lunes, 15 de febrero de 2016

Las razones por las que Sarmiento entró en la Historia


Las razones por las que Sarmiento entró en la Historia Detalles Escrito por Infobae.com Creado en 11 Septiembre 2015 Escritor, estadista, político, polemista, viajero, militante... Intelectual y hombre de acción a la vez, así fue el prócer de cuya muerte hoy se cumplen 127 años. Qué destacar de uno de los hombres que pensó y diseñó nuestro país Domingo Faustino Sarmiento En la iconografía patria, y especialmente escolar, su imagen está casi excluyentemente identificada con la del maestro y fundador de la instrucción pública argentina. Queda así en un segundo plano otro Sarmiento, tanto o más apasionante que el primero: ese que, percibiendo los desafíos de su tiempo –construir "una Nación en el desierto argentino", como tituló Tulio Halperín Donghi su ensayo sobre el periodo previo al 80- se puso a pensar pero también a hacer; recorrió el mundo buscando alternativas importables a nuestra realidad, se trenzó en apasionados debates sobre modelos y soluciones y, cuando el destino le dio la oportunidad, aceptó el desafío de intentar llevarlos él mismo a la práctica. Vivió tiempos de cambio y asumió los riesgos de las posiciones que tomaba En consecuencia si bien se lo recuerda como educador, su figura impregnó casi todos los ámbitos de la vida pública argentina en los últimos dos tercios del siglo XIX. Su personalidad inquieta y emprendedora lo llevó a incursionar en múltiples áreas: la diplomacia y el ejército, el ensayo y la divulgación, los viajes y el periodismo, la política; en todas ellas, se volcó de manera apasionada. No era hombre de medias tintas. Decía lo que pensaba y sentía sin la impostura de lo que hoy llamamos corrección política. Es por ello que también se pueden encontrar muchas contradicciones en su extensa obra. Sarmiento vivió tiempos de cambio y asumió los riesgos de las posiciones que tomaba. Fue una persona comprometida con su país, y casi toda su vida la dedicó a contribuir con el progreso de su patria. En plena época rosista, comenzó a reflexionar sobre las causas del atraso argentino y cuáles serían las soluciones a implementar para convertirnos en un país desarrollado. Fue en su exilio chileno donde desarrolló una intensa actividad como escritor, con el objetivo de ayudar a aquellos políticos e intelectuales que liderarían el país, una vez lograda la Organización Nacional. El desafío era superar la antinomia federales-unitarios y encauzar al país hacia un futuro de progreso y civilización, tema que obsesionaba a Sarmiento desde que comenzó a involucrarse en la vida pública.
Sus trabajos más destacados de ese período son "Civilización y Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga" (1845), "Viajes por Europa, África y América, 1845-1847" (1849-51), "Recuerdos de Provincia" (1850) y "Argirópolis o la Capital de los Estados Confederados del Río de la Plata" (1850). En Facundo, Sarmiento busca develar el "enigma argentino", explorando las raíces de la dualidad que dio en llamar "civilización y barbarie". En su análisis la civilización representa el valor a promover. En contraposición, la región pampeana representaba el pasado colonial asociado a una sociedad feudal atrasada. Así las cosas, la civilización sarmientina se traduce en el establecimiento de un orden republicano reflejado en ideas liberales, y en el imperio de la ley y la movilidad social en sentido ascendente. Su propuesta se vio reflejada en el programa de gobierno que Sarmiento sugiere a lo largo del Facundo; el fomento de la inmigración, la libre navegación de los ríos, la nacionalización de las rentas de aduana (que hasta ese momento estaban en manos de Buenos Aires), la libertad de prensa, la educación pública, el gobierno representativo, la religión como agente moralizador, la protección a la seguridad individual y la institucionalización de la propiedad privada. En "Viajes", deja de mirar hacia Europa, como en el "Facundo", para volverse hacia Estados Unidos En "Viajes...", Sarmiento dejaría de mirar hacia Europa como había hecho en el Facundo para volverse hacia Estados Unidos. En su primera visita al país del Norte, tomó nota del progreso y el potencial de crecimiento que tenía aquel país gracias al impulso del ferrocarril, la educación y el orden institucional. Las semejanzas geográficas que observó con respecto a Argentina, le hicieron pensar que nos podríamos convertir en una nación de granjeros propietarios como lo era la sociedad norteamericana de aquel tiempo. Sarmiento enfatizaba especialmente el valor del trabajo en la agricultura como agente civilizador, en contraposición a la ganadería extensiva que se venía practicando en Argentina desde la época colonial (el mismo enfoque ya había sido explicitado por Manuel Belgrano cuando era Secretario del Consulado). En este sentido, el desarrollo de la agricultura quedaba asociado directamente con el sistema republicano ya que, según Sarmiento, la agricultura promueve la cultura del trabajo. Por eso fue un firme impulsor de una "civilización