miércoles, 7 de diciembre de 2011

LA PLATA- ESCUELA ALBERT THOMAS




EDUCACION

Desde Canadá al Albert Thomas en la búsqueda de energía solar 

Estudiantes de Ingeniería de ese país junto a alumnos de 4º y 6º año del colegio de 1 y 58 elaboran dispositivos con esa finalidad. Experiencia inédita 

En la Ciudad se está llevando a cabo una experiencia de intercambio educativo tan particular como enriquecedora. Universitarios canadienses a quienes les resta un año para graduarse como ingenieros mecánicos se encuentran realizando la primera pasantía fuera de su país en el industrial Albert Thomas, donde, junto con alumnos de 4º a 6º año del colegio de 1 y 58, fabricaron un colector solar para calentar agua y mejoraron un molino de viento. El objetivo es potenciar al máximo el uso de fuentes alternativas de energía, a tal punto que están investigando los mejores caminos para aplicarlas en los hogares. La iniciativa fue posible merced al trabajo de la Fundación Biósfera.
Quentin Horn, Eric Léveillée y Alexandre Sauvageau, tres de los diez alumnos canadienses de la Universidad Sherbrooke -la mayor casa de altos estudios francófona de Quebec- que viajaron a La Plata, resaltaron la "destreza en el trabajo manual" de los jóvenes del Albert Thomas y se mostraron sorprendidos de que comiencen a desarrollarlo desde "tan pequeños", en referencia a los chicos de 12 o 13 años que ni bien entran a la escuela ya inician las prácticas en los talleres.
Los universitarios canadienses y los alumnos platenses formaron dos grupos de 8 integrantes cada uno. "Uno trabajó en la fabricación del colector solar, y el otro en el molino eólico", explicaron, haciendo gala de un muy buen castellano.
Acerca del colector, contaron que "tuvimos charlas entre nosotros para elegir las mejores opciones. Luego iniciamos la fase de fabricación". Fue allí donde los adolescentes del colegio de avenida 1 hicieron el mayor aporte: "Su mano de obra es sorprendente -dijeron-. Sería bueno que allá funcionase así, pues todo es muy teórico", afirmaron.
En Canadá, a los 16 años puedes iniciar un curso más práctico, pero ese camino te lleva al mercado laboral directamente. Si sigues la universidad, tomas otro mucho más teórico. Recién sobre el final de la carrera comienzas a trabajar manualmente", indicaron los jóvenes visitantes.
En cuanto al molino eólico detallaron que "ya estaba terminado; lo que hicimos fue trabajar en la mejora de la parte eléctrica".
IDA Y VUELTA
El presidente de la Fundación Biósfera, Horacio Beláustegui, contó que "los alumnos de aquí aprendieron cuestiones teóricas, así como todas las posibilidades de reciclar material para realizar estas experiencias. Por ejemplo, el eje del aerogenerador está hecho con una masa y una estrella de bicicleta, y las palas con canaletas de plástico".
"Las aletas del colector solar las hicimos con el material de las latas de bebida", acotaron los jóvenes de Canadá.
Santiago Salgado y Juan Massucco, del Albert Thomas, consideraron que "es una muy buena experiencia, casi un desafío coordinar dos culturas tan distintas, pero la verdad es que nos complementamos muy bien", afirmaron, y confiaron en que una de las cuestiones que más los sorprendió es que "ellos tienen que pagar para estudiar".
"Nuestro objetivo es estimular las energías alternativas y gratuitas para que lleguen a las casas", resaltó Beláustegui, quien, consultado sobre por qué la Fundación escogió el Albert Thomas, dijo: "Por su generosidad para recibir a los alumnos y por su prestigio académico".
"TE VERDE" Y "TODO TARDE"
En cuanto a la forma de vida que encontraron en la Ciudad, dijeron que "es muy diferente. Aquí hacen todo tarde, comen tarde, se acuestan tarde, y toman té verde (mate)", señalaron entre las risas de sus compañeros argentinos.
Llamó la atención cuando describieron que "aquí se vive muy tranquilamente. No existe la velocidad cotidiana y el estrés que hay en Quebec".
Como no podía ser de otro modo, el clima estuvo presente en la charla. "En nuestra ciudad pasamos de menos 30 a más 30 grados durante el año", indicaron. Y llegó el deporte. "El hockey sobre hielo es tan popular como aquí el fútbol...". "Pero es muy violento", replicó un docente. "No, para nada, eso es estrategia". En ese punto, no hubo acuerdo.

