martes, 18 de agosto de 2015

Vivo en Argentina - La historia de amor trágico de Camila O`Gorman - 31-...

El fusilamiento de Camila O'Gorman y Uladislao Gutiérrez


El fusilamiento de Camila O'Gorman y Uladislao Gutiérrez
http://www.elhistoriador.com.ar/articulos/epoca_de_rosas/el_fusilamiento_de_camila_o_gorman_y_uladislao_gutierrez.php Foto-Telam Fuente: Felipe Pigna, Mujeres tenían que ser, Historia de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930, Buenos Aires, Planeta, 2011, págs. 302-309. Camila O’Gorman nació en 1828, el año de la ejecución de Dorrego. Era nieta de Ana Perichón, un parentesco que en la literatura se señalará como una especie de “sino trágico”. Adolfo Saldías la describe así: “Artista y soñadora, dada a las lecturas de esas que estimulan la ilusión hasta el devaneo, pero que no instruyen la razón y el sentimiento para la lucha por la vida; y librada a los impulsos de cierta independencia enérgica y desdeñosa, había llegado a creer que era demasiado estrecho el círculo fijado a las jóvenes de su época, y no menos ridículos los escrúpulos de las costumbres y las imposiciones de la moda. Continuamente se la veía dirigirse sola desde su casa a recorrer las librerías de Ibarra, La Merced o de la Independencia, en busca de libros que devoraba con ansias de sensaciones” 1. A sus 18 años se enamoró del cura de la parroquia del Socorro, el tucumano Uladislao Gutiérrez, de 24 años. De “buena familia”, Uladislao llegó a Buenos Aires con las mejores recomendaciones por ser el sobrino del gobernador de su provincia, Celedonio Gutiérrez, aliado de Rosas. Conocerá al amor de su vida gracias a Eduardo, el hermano de Camila, con quien habían hecho el seminario. Fue en una de esas famosas tertulias de los O´Gorman donde se cruzaron las miradas por primera vez y para siempre. Ni Camila ni Uladislao quisieron contener nada, reprimir lo que les venía desde las ganas, los deseos, los sueños de ser felices a pesar de los infelices de siempre que vigilan morales ajenas sin fijarse en las propias y, por todo y contra todos, decidieron fugarse la madrugada del 12 de diciembre de 1847. ¿Quién tuvo la culpa? ¿La “libertina” muchacha sospechosa para la Iglesia por el simple hecho de ser mujer y por lo tanto portadora histórica de la “tentación demoníaca” que hace sucumbir a las pobres víctimas masculinas? ¿O fue el “desleal” padre Gutiérrez quien planeó aquel terrible acto de libertinaje? Pasado un tiempo desde la huida de la pareja, el padre de Camila se creyó en la obligación de denunciar a su propia hija ante el Restaurador: “(...) para elevar a su superior conocimiento el acto más atroz y nunca oído en el país, y convencido de la rectitud de V. E. hallo un consuelo en participarle la desolación en que está sumida toda la familia. (...) pues la herida que este acto ha hecho es mortal para mi desgraciada familia. El clero en general, por consiguiente, no se creerá seguro en la República Argentina. Así, señor, suplico a V. E. dé orden para que se libren requisitorias a todos los rumbos para precaver que esta infeliz se vea reducida a la desesperación y conociéndose perdida, se precipite en la infamia (...). El individuo es de regular estatura, delgado de cuerpo, color moreno, ojos grandes pardos y medios saltados, pelo negro y crespo, barba entera pero corta, de doce a quince días; lleva dos ponchos tejidos (...). La niña es muy alta, ojos negros y blanca, pelo castaño, delgada de cuerpo, tiene un diente de adelante empezado a picar. Buenos Aires a 21 de diciembre de 1847”. 2 El provisor de la iglesia del Socorro, Miguel García, se dirige a Rosas tratando de que la cosa no trascendiera los límites del escándalo: “Un suceso tan inesperado como lamentable ha tenido lugar en estos últimos días. Mientras tanto, el suceso es horrendo y tiene penetrada mi alma al más acerbo sentimiento. Yo veo en él establecida la ruina y el deshonor, no sólo el que lo ha cometido sino también de la familia a que la joven pertenece; pero lo más lamentable es la infamia y vilipendio que trae aparejado para el Estado Eclesiástico. Por el amor que V. E. tiene a la religión (...) yo le ruego quisiera ocuparse de esta desgraciada ocurrencia, dignándose adoptar medidas que estime convenientes, para averiguar el paradero de aquellos dos inconsiderados jóvenes (...) para que su atentado tenga la menor trascendencia por el honor de la Iglesia y de la clase Sacerdotal”. 3 Pero el tono de su colega Mariano Medrano es bastante más duro y pide un castigo ejemplar: “Estamos llenos de dolor, y en medio de las angustias en que nos vemos sumergidos, no nos ocurre otro arbitrio que aquiete algún tanto nuestro corazón, que el de suplicar a V. E. el que se designe ordenar el Jefe de la Policía despachen requisitorias por toda la ciudad y campaña para que en cualquier punto donde los encuentren a estos miserables, desgraciados e infelices, sean aprehendidos y traídos, para que procediendo en justicia, sean reprendidos y dada una satisfacción al público de tan enorme y escandaloso procedimiento”. 