miércoles, 17 de agosto de 2016

Capitulo 42. Los movimientos de Independencia (de America Latina)

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EL GENERAL SAN MARTÍN VISTO POR EL DOCTOR RENÉ FAVALORO


17/08/2012 José de San Martín por René Gerónimo Favaloro Homenaje a San Martín (fotografía publicada por alsurinforma.com) En este ensayo he tratado de resumir la vida del general San Martín basándome en hechos históricos probados y no en meras superficialidades que, a veces, al correr del lápiz (así he escrito todos los borradores de este trabajo, pues debo confesar que no sé escribir a máquina ni usar correctamente un dictáfono) se distorsionan y se alejan de la realidad. Como dije en el prólogo, me enclaustré durante tres semanas y, acostumbrado a trabajar diariamente en forma ininterrumpida durante diez o doce horas, no fue difícil alargarlas un poco más y terminar casi todos los días a la madrugada con la mano derecha y los ojos doloridos. Nunca he creído en las vacaciones largas, pero en esta oportunidad estuve ausente, por primera vez, de mis tareas habituales demasiado tiempo. Gocé leyendo y releyendo viejos libros amigos que, como siempre, terminan destartalados de tanto marcar y subrayar aquello que me impresiona por su valor y que sólo resalta después de varias lecturas. Esta vez, los pobres estuvieron desparramados en una larga mesa y fueron y vinieron de mis manos en infinidad de ocasiones para comparar, aclarar y certificar lo que iba analizando. (…) Lo primero que ustedes deben descartar es que haya pretendido relatar una vez más la vida del Libertador. Esto ha sido realizado tantas veces desde el trabajo de Mitre, que sería absolutamente redundante. He presentado sus aspectos salientes nada más que como introducción de este capítulo final. Preocupado desde siempre con todo lo que sucede en este, mi pobre y amado país, he creído que recordando la vida de San Martín podemos obtener algunas conclusiones que nos guíen en un momento muy especial, en el que todos buscamos desesperadamente –a través de un nuevo intento democrático- el camino seguro y firme que nos lleve a concretar, en justicia y libertad, una nueva sociedad que la evolución de la humanidad requiere. El verdadero San Martín, con sus virtudes y defectos, nos puede ayudar. Veamos cuáles fueron sus principales mensajes: Esfuerzo Su vida fue, sin ninguna duda, la demostración más acabada de que todo, absolutamente todo aquello que queremos y pretendemos alcanzar y desarrollar, se consigue a través del esfuerzo. En nuestro tiempo, y en especial al comienzo de la década del 60, el facilismo comienza a deteriorar a nuestra sociedad y, en particular, a la juventud de ese híbrido que conocemos como el mundo “occidental y cristiano”. (…) Entendámonos bien, corresponde a los jóvenes, ahora y siempre, estar a la vanguardia de los movimientos que luchan por una sociedad más justa, pero el acto de vivir lleva implícito obligaciones, deberes y responsabilidades, además de derechos. A este facilismo, acompañado de la evasión que se consigue todavía más rápidamente si le agregamos un poco de droga, la obscenidad y pornografía barata, como actos justificativos de una falsa liberación; San Martín le ofrece un camino mejor a través del esfuerzo honesto en aras de grandes ideales. En su caso en particular, estos son: la libertad y la independencia del absolutismo –representado por la España feudal de aquellos tiempos-, que le impone a América muchos sacrificios en tributos y en vidas humanas documentados en la carta de Jamaica, resumen del pensamiento de todos los que se unieron en esa tarea común. Por eso describo en detalle el Paso de los Andes, como ejemplo principal y trascendente de San Martín y sus hombres. Como se vio, no fue tarea simple. Hubo que preparar un ejército casi