lunes, 8 de agosto de 2016

LOS CALABOZOS DE LANGEAIS - CAPÍTULO TRES


5. 5. Ella siempre había sido exigente, se lo recordaba ahora sólo para burlarse. De un cierto modo retorcido, que no le importaba analizar, disfrutaba con la pelea. Ella era agresiva, egoísta y manipuladora, pero sobre todo, entretenida. Era un espejo de sí mismo. —Dame el dinero, y me iré —dijo, pasando su dedo a lo largo de la parte superior de un marco dorado e inspeccionando el polvo. Era la viva imagen de la naturalidad, pero, por alguna razón, no podía mirarlo a los ojos. Chauncey se acercó a la repisa de la chimenea y se apoyó en ella, su posición favorita para la contemplación profunda, aunque ahora sólo buscara apoyo. Trató de ocultar ese hecho. Lo último que necesitaba era avivar la curiosidad que quemaba los ojos de Elyce. No le interesaba en lo más mínimo recordar las circunstancias humillantes en las que su cuerpo había terminado de aquella forma. La imagen de estar persiguiendo un coche por los bulevares de Angers destellaba de su memoria. Se había limitado a la parte trasera del carro, en un esfuerzo para no perder Jolie Abrams, la joven que había estado siguiendo durante toda la noche, pero había perdido el equilibrio cuando su capa se enredó en las ruedas. Había sido arrastrado por el carro una buena distancia, y cuando finalmente había quedado libre, había sido pisoteado por un caballo que se acercaba. Elyce se aclaró la voz. —¿Chauncey? Sonaba más como una orden impaciente que un recordatorio amable de que estaba esperando. Sin embargo, Chauncey no había sacudido por completo la memoria. Había pasado una semana en Angers, buscando en las partes más sórdidos de la ciudad, donde el ángel era conocido por jugar a las cartas en casas clandestinas, o por boxear en las calles—una alternativa moderna a los duelos que se estaba extendiendo por toda Europa. Había mucho dinero en juego, si lograbas ganar, y Chauncey no tenía ninguna duda de que el ángel, con su basto arsenal de trucos mentales, podía hacerlo. Fue mientras espiaba al ángel en uno de esos partidos, la primera vez que Chauncey puso sus ojos sobre Jolie Abrams. Ella estaba disfrazada con ropa de campesino, con su pelo castaño oscuro suelto, su boca tensa riendo y tragando cerveza barata, pero Chauncey no se dejó engañar. Esa mujer había asistido al ballet y la ópera. Debajo de la ropa vieja, su piel era limpia y perfumada. Ella era hija de un noble. En medio de la inspección de su gracia, él lo descubrió. Una mirada secreta entre ella y el ángel. La mirada de los amantes. Su primer impulso fue matarla directamente. Todo lo que el ángel valoraba, Chauncey anhelaba hacerlo pedazos. Pero por razones de las cuales no estaba del todo seguro, la había seguido. Observado. No se había dirigido de nuevo al castillo, hasta que la había perdido en el transporte. Durante todo el viaje a casa, había repasado aquella sorprendente revelación. El ángel valoraba algo físico. Algo que Chauncey podía tener en sus manos. ¿Cómo podría usarlo en su beneficio? —¿Estás queriendo decir que me harás esperar toda la noche? —Elyce se cruzó de brazos y se irguió un poco más. La vio levantar una ceja, o tal vez ambas, la mitad de su cara estaba lejos de la luz y oculta en la sombra. Chauncey se limitó a mirarla, dispuesto a callar lo que estaba pensando. ¿Qué pasaba si...? ¿Y si encerraba a Jolie Abrams en el castillo? La idea lo tomó por sorpresa. Él era un duque, el Señor de Langeais, un caballero. Hubiera preferido arar sus campos por si mismo antes de tomar a una dama como rehén. Y sin embargo, la idea era tentadora. 6. 6. En el castillo había una gran cantidad de torres, pasillos enrevesados, y... calabozos. Dejaría que el ángel tratara de encontrarla. Chauncey sonrió de forma sarcástica. Cuando era un niño, su padrastro le había advertido de la suerte de los que vagaban por debajo del castillo sin guía, y Chauncey había pensado que sólo se trataba de cuentos, de la táctica de un hombre que confiaba en el miedo como forma de disciplina. Luego, durante una exploración secreta de los túneles que se encontraban debajo de la cocina, Chauncey tropezó con restos óseos. Las ratas se habían dispersado por debajo de los huesos a la vista de su antorcha, dejando en pie a Chauncey, solo con la muerte. Desde ese día, se había propuesto mantenerse lejos, en los pisos superiores del castillo. —Tendrás tu dinero —le dijo a Elyce, por fin. Luego la miró por encima de su hombro—. Una vez que hagas algo por mí —agregó lentamente. Elyce se echó el cabello hacia atrás y levantó la barbilla. —¿Disculpa? Chauncey estuvo a punto de sonreír. Ella se indignó. El cielo sabía que ella tendría que ganarse su mantenimiento. —Jolie Abrams —dijo, con la idea del secuestro en su interior. Elyce entrecerró