sábado, 27 de enero de 2018

DESTELLOS PATAGÓNICOS (20) Saber esperar


SABER ESPERAR 17 de septiembre de 2017 SABER ESPERAR Saber esperar Por Sergio Pellizza Las indicadores naturales, para quien sabe entenderlos, estaban informando un invierno duro ese año 1906. La formación en ángulos agudos de 30 a 40 avutardas volaba hacia el noreste. Normalmente se iban a mediados de junio. Ese año había comenzado temprano la migración. Toda la fauna del lugar, avestruces, guanacos seguía el sabio consejo del vuelo de las aves que les indicaban el rumbo hacia el noreste. En plena meseta, una tropa de casi 20 carros entre chatas carretas y caballos también marchaba, por la senda, tratando apurar su marcha, aunque ya casi habían perdido la esperanza de llegar a zonas más protegidas, lejos de los traicioneros cañadones donde la nieve arremolinada podía tener hasta 3 metros de altura. Eran muchas leguas pero no había vuelta atrás. Igual apuraban el paso antes que los alcanzara la nevazón. El aviso de las aves les llegó tarde, ya estaban en camino. Pasada la media tarde ya convencidos de que no podrían llegar a zona esperada en el día. El jefe de tropa decidió suspender la marcha y acampar. Los más veteranos carreros estuvieron de acuerdo. Largaron la caballada de tiro para que se secara el sudor y pastaran lo que pudieran antes del temporal. Dos horas después cuando ya los fogones ardían en el campamento, comenzaron a caer los primeros copos… Del sur avanzaba con impaciente lentitud un arreo de más de 1000 ovejas, y se notaba que trataban de ganar tiempo por los nutridos gritos de los arreadores, los silbidos y el ladrar de los perros. Pronto la caída de nieve se hizo tan tupida que resultaba imposible mantener el rumbo y el cuidado de la hacienda. Era un suicidio acampar en ese lugar, un traicionero cañadón. Por eso seguían tratando de salir de esa trampa. Cuando ya tenían resuelto abandonar el arreo y dirigirse con sus caballos a buscar refugio en lugar más alto, avistaron a las tropas de carros acampados a orillas de la senda. Fueron recibidos con la natural hospitalidad de esta tierra. También les hicieron saber que en cuanto pasara el primer golpe de nieve, los carreros tratarían de abrir paso con la caballada hasta la majada y salvar del arreo lo que fuera posible. Antes de las 5 de la tarde la oscuridad era casi total y la nieve seguía cayendo silenciosa y en grandes copos. Solo había que esperar. Se había hecho lo que se podía. Esto no deprimió ni alteró el ánimo de estos hombres de temple que cumplida su tarea, comenzaron a disfrutar del calor del fuego, muchos mates circulando, alguna guitarra sonando. En esta noche dentro de su precariedad tenían lo necesario y en lugar de añorar lo que no poseían, disfrutaban a pleno lo que sí tenían. La naturaleza les había enseñado bien. A la mañana siguiente, la nevazón que no había cesado en toda la noche, continuaba aun con regular intensidad. Se habían agregado vientos arremolinados y la visibilidad era muy escasa. La nieve acumulada alcanzaba los 40 centímetros. En estas condiciones no se podía hacer otra cosa que esperar y el hombre de la Patagonia sabia hacerlo. También sabía que siempre hay que acompañar a la naturaleza, jamás violentarla o enfrentarla. Recién después de media noche dejo de nevar. El cielo, como si lo hubieran barrido y pulido dejo ver su limpia profundidad colmada de brillantes estrellas. La caballada no había sufrido mucho, ni se había retirado del lugar. También se habían podido alimentar algo, escarbando con sus patas delanteras la nieve que cubría los coirones y matorrales comestibles. Amaneció completamente despejado y frio. A la luz del sol todo parecía tener mejor aspecto, así que se todos se dedicaron a tratar de llegar a las ovejas. El grueso del arreo se hallaba bloqueado, literalmente tapado por más de dos metros de nieve, habían buscado refugio en la hondonada del cañadón. Debían ser rescatados pronto, pues de lo contrario, en caso de nuevas probables nevadas, no serian encontrados hasta la próxima primavera. En