martes, 1 de abril de 2014

Una infinita estupidez - por Sergio Sinay


Una infinita estupidez por Sergio Sinay Con la agudeza y lucidez que le eran habituales (aunque a veces las disimulara bajo la apariencia del despiste) Albert Einstein ya lo había advertido: “He comprobado que dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana. Aunque del primero tengo mis dudas”. Hacia 1988 el historiador italiano Carlo Cipolla (1922-2000), reconocido y respetado por sus trabajos sobre la historia de la economía, del dinero, de la tecnología y de la salud, consolidó aquella idea al publicar Las leyes fundamentales de la estupidez humana, incluidas en su libro Allegro ma non troppo. Es un texto breve, sin desperdicio, de estilo depurado, ironía elegante y punzante verdad. Esas Leyes, dice Cipolla, son cinco: 1) se subestima el número de estúpidos existente; 2) la estupidez no excluye otras características (se puede ser poderoso y estúpido, rico y estúpido, bello y estúpido); 3) el estúpido perjudica a otros sin obtener beneficio e incluso perjudicándose también él; 4) subestimar a un estúpido y asociarse a él creyendo que no habrá perjuicios es siempre un error fatal y 5) el estúpido es el ser más peligroso que existe porque aparece en cualquier momento y en cualquier lugar, es inmodificable, es impredecible y a diferencia de otros, como el malvado, contra él no hay prevención y suele encontrarnos con las defensas bajas. En todos los ámbitos el porcentaje de estúpidos es alto (más de lo que se cree) e inalterable, y funciona independientemente de niveles económicos, intelectuales, culturales o sociales. Están en todas las clases y en todas las actividades y funciones. “Una persona estúpida, define Cipolla, causa daño a otra persona sin obtener, al mismo tiempo un provecho para sí o incluso obteniendo un perjuicio”. Una característica de la estupidez, que la hace más peligrosa, es que en un primer momento puede no parecerlo, lo que da al estúpido patente de “astuto” o “inteligente”. Cuando se ven partidos de fútbol sin hinchada visitante o directamente sin hinchadas, cuando se observa los estropicios, vaciamientos y tragedias producidos por funcionarios que, cebados por la impunidad, terminan descubiertos con las manos en la masa, cuando se asiste al oportunismo ventajero y de patas cortas de intelectuales subyugados por la cercanía del poder, cuando se registran las patéticas trayectorias de tanto empresario rico con empresas pobres, cuando se es testigo de la corta y obscena vida de los proyectos de poder “eternos”, cuando se vive en una sociedad en la que se mata por nada para morir a continuación por mucho menos, cuando se habita un país en el que la “viveza criolla”, la transgresión estéril y las avivadas de patas cortas y daños largos son marca de fábrica y señal de identidad, la lectura del breve tratado del historiador italiano deja de ser graciosa y resulta, en cambio, dolorosa. Observador implacable, Cipolla nos ciega con la luz de una evidencia atroz, nos pone ante un espejo indestructible. Habitamos una sociedad donde los estúpidos conforman una masa crítica. “Entre los burócratas, generales, políticos y jefes de Estado se encuentra el más exquisito porcentaje de individuos fundamentalmente estúpidos –escribe- cuya capacidad de hacer daño al prójimo ha sido (o es) peligrosamente potenciada por la posición de poder que han ocupado (u ocupan)”. Agreguemos a esto un factor terminal: la aprobación de una mayoría de la sociedad a la estupidez enquistada en el poder. En un país en decadencia, según Cipolla, el porcentaje de estúpidos es igual al de otros países, pero, en cambio, aumenta notablemente el de malvados. Los malvados son los que se benefician mientras perjudican a otros. Llegados a ese punto, es el momento de Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

DOCUMENTAL ESPECIAL MALVINAS 30 AÑOS.flv