agrícola" basaba en el acceso masivo a la propiedad de la tierra, a través del sistema de colonias agrícolas, que tendría su apogeo entre 1870 y 1890. Este sistema debía ser complementado con el desarrollo del ferrocarril, los barcos a vapor, el telégrafo y el correo, que servirían para potenciar la comercialización y bajar los costos del transporte. Pero sin lugar a dudas, su principal interés residía en el establecimiento de un sistema de educación pública y de calidad para todos los habitantes. Este era el mejor medio para alcanzar el progreso a largo plazo. De acuerdo a su visión, el desarrollo económico no bastaba para que el país se convirtiera en una república de ciudadanos civilizados. Por eso, en su proyecto de Nación, la educación era un pilar fundamental. Esto también lo había visto de primera mano en Estados Unidos cuando fue embajador argentino durante un par de años en la presidencia de Bartolomé Mitre. Allí mantuvo un fluido contacto con un destacado educador de Boston, Horace Mann y su esposa Mary. De hecho, con el paso del tiempo esa área de Massachusetts se convirtió en una de las regiones con mayor coeficiente intelectual por metro cuadrado. Sarmiento dejó huella de su paso por allí y del impacto de su obra posterior, puesto que, cerca del English Garden, en la Commonwealth Avenue de esa ciudad de la Costa Este norteamericana, está emplazada una estatua de unos tres metros de altura que recuerda la figura del sanjuanino.
Monumento a Domingo Faustino Sarmiento emplazado en la Commonwealth Avenue de Boston, Estados Unidos En su proyecto educativo, la instrucción no sólo debía ser cívica sino también práctica, ya que su idea era promover el surgimiento de ciudadanos y trabajadores. Sarmiento consideraba que la educación serviría para desarrollar en los jóvenes hábitos de orden y disciplina. A su vez, consideraba que la educación cumpliría un rol armonizador en las diferentes regiones de un país que había estado fragmentado desde la época de la independencia. Como se dijo más arriba, sus ideas no quedaron en el papel. A diferencia de otros intelectuales cuyo aporte se limita a lo teórico, Sarmiento era un hombre de acción, y desde cada uno de los puestos que ocupó impulsó muchos de sus proyectos. Solo en los seis años de su mandato presidencial, de 1868 a 1874, se crearan 800 escuelas, que pasaron de recibir 30.000 alumnos a tener casi 100.000. La ley de Educación 1420, que establecería finalmente la Educación pública, obligatoria, gratuita y laica en el país –votada en 1884, bajo la presidencia de Julio A. Roca- tuvo en Sarmiento a su ideólogo e impulsor. En su vida también hubo pérdidas, decepciones y fracasos, pero nunca depuso sus armas favoritas que eran la pluma y la palabra Además, durante su gestión, Sarmiento también propició la fundación de Escuelas Normales formadoras de docentes –para lo cual se empeñó y logró importar cierta cantidad de maestras de los Estados Unidos-, complementadas con la creación de observatorios, bibliotecas e institutos educativos. También durante su mandato se realizó el primer censo nacional en 1869 y se impulsó la llegada de 280.000 inmigrantes, en un país que en ese momento apenas superaba el millón y medio de habitantes. Bajo su presidencia, se completó la redacción del Código Civil; obra de Dalmacio Vélez Sarsfield –para la anécdota, el padre de quien fue el gran amor de Sarmiento, su amante, Aurelia Vélez-. Fue también la época del crecimiento exponencial del telégrafo, del ferrocarril y de los servicios postales; en síntesis, empezaba la modernización del país. En su vida también hubo pérdidas –un hijo muerto en batalla-, momentos geopolíticos extremadamente graves –Guerra del Paraguay-, decepciones y fracasos –su gestión en la gobernación de San Juan-, pero nunca depuso sus armas favoritas que eran la pluma y la palabra. Qué hubiera sido de la Argentina si los sarmientos del siglo XIX se hubieran dejado abrumar por el atraso del país... El futuro lo construimos nosotros, y por más que las cosas no parezcan muy prometedoras, siempre hay una luz para mirar el futuro con optimismo: esa es tal vez la enseñanza que deja su trayectoria, en momentos en que los argentinos nuevamente debemos reflexionar sobre las opciones que tenemos por delante. Qué hubiera sido de la Argentina si los sarmientos de mediados del siglo XIX se hubieran dejado abrumar por el atraso en el que se encontraba el país... Seguramente aquella época parecía mucho más complicada que la actual, sin Constitución, con un gobierno que ejercía la suma del poder público desde Buenos Aires e ignorando la voluntad del resto de las provincias, sin inversiones, sin ferrocarriles, y con una población todavía escuálida para el inmenso territorio del país. Sin embargo, los hombres públicos de aquellas generaciones desarrollaron un proyecto de país y lo pusieron en marcha. Miraron a las naciones más desarrolladas y trataron de adaptar sus instituciones a nuestra idiosincrasia, llevando al país a ser una de las naciones que más progresaron en la segunda mitad del siglo XIX.
