viernes, 20 de mayo de 2016

CAPÍTULO TRES - RODOLFO BENAVIDES


RODOLFO BENAVIDES CUANDO LAS PIEDRAS HABLAN LOS HOMBRES TIEMBLAN Capítulo III EN LA LEYENDA, LA GRAN ESFINGE HABLA Y dijo así: «—¡Oh Kqjaman Amin! ¡Oh Amté! ¡Oh Hamarqueis! Eres la Salva- guarda de mi vida pasada y por venir.» Asi decía el viajero del desierto con el rostro hacia el cielo, para luego bajar la cara hasta colocar la frente contra la arena a la sombra de la enorme cabeza de la Gran Esfinge. «—¡Horus, protégenos de todo mal!» Así clamaban muchas voces a coro, de todas las edades, que parecían salir de la candente arena. «—¡Oh gran Dios del infmito, dador de la vida, gran Dios del desierto y del Nilo y de la Eternidad!» Y los hombres, con las percudidas, raídas y ligeras ropas que alguna vez fueron blancas, siguen lentamente su camino al lado de sus camellos impasibles, azotados cruelmente por los cálidos vientos del desierto. La Gran Esfinge, serena, los ve alejarse y, suspirando, dice: «—¡Yo, la reina de estas regiones, fui la primera en revelar a los hom- bres el misterio de la vida que hay en el trigo y en el maíz! ¡Yo, que traje la vida, desde siempre he visto desafiar la muerte! Si, me he visto rodeada de seres sufrientes; pero tantos, tantos, desde la infancia de la humanidad... Sí, porque en mí está la historia de (25) hombres de gran pensamiento, que, sin embargo, son hoy espíritus ignorados. Pero en mí quedó el recuerdo y en mi renació la vida mucho antes de empezar tu historia. ¡Oh tú, Heródoto el griego! ¡Oh tú, que me escuchas en estos tiempos revueltos que ya se acaban! Mi vista se pierde en la distancia inmensa, entre el polvo de los siglos, de las edades, de los milenios, de los cataclismos y en el vibrar del sol candente sobre el gran desierto. Por todo esto, he visto a tantos hombres dolientes y hambrientos pasar, pasar mustios a mi lado, arrastrando su miseria, pidiendo en plegaria a los dioses protección. Y también he visto pasar profetas de luengas barbas, poetas de bello decir, hombres de alto pensamiento y buscadores de verdades en el cielo y en la Tierra; pero también he visto a la multitud de guerreros, enarbolando banderas de humo ensangrentado, vanidosos que nunca levantaron otra cosa que nubes espesas de polvo en las que escondie- ron siempre su vergüenza, y siempre con las bestias que los acompa- ñaban, hombres sin alma ni espíritu, con el corazón movido por ilu- siones de vana grandeza; hombres cargados como bestias de instru- mentos homicidas. Si, frente a mí han pasado Alejandro, César, Antonio, Cleopatra, Napoleón y qué sé yo cuántos hombres y razas diversas; todos, capi- tanes y vasallos, caminando siempre hacia espejismos. Pero escucha: ya desde mucho antes de Alejandro, se decía que el hombre teme al tiempo, pero que el tiempo teme a las pirámides y a la Esfinge. Y el tiempo nos teme, porque somos libros abiertos para quienes nos saben leer, y en nuestras páginas de piedra está lo que el tiempo ha hecho de los hombres que han aparecido y desaparecido juntamente con sus dioses, vanidades y absurdos. Y, más cercanos a tu tiempo, han pasado geómetras, astrónomos, arquitectos, matemáticos y otros muchos sabios cuya mente ha rebo- tado contra la roca porque han negado su propio espíritu. j0h tú, viajero del mundo, que me escuchas! Esta es la historia de Egipto, que empezó mucho después de que manos expertas hoy des- conocidas me esculpieron en la viva roca de este sitio, para servir de referencia a las edades en el lejano pasado y de testigo viviente al "hoy" que está ya casi acabado. ¡Ayer, la catástrofe que bajó del cie- lo...! Mañana... ¿mañana? ¡Oh tú que me escuchas! Endereza ahora mismo