esta situación grupos de animales en escasa cantidad, totalmente cubiertos por la nieve, suelen aguantar varias semanas con vida. El calor de sus cuerpos les hace formar una especie de caverna de nieve. Respiran el aire entre los copos de nieve, y además la porosidad de la misma permite la filtración y renovación en forma suficiente para vivir. Los matorrales en los cuales han buscado refugio antes de ser tapados, ahora ablandados por la humedad, les sirven de alimento y ellos comen hasta el tronco y las raíces. También se comen la lana entre sí. Para localizarlos, aprovechando el día de sol, observaban atentamente a regular distancia la superficie de la nieve helada, y en los lugares donde emergía una especie de evaporación hacia el aire, era un indicio seguro de que había ovejas enterradas bajo la capa de nieve. El calor de los cuerpos producía la evaporación y la señal de su ubicación. A media mañana fueron vistas las primeras columnas de vapor comenzaron las acciones de rescate. Primero debían abrir una brecha en la nieve con la caballada de casi 3 km de distancia hasta el campamento y luego arriarlas. Casi 10 horas tardó el grupo principal abriendo sendero entre el campamento y el filo de la meseta donde comenzaba la pendiente hacia los bajos. Bajaron siguiendo los filos más castigados por los viento, porque en ellos la nieve acumulada era menos, mientras que en los cañadones la nieve era tan alta que no permitía a los caballos avanzar abriendo sendero. A las 5 de la tarde ya era de noche y hubo que dejar la tarea para el día siguiente. De mañana cuando hubo suficiente luz comenzaron de nuevo la tarea y a media tarde ya está rodeando el campamento lo que se pudo salvar de la majada. De ahora en más solo había que esperar, posiblemente hasta la primavera. Por suerte un tercio de la carga de los carretones era leña para la costa, el resto algo de forraje y cueros- Además tenían como 800 ovejas para proveer carne fresca y el don de saber esperar como atributo natural del hombre de la Patagonia.

DESTELLOS PATAGÓNICOS (19) Lectura viva de un cuadro


LECTURA VIVA DE UN CUADRO 18 de septiembre de 2017 LECTURA VIVA DE UN CUADRO Por Sergio Pellizza El cuadro es un galpón de esquila en plena tarea, está colgado en la pared del salón de una importante estancia de la zona y está fechado en 1925. Si nos acercamos en silencio por el ángulo inferior izquierdo del marco, veremos como una pequeña puertita que nos permite entrar. Está cerrada. La abrimos despacito y espiamos por el pequeño ángulo de visión que nos permite la puerta entornada. Se ve muy poco pero, se puede cuchar el ruido del motor de las tijeras mecánicas cuyas cortadoras se mueven tan rápido que se tornan invisibles. Abrimos un poquito más la puerta y no vemos mucho más, pero si recibimos como una bofetada en la cara. Olor a nafta, aceite quemado, estiércol y orina de los animales, sudor, grasa y lana recién cortada. El balido tristón de miles de ovejas y corderos mezclados que se llaman entre si mutuamente, en medio de ese tremendo revoltijo, gritos de hombres y ladridos de perros. Ruido de pesuñas en los pisos de madera. Latas con piedras en su interior que son agitadas para que su bochinche haga mover a las aturdidas ovejas. Abrimos más la puerta. -¿Nos animamos a entrar? En un arranque de curiosidad, lo hacemos despacio, sin temor a ensuciarnos el calzado en la basura del piso… Al entrar, el cuadro parece cobrar vida. Los 25 a 30 hombres que trabajan en las distintas tareas, reflejan cansancio, mal humor y suciedad en sus rostros que levantan en nubes el movimiento de las ovejas. Podemos ver los peones encargados de hacer entrar los animales al brete contiguo al galpón de esquila, chorreando sudor con tierra gritan, empujan a las ovejas que se resisten a hacerlo. Los peones agitan los tachos con piedras, azuzan a los perros que aumentan sus ladridos, se suben a las ovejas apiñadas, les ladran cerca de las orejas y amenazan morderlas, pero sin hacerlo. Al fin, después de obstinada resistencia entran al brete. Los peones