Después de haber sido Presidente, Sarmiento aceptó ejercer la posición de Superintendente de Escuelas durante los primeros años de la presidencia de Julio A. Roca (1880-1886). Además de ser un signo de humildad y vocación de servir, quizás este ejemplo, que vale más que mil palabras, es uno de los mensajes más fuertes que nos legó sobre la importancia que le atribuía a la educación. Historiador, profesor de Historia Económica en la Universidad del CEMA y autor de "Creadores de Riqueza. Emprendedores que cambiaron nuestras vidas" (2012)http://www.canaltotal.tv/index.php/1400-las-razones-por-las-que-sarmiento-entro-en-la-historia

LA SANTA SEDE Y HITLER (La palabra a los archivos)


2003: El Vaticano desclasifica parte de los archivos documentales que recogen las relaciones de la Santa Sede con Adolf Hitler.
Hitler, la Santa Sede y los judíos: la palabra a los archivos (II) Una vez aclarada la posición de la Santa Sede y de los católicos alemanes ante la llegada al poder del movimiento político de Hitler, en esta segunda parte de la entrevista el historiador Giovanni Sale sj., analiza la posición de Pío XI y de Pío XII Por: zenit.org | Fuente: Zenit.org http://es.catholic.net/op/articulos/17700/cat/1175/hitler-la-santa-sede-y-los-judios-la-palabra-a-los-archivos-ii.html ROMA, jueves, 10 junio 2004 ( ZENIT.org ).- Una vez aclarada la posición de la Santa Sede y de los católicos alemanes ante la llegada al poder del movimiento político de Hitler, en esta segunda parte de la entrevista el historiador Giovanni Sale sj., analiza la posición de Pío XI y de Pío XII ante el nazismo y en particular ante la persecución de los judíos. La teoría de que Pío XII se «calló», constata Sale, profesor de Historia de la Universidad Pontificia Gregoriana, autor del libro recién publicado «Hitler, la Santa Sede y los judíos» --(«Hitler, la Santa Sede e gli Ebrei» - Editorial Jaka Book , 556 páginas)-- está infundada. --La encíclica «Mit brennender Sorge» y el hecho de que Hitler no pudiera visitar el Vaticano muestran la hostilidad de la Santa Sede al régimen nazi. ¿Qué opina usted sobre la conducta de Pío XI ante el régimen nazi? --Giovanni Sale: La reciente apertura de los archivos vaticanos relativos a las nunciaturas de Munich y Berlín (1922-1939) arroja nueva luz tanto sobre la truncada visita de Hitler al Vaticano --durante la visita de Estado que hizo a Roma en 1938-- como sobre la redacción y divulgación en Alemania de la encíclica «Mit brennender Sorge» (1937), es decir, la encíclica de Pío XI contra el nazismo. La nueva documentación vaticana disponible nos informa de manera sorprendentemente detallada sobre las vicisitudes ligadas a la recepción de esta encíclica por parte de los Estados y de los ambientes de la diplomacia internacional. Las fuentes muestran que la encíclica fue interpretada en aquel tiempo, por la mayor parte de los países occidentales no ligados a Alemania, como un valiente acto de denuncia del nazismo, de las doctrinas racistas y de idolatría del Estado que profesaba, así como de sus métodos violentos de disciplina social. La «Mit brennender Sorge» fue una de las primeras encíclicas papales y tuvo una resonancia realmente mundial. Por motivos sobre todo políticos fue uno de los primeros actos pontificios que superó las fronteras del mundo católico: fue leída por creyentes y no creyentes, por católicos y protestantes, es más, por primera vez estos últimos tributaron a un documento papal reconocimientos públicos que eran impensables poco antes. Según un prestigioso periódico protestante holandés, la encíclica «sería valida» también para los cristianos de la Reforma, «pues en ella el Papa no se limita a defender los derechos de los católicos, sino también los de la libertad religiosa en general». Ciertamente la «Mit brennender Sorge» fue acogida de manera diferente según la sensibilidad y la cultura política de las muchas personas que la leyeron. El hecho es que, como hemos constatado, fue interpretada generalmente no sólo como un acto de protesta de la Santa Sede por las continuas violaciones del Concordato por parte del gobierno alemán, o como una desautorización doctrinal de los errores del nacionalsocialismo, sino sobre todo como un acto de denuncia del nazismo