tus veredas, porque tu porvenir está agotado. j0h viajero, hoy del desierto, mañana del cielo! Tú que te cobijas a (27) mi sombra y que pides protección, debes saber que durante milenios he sentido cómo los monzones refrescantes y los jamasin, vientos abrasadores cargados de arena, han cubierto mi cuerpo. Escucha, viajero del mundo: no te lleves pedazos de mi cuerpo, porque son letras que un día harán falta para poder leer la verdad completa que tantos quisieran conocer. Nada de lo que te digo es vano. Ya hubo una vez quien me pidió, y yo le escuché y le contesté: "Líbrame de la arena que cubre mi cuerpo y yo te haré rey. El cumplió su parte y fue rey." - Pero eran entonces tiempos en que el hombre adoraba dioses que, aunque de piedra, no eran sordos ni mudos. No obstante, algunos que se creyeron superiores llamaron a esa práctica idolatría, paganismo y otras cosas peores. Y, para diferenciarse, ellos humanizaron a los dio- ses. Y te diré: si nosotros los de piedra hemos durado algo, ciertamen- te los humanizados duraron menos, pues yo los he visto nacer y derrumbarse muertos y olvidados. ¡Oh viajero que pasas a mi lado, buscando las huellas y la verdad de tu origen y la meta de tu porvenir! Lo que has escuchado es mi mensaje, que, como habrás notado, sale de la profundidad de las edades. "Habrás escuchado también, si eres sensible, las voces, el canto y el llanto de mujeres, hombres y niños clamando justicia. Ellos, como huella de su paso por la vida, dejaron columnas, templos y símbolos diversos. Hoy anochece ya, y te asustará el ver mi silueta recortada contra el cielo iluminado solamente por estrellas; puedes irte. Yo esperaré aquí a que mañana venga de nuevo el sol a saludarme, acariciándome el rostro. Entonces, si lo deseas, volveremos a hablar, cosa que a mí me agrada enormemente. Y ten presente que me quedaré aquí para ver pasar a los hombres y a las edades hasta la eternidad, cuando un día todos seamos polvo cós- mico. Sin embargo, mientras llega ese mañana, *estaré aquí para auxiliarte cuando me necesites. Para mí, el tiempo no existe. Para ti, desde el instante mismo de tu naci- miento empezó tu muerte. Por ello, tu tiempo no es para desperdiciar- lo. Yo puedo esperar aquí a que pasen los tiempos malos y a que lle- guen otros mejores. Pero tú no puedes hacer lo mismo, porque tus pasos están contados desde mucho antes. El calor y la luz de esta tierra tan querida, estimulan hoy el ardor de tu entusiasmo. Pero vendrán los días fríos: en la penumbra y en el (28) silencio oliente a añejo del interior de museos y bibliotecas, en el deambular por terrenos escabrosos, en el vaivén de opiniones necias, abyectas y hasta ofensivas..., cuando todo eso —que es la condición humana— llegue, tendrás que resistirlo y necesitarás entonces más fuerza y entereza en el alma que en el cuerpo.» Así dijo la piedra y entonces se abrió al frente el largo y sinuoso camino que conduce al infinito. Y ante la magnitud y profundidad de lo ignorado, el entusiasmo se fue transformando en miedo a lo desco- nocido. El alma comenzó a temblar, mucho más de lo que pudiera hacerlo el cuerpo. Era ese el instante del silencio imponente, principio de la noche, cuando el misterio envuelve esa tierra de faraones. Después, con la sucesión de nuevos amaneceres, empezaron a desfilar "lenta y penosamente las realidades objetivas, todas difíciles de comprender, como llegadas de otra dimensión que nos obsünamos en negar, a pesar de que vivimos en ella. * 4> * Y tal como dijo la piedra, así sucedió en los años siguientes. La tarea empezó con la investigación del río Nilo, que se supone debe haber sido el principio de la vida de Egipto. (29)