los ojos. —¿Quién? Él se volteó, dándole toda su atención. —La amante de un enemigo —murmuró, mirando a Elyce con un nuevo interés. Si el ángel descubría su olor, todo estaría perdido. Lo que significaba que necesitaba un representante. Alguien capaz de pasar desapercibido bajo la atenta mirada del ángel. Alguien capaz de conseguir la confianza Jolie Abrams. Una mujer. —Entonces lo siento por ella. Difícilmente tratas a tus enemigos con amabilidad. Voy a esperar mi dinero mañana a última hora. Buenas noches, Chauncey. Giró sobre sus pies, moviéndose rápidamente en un vestido que era demasiado lujoso para no tratarse de otra cosa más que de un Coste original, y que, sin duda, había sido financiado por sus bolsillos. Chauncey aferró el candelabro de plata que había estado acariciando de forma ausente, y lo arrojó por el aire hacia ella. Elyce debió haber oído el roce de velas contra el manto de su vestido, porque entonces se dio media vuelta y pateó el objeto, que salió disparado hacia atrás del sofá. Su expresión se había blanqueado. Estaba casi sin respirar, y Chauncey sonrió ante su fino temblequeo. Ladeó las cejas, investigándola en silencio. ¿Vamos a empezar de nuevo? habló con su mente, utilizando uno de los grandes y terribles dones que poseía por ser el hijo bastardo de un ángel oscuro. Nunca había conocido a su verdadero padre, pero su opinión sobre él se fijó en el desprecio. Sin embargo, los poderes que había heredado de él no eran del todo detestables. Vio una pizca de confusión apoderarse del rostro de Elyce, mientras ella luchaba con la idea de que le había hablado con sus pensamientos. Rápidamente fue reemplazada por la negación. Él no podía. Era imposible. Ella lo había imaginado. Una respuesta típica y aburrida que sólo lo irritaba más. —No seas un matón, Chauncey —dijo al fin—. No tengo miedo de ensuciar mis manos un poco. ¿Qué tienes en mente? —se estaba esforzando por sonar molesta, pero Chauncey se dio cuenta de que, debajo de las capas bien practicadas de su expresión, estaba algo más que preocupada por la respuesta. Estaba preocupada por él. Su audacia había sido siempre una tapadera de su miedo. 7. 7. —Quiero que traigas a Jolie Abrams hasta aquí. Antes de mañana por la noche. Vas a tener que darte prisa, porque vive en Angers. —¿Quieres que la traiga hasta aquí? —parpadeó— ¿Por qué no sólo envías un coche a buscarla? Enviar un carro. Oh, por supuesto. Con el escudo de la familia Langeais grabado a lo largo de la puerta. Si eso no lograba alertar al ángel, él no sabía qué más podía hacerlo. —Dile mentiras, hazle promesas, no me importa. Sólo asegúrate de que esté aquí antes de la medianoche. —¿Y su amante? —Chauncey hizo un gesto de asco— ¿Tiene un nombre? —Elyce lo estaba presionado. Chauncey casi soltó un bufido. Ella quería saber si el hombre tenía valor y riquezas. Estaba con Chauncey por una generosa suma de dinero. La lealtad de Elyce siempre había pertenecido al mejor postor. —No —fue todo Chauncey dijo, una imagen del rostro del ángel oscuro ocupó su mente. —Seguro que tiene un nombre, Chauncey —dio un paso audaz hacia él, poniéndole la mano en la manga. Él la quitó, poniendo las manos detrás de su espalda. —No te vuelvas entrometida, amor. —Yo no soy tu amor —cubrió la frustración en su voz, inyectando un nuevo nivel de pesar en ella— ¿Has puesto tus ojos en ella, entonces? Esta Jolie. ¿Quieres que ella sea…? —se interrumpió, pero Chauncey era lo suficientemente perceptivo como para terminar por si mismo la frase. ¿Quieres que me reemplace? Sonrió. Diez segundos antes, Elyce lo había despreciado, pero ahora que ella temía que hubiera encontrado a alguien para llenar su vacío, se ahogaba en sus propios celos. Sus sentimientos hacia él no se habían endurecido por completo. —Yo podría encontrarla, ¿sabes? —dijo Elyce— Yo puedo… y a continuación, ¿qué harás? ¿Secuestrarla? ¡Te mandarán a la cárcel! —No he dicho nada sobre secuestros —Chauncey habló casi en silencio. —Oh, pero te conozco, Chauncey. Él le tomó la barbilla, levantándole la cabeza para poder encontrar sus ojos. Estaba a punto de decir algo, pero se dio cuenta de que un gesto áspero era más amenazador que las palabras. La dejó llenar el silencio, imaginando lo peor. Ella echó la cabeza hacia un lado y se tambaleó hacia atrás. Entonces corrió hacia la puerta, parándose en el umbral. —Después de esto, terminaré contigo. —Trayéndome a la chica ganarás la mitad del dinero. Ella se quedó momentáneamente sin habla. —¿La mitad? —repitió con la mirada brillosa. —Vigilándola aquí en el castillo y asegurándote de que no muera bajo mi techo, ganarás la otra mitad —él no quería bajar por completo la ira del ángel, sólo quería una moneda de cambio—. Voy a pagarte la totalidad cuando el trabajo esté terminado.CONTINUARÁ