mismo y de su Führer, y esto lo comprendieron inmediatamente los jerarcas del Reich. Es verdad, como han subrayado los que han comentado la encíclica, que no menciona nunca ni al nacionalsocialismo ni a Hitler, pero si se va más allá de la «letra» del documento, es fácil percibir detrás de cada página, de cada frase, una auténtica acusación contra el sistema hitleriano y contra sus teorías racistas y neopaganas. Esto lo comprendieron la gran mayoría de los lectores del documento papal. Por eso, se convirtió en una de las mayores y más valientes denuncias de la barbarie nazi, pronunciada de manera autorizada por el obispo de Roma, cuando todavía la gran parte del mundo político europeo veía a Hitler con una mezcla de admiración, sorpresa y miedo. --Otros de los grandes debates es el de el Papa Pío XII y el holocausto. ¿A dónde ha llegado tras sus investigaciones históricas? ¿Qué hizo el Papa Pacelli ante la persecución de los judíos? --Giovanni Sale: Por lo que se refiere a los judíos deportados en los territorios ocupados por el Reich, la acción desarrollada a su favor por la diplomacia de la Santa Sede se orientó en dirección de los gobiernos de los países aliados de Alemania, donde existía una mayoría católica y un episcopado «combativo». Una nota de la Secretaría de Estado del 1 de abril de 1943 decía: «Para evitar la deportación de masa de los judíos, que se verifica actualmente en muchos países de Europa, la Santa Sede ha solicitado la atención del nuncio de Italia, del encargado de asuntos en Eslovaquia, y del encargado de la Santa Sede en Croacia». Utilizando los canales diplomáticos vaticanos, hizo todo lo que pudo para obtener algo --con frecuencia, por desgracia, muy poco-- a favor de los judíos por parte de aquellos gobiernos (en ocasiones amigos). Se sabe, además, que exhortaba al episcopado local, en particular al alemán, a denunciar con fuerza los horrores cometidos por los nazis contra católicos y judíos. Hay que recordar que la mayor parte de las intervenciones pontificias tenían como objetivo principal defender a los judíos católicos y garantizar la indisolubilidad de los matrimonios entre judíos y católicos, basándose en los Concordatos estipulados con estos Estados. Realmente la Santa Sede no podía pedir o hacer más a través de los canales diplomáticos oficiales. Alemania, tras la ocupación de Polonia, había replicado a la Santa Sede que pedía la aplicación del Concordato alemán a los territorios polacos «englobados» en el Reich. En realidad no era aplicado ni siquiera en el territorio alemán. Los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich están llenos de periódicas intervenciones del nuncio apostólico, el arzobispo Cesare Orsenigo, sobre los judíos. Pero los despachos que envió a la Secretaría de Estado muestran lo difícil que era su situación. Uno, del 19 de octubre de 1942, dice: «A pesar de las previsiones, he tratado de hablar con el ministro de Asuntos Exteriores, pero como siempre, especialmente cuando se trata de personas que no son arias, me respondió "no hay nada que hacer". Todo asunto sobre los judíos es sistemáticamente rechazado o desviado». En las palabras de los diplomáticos vaticano se percibe con frecuencia un sentido de impotencia y de desaliento en este sentido. La actividad diplomática de la Santa Sede a favor de los judíos no fue, sin embargo, como algunos dicen, totalmente inútil o ineficaz. A veces logró «ralentizar» las operaciones de deportación o, cuando no podía hacer otra cosa, excluir de ella a algunas categorías de personas. Una parte de la historiografía reciente, en especial la estadounidense, ignora esta actividad realizada por la Santa Sede a favor de los judíos. Denuncia los «silencios» de Pío XII, por considerarlos «culpables». Según ellos, el Papa tenía el deber de denunciar lo que estaba sucediendo en Europa, aunque tuviera que poner en peligro la propia vida. La verdad es que esto no sólo hubiera expuesto a la represalia nazi la vida del Papa --que en varias ocasiones dijo que estaba dispuesto a entregar-- sino la de todos los obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, que vivían en los territorios ocupados, así como la seguridad de millones de católicos. Sobre la así llamada «solución