embretadores cierran el lienzo. Ellos y los perros respiran aliviados, fin de un ciclo. Tendrán unos minutos de descanso. Luego comienzan a juntar nueva hacienda para tenerla a mano porque el brete que terminan de llenar comienza a vaciarse de animales rápidamente, debido al veloz trabajo de los esquiladores. Observando mejor vemos a dos hombres a la salida del brete en el galpón, que llevan colgando del cuello varias tiras de cuero crudo como chalinas que utilizan para manear las ovejas y dejarlas al lado del esquilador. Aparecen en la puerta, toman una oveja por la pata y se pierden con ella en el interior del galpón. Con veloz maestría las manean de las cuatro patas y las dejan tendidas cerca del esquilador y sus afiladas tijeras mecánicas. Este, antes de terminar la que está esquilando le pega una rápida mirada y ya sabe si es de las fáciles o difíciles y en unos segundos sabe cómo encarar la esquila. Entretanto los agarradores salen en busca de nuevas ovejas lanudas, y así sigue su vaivén pesado que dura ese cuarto de trabajo. Después de un breve descanso que permite al esquilador descontracturarse de la incómoda posición y dar un respiro al resto del personal, se trabajan 3 cuartos más de dos horas hasta completar las 8 horas de la jornada. Un buen esquilador puede llegar a completar 150 animales. Al meternos más en el cuadro vemos otros actores. El playero, se acerca rápidamente al esquilador levanta el vellón que este termina de sacar como un suéter al animal, al mismo tiempo que le entrega la ficha por haber esquilado un animal más, a la vez que le grita lata, y se la coloca en un tarrito que el esquilador tiene colgado cerca de sí. De inmediato el playero toma el vellón recién sacado y corre a colocarlo en la mesa del embellonador. Apenas cae el vellón sobre la mesa este lo envuelve como formando una pelota atado con un hilo y se lo pasa a los prenseros. El trabajo de los prenseros es quizás el más pesado de la esquila. Los vellones que se van amontonando al lado de la prensa son puestos en dos cajones superpuestos y pisados para que quepan la mayor cantidad posible hasta llenarlo. Cuando los dos cajones están llenos de lana bien apisonada, un aparejo levanta el cajón móvil y lo coloca sobre el otro de manera que queden los dos encimados como si fueran uno solo. Luego actúan los criques dando presión hasta que el volumen se contrae a la medida de un solo cajón. Se abre la puerta lateral y ya está listo el fardo de lana para el transporte, normalmente hasta la costa donde es embarcado directamente a Gran Bretaña o alguna hilandería europea que lo procesa… Lentamente sin hacer ruido vamos camino a la puerta de salida del cuadro… La trasponemos despacio y como cuando entramos los ruidos, los olores se van desvaneciendo…Los movimientos lentificando… Solo queda nuestra vivencia estampada en nuestra mente y el cuadro vuelve a ser una inmóvil pintura al oleo, colgada en la pared del salón de esa estancia de la zona. 18 septiembre 2017

DESTELLOS PATAGÓNICOS (18) Las vacas vienen marchando


LAS VACAS VIENEN MARCHANDO 23 de septiembre de 2017 LAS VACAS VIENEN MARCHANDO Las vacas vienen marchando por Sergio Pellizza Una llovizna continua y persistente, intercalada con escarchilla y viento sur, mantiene inactiva la tropa de chatas en el comienzo del valle, en ese mayo de 1905. Se habían detenido al final de un ancho cañadón cerca de la precordillera, en proximidades del lago posadas noroeste de la provincia de Santa cruz. El lugar por suerte tiene buenos pastos y abundante leña. Armado el campamento, los carreros junto a un gran fuego se disponen a arreglar sogas, tomar mate y contando verdades y mentiras esperan que el tiempo mejore. De repente se escucha a lo lejos como un sonido distinto. Zoilo un viejo carrero dice al grupo. -Hagan silencio y escuchen. - Es un ruido distinto al viento, al de nuestros animales, al crepitar del fuego… José, Un joven paisano se para en un carretón como para oír mejor. La nieve que comienza a caer dentro de sus efectos, amortigua los ruidos