EL PERSONAJE_MARTÍN BERRÍOS


DESPEDIDA: IMAGEN TOMADA AYER EN EL CEMENTERIO DE LA PAZ.
DESPEDIDA: IMAGEN TOMADA AYER EN EL CEMENTERIO DE LA PAZ.
Familiares, amigos y colegas despidieron ayer al guitarrista Martín Berríos en el cementerio Nuestra Señora de la Paz. El músico falleció el viernes pasado, víctima de un accidente automovilístico ocurrido cerca de la localidad jujeña de Pampa Blanca. Tenía 25 años e integraba el staff de Los Nocheros.
Lo que sucedió con Martín Berríos es una de esas tantas muertes inexplicables. Conmoción, dolor, desconcierto y bronca son los sentimientos que despiertan esta forma de fallecer tan repentina e inesperada. Era joven pero tocaba la guitarra con la experiencia de alguien que lleva una vida haciéndolo. Tenía el don -innato y arraigado en su ser- y, especialmente, proyectos artísticos personales que soñaba cumplir. A veces es difícil entender al destino.
Un músico virtuoso
Martín tenía 17 años cuando comenzó a tocar con Los Izkierdos de la Cueva. Junto a Daniel Cuevas y Toni Izquierdo compartió cinco años de carrera para luego incorporarse al staff de músicos de Los Nocheros; sin embargo, la amistad se mantuvo intacta.
“Martín era un chico supervirtuoso. A los 12 años ya tocaba la guitarra de una manera increíble. Era uno de esos músicos superdotados que tenía la capacidad de tocar guitarra eléctrica o acústica y también el bajo. Su talento no tenía límites”, destacó Daniel Cuevas. El músico y compositor también contó que tenía pensado escribir algunas canciones para Martín, que también era cantante, para que pudiera grabar algo propio, con su voz y su guitarra.
Hoy, el folclore lo llora y lo recuerda, pero también todo aquel que conocía su gran talento y humildad.

SERVICIOS PÚBLICOS (3)