4 Uno de los más enérgicos denunciantes del escándalo provocado por la fuga de los amantes era alguien que debería haber guardado un prudente silencio. Pero la impunidad a la que estaba acostumbrado en aquella sociedad de doble moral le daba la tranquilidad necesaria al Deán de la Catedral y director de la Biblioteca Pública, Felipe Elortondo y Palacios, a pesar de su conocido concubinato con Anastasia Díaz, su sirvienta, con quien mantuvo una larga relación por casi veinte años. Luego pasó a los brazos de María Josefa “Pepita” Gómez, a la que llamaban la canonesa, con quien tuvo una hija. El mismísimo Sarmiento desde su exilio chileno hablaba en una crónica del cura que iba con “la barragana a la sociedad íntima de Palermo, sirviendo este hecho a mil bromas cínicas en su tertulia”. 5 Es de destacar la hipocresía de este representante de la Iglesia, que se aferraba a los principios dogmáticos para condenar en otros lo que él practicaba cotidianamente y se ve que con bastante dedicación. 6 Mientras todo esto ocurría en Buenos Aires, Camila y Uladislao huían de incógnito. Su objetivo era llegar a Río de Janeiro, pero la plata no les alcanzó y debieron parar en Goya, en la provincia de Corrientes. Él se hacía llamar Máximo Brandier y ella, Valentina Desan y decían venir de Salta, donde se dedicaban al comercio. Fundaron la primera escuela de Goya en su propia casa y daban cariño, cobijo y todo lo que sabían a las decenas de gurises de la zona. Tanta era la demanda que debieron mudarse dos veces a casas más grandes para albergar a más alumnos. Intentando vivir con naturalidad su amor, el 16 de junio de 1848 fueron juntos a una fiesta y allí el cura irlandés Miguel Gannon reconoció a Gutiérrez y lo denunció al juez de Paz. Fueron detenidos y separados. A Camila la mandaron a la casa de la familia Baibiene y pocos días después, por órdenes directas del gobernador de Corrientes, Benjamín Virasoro, ambos fueron trasladados a la cárcel. En el interrogatorio se puede percibir la valentía y la claridad de Camila cuando declara: “Que si este suceso se considera un crimen lo es ella en su mayor grado por haber hecho dobles exigencias para la fuga pero que ella no lo considera delito por estar su conciencia tranquila”. 7 En un principio se pensó en traerlos a Buenos Aires. Se arregló una celda en el Cabildo para Uladislao y un lugar en la Casa de Ejercicios Espirituales para Camila, pero Rosas creyó que eso iba a complicar las cosas y ordenó que los encerraran en celdas separadas en Santos Lugares. Allí volvieron a ser interrogados y ninguno de los dos mostró el arrepentimiento que necesitaba la moralina eclesiástica, opositora y gubernamental. Ratificaron su amor en todos los términos posibles. Gutiérrez pidió por la vida de su compañera embarazada, recordando que no había ningún elemento ni en el derecho canónico ni en las leyes de las siete partidas que condenara a una mujer en ese estado a la muerte. Cuando supo que no había nada que hacer escribió por última vez en su vida a la mujer de su vida: “Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el cielo ante Dios. Te perdona y te abraza tu Gutiérrez”. Se los condenó a muerte y ejecutó en agosto de 1848. Eso sí, a la muchacha le dieron a beber agua bendita para “salvar” al inocente que llevaba en sus entrañas. El caso adquirió proporciones de escándalo en su época, por diversos motivos. Las relaciones entre Rosas y la Iglesia oscilaban entre acuerdos y disensiones. El Papado, que había desconocido a los gobiernos revolucionarios, a partir de la década de 1820 había intentado regularizar su vínculo con las provincias argentinas, tratativas que solían chocar con el reclamo de que se reconociese al gobierno el patronato que antiguamente ejercía la Corona española. No era un tema menor, ya que incluía el “cúmplase” para la designación de obispos. En ese contexto, la severidad del castigo al párroco “tránsfuga” era casi una cuestión de Estado. A eso se sumó la campaña que, desde Montevideo, lanzaron los expatriados antirrosistas. En el periódico El Comercio del Plata, Valentín Alsina inició una serie de ataques que presentaban el caso como una muestra del grado de “corrupción” que reinaba en Buenos Aires. Pronto, desde Chile, se sumó Sarmiento, quien en El Mercurio se desgarraba las vestiduras: “Ha llegado a tal extremo la horrible corrupción de las costumbres bajo la tiranía espantosa del Calígula del Plata, que los impíos y sacrílegos sacerdotes de Buenos Aires huyen con las niñas de la mejor sociedad, sin que el infame sátrapa adopte medida alguna contra esas monstruosas inmoralidades”. 