de la nada y cruzar la cordillera por seis pasos diferentes, atravesando caminos a veces desconocidos que demandaron sacrificios heroicos –recordemos las batallas y encontronazos- donde todos, desde el jefe hasta el último soldado, ayudados por los guías y paisanos conocedores de la región, buscaban solamente la libertad. Agregaría, como ejemplos, la retirada después de Cancha Rayada comandada por Las Heras, la tarea de fray Luis Beltrán antes de Maipo o la campaña de la sierra a cargo de Arenales. Para San Martín el esfuerzo fue doble, no por la responsabilidad sino por el estado de su salud, en particular sus malestares gástricos que lo desangraron desde Tucumán hasta su regreso. Es preciso recordar que estuvo a punto de morir en Mendoza, donde encontró algo de reposo durmiendo sentado durante tres meses, que cruzó la cordillera por séptima vez en camilla a hombros de sus soldados y que, inclusive, no lo perdonan ni en el regreso, pues reaparecen en Santiago en casa de los O´Higgins. Claro que para el Libertador el sufrimiento era lo cotidiano, porque desde los trece años en Orán –donde tuvo su primera experiencia militar- el malestar físico fue su eterno acompañante. Quede claro, entonces, que el primer mensaje es el esfuerzo que lleva implícito el sufrimiento y que tiene como premio el inmenso goce espiritual del deber cumplido. Generosidad Nos referiremos aquí solamente al aspecto civil, pues ya analizaremos el verdadero mensaje militar sanmartiniano. Desde que comenzó su actuación en tierra americana, es esa una característica definitoria de sus sentimientos para con la comunidad. Es ese el sentido que tiene el haber donado la mitad de su sueldo, al ser nombrado comandante de Granaderos a caballo, hecho que repite en Mendoza donde, finalmente, por no alcanzarle para vivir, pide sea reducido a un tercio. Tiene conciencia de las dificultades económicas por las que atraviesa el país y es por ello que se impone sacrificios. Su ejemplo es, a su vez, imitado por varios de sus subordinados. La generosidad tiene como sustento su sentido de la solidaridad social, que se manifiesta también al ceder un tercio de los productos de la quinta Los Barriales: “obligados a hacer el bien de nuestros semejantes por la naturaleza y por la sociedad”, dice en nota al gobernador. Pero ese gesto lleva un destino determinado: “la dotación de una cátedra de matemática y geografía…” pues pretende que “la juventud forme las más fuertes columnas sostenedoras de la libertad y el decoro nacional…” Cuatro años más tarde, desde el Perú, le escribe al cuidador de la chacra con los mismos sentimientos: auxilie usted a los pobres con granos y herramientas que pueda… Los Barriales tiene que ser el paraíso de Mendoza y el auxilio de todos los infelices…” La misma determinación tomará con la finca donada por el gobierno de Chile “asignando la tercera parte de sus productos para el fomento del Hospital de Mujeres –en esa capital- y dotación de un vacunador que, recorriendo la provincia, la libre de los estragos de la viruela”. Es también digno de recordar que, al otorgarle Chile –después de Chacabuco- un sueldo de seis mil pesos anuales, se resiste a recibirlo en dos oportunidades y lo comunica finalmente por escrito al comisario del Ejército para su estricto cumplimiento. Sabe muy bien que hay que utilizar hasta el último peso para la expedición a Lima. Modestia No hay duda de que este fue un sentimiento profundamente arraigado en su manera de ser. Claro está que hablo de la verdadera y natural y no de la falsa que, a pesar de los esfuerzos de los individuos que la utilizan, al final sirve para desenmascararlos, ya que es imposible ocultar lo que no se posee. Acordémonos de su vestimenta escasa y sencilla, que manda componer y remendar cuantas veces sea necesario mientras