sábado, 3 de septiembre de 2016

CAPITULO TRES - "LOS ZAPATOS DE HIERRO"


El joven, descorazonado, se dejó caer bajo las ramas de una encina y ocultó el rostro entre las manos para llorar. Una hormiguita trepó por su cuerpo y le dio un picotazo en un puño. Ya se disponía Luis a aplastarla, cuando ella le dijo: – No me mates. Soy la que te ha conducido hasta aquí. Me llamo Blancaflor. No te muevas. No digas nada; te ayudaré. Duerme, que yo te prometo que, cuando despiertes, lo que ahora crees un imposible se habrá realizado. Durmióse Luis. Cuando despertó ya no había ni montaña ni trazas de ella; el suelo estaba tan liso como la palma de la mano. Entonces fue corriendo al castillo y dijo al hechicero: – Ya he gastado los zapatos de hierro he aplanado la montaña. ¿Me devolverá ahora mi alma? – Hoy, no; váyase a descansar. Mañana le daré trabajo. Al día siguiente el hechicero le entregó un cesto enorme lleno de semillas de árboles. – Siembre esto y tráiganos para desayunar los frutos que haya dado. Luis tomó el cesto y se dirigió al lugar que ocupaba antes la montaña. – Jamás podré hacer crecer árboles y madurar sus frutos en tres horas pensaba con desaliento. Pero un pajarito, posado en un zarzal, empezó a cantar: – Soy Blancaflor; te ayudo y te vigilo. Dame ese cesto y duerme tranquilo. Cuando se despertó, el cesto, vacío, estaba a su lado; y en los árboles recién brotados maduraban sabrosísimos frutos. Luis cogió dátiles y melocotones, manzanas, granadas, uvas e higos, hasta llenar el cesto, que llevó al Marqués del sol. – ¿Me devolverá ahora mi alma? – le dijo. – Se la devolveré si me trae mi anillo de oro, que está en el fondo del río. Fuése el pobre joven a sentarse a orillas de la corriente y exclamó: – ¿Cómo podré encontrar un anillo de oro en el fondo de estas aguas amarillentas? En aquel momento apareció, en la superficie del líquido elemento la cabecita de un pececillo plateado, que dijo: – Soy Blancaflor, Luis. Cógeme, córtame en tantos trozos como puedas v guárdalos con cuidado, pero echa mi sangre en el río. Entonces verás al anillo flotando sobre la espuma y te será fácil cogerlo. Luego colocarás cada uno de mis trozos en su lugar, cuidando de no olvidar ninguno. Sacó el joven su cuchillo de monte, cogió al pececillo y lo hizo cuarenta y tres pedazos. A continuación echó su sangre al agua, que se agitó, se hinchó y arrojó el anillo sobre la orilla. Luis recogió el anillo y se apresuró a recomponer el pececillo, uniendo los cuarenta y tres trozos, pero temía tanto equivocarse que, en su ansiedad, dejó caer uno de los pedacitos. – Eres poco mañoso – dijo el pez, volviendo a la vida. – Por tu culpa, tu amiguita Blancaflor tendrá en lo sucesivo el meñique de la mano izquierda más corto que el de la derecha. Desapareció el pez en el río, mientras que Luis llevaba la sortija al Marqués del Sol. – He gastado los zapatos de hierro – le dijo – he aplanado la montaña, he hecho madurar los frutos de árboles que habían sido plantados tres horas antes y he encontrado su anillo de oro. ¿Me devolverá ahora mi alma? – Te la devolveré enseguida – respondió el hechicero – y te regalaré también uno de mis mejores caballos. Lo encontrarás en la cuadra, ensillado y embridado, listo para conducirte a Córdoba en cuanto lo desees. Luis, cuando se quedó solo, vio acercarse un pequeño ratoncito gris.CONTINUARÁ...