viernes, 24 de mayo de 2013

"CAMBIAR EL MUNDO SIN TOMAR EL PODER" Libro de JHON HOLLOWAY (Comentario)


John Holloway John Holloway (nacido en 1947 en Dublín, Irlanda) es considerado en el ámbito académico como un sociólogo y filósofo del marxismo autónomo. Sin embargo, él nunca se ha definido ni como sociólogo, ni como filósofo, ni como historiador, ni estrictamente como autonomista. Ha considerado su teoría, no como componente de una disciplina académica, sino como contribuciones a la "teoría del cambio social" que para él está constituida en gran parte por el marxismo. Ha desarrollado su pensamiento en cercanía con el zapatismo en México, donde ha vivido desde 1991. Es abogado, doctor en ciencias políticas egresado de la Universidad de Edimburgo y diplomado en altos estudios europeos en el College d'Europe. Desde 1972 es profesor en el Departamento de Política de la Universidad de Edimburgo y, actualmente, profesor del Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales en la Universidad Autónoma de Puebla, México. Su libro del 2002, Cambiar el mundo sin tomar el poder, ha sido objeto de mucho debate. Sostiene que la posibilidad de la revolución está no en la toma del Estado, sino más bien en los actos diarios de rechazo y organización contra la sociedad capitalista, lo que es llamado antipoder (que él diferencia de contrapoder). Esto ha suscitado el interés de los anarquistas socialistas así como de marxistas libertarios por la cercanía a sus propuestas. Como consecuencia del debate surgido publicó posteriormente Contra y más allá del Capital el cual incluye correspondencia con autores como Michael Löwy y un prólogo por Raúl Zibechi. http://www.herramienta.com.ar/debate-sobre-cambiar-el-mundo/el-grito-de-nosotros-que-todavia-queremos-vivir-una-vida-humana El grito de nosotros que todavía queremos vivir una vida humana Gerardo Ávalos Tenorio Comentarios al libro de John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, Buenos Aires: Herramienta / Universidad Autónoma de Puebla, tr. Marcela Zangaro, 2002, 320 pp. La primera impresión que me causó este nuevo libro de John Holloway fue de perplejidad y tiene que ver con el título: "Cambiar el mundo". ¿De qué cambio y de qué mundo nos habla Holloway? Cada palabra de esta expresión encierra, en verdad, un nudo problemático serio. De hecho, hay cambios cotidianos; hay otros de mayor duración; hay cambios internos (transustanciación) y cambios de posición (traslación). "Cambiar el mundo" no sólo parece una tarea gigantesca sino, en verdad, fuera del alcance de los dominados, excluidos, víctimas, oprimidos, subalternos, o como se quiera denominar a quienes, en una relación de poder, juegan el papel de la obediencia, al menos en un primer momento. "Cambiar el mundo", si por mundo se entiende "horizonte de sentido" o bien "mundo de la vida" (eticidad), no es imposible, claro está: lo vivimos de manera cotidiana. El mundo está cambiando de manera sensible pero como resultado de la renovación del mando del capital. El cambio ha llegado a tal grado que, al menos en el discurso dominante, se le presenta como resultado del agotamiento de formas de vida basadas en los grandes relatos y en el proyecto de la Ilustración, es decir en el discurso de la Razón. El cambio del mundo se presenta no como uno sino como múltiples cambios en todos los órdenes (la vida cotidiana, las relaciones amorosas, la vida íntima, el mundo del trabajo, las nuevas formas de socialidad inmediata, el reordenamiento del planeta en grandes bloques de comercio y producción, etcétera) con poca o ninguna relación con el capital. Hablar, pues, de cambiar el mundo, en relación con la forma social que el capital implica, es un desafío que no muchos se atreven a sustentar en el presente. John Holloway lo hace pero no sólo como un aporte epistemológico para la mejor comprensión de la lógica que dirige el cambio del mundo hoy. Lo hace sobre todo ubicando el poder de cambiar el mundo no en el capital sino en el trabajo o, para ser más precisos, en quienes han sido expropiados de sus cualidades creativas. Esta cuestión se abre cuando tomamos en cuenta la segunda frase del título: "sin tomar el poder". La perplejidad continúa porque, al menos en una primera impresión, surge la duda de lo que entiende el autor por "poder". Por supuesto, se trata de una provocación, porque las cosas se aclaran cuando se lee el libro. "Sin tomar el poder" inmediatamente conduce a pensar en el poder político, concretamente en el aparato de Estado, en el ejército, la policía, las instituciones para legislar, para juzgar y castigar y, por supuesto, para gobernar al Estado. "Cambiar el mundo sin tomar el poder", puesto así como enunciado en el título del libro, parece más un enigma o un desafío. También puede ser interpretado como un imperativo ético, lo cual significaría que Holloway nos invita a actuar de tal manera que nos situemos por fuera de la tradición que asumió el poder político como el núcleo organizativo de los pueblos. Y esa tradición no es moderna. La centralidad del