se pueda usar. Acordémonos de cómo huía de los homenajes después de los éxitos militares, entrando en las ciudades de noche o de madrugada en el día y la hora que él sólo determinaba. Así, por ejemplo, al darse cuenta de que sería muy difícil eludir el homenaje después de Maipo, escribe a Pueyrredón el 9 de abril anunciándole su próximo viaje y agrega: “… no quiero bullas ni fandango”. ¡Por eso el arco de triunfo que el director había ordenado preparar solo sirvió para que San Martín le echara una miradita a la madrugada con las calles desiertas! En su residencia del Palacio de los Obispos en Chile –al regresar de su viaje a Buenos Aires, después de Chacabuco-, se encuentra con una hermosa vajilla de plata que el gobierno le obsequia. A un general que estaba acostumbrado a comer en la cocina, seguramente intercambiando palabras con el cocinero que le preparaba puchero o churrasco la mayoría de las veces, no le habrá costado mucho redactar: “No estamos en tiempos de tanto lujo: el Estado se halla en necesidad y es necesario que todos contribuyamos a remediarla”. No acepta el regalo, y agrega al final que la nota de rechazo sea reservada al público. He aquí reflejada su auténtica y verdadera modestia. Generosidad, solidaridad social, modestia. Tres condiciones fundamentales, indispensables en la sociedad de nuestro tiempo, que todos deberíamos practicar a diario para contribuir a su mejor desarrollo. Estoy convencido de que estos sentimientos existen en gran parte del pueblo, en especial a medida que nos alejamos de la Capital Federal. Estoy convencido también de que escasean en nuestra clase dirigente, y me refiero no solamente a los pocos que son representativos (líderes, por darles alguna denominación) de los diversos sectores que componen la banca, el comercio, la industria, los ganaderos, los profesionales, los profesores universitarios, etc., sino a esa mayoría silenciosa que conforma la clase media alta de nuestro país, en especial la que vive en las grandes ciudades. Son miles de argentinos los que, junto a los pocos que quedan de la clase alta, producen el “ruido”, es decir, llenan las costas en el verano, no sólo las nuestras sino las vecinas de Punta del Este o las algo más distantes de Brasil. Son los que en invierno copan Bariloche o los lugares cordilleranos transformados en centros de esquí, los que compran miles de pasajes rebajados de los vuelos internacionales. Son los mismos que para tener status –compitiendo con los habitantes de los países centrales aunque vivan en un país pobre- transitan con el coche importado, mantienen la ostentosa casa de fin de semana, el yate de ser posible y se visten con ropa fina rotulada a la vista para que los demás se enteren del dinero gastado. Los más adinerados invierten, de cuando en cuando, miles de dólares en cuadros de pintores famosos –que deberían estar en museos para goce de todos-, no porque los sepan apreciar sino para exhibirlos en sus casas o pisos lujosos a los amigos, que invitan a sus acostumbradas recepciones y que contribuyen a mantener la adulación sin la que les sería difícil vivir. Todavía quedan aquellos que tienen acceso al jet privado para viajar a descansar, de tanto en tanto, con preferencia a Punta del Este aunque más no sea por un fin de semana. Estoy seguro de que los que me acompañan en la Fundación –por haber sido testigos de las innumerables gestiones en busca de apoyo para la investigación y la docencia- comparten mis convicciones de que los sentimientos de generosidad, solidaridad social y modestia hace rato dejaron de pertenecer a la mayoría de esa clase dirigente (en relación directa con su capacidad económica). Claro está que existen las excepciones muy honrosas, por cierto, que sirven para confirmar la regla. Estoy convencido también, de que San Martín