Servicios públicos legítimos
Estos inconvenientes son enormes desde los puntos de vista de la moral, la política y también la economía. Apenas he hecho de ellos un bosquejo, y confío en la sagacidad del lector para completar el cuadro. Sin embargo, debo decir que resulta ventajoso, en algunos casos, sustituir la acción individual por la acción colectiva. Hay servicios cuya naturaleza exige como principal consideración que sean prestados con regularidad y uniformidad. Incluso puede ser que, bajo ciertas circunstancias, la sustitución aludida resulte en economía de recursos y ahorre una cierta cantidad de trabajo de la comunidad para la satisfacción de una necesidad específica. ¿Cuáles servicios, entonces, deben permanecer en la esfera de la actividad privada, y cuáles deben pertenecer a la actividad colectiva o pública?
Empezaré por precisar que entiendo, por actividad colectiva, esa gran organización cuya regla es la ley y cuyo medio de ejecución es la fuerza, en otros términos, el gobierno. En cuanto a la actividad privada, precisaré que no la equiparo a la actividad aislada. Las asociaciones libres y voluntarias desarrollan actividad privada, y de hecho, esas asociaciones realizan las modalidades más efectivas de intercambios voluntarios y privados. Pero lo fundamental es que no alteran el equilibrio de los servicios, no afectan la libre valoración, no desplazan las responsabilidades, no aniquilan la libertad de escoger, no destruyen la competencia ni los efectos de la competencia. En una palabra, las asociaciones libres y voluntarias no tienen por método la coerción.
Por el contrario, la acción del gobierno se fundamenta en la coerción. El gobierno procede en virtud de una ley, a la cual todos han de someterse, porque ley implica castigo. Y precisamente esa característica especial, esa necesidad de apoyarse en el uso de la fuerza como auxiliar obligado, debe revelarnos la extensión y los límites de la acción del gobierno. El gobierno actúa únicamente mediante uso de fuerza. Luego, la acción del gobierno es legítima únicamente allí donde es legítimo el uso de la fuerza. Y cuando se invoca con legitimidad el uso de la fuerza, no es para sacrificar la libertad, sino para hacerla respetar.
La legítima defensa
¿Cuándo, entonces, se invoca con legitimidad el uso de la fuerza? Se me ocurre una respuesta, y creo que solamente hay una: en caso de legítima defensa. Bajo esta perspectiva, hemos encontrado la razón de ser de los gobiernos, y también hemos encontrado los límites racionales de los gobiernos.
¿En qué consiste el derecho del individuo? En realizar con sus semejantes transacciones libres, de donde se sigue que éstos tienen igual derecho recíproco. ¿Cuándo hay violación del derecho individual? Cuando una de las partes agrede la libertad de otra. En este caso, es un error hablar, como se hace con frecuencia, de exceso de libertad. Si miramos al agresor, puede parecer un exceso. Por el contrario, si miramos a la víctima, encontramos destrucción de libertad, y también encontramos destrucción de libertad si consideramos, como es propio, el fenómeno en su conjunto.
Tiene derecho de defenderse, por la fuerza si es preciso, el hombre cuya libertad es agredida. Y la propiedad, el trabajo, las facultades del hombre son, en sentido estricto, sinónimos de su libertad. De allí se desprende que un conglomerado de hombres tienen el derecho legítimo de asociarse para defenderse, incluso por la fuerza del conjunto, contra las agresiones a la libertad y la propiedad de cada uno. Pero el hombre no tiene el derecho de usar la fuerza para otros fines. No es legítimo que yo use la fuerza para obligar a mis semejantes a ser laboriosos, sobrios, ahorrativos, generosos, sabios o devotos. Pero sí es legítimo el uso de la fuerza para obligar a los hombres a ser justos. Por extensión, no es legítimo aplicar la fuerza colectiva para promover el amor al trabajo, la templanza, la frugalidad, la generosidad, la ciencia o la religiosidad, pero sí es legítimo usar la fuerza colectiva para hacer que reine la justicia, para mantener a cada uno dentro de los límites de sus derechos individuales. Porque en ninguna parte, fuera del derecho individual, encontramos la fuente del derecho colectivo.
Si un derecho no corresponde a ninguno de los individuos que conforman el conjunto, tampoco puede corresponder al conjunto que llamamos nación. Más aún ¿cómo podría existir tal derecho en la fracción de la nación que llamamos gobierno, cuyos derechos se circunscriben a los obtenidos por delegación de los ciudadanos? ¿Cómo podrían los ciudadanos delegar en el gobierno derechos que ellos no poseen?
En las relaciones entre individuos, el uso de la fuerza solamente es legítimo cuando se trata de legítima defensa. Esta incontestable verdad debe ser el principio fundamental de toda política. Luego, la colectividad solamente puede recurrir al uso de la fuerza cuando se trata de legítima defensa. La coerción sobre los ciudadanos es la esencia misma del gobierno, pero sólo es legítima esa coerción cuando se trata de proteger los derechos de todos. Luego, la acción del gobierno sólo puede ser legítima cuando protege los derechos individuales, y el poder que ha adquirido por delegación de los ciudadanos se circunscribe a la defensa de las libertades y las propiedades de todos.
Cuando un gobierno haya conseguido que se respete esa línea fija, inamovible, que protege los derechos de los ciudadanos, cuando haya mantenido entre ellos la justicia y la garantía de que ningún individuo agredirá impunemente los derechos de otro ¿qué acción adicional puede emprender sin violar esa barrera cuya custodia le fue encomendada, sin agredir con sus propias manos, y por la fuerza, las libertades y las propiedades que los ciudadanos confiaron a sus cuidados? Desafío al lector a encontrar, fuera de la administración de la justicia, una acción del gobierno que no constituya injusticia.
En principio, basta que el gobierno disponga del uso de la fuerza como instrumento necesario, para que sepamos cuáles son los servicios privados que pueden ser convertidos en servicios públicos legítimos. Son los que tienen por objeto la preservación de todas las libertades, de todas las propiedades, de todos los derechos individuales, la prevención de los delitos y los crímenes, en una palabra, todo lo que atañe a la seguridad pública.
Claude Frederic Bastiat nació en Bayona, Francia, en 1,801, y murió en Roma en 1,850. A pesar de su corta vida, fue un prolífico ensayista y filósofo. En su estilo sencillo y ameno anticipó conceptos que desarrollarían años e incluso siglos después sus sucesores.
Bastiat tenía una especial habilidad para identificar y señalar las falacias en los argumentos de sus opositores, y fue un dedicado defensor de la libertad y el estado de derecho.
Artículo adaptado originalmente al castellano por Lucy Martinez-Montt del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES).