lejanos o los altera no permite definir en los oídos de José de que se trata. En un momento el viento, como deseando cooperar se reorientó un poco hacia el noroeste y permitió a José definir mejor lo que escuchaba. -¡Escuchen ¡ el ruido se acerca, parecen mugidos y gritos de arreos… Al fin, a la vuelta del cerro desde el oeste, aparece la punta de un arreo, precedido 50 metros adelante por un jinete que entre gritos y revoleo de poncho trata de indicar el rumbo a la vacada (conjunto de vacas). Venían del noroeste. Parecía que pasarían de largo cerca del campamento que estaba en silencio y solo brillaban las llamas de los fogones, difícilmente visibles desde lejos. Zoilo el más experimentado carretero del grupo dice. -No nos vieron capataz. -No los vamos dejar seguir de largo. – Todos sabemos que los reseros solo con sus caballos no pueden llevar lo necesario como para enfrentar una tormenta como esta. -Cierto Zoilo, dijo el capataz y de inmediato dispuso un par de jinetes para alcanzar el arreo y ofrecerles ayuda. El encargado del arreo, Villegas, llega al campamento para aceptar el ofrecimiento. A las apuradas toma unos mates cerca del fogón. Cuenta que vienen desde el Chubut traen unos mil animales, unos 300 los dejaran en Deseado para engorde y el resto seguirá para Punta Arenas. Las semanas de marcha habían tranquilizado a los animales, bastante chúcaros (animales rebeldes) al comienzo hasta que la fatiga del andar los puso más manejable… Después de dar las gracias se fue a acomodar los bovinos en la proximidad del campamento. El espacio elegido para la ronda era de terreno parejo de unos 300 por 300 metros. No había corral así que cuatro rondines tenían que circular en sentidos opuestos para mantener la vacada unida. Eran relevados cada dos horas. La llovizna mezclada con agua nieve arrecia de a momentos. Los rondines circulando a 10 metros entre sí. Cada uno marcha al tranco o al galope según se necesite, apenas se ven cuando se cruzan y a la voz de: ¡todo bien¡ continúan lo que les parece un eterno circular. El frio es intenso. El ganado se aprieta dándose calor y está tranquilo. De repente, sin que algo sea escuchado o visto, todo el arreo comienza a mugir e inquietarse. Los rondadores extreman sus cuidados para evitar la dispersión. Ya son permanentes sus gritos y silbidos y las vueltas se hacen al galope. Ante este batifondo el resto de los arreadores que están descansando rápidamente se agregan al grupo de rondines. Todos tratan de mantener el ganado contenido. No es posible contener nada, las vacas olfatearon pumas en las cercanías y el terror instintivo se hizo presente. Se ve que hacía tiempo venían siguiendo el rebaño pero sin atreverse a atacar por temor a los hombres y sus rifles con balas mucho más rápidas que el más ágil de sus saltos. Un par se habían introducido en la vacada, que parecía enloquecer más y más a cada instante. De pronto se produjo lo más temido. ¡la estampida¡. Cientos de toneladas de carne atropellando en una sola dirección, arrasando todo a su paso, incluyendo a los pumas que fueron pisoteados. La estampida paso cerca del campamento de carretones, rozando un par sin producir mayores daños. La estampida continuo su loca carrera manteniendo su formación de huida solo algunos se dispersaron. Loa arrieros con el encargado de la vacada Villegas al frente galopan a galope tendido a los flacos de la tromba. Debían colocarse como a 40 metros a la cabeza de la estampida silbando y dando gritos de apaciguamiento y si un grupo se dispersa volverlo al redil cuando se detenga por cansancio. Ya pronto amanecerá y disminuirá el peligro. Al fin, ya claro el día, la totalidad del rebaño agotado se detiene, produciendo su propia neblina con el resoplar de sus alientos. Solo un par de vaquillonas fueron atacadas por los pumas que tuvieron que huir ante la presencia del hombre y sus veloces balas. Los animales heridos fueron sacrificados para hacer un espectacular asado. Una verdadera delicia, sobre todo para los carreros que tenían su alimentación básica en la carne de cañón. Pasado el susto junto con la tormenta, los carreteros y arrieros decidieron tomarse un merecido día de descanso. Todos hombres y animales lo necesitaban. A la maña siguiente, churrasquearon juntos los restos del asado y cada uno siguió su camino… “En las arenas bailan los remolinos. El sol brilla en el pedregal, y prendido a la magia de los caminos, el arriero va, el carretero va… Un degüello de soles muestra la tarde, se han dormido las luces del pedregal, y animando la tropa, dale que dale, el arriero va, el arriero va, el carretero va…” Atahualpa Yupanqui. 23 septiembre 2017