estaría de acuerdo –al compararla con aquellos que colaboraron en la preparación del Ejército de los Andes en Cuyo- en que los años han pasado en vano y que el individualismo egoísta ha infectado nuestra sociedad. Esto lleva a esa clase dirigente a defender sus propios intereses y a oponerse al devenir social que, de cualquier manera, llegará como consecuencia inevitable de la evolución del hombre. La falsa y hueca clase dirigente, que no es exclusiva de nuestro país sino que es común a toda Latinoamérica, es la que pone el grito en el cielo cuando se quiere avanzar en el sentido correcto. ¿Qué es eso de querer gravar las tierras improductivas? ¿Qué es eso de que los beneficiarios de una universidad gratuita –lo que significa que la sociedad pagó sus estudios- sean obligados con un pequeño impuesto para sostener los centros de excelencia que el país reclama? ¿Qué es eso de querer gravar las casas de fin de semana? ¿Qué es eso de declarar la nominatividad de las acciones? ¿Qué es eso de terminar con el secreto bancario? “Todas medidas comunistas”, contestarán. A esa clase dirigente le pido que vuelva a leer el resumen de los decretos de San Martín en Mendoza; ¡hasta los muertos debieron efectuar donativos! En este momento difícil que nos toca vivir, corresponde a la democracia realizar las medidas de cambio profundo para que la solidaridad social y la generosidad sean establecidas por leyes justas y soberanas, como lo fueron en Mendoza –en algunos casos por decretos compulsivos-, ya que esperar de la espontaneidad es esperar en vano. Estas leyes existen desde hace años en otros países y forman parte sustancial del desarrollo de los pueblos. Preguntémosles a los profesionales argentinos radicados en Estados Unidos, que suman centenares de miles, si pagan o no el altísimo impuesto a los réditos. ¡Vaya si lo pagan con porcentajes que serían calificados de extorsivos en nuestro país! Y son los mismos argentinos de carne y hueso. Ya estoy oyendo las réplicas. De acuerdo; terminemos con la burocracia estatal. Pero no dejemos de leer y releer –perdóneseme la insistencia- los decretos de San Martín en Mendoza obligando a los argentinos a la solidaridad. No nos quejemos, después, si esas banderas son utilizadas por falsos líderes izquierdoides de nuestro país –quienes también se visten con camisas, corbatas y medias con rótulos- para contaminar a nuestros jóvenes y desviarlos de la libertad y la democracia. Honestidad Sin duda es esta una de las grandes lecciones de la vida del general San Martín. A través de sus pasos –desde San Lorenzo hacia Lima- su trayectoria fue de una honestidad transparente. Pensemos que tuvo en sus manos el gobierno de Mendoza, que indirectamente se ocupó del de Chile –el gobierno real estaba a cargo de O´Higgins-, en particular lo referente a la preparación de la expedición a Lima, y que después fue el protector con poderes ilimitados en esa ciudad, la de mayor riqueza en América por aquellos años. No habría más que recordar los tesoros depositados en El Callao –que hacían encender el espíritu pirateril del Cochrane-, para darse cuenta de que oro y dinero estuvieron a su alcance en innumerables oportunidades. El único episodio que dejó cierta duda fue el dinero depositado por Álvarez Condarco en Londres y que, a mi entender, ha sido un hecho correctamente aclarado por Galván Moreno. Hay que insistir en que no sólo no se apropió de un céntimo, sino que –como ya se expresó previamente- hasta donó parte de sus haberes. Llegó al colmo de renunciar al sueldo de general en jefe del Ejército de los Andes mientras dura su separación por enfermedad en Chile, en diciembre de 1817. ¡Mayor honestidad, imposible! Sus administraciones fueron siempre modelo de cómo utilizar correctamente los dineros públicos, sin gastos superfluos y dando