SERVICIOS PÚBLICOS (2)


Una funesta apatía
En cuanto la satisfacción de una necesidad se convierte en la finalidad de un servicio público, queda en gran parte sustraída de la libertad individual y de la responsabilidad individual. El individuo ya no tiene la libertad de adquirir la cantidad que desea en el momento que la desea, consultando sus recursos, sus conveniencias, su situación, sus apreciaciones morales, ni el orden de prioridad según el cual le parezca más razonable proveer a sus propias necesidades. De buena o de mala gana, se ve impelido a retirar del medio social, no la cantidad del servicio que juzga útil, como lo haría en el caso de los servicios privados, sino la parte que el gobierno juzga apropiado preparar para él, cualquiera que sea la cantidad y la calidad. Quizás no dispone de suficiente pan para paliar su hambre y sin embargo, se le despoja de una parte de ese pan, que le hace tanta falta, para proporcionarle instrucción o espectáculos que no necesita.
El individuo deja de ejercer un control libre sobre sus propias satisfacciones y, al no ejercer ya su responsabilidad, deja también de ejercer su inteligencia. La previsión se le vuelve tan inútil como la experiencia. Es menos dueño de sí mismo. Ha perdido una parte de su libertad de escoger. Es menos perfectible. Es menos hombre. Despojado de la necesidad de juzgar por sí mismo en casos particulares, con el tiempo va perdiendo el hábito de juzgar por sí mismo. Esta torpeza moral que lo invade, invade por motivos iguales a todos sus conciudadanos. Hemos visto que naciones enteras caen en una funesta apatía.
En la medida en que una categoría de necesidades, y sus correspondientes satisfacciones, permanece en el dominio de la libertad, cada cual establece al respecto su propia norma y la modifica a voluntad. Ello parece natural y justo, puesto que no hay dos hombres que se encuentren en circunstancias idénticas, ni un hombre cuyas circunstancias no cambien con el paso del tiempo. Entonces todas las facultades humanas, la comparación, el juicio, la previsión, permanecen activas. Entonces toda acción acertada trae su correspondiente recompensa, y todo error conlleva su correspondiente castigo. Y la experiencia, ruda compañera de la previsión, al menos cumple con su misión, de suerte que la sociedad se perfecciona necesariamente.
Pero cuando el servicio se convierte en público, todas las normas individuales desaparecen para fundirse y generalizarse en una norma escrita, coercitiva, igual para todos, que no considera las situaciones particulares y ahoga en la inercia las más nobles facultades de la naturaleza humana.
La intervención del Estado, pues, nos despoja de la facultad de gobernarnos a nosotros mismos, en lo concerniente a los servicios que recibimos del Estado, y más aún en lo concerniente a los servicios que nosotros, bajo represión, le prestamos a cambio. Esta contrapartida, este complemento del intercambio es un despojo adicional de nuestra libertad, en virtud de su regulación uniforme, por una ley decretada con antelación, ejecutada por la fuerza, a la que ninguno puede sustraerse. En una palabra, como los servicios que el Estado nos presta son una imposición, los servicios que nos exige en pago también son una imposición, y muy apropiadamente se les llama impuestos.
FUENTE: elcato.org

LOS SERVICIOS PÚBLICOS (1)