8 Y Bartolomé Mitre, entonces en Bolivia, no se quedaba atrás a la hora de echar leña al fuego, inventando que “se sabe que las Cancillerías extranjeras han pedido al criminal gobierno que representa a la Confederación Argentina seguridades para las hijas de súbditos extranjeros que no tienen ninguna para su virtud”. 9 Mientras tanto la pobre Camila recurría a su amiga Manuelita quien le contestaba de esta manera el 9 de agosto de 1848: “Señorita Doña Camila O’Gorman. Querida Camila: Lorenzo Torrecillas os impondrá fielmente de cuanto en vuestro favor he suplicado a mi Sr. padre Dn. Juan M. de Rosas. Camila: Lacerada por la doliente situación que me hacéis saber os pido tengáis entereza suficiente para poder salvar la distancia que aún os resta a fin de que yo a mi lado pueda con mis esfuerzos daros la última esperanza. Y en el ínterin, recibid uno y mil besos de vuestra afectísima y cariñosa amiga. Manuela de Rosas y Ezcurra” 10. María Josefa Ezcurra le escribe a su cuñado: “Mi querido hermano Juan Manuel: Esta se dirige a pedirte el favor de Camila. Esta desgraciada, es cierto, ha cometido un crimen gravísimo contra Dios y la sociedad. Pero debes recordar que es mujer y ha sido indicado por quien sabe más que ella el camino del mal. El gran descuido de su familia al permitirle esas relaciones tiene muchísima parte en lo sucedido; ahora se desentienden de ella. Si quieres que entre recluida en la Santa Casa de Ejercicios, yo hablaré con doña Rufina Díaz y estoy segura de que se hará cargo de ella y no se escapará de allí. Con mejores advertencias y ejemplos virtuosos, entrará en sí y enmendará sus yerros, ya que los ha cometido por causa de quien debía ser un remedio para no hacerlos. Espera una respuesta en su favor, tu hermana. María Josefa”.11 Pero el propio padre de Camila, Adolfo O’Gorman, reclamaba un castigo ejemplar. Rosas, entre el pedido de clemencia formulado por su hija y su cuñada y la presión generalizada, le encargó un dictamen a los juristas Dalmacio Vélez Sarsfield, Lorenzo Torres, Baldomero García y Eduardo Lahitte. La respuesta de los hombres de leyes, incluido el futuro redactor del Código Civil, fue condenatoria. Como suele ocurrir, tras la brutal ejecución, Camila sería incorporada en la lista de las víctimas del rosismo por los propios hombres que fogonearon el “castigo ejemplar”. Dice el pionero del revisionismo, Adolfo Saldías: “Esta ejecución bárbara que no se excusa, ni con los esfuerzos que hicieron los diarios unitarios para provocarla, ni con nada, sublevó contra Rosas la indignación de sus amigos y parciales, quienes vieron en ella el principio de lo arbitrario atroz en una época en que los antiguos enemigos estaban tranquilos en sus hogares y en que el país entraba indudablemente en las vías normales y conducentes a su organización”. 12 Sólo había transcurrido un día del triunfo de Caseros cuando Sarmiento, el mismo que como acabamos de leer, se horrorizaba cuatro años antes en El Mercurio porque el “infame sátrapa” no castigaba a Camila y su amante por su “monstruosa inmoralidad”, escribía ahora lo siguiente: “Algunos amigos fueron a visitar la tumba de Camila y oyeron del cura los detalles tristísimos de aquella tragedia horrible, del asesinato de esta mujer. El oficial que le hizo fuego se enloqueció y en la vecindad quedó el terror de un grito agudísimo, dolorido y desgarrador que lanzó al sentirse atravesado el corazón.13 Habló también del “bárbaro tirano que hizo fusilar a la bella Camila O’Gorman, de una distinguida familia, estando ella encinta, por el delito de amar a un hombre, agregando al horrendo crimen la iniquidad, el sacrilegio de ordenar que se bautizara el feto dándole a beber algunos tragos de agua bendita, antes de sentarla al banquillo (...) ¡Qué horror! ¡Qué iniquidad!”. 14 Muchos años después Juan Manuel de Rosas, desde su exilio en Inglaterra en 1871, asumiría su responsabilidad en el caso: “Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Camila O’Gorman; ni persona alguna me habló en su favor. Por el contrario, todas las primeras personas del clero me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo. Y siendo mi responsabilidad, ordené la ejecución”. 15 Más allá de las miserias y los oportunismos de los unos y los otros, quedarán siempre resonando las últimas palabras de la valiente y luminosa Camila O’Gorman para los que estén dispuestos a escucharlas: “Voy a morir, y el amor que me arrastró al suplicio seguirá imperando en la naturaleza toda. Recordarán mi nombre, mártir o criminal, no bastará mi castigo a contener una sola palpitación en los corazones que sientan.”16