cuenta hasta del último centavo, como queda bien ejemplificado en los archivos correspondientes. (…)Por su honestidad y al no recibir regularmente la pensión decretada por el Perú, vive de penuria en penuria en Europa hasta la aparición de su amigo Aguado. No se conoce la fecha exacta, pero deber haber sido después del casamiento de su hija e 1832. Fueron ocho años de verdadera indigencia. No obstante sus virtudes, la maledicencia lo acompañó siempre –como a casi todo hombre político- no sólo por desconfiarse de sus verdaderos propósitos políticos sino de enriquecimientos ilícitos. Así, después del acta de Rancagua, en Buenos Aires se hablaba de someter a San Martín a juicio militar por su desobediencia y por haber recibido –se decía- quinientos mil pesos. Una de las imputaciones era que el dinero había sido entregado para pagar los gastos realizados por Mendoza y que, por el contario, San Martín se había apoderado del mismo. El Libertador se dirige al gobierno chileno, en julio de 1820. Pidiendo aclare los trascendidos que, como es lógico, O´Higgins responde inmediatamente reivindicándolo y recalca: “…que la mayoría de la opinión pública conoce el merito de su honestidad”. Ya de regreso –inesperado para chilenos y argentinos-, la maledicencia vuelve a acompañarlo y es acusado de haber entrado de contrabando por Valparaíso parte de oro de Lima. ¡No sabían que el oro que había traído era el estandarte de Pizarro y la campanilla de la Inquisición! (…) En carta a don Vicente Chilavert, dolorido por tantas tergiversaciones, y como él mismo lo dice ante la necesidad de desahogarse (pensemos que por ese entones estaba en la miseria), expresa desde Bruselas, en enero de 1825: “…por lo expuesto no sé ya que línea de conducta seguir, pues hasta la de separarme de las grandes capitales y vivir oscurecido en ésta no ponen a cubierto de los repetidos ataques a un general que, por lo menos, no ha hecho derramar lágrimas a su patria. Me he extendido más de lo que pensaba, pero séame permitido un corto desahogo a 2500 leguas del suelo que he servido con mis mejores deseos…” Es evidente que la honestidad constituye otro legado importante de San Martín, en especial para aquellos que cumplen tareas de gobierno en un país como el nuestro que, a lo largo de su existencia, he hecho de lo opuesto –la deshonestidad- algo tan frecuente hasta ser considerado como típico o característico del proceder argentino, público o privado. Desde que tengo uso de razón, pocos son los períodos en que los gobernantes han dado pruebas fehacientes de su honestidad. Los negociados conocidos y los que no trascienden han sido moneda corriente de tal manera que la gente se ha ido acostumbrando y hasta los aceptó como hechos normales. En algunos casos –existen ejemplos a montones para relatar- el pueblo, sin darse cuenta de semejante barbaridad, suele decir: “bueno, han robado pero han hecho obras, peor sería que, robando, no hubieran hecho nada!” Y el ejemplo cunde y se propaga en la comunidad donde la coima y el acomodo son lo habitual en los diversos niveles y grados. “¡Por algo hay que acomodarse!” A mi entender, este constituye el hecho negativo más importante de nuestra decadencia como Nación. Todo se ha ido degenerando por la inmoralidad. Recuerdo que, pocos años después de haber regresado al país, participé en una reunión televisiva como único invitado y cuando se me preguntó a qué atribuía la decadencia argentina, contesté: “A una sola cosa: la falta de moral” y agregué: “existe desde la presidencia para abajo”. Esto causó estupor en los periodistas que me entrevistaban y uno de ellos, en el resumen final, habló de mi “ingenuidad”. Por ese entonces, ya con cincuenta y un años, como era lógico, me negué a aceptarlo pues había vivido lo suficiente para perder el candor de mi niñez.