poder político en la estructuración de un pueblo en cuanto unidad estaba representada en las monarquías antiguas, incluso en las formas más arcaicas de organización comunitaria[1]. En la tradición occidental el poder político es el punto de remate que articula la de otra manera dispersa caterva de familias. En suma, situarse dentro pero, simultáneamente, fuera de esta tradición es una de los grandes desafíos éticos que adopta Hollowya. En este nivel ético "cambiar el mundo sin tomar el poder" parece ser uno de los legados de Jesús de Nazareth: él no pretendía la revuelta liberadora de su pueblo contra el imperio romano y mucho menos la conquista del poder imperial por la vía de las armas. Lo que quería era algo más profundo y, sobre todo, más duradero: invertir la relación tradicional entre Dios y los seres humanos: el hombre no fue hecho para el Sábat sino el Sábat para el hombre. Y ello, llevado al extremo significo identificar a Dios con el amor al prójimo y al extraño, es decir, con el amor universalizado y vivido de manera cotidiana. Pues bien, el título del trabajo de Holloway me refiere, inevitablemente, a esta actitud religiosa o mítica, por supuesto no en un sentido peyorativo sino éticamente relevante y sumamente actual[2]. El subtítulo allana el camino: "El significado de la revolución hoy". Aunque las perplejidades no se agotan este subtítulo es inequívoco: se trata de hacer una revolución que no repita el patrón de las revoluciones modernas de los siglos XVII y XVIII, pero sobre todo, que no reproduzca las revoluciones socialistas del siglo XX que, como todos sabemos, terminaron mal. La segunda impresión que me generó el libro de Holloway ya no tiene que ver con el título y tampoco con la perplejidad sino con el desarrollo de las ideas. Me produjo una suerte de empatía emocional percatarme de que aún en estos tiempos hay quienes siguen reivindicando, sin dogmatismos, el pensamiento crítico negativo. Pero aquí no se trata sólo de expresar afectos, emociones, impresiones y pasiones, sino de revisar ideas. Y este libro está colmado de ellas. Por ello sólo escogeré algunas que considero prominentes, a manera de temas sugerentes para invitar a la lectura de este libro tan importante, que se coloca en la tradición y a la altura de Bloch, Lukács, Sohn-Rethel, Rubin, Pashukanis, Adorno y Horkheimer. John Holloway encuentra en la enajenación y el fetichismo los ejes articuladores de su libro. Recordemos brevemente que la enajenación ha sido una de las ideas más prolíficas para conducir la crítica de la sociedad capitalista. Su desarrollo básico se encuentra, como se sabe, en los Manuscritos económico filosóficos escritos por el joven Marx en 1844 pero sólo publicados en la década de los treinta del siglo XX. El tema, sin embargo, no es originalmente marxiano sino que pertenece a Hegel. Es el filósofo idealista alemán el que expone dos dimensiones del fenómeno: la enajenación (Entfremdung) y el extrañamiento (Entäusserung) como dos modalidades de aquel fenómeno que consiste en salir de sí mismo de un aspirante a sujeto que todavía no se sabe y que, en su periplo por reconocerse, se hace extraño de sí mismo y deposita su ser en otro. Esto le pareció muy sugerente al joven Marx para comprender una sociedad emancipada, libre y de iguales, pero que seguía produciendo miseria, muerte y opresión. Él encontró el nudo de esta paradoja en el "trabajo enajenado": el trabajador se empobrece más mientras más produce. Y es que no trabaja para sí mismo ni sus productos le pertenecen; esto lo hace un ser dominado y, peor aún, deshumanizado. Esta temática del joven de 26 años no fue abandonada sino que se recuperó en los Grundrisse y, por supuesto, en El Capital. Ahí, la cuestión de la enajenación se complementa con el tema del fetichismo. Podríamos sintetizar esto último como la generación de un mundo invertido, dislocado, enloquecido. El núcleo del fetichismo no es que para el pensamiento el mundo de las cosas domine al mundo de los hombres, que los creadores obnubilen su pensamiento y se dejen dominar por sus creaciones; es algo más profundo y complejo: lo central del fetichismo es que los seres humanos, aún sabiendo que son los auténticos creadores, se comportan y actúan como si verdaderamente las cosas los dominaran. No es por idiotez o por insuficiente iluminación o por minoría de edad autoculpable, para decirlo kantianamente, que los seres humanos caen en el fetichismo. Lo saben pero lo hacen. Hacen como si la mercancía tuviera una vida autónoma y los dominara; hacen como si el dinero valiera por sí mismo; hacen como si el Estado fuera el resultado de un contrato social; hacen como si el mundo estuviera compuesto por Estados nacionales soberanos... Sí saben lo que hacen pero lo hacen ¿Por qué? Porque de otro modo se desmoronaría la forma social que no sólo quiere decir relación social sino también el conjunto de imágenes, símbolos y fantasías tranquilizadoras que dan cuerpo y consistencia a una relación social de opresión y humillación.Continuar lectura siguiendo el Link...