La equivalencia de los servicios
Los servicios se intercambian por servicios. La equivalencia de los servicios es el resultado del intercambio voluntario y del regateo que le antecede. En otras palabras, cada servicio ofrecido en el medio social vale tanto como cualquier otro servicio que lo equilibra, o por el cual es intercambiado, siempre y cuando todas las ofertas y todas las demandas gocen de libertad para producirse, compararse y regatearse. Sin importar las sutilezas invocadas, es imposible separar la idea de valor de la idea de libertad de escoger.
Cuando ninguna violencia, ninguna restricción, ningún fraude altera la equivalencia de los servicios, puede decirse que reina la justicia. No significa esto que la humanidad haya llegado al término de su perfeccionamiento, puesto que la libertad siempre deja un espacio abierto para los errores de las apreciaciones individuales. El hombre, a menudo, es víctima de sus propios juicios y sus propias pasiones. No siempre clasifica sus deseos según el orden más razonable. Hemos visto que un valor determinado puede ser imputado a un servicio, sin que haya una coincidencia razonable entre ese valor y la utilidad del servicio.
El progreso de la inteligencia, del sentido común y de las costumbres nos acerca poco a poco a esa bella proporcionalidad, al colocar cada servicio en el sitio que moralmente le corresponde, si puedo expresarlo así. Un objeto banal, un espectáculo pueril, un placer inmoral, puede venderse a precios elevados en un país, y ser objeto de desprecio y rechazo en otro. Por lo tanto, la equivalencia de los servicios difiere de la justa apreciación de su utilidad. Pero incluso bajo esta óptica, son la libertad y el sentido de responsabilidad los impulsos que corrigen y perfeccionan nuestros gustos, nuestros deseos, nuestras satisfacciones y nuestras apreciaciones.
Los servicios públicos
En todos los países del mundo hay una categoría de servicios que siguen, por la forma en que son prestados, distribuidos y remunerados, una evolución totalmente diferente de los servicios privados o libres. Se trata de los servicios públicos.
Cuando una necesidad posee un carácter suficientemente universal y suficientemente uniforme como para que sea propio llamarle necesidad pública, puede convenir a todos los hombres que forman parte de un conglomerado (comuna, provincia o nación), proveer a la satisfacción de esa necesidad por medio de una acción o una delegación colectiva. En tal caso, se procede a nombrar a los funcionarios encargados de prestar el servicio aludido y distribuirlo a la comunidad, y se establece, para la remuneración de ese servicio, una cotización que es, al menos en principio, proporcional a la capacidad de cada miembro de la comunidad.
En el fondo, los elementos primordiales de la economía no se alteran necesariamente por esta forma particular de intercambio, sobre todo cuando se da por sentado el consentimiento de todos los afectados. Sigue siendo, como en el caso de los servicios privados, traslado de esfuerzos y traslado de servicios. Los funcionarios trabajan para satisfacer las necesidades de los contribuyentes, y los contribuyentes trabajan para satisfacer las necesidades de los funcionarios. El valor relativo de esos servicios recíprocos se determina por un procedimiento que examinaremos más adelante, pero los principios esenciales del intercambio, al menos desde un punto de vista abstracto, permanecen intactos.
Están equivocados algunos autores, influidos por la experiencia de impuestos aplastantes y abusivos, que han considerado como pérdida toda la riqueza asignada a los servicios públicos. Esta condena tajante no resiste el examen. En el sentido de pérdida o ganancia, el servicio público no difiere en forma alguna, científicamente hablando, del servicio privado. Que yo mismo proteja mi propiedad, que pague a un hombre para que la proteja, o que pague al Estado para que le dé protección, en todos los casos me veo en la situación de sopesar comparativamente un sacrificio y una ventaja. En cualquiera de los tres métodos, pierdo algo, sin duda, pero gano seguridad. Lo que entrego al Estado para que haga proteger mi propiedad no es pérdida, sino intercambio.
Dos formas muy diferentes de intercambio
Hemos visto los servicios públicos y la acción del gobierno extenderse o encogerse según los tiempos, los lugares y las circunstancias, desde el comunismo de Esparta a las Misiones del Paraguay, desde el individualismo de los Estados Unidos hasta la centralización de Francia.
La primera pregunta que se plantea en el umbral de la Ciencia Política es ésta: ¿Cuáles son los servicios que deben permanecer en la esfera de la actividad privada, y cuáles son los que deben desarrollarse en la esfera colectiva o pública? Dicho esto de otro modo, en el gran círculo de la sociedad, debemos dibujar racionalmente otro círculo, inscrito en aquél, que representa al gobierno.
Examinemos ahora las diferencias esenciales entre los servicios privados y los servicios públicos, un paso previo necesario para fijar racionalmente la línea que ha de separarlos. Los servicios privados se circunscriben a esta proposición, explícita o tácita: Haz esto por mí, y yo haré aquello por ti, proposición que implica, en cuando a lo que entregamos y también en cuanto a lo que recibimos, un doble consentimiento recíproco. Las nociones de trueque, intercambio, apreciación, preferencia y valor no pueden concebirse sin libertad, y ésta no puede ejercerse sin responsabilidad. Al intercambiar, cada parte evalúa, por su cuenta y riesgo, sus necesidades, sus gustos, sus deseos, sus facultades, sus conveniencias, sus afecciones, el conjunto de las circunstancias de su situación.
Es un hecho que el ejercicio de la libertad de escoger conlleva la posibilidad de equivocarse, la posibilidad de una elección poco razonable o insensata. La falla no está en el intercambio, sino en la imperfección de la naturaleza humana. Y el remedio hemos de buscarlo en la responsabilidad, es decir en la libertad, que es la fuente de toda experiencia. Coartar los intercambios, destruir la libertad de escoger so pretexto que los hombres pueden equivocarse, en nada mejoraría las cosas, a menos que pueda demostrarse que el agente encargado de aplicar las coerciones está exento de la imperfección de nuestra naturaleza, es ajeno a nuestras pasiones y nuestros errores y no pertenece a la humanidad. ¿No es evidente, acaso, que esto sería trasladar la responsabilidad, más aún, aniquilar la responsabilidad, al menos en su dimensión más preciada, su carácter remunerador, ajustador de cuentas, acumulador de experiencias, correctivo e implícitamente progresivo?
No hace falta describir aquí los procedimientos del intercambio libre, porque mientras la represión tiene infinitas formas, la libertad sólo tiene una. Una vez más, diremos aquí que la transmisión libre y voluntaria de los servicios privados se enmarca en esta simple oración: Dame esto y te daré aquello, haz esto por mí y yo haré aquello por ti.
FUENTE: elcato.org