Estoy convencido de que sin honestidad no hay proyecto posible para el futuro. Hará falta una larga tarea educativa que debe comenzar desde las funciones de gobierno. La inmoralidad y la deshonestidad mancomunadas representan el cáncer que destruye a los hombres y a las instituciones y sólo pueden ser derrotadas con el uso debido de las leyes en plena libertad. Está bien demostrado que a mayor autoritarismo mayor deshonestidad, pues sólo la libertad permite desenmascarar a los inmorales. Deberíamos tener presente diariamente ejemplos como los de San Martín, para que su vida recta, limpia y honesta sirva de modelo. Pero es tan difícil demostrar la honestidad en medio de tanta inmundicia, que aquel que se decida a transitar por ese camino –por convicciones éticas que haya recibido de padres y maestros-, deberá saber, como gran paradoja, que la sociedad le exigirá dar examen todos los días, pues la maledicencia –hoy como ayer- todo lo enturbia. Trascendencia de la educación En el capítulo correspondiente, he señalado la importancia que San Martín le daba a la educación. Pensaba fundamentalmente en la formación de ciudadanos que supieran defender la libertad, pues como lo especifica en la circular a los maestros de Cuyo “la liberad, ídolo de los pueblos libres es aun despreciada por los siervos, porque no la conocen”. Enamorado de los libros, fundó tres bibliotecas y, en el decreto por el que se creó la de Lima, estampó esta frase definitoria: “Los días de estreno de los establecimientos de ilustración son tan luctuosos para los tiranos como plausibles a los amantes de la libertad”. Para darle todo su valor, en el acto de la inauguración insiste en que la ilustración universal es más poderosa que los ejércitos para sostener la independencia, pero es importante comprender –como lo había manifestado al donar los diez mil pesos para crear la biblioteca de Chile- que por sobre todo le preocupa que se lean “los sagrados libros que forman la esencia de los hombres libres”. Así lo había hecho él con su “librería”; no hay más que releer la lista de algunos de los setecientos libros que poseía y de los que solamente sesenta y tres eran militares. En la colección, se destacan los de historia y filosofía y son dignos de mención los doce tomos de Montesquieu, su autor favorito, que tanto influyó en su carácter y pensamiento. Es indudable que, a medida que recorría los pueblos, comprobaba que no estaban preparados para recibir la independencia y sentirse libres con ella. Por eso, a pesar de sus ideas republicanas, se convence cada vez más de que todavía no estaban listos para practicarla. De ahí, su propuesta de instaurar monarquías constitucionales, quizá como algo transitorio que permitiera luego –a través de la educación- el paso definitivo a la democracia. Estos mismos pensamientos docentes eran compartidos por Bolívar, y en especial por Sucre, un militar de alma transparente poco conocido por los argentinos, quien durante su presidencia en Bolivia ¡pretendió instalar un colegio en cada pueblo! Por desgracia, ese mensaje sanmartiniano sigue sin cumplirse. A muchos les llamara la atención esta aseveración tan concluyente, cuando siempre nos hemos jactado del alto nivel alcanzado por la educación en nuestro país. No podemos negar que, con la implementación de la ley 1420 de enseñanza primaria obligatoria, se dio un paso significativo. Si analizamos en profundidad el presente, en particular el alto índice de ausentismo escolar, observaremos –como es lógico- que está directamente relacionado con la pobreza y con los índices de mortalidad infantil. Claro está, por otra parte, que esta conclusión es semejante en las villas miseria que están allí nomas, a las puertas de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Es este el problema más trascendente que debe afrontar nuestra sociedad: el de la enseñanza, pero el de la enseñanza primaria. ¿Qué sentido tiene que se siga dando tanto tiempo y tanto espacio a la discusión de los problemas universitarios en un país donde sobran profesionales de mala calidad, formados por casas de estudios fabricantes de títulos? Precisamente en eso se han convertido nuestras universidades a través del populismo barato que, además, ha pervertido la mente de nuestros jóvenes. A veces, en charlas o conferencias en colegios secundarios y en las mismas universidades, para que el problema se comprenda en profundidad, he manifestado, como hipótesis, que nada pasaría