final» [exterminio del pueblo judío, ndr.], por las fuentes que he consultado, algunas de ellas conservadas en nuestro archivo de la «Civiltà Cattolica» [revista quincenal de los jesuitas en Italia, ndr.], se constata que el Papa no tenía información: basándose en noticias algo nebulosas y a veces contradictorias, sabía que muchísimos judíos, sin culpa ninguna y sólo por motivo de su estirpe, eran asesinados por los nazis de diferentes maneras. De hecho, poco antes, había sucedido lo mismo a muchos católicos polacos, por el único motivo de su nacionalidad. Pero no sabía nada de la «solución final». Hasta 1944, en el Vaticano se ignoraba incluso la existencia de Auschwitz. La misma propaganda aliada, a pesar de que describía las atrocidades alemanas, las represalias salvajes, y otras cosas, no decía nada sobre los campos de exterminio. Las primeras noticias ceritas se tuvieron con el famoso Protocolo de Auschwitz, en el que dos jóvenes judíos, huidos del campo de concentración de Auschwitz, en la primavera de 1944, denunciaron al mundo el exterminio de sus hermanos en las cámaras de gas. El texto, conocido en parte ya en junio del mismo año, no fue publicado integralmente hasta el mes de noviembre. ¿Qué sabían los aliados de la «solución final»? Ciertamente más que el Papa. Según el historiador Richard Breitman, tanto Roosevelt como Churchill sabían mucho sobre el exterminio sistemático de los judíos, pues sus servicios secretos descifraban las comunicaciones codificadas de las SS. Una fuerte denuncia de los crímenes por parte de los aliados, según Breitman, habría constituido un serio obstáculo a la aplicación de la «solución final», pero no tuvo lugar (Cf. «Il silenzio degli alleati: La responsabilità morale di inglesi e americani nell´Olocausto ebraico», Mondadori, 1999). --En su libro, usted dedica dos capítulos al radiomensaje de Pío XII en 1942. ¿Podría explicarnos por qué es tan importante ese radiomensaje? --Giovanni Sale: El radiomensaje navideño de Pío XII de 1942, dedicado a la pacificación de los Estados, presentando la ley moral y natural como criterio para la refundación de un nuevo orden entre las nacionales, es uno de los actos más significativos y al mismo tiempo más controvertidos del pontificado del Papa Eugenio Pacelli. En el momento en que fue pronunciado, tuvo un eco enorme en todos los continentes y fue escuchado y apreciado incluso fuera del mundo católicos. Periódicos y revistas de diferente orientación cultural y política publicaron amplios pasajes y comentarios, en la mayoría de los casos benévolos. Fue diferente la acogida que depararon al mensaje papal los gobiernos y el mundo de la diplomacia: fue acogido con abierta hostilidad por las potencias del Eje, en particular por Alemania, y con abierta frialdad por las aliadas, en particular por los ingleses. En él, el Papa no sólo repudiaba el nuevo «orden europeo» que el nacionalsocialismo pretendía realizar, sino que condenaba explícitamente las atrocidades de la guerra, ya sea los bombardeos en alfombra efectuados por los aliados sobre las ciudades alemanas, ya sea las atrocidades realizadas por los alemanes contra civiles inocentes. En particular, el Papa denunciaba el exterminio de los judíos europeos: «Este deseo de paz --decía el Papa-- la humanidad lo debe a los centenares de miles de personas que, sin culpa alguna, en ocasiones sólo por razones de nacionalidad o estirpe, son destinados a la muerte o que son dejados morir progresivamente». Si este pasaje del radiomensaje pasó prácticamente ignorado en la prensa internacional, no sucedió así en el caso de la atenta censura nacionalsocialista. El ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Joachim von Ribbentrop, encargó inmediatamente al embajador alemán ante la Santa Sede que informara al Papa sobre la posición del gobierno alemán: «Por algunos síntomas da la impresión que el Vaticano está dispuesto a abandonar su actitud normal de neutralidad y a tomar posiciones contra Alemania --dice el comunicado--. A usted le corresponde informarle que en tal caso Alemania no carece de medios de represalia». --¿Qué pensaba el propio Papa sobre el contenido del mensaje navideño de ese año? ¿Estaba convencido de haber denunciado al mundo los