arthur Rimbaud. Editorial Dintel, Buenos Aires, 1958. El ocultismo y la creación poética. Premio de Ensayo de la Sociedad Argentina de Escritores, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1966. Segunda edición Monte Avila, Caracas, 1982. Persecución del sol (poesía) Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1972. El legado extrahumano, A.T.E., Barcelona, 1976. Arquetipos y símbolos celestes, Ed. Fernando García Cambeiro, Buenos Aires, 1976. Los dioses en la creación del hombre. Con la colaboración de Lesly Sánchez, Pomaire, Argentina, 1980. Identidad cultural, ciencia y tecnología. Aportes para un debate latinoamericano. Compilación y prólogo de E.A A. Ed. F.García Cambeiro, Buenos Aires, 1987. Kusch y el pensar desde América. Compilación y prólogo de E.A.A. Ed. F. García Cambeiro, Buenos Aires, 1989. Rimbaud. La rebelión fundamental. Ed. Ultimo Reino, Buenos Aires, 1991. Juicio ético a la revolución tecnológica. Acción Cultural Cristiana, Madrid, 1994. Asedios a la otra realidad, Kier, Buenos Aires, 2000. DOSSIER ÍNDICE TEXTOS SOBRE EDUARDO AZCUY 01. Relación parcial de Eduardo Azcuy Por Pablo José Hernandez 02. Presentación de la obra Asedios a la otra realidad de Eduardo A. Azcuy Por Graciela Maturo 03. El pensamiento poético de Eduardo A. Azcuy en su libro Asedios a la otra realidad Por Graciela Maturo 04. Eduardo Azcuy frente a la Literatura Por Hugo Francisco Bauzá 05. Eduardo Azcuy, un surubí contra la corriente Por Jorge A. Foti 06. Misión del escritor en el siglo XXI: La respuesta de Eduardo Azcuy Por Graciela Maturo 07. El pensamiento simbólico en la última obra de Eduardo A. Azcuy por Graciela Maturo 08. Eduardo Azcuy y el Proyecto Latinoamericano hacia el Nuevo Milenio por Graciela Maturo 09. Azcuy y la cultura tradicional por Francisco García Bazán 10. Eduardo Azcuy, un pensador de la Aurora: El pensamiento de Eduardo A. Azcuy en su libro Asedios a la otra realidad. por Graciela Maturo TEXTOS DE EDUARDO AZCUY 01. Graciela de Sola. El mar que en mí resuena (1965) por Eduardo A. Azcuy 02. La revolución científico-tecnológica. Una visión desde el pensamiento poético [Fragmentos] por Eduardo Azcuy 03. El tiempo vivo por Eduardo A. Azcuy