si cerráramos las universidades por algunos años. En el fondo soy un convencido de que podría ser así: ¡ni siguiera nos daríamos cuenta de ello! Necesitamos sin duda una profunda reforma universitaria como la del año 18, adecuada al tiempo en que vivimos, pues el país demanda universidades que formen profesionales capaces, además de centros de excelencia para la única elite que se justifica –la de las neuronas- y que debe constituir el basamento de nuestra clase dirigente. Sin duda, habrá que agregar la investigación a la tarea educacional, pues sin ella seremos siempre un país de segunda. Los esfuerzos máximos deben estar orientados hacia la planificación de la enseñanza primaria. Terminemos con los millones de argentinos analfabetos y semianalfabetos; si no lo hacemos serán siempre utilizados por los demagogos de turno –civiles o militares- y no comprenderán la verdadera razón de lo que les está pasando. Lo más urgente es rehabilitar la ley número 12.558, conocida como ley Palacios, pues fue este ilustre político argentino el que la gestó en el año 1938 para la creación de las escuelas hogares, en particular en las áreas rurales. Sin duda, habrá que adecuarla a nuestro tiempo. (…) ¿A qué se debe, por ejemplo, que una ley tan antigua –la ley Palacios cumplirá pronto cincuenta años- no sea una realidad en nuestro país? Me lo he preguntado muchas veces y la única explicación es que aquí, como en el resto de Latinoamérica, las clases poseyentes no tienen interés en que ello ocurra. Y aún voy más lejos, tienen temor de que ello pueda suceder. Como diría don Ezequiel Martínez Estrada, uno de mis maestros en el Colegio Nacional: “Si razona el caballo se acabó la equitación”. (…) pero de alguna manera hay que empezar a caminar, a correr –dentro de lo posible-, pero para ello “creo que debemos cortar toda diferencia” y hacer el sacrificio que la grave situación requiere. Después, al cabo de varios años –pues el camino sufriente de la recuperación será largo-, habrá “tiempo para transar nuestras desavenencias”. Es necesario recordar el mensaje que, desde el Perú, nos dejó el Libertador el 5 de diciembre de 1820: “Los triunfos que hasta aquí ha tenido el ejército de mi mando, y el glorioso brillante aspecto que ofrece la campaña del Perú, vuelve a cada paso mi memoria sobre el estado político de las Provincias del Río de la Plata, donde ha nacido la libertad de América y desde donde recibió el primer impulso la misma empresa que actualmente arrebata la atención de todo el continente. (…) Yo no puedo dejar de pensar en el peligro que amenaza a esos pueblos”. Concluye: “seguro que el gran voto de mi corazón es ver restablecida la armonía entre unos pueblos que por su heroísmo (…) son llamados a grandes destinos”, ¡que todavía estamos esperando! Deberíamos recoger el mensaje sanmartiniano de unidad nacional, para que con la colaboración de todos planifiquemos la Argentina del futuro pero, entendámoslo bien, sin guitarreos. Es este período de transición que lo exige. Material humano –que es lo difícil de conseguir- existe y así lo atestiguan los dos millones de argentinos que están diseminados por el mundo. (…) Renunciamiento Al analizar lo relacionado con la entrevista de Guayaquil traté de exponer las razones fundamentales del alejamiento temprano de San Martín, que dejó inconclusa su tarea. Muchos son los que todavía hoy no comprenden la magnitud de ese gesto: saber retirarse a tiempo cuando las circunstancias lo indican, contribuyendo de esa manea al triunfo de ideales en los que se han depositado tantas esperanzas. Las circunstancias de aquel momento así lo habían determinado y su mente privilegiada lo vio con claridad meridiana. No lo entendieron sus colaboradores más cercanos, menos aún lo harían los hombres de Chile o Buenos Aires. Su renunciamiento es todavía más admirable porque se acompaña del silencio y el camino al ostracismo que, como él lo manifestara en carta a Ramón Castilla años más tarde, en setiembre de 1848, es el servicio más grande que América tiene que agradecerle, pues comprometía su honor y su reputación. (…) Recordemos siempre el renunciamiento de San Martín. Tengámoslo presente, pues en algún momento de la vida –grande o pequeño, según sea nuestra responsabilidad individual o social- tendremos que hacerlo y, como el Libertador, hagámoslo en silencio. Mensaje a los militares argentinos Siempre se nos ha enseñado que nuestros militares son los herederos de San Martín