sábado, 27 de enero de 2018

DESTELLOS PATAGÓNICOS (18) Las vacas vienen marchando


LAS VACAS VIENEN MARCHANDO 23 de septiembre de 2017 LAS VACAS VIENEN MARCHANDO Las vacas vienen marchando por Sergio Pellizza Una llovizna continua y persistente, intercalada con escarchilla y viento sur, mantiene inactiva la tropa de chatas en el comienzo del valle, en ese mayo de 1905. Se habían detenido al final de un ancho cañadón cerca de la precordillera, en proximidades del lago posadas noroeste de la provincia de Santa cruz. El lugar por suerte tiene buenos pastos y abundante leña. Armado el campamento, los carreros junto a un gran fuego se disponen a arreglar sogas, tomar mate y contando verdades y mentiras esperan que el tiempo mejore. De repente se escucha a lo lejos como un sonido distinto. Zoilo un viejo carrero dice al grupo. -Hagan silencio y escuchen. - Es un ruido distinto al viento, al de nuestros animales, al crepitar del fuego… José, Un joven paisano se para en un carretón como para oír mejor. La nieve que comienza a caer dentro de sus efectos, amortigua los ruidos lejanos o los altera no permite definir en los oídos de José de que se trata. En un momento el viento, como deseando cooperar se reorientó un poco hacia el noroeste y permitió a José definir mejor lo que escuchaba. -¡Escuchen ¡ el ruido se acerca, parecen mugidos y gritos de arreos… Al fin, a la vuelta del cerro desde el oeste, aparece la punta de un arreo, precedido 50 metros adelante por un jinete que entre gritos y revoleo de poncho trata de indicar el rumbo a la vacada (conjunto de vacas). Venían del noroeste. Parecía que pasarían de largo cerca del campamento que estaba en silencio y solo brillaban las llamas de los fogones, difícilmente visibles desde lejos. Zoilo el más experimentado carretero del grupo dice. -No nos vieron capataz. -No los vamos dejar seguir de largo. – Todos sabemos que los reseros solo con sus caballos no pueden llevar lo necesario como para enfrentar una tormenta como esta. -Cierto Zoilo, dijo el capataz y de inmediato dispuso un par de jinetes para alcanzar el arreo y ofrecerles ayuda. El encargado del arreo, Villegas, llega al campamento para aceptar el ofrecimiento. A las apuradas toma unos mates cerca del fogón. Cuenta que vienen desde el Chubut traen unos mil animales, unos 300 los dejaran en Deseado para engorde y el resto seguirá para Punta Arenas. Las semanas de marcha habían tranquilizado a los animales, bastante chúcaros (animales rebeldes) al comienzo hasta que la fatiga del andar los puso más manejable… Después de dar las gracias se fue a acomodar los bovinos en la proximidad del campamento. El espacio elegido para la ronda era de terreno parejo de unos 300 por 300 metros. No había corral así que cuatro rondines tenían que circular en sentidos opuestos para mantener la vacada unida. Eran relevados cada dos horas. La llovizna mezclada con agua nieve arrecia de a momentos. Los rondines circulando a 10 metros entre sí. Cada uno marcha al tranco o al galope según se necesite, apenas se ven cuando se cruzan y a la voz de: ¡todo bien¡ continúan lo que les parece un eterno circular. El frio es intenso. El ganado se aprieta dándose calor y está tranquilo. De repente, sin que algo sea escuchado o visto, todo el arreo comienza a mugir e inquietarse. Los rondadores extreman sus cuidados para evitar la dispersión. Ya son permanentes sus gritos y silbidos y las vueltas se hacen al galope. Ante este batifondo el resto de los arreadores que están descansando rápidamente se agregan al grupo de rondines. Todos tratan de mantener el ganado contenido. No es posible contener nada, las vacas olfatearon pumas en las cercanías y el terror instintivo se hizo presente. Se ve que hacía tiempo venían siguiendo el rebaño pero sin atreverse a atacar por temor a los hombres y sus rifles con balas mucho más rápidas que el más ágil de sus saltos. Un par se habían introducido en la vacada, que parecía enloquecer más y más a cada instante. De pronto se produjo lo más temido. ¡la estampida¡. Cientos de toneladas de carne atropellando en una sola dirección, arrasando todo a su paso, incluyendo a los pumas que fueron pisoteados. La estampida paso cerca del campamento de carretones, rozando un par sin producir mayores daños. La estampida continuo su loca carrera manteniendo su formación de huida solo algunos se dispersaron. Loa arrieros con el encargado de la vacada Villegas al frente galopan a galope tendido a los flacos de la tromba. Debían colocarse como a 40 metros a la cabeza de la estampida silbando y dando gritos de apaciguamiento y si un grupo se dispersa volverlo al redil cuando se detenga por cansancio. Ya pronto amanecerá y disminuirá el peligro. Al fin, ya claro el día, la totalidad del rebaño agotado se detiene, produciendo su propia neblina con el resoplar de sus alientos. Solo un par de vaquillonas fueron atacadas por los pumas que tuvieron que huir ante la presencia del hombre y sus veloces balas. Los animales heridos fueron sacrificados para hacer un espectacular asado. Una verdadera delicia, sobre todo para los carreros que tenían su alimentación básica en la carne de cañón. Pasado el susto junto con la tormenta, los carreteros y arrieros decidieron tomarse un merecido día de descanso. Todos hombres y animales lo necesitaban. A la maña siguiente, churrasquearon juntos los restos del asado y cada uno siguió su camino… “En las arenas bailan los remolinos. El sol brilla en el pedregal, y prendido a la magia de los caminos, el arriero va, el carretero va… Un degüello de soles muestra la tarde, se han dormido las luces del pedregal, y animando la tropa, dale que dale, el arriero va, el arriero va, el carretero va…” Atahualpa Yupanqui. 23 septiembre 2017