DESTELLOS PATAGÓNICOS (17) El nuevo camino hecho al andar


EL NUEVO CAMINO HECHO AL ANDAR 22 de enero EL NUEVO CAMINO HECHO AL ANDAR Por Sergio Pellizza Lisandro venia desde muy lejos, muy enfermo del cuerpo y el alma. Su jet privado aterrizó suavemente sobre la tersa superficie de concreto asfaltico, en el aeropuerto de El Calafate. Sintió algo muy especial en este contacto de neumáticos y suelo. No sabía que era, pero sí se daba cuenta de que algo estaba ocurriendo. Sus dolores de crónicas enfermedades que venía sufriendo desde hacia tiempo, se atenuaron un poco. El aerodinámico pájaro de metal carreteó hasta la plataforma de estacionamiento. Apenas se abrió la puerta sintió la áspera caricia del viento del oeste en su cara. Comenzó a descender la escalerilla, observando la limosina que lo esperaba a un centenar de metros. El personal del aeropuerto le hizo señas de que se acercara. No bien puso los pies en el piso, noto como una vibración que venía desde abajo. Dispersó el conjunto de cifras y grafica que ocupaba su cerebro y como si se abriera una puerta en su mente sintió el mensaje…- Camina Lisandro camina…siente la energía de esta tierra que te llega mucho más hondo, que de este superficial de cemento. –Viniste a buscar paz aquí y la encontrarás siempre que permitas el contacto. Levantó la mano derecha e hizo la señal de alto al vehículo que se aproximaba. Caminó sobre el cemento, abriéndose a esa sensación…siguió caminando hasta el fin de la plataforma y pisó el ripio de la tierra sin ninguna cobertura. Sintió más fuerte la sensación de la tierra, más intenso el mensaje… Camina, Lisandro camina. El viento fuerte no lo acariciaba, más bien lo abofeteaba, como queriendo de despertarlo. También le decía en tono más fuerte, camina, Lisandro camina sigue la trayectoria del sol poniente que te llevará hacia el oeste. No permitas ninguna ayuda de los que te acompañan…Seguramente piensan que estas medio loco. Déjalos, nunca entenderán que los locos son ellos. Lisandro siguió caminando a campo traviesa. Cada pisada de piedra le contaba en lo que dura un paso su historia de muchos millones de años. Así fue entendiendo e incorporando que el paisaje, no se había construido por un golpe de suerte, como se construye una fortuna en la bolsa de valores. La naturaleza había tenido paciencia, paciencia de muchos millones de años. Cuando tuvo sed, siempre había un manantial que le brindaba el agua más pura que había bebido jamás. Cuando apareció el hambre, unos arbustos espinosos le ofrecieron unas pequeñas bolitas del tamaño de un garbanzo, de intenso color violeta muy agradables al paladar. Lisandro sigue caminando, a cada paso recibe una nueva vibración de la tierra que actúa como un cálido masaje. A cada instante sus dolores disminuyen. Si no pensaba en ellos no atraían hacia el ningún padecimiento. El horizonte hacia el poniente ofrece el abanico de rojos más brillante y variado que jamás vieron sus ojos. Luego lentamente desaparecen. Entonces el cielo se puebla de brillantes estrellas, como si la noche fuera perforada, y le fuera permitido ver la luz total por los agujeros. Sintió un saludable cansancio y se durmió, sin sentir dolor ni frio al solo abrigo de una mata negra. Cuando despertó entendió todo. La paz es muy simple, lo difícil es ser simple. También comprendió que la felicidad transitaba por el mismo camino.; que era justamente el que estaba haciendo al andar. Sergio Pellizza 22 Enero 2017