horrores de la guerra, de la deportación y de la masacre de poblaciones inocentes, como los judíos? --Giovanni Sale: Por las relaciones de los embajadores de los países aliados, parece que sí: el Papa estaba totalmente convencido de haber cumplido hasta el final con su deber ante Dios y ante el tribunal de la historia. En una carta del 30 de abril, dirigida al arzobispo de Berlín, monseñor K. von Preysing, escribe con tono sereno que «ha dicho una palabra sobre lo que se está haciendo actualmente contra los que no son arios en los territorios sometidos a la autoridad alemana. Fue una breve mención pero fue bien comprendida». También con el director de «Civiltà Cattolica» Pío XII hizo referencia al mensaje navideño, en el que evidentemente descargó su corazón y su conciencia de pastor: «El Santo Padre --refiere el padre Martegani-- habló ante todo de su reciente mensaje navideño, que parece haber sido bien acogido en general, a pesar de que fuera ciertamente más bien fuerte». El Papa, por tanto, estaba «subjetivamente» convencido de haber denunciado ante el mundo lo que estaba sucediendo a los que no eran arios en los territorios sometidos a la autoridad alemana, de haber hablado «fuerte» contra los horrores de la guerra y, en particular, contra los crímenes nazis. Algunos historiadores consideran, sin embargo, que esta denuncia fue insuficiente, dictada por razones de prudencia político-diplomática y no tanto por sentimientos de humanidad. En todo caso, según estos intérpretes, era «objetivamente» inadecuada a la gran tragedia que estaba teniendo lugar en el corazón de Europa. La actitud de «prudencia» por la que había optado la Santa Sede durante la guerra ante los beligerantes se reveló sobre todo en ese momento, comentan estos historiadores, inadecuada, insuficiente para responder a las graves exigencias del momento. El mundo civil, según ellos, se esperaba del Papa, suprema instancia moral y espiritual del Occidente cristiano, no tanto palabras «prudentes», «equilibradas», incluso justas, sino más bien «palabras de fuego» a la hora de denunciar las violaciones de los derechos humanos, a pesar de que esto pusiera en peligro la vida de innumerables católicos, tanto clérigos como laicos, que vivían en los territorios del Reich. De este modo, el Papa hubiera realizado su elevada misión profética. Desde mi punto de vista, este juicio histórico sobre la acción de Pío XII es excesivamente simplista a nivel de los hechos históricos, e injusto desde el punto de vista subjetivo. No tiene en cuenta las reales dificultades del momento histórico en el que se desarrolló la labor del pontífice y, al mismo tiempo, prescinde totalmente de la sensibilidad y cultura del Papa Pacelli. Algunos historiadores hablan del Papa y del papado de manera abstracta, ideológica, sin considerar el hecho de que el «ministerio petrino» se concreta a nivel histórico en la persona de individuos particulares, con sus virtudes y sus límites humanos, y que la Iglesia en su acción concreta, al igual que todas las instituciones que tienen una larga tradición, mira al pasado y al mismo tiempo al futuro, así como a las necesidades y urgencias de presente. He tratado de demostrar que Pío XII estaba «subjetivamente» convencido de haber hablado «fuerte». Pensaba que la manera en que había expresado su denuncia era la más adecuada, la más justa para aquel momento particular. Estaba convencido de haber dicho «todo» y «claramente» y de haberlo hecho de una manera que no expusiera a las represalias nazis a los fieles católicos que vivían en los territorios del Reich y a los judíos. Para él, este era un punto de máxima importancia al que hubiera sacrificado cualquier otra cosa, como dijo con claridad tanto durante la guerra como inmediatamente después. En definitiva, se puede discutir hasta el infinito sobre el hecho de que la denuncia del Papa fuera adecuada o no a la gravedad del momento, y sobre esto se pueden tener legítimamente a nivel histórico posiciones diferentes. Ahora bien, no se puede decir, como hacen algunos «propagandistas», que el Papa se «calló» conscientemente ante lo que estaba sucediendo a los judíos, por ser filonazi o simplemente por falta de sensibilidad a causa del antijudaísmo o antisemitismo.