y que las normas que rigen a nuestras fuerzas armadas son estrictamente sanmartinianas. Resumiendo su vida militar, quizá hallaremos la respuesta justa. Código de honor. Al comenzar la preparación de los soldados que iban a formar los cuerpos de granaderos a caballo, el general San Martín no sólo estableció rígidas normas de disciplina, sino que además redactó un código de honor claro y preciso (…). A ello agregó la reunión mensual de oficiales y cadetes, precisamente en su casa del regimiento, donde en forma democrática se juzgaba al acusado si había incurrido en alguna transgresión. Es decir, el código de honor no era una simple declamación volcada en un papel, sino que había que obedecerlo estrictamente por la “obligación que tiene todo oficial de honor de no permitir en el seno del cuerpo ninguno que no corresponda a él”. Y de allí en adelante, sin dudas, se cumplió durante toda la campaña. (…) Código de deberes militares. En Mendoza, durante la preparación del Ejército de los Andes, se dicta el código de deberes militares y pena para sus infractores que comprende cuarenta y un artículos expresando: “La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas, ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene”. (…) Trato al enemigo y a los habitantes. Desde el combate de San Lorenzo –al finalizar proveyó de víveres a Zabala- hasta Lima, San Martín cumplió estrictamente los lineamientos de la conducta militar que se había impuesto. Así, antes de comenzar su cruzada por la libertad de América, hace conocer una proclama a los chilenos donde enfatiza: “La tropa esta prevenida de una disciplina rigurosa y respeto que debe a la religión, a la propiedad y al honor de todo ciudadano… Se castigará con severidad el menor insulto. Me prometo que no se cometerá crimen alguno bajo las banderas americanas, y que se arrepentirá tarde y sin recurso el que ofenda”. (…) Austeridad. (…) San Martín se levantaba a la madrugada, preparaba su propio café, lustraba sus botas, vestía humildemente y dormía la siesta sobre un cuero, sin perder luego ni un solo minuto hasta las diez de la noche, tanto en Mendoza como en Chile, a donde llegó con lo puesto y se negó a comer en bandeja de plata. (…) En carta a Tomás Guido, desde Mendoza el 15 de agosto de 1819: “La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos. Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos ha de faltar; cuando se acaben los vestuarios nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres, y si no andaremos en pelota como nuestros pisanos los indios. “Seamos libres y lo demás no importa nada. “Yo y vuestros oficiales os daremos el ejemplo en las privaciones y trabajos”. (…) Como lo manifestara en carta a Guido desde Bruselas el 18 de diciembre de 1827 (la misma donde deja estampado: “Serás lo que hay que ser, si no no serás nada”), expresa: “La conciencia es el mejor y más imparcial juez que tiene el hombre de bien. Ella debe servir para corregirnos, pero no para depositar una confianza que nos pueda ser funesta”. Las últimas palabras de este libro (¿Conoce usted a San Martín?) están dirigidas al general Libertador. Entre otros conceptos, su autor, el doctor René Gerónimo Favaloro, expresa: “En este momento difícil que los argentinos estamos obligados a sobrellevar, convencido de que alguna vez la democracia podrá demostrar que los derechos civiles no bastan y que es necesario desarrollar los derechos sociales, económicos y políticos para todos y no para unos pocos privilegiados, el señor General Libertador nos dejó una posdata: “desde este instante el lujo y las comodidades deben avergonzarnos como un crimen de traición contra la patria y contra nosotros mismos” (Mendoza, 5 de junio de 1815). Ojalá nos comprometamos todos unidos a marchar en procesión en busca de un caldén alto y fuerte, allá, en medio de la pampa, para quemar nuestros pecados. ¡Como San Martín lo hizo con los pecadores de aquel entonces después de Maipo!, para emprender, sin pérdida de tiempo la auténtica reconstrucción. Febrero, 16 de 1986. “Todos somos culpables, pero si hubiera que repartir responsabilidades las mayores caerían sobre las clases dirigentes. ¡Si resurgiera San Martín, caparía a lo paisano varias generaciones de mandantes!”. Recuerdos de un médico rural (página 157). René Favaloro, enero 26 de 1980. Fuente: ¿Conoce usted a San Martín?, René G. Favaloro. Editorial Sudamericana S.A. Cuarta edición, julio 2011. Capítulo XIII.