Capítulo XII
CONSTELACIONES Y RELIGIONES
La figura que inicia este capítulo contiene tres símbolos: dos de
ellos son el toro sagrado, o Apis, y el león. El tercer símbolo es el sa-
cerdote que está exorcizando a los dos animales en lucha, confirmando
así el significado religioso de la escena. El tallado de este relieve co-
rresponde a la IV dinastía, o sea, hacia finales de la regencia de la
constelación de Leo y el principio de la constelación de Tauro. La es-
cena, por sí misma, explica muy objetivamente la lucha que se produjo
en el medio religioso entre los tradicionalistas, partidarios de Leo, y
los reformistas, partidarios del nuevo dios Tauro, que naturalmente im-
ponía muchas modalidades en el culto.
Las constelaciones zodiacales en general y las de Virgo, Leo y
Tauro en particular, ejercieron una gran influencia de tipo religioso
sobre el pueblo egipcio, como aparece repetidamente demostrado
en los diversos monumentos, estatuas, relieves, etc. Por ejemplo, en
el templo y tumba de Path-Hotep, en Sakara, sacerdote y Gran Vi-
sir, muy devoto de los antiguos cuftos emanados de Leo y favorito
en la corte del faraón Isirá de la IV dinastía.
Se presenta aquí el relieve del toro y el león peleando, para que
se observe la lucha entre las dos concepciones religiosas: el culto a Leo
que termina, y el culto a Tauro, que comienza. Al lado izquierdo se
encuentra un sacerdote, que probablemente representa a Path-Hotep,
el Gran Visir. Está con el brazo extendido señalando con tres dedos
hacia los dos animales que pelean. Esta actitud es un conjuro de tipo (123)
Este relieve no sólo es simbólico, sino que también habla de la historia de la
religión egipcia. La mímica del sacerdote corresponde a la antigua magia.
Un papiro encontrado en Tebas dice: para calmarlo pon la mano sobre el
dolor ordenándole que se aleje. Los mayas usaban el mismo ritual y los bru-
jos actuales de la región maya, así como los de Filipinas, Oceania y de
algunos países de Centro y Sudamérica continúan practicándolo.
religioso, practicado no solamente por los sacerdotes egipcios de aque-
lla época, sino por los sacerdotes de todo el mundo en épocas posterio-
res y hasta en nuestra época.
Ciertos mayólogos afirman que con esa señal del brazo extendi-
do y los tres dedos en posición, hacían los mayas sus conjuros. Algunos
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de los llamados brujos modernos lo siguen haciendo. En muchas de las
imágenes de Cristo se observa exactamente lo mismo cuando está en
actitud de bendecir.
Pero lo dicho no es una mera tradición religiosa: detrás de todo
ello hay algo muy importante que hoy la fotografía Kirlian y ciertos
aparatos electrónicos registran y explican. Se trata de la energía que
se desprende del cuerpo humano, precisamente a través de esos tres
dedos, y que, según parece, ya conocían los antiguos egipcios: la
prueba está en todos los relieves en donde aparece algún sacerdote
haciendo un conjuro. Así, pues, la escena del león y el toro en lucha
tiene un claro sentido religioso y por ello altamente simbólico, debido
a la presencia del sacerdote llamado Gran Visir.
Partiendo de las anteriores explicaciones, resulta que el escena-
rio de este relieve no es profano, antes, por el contrario, es totalmente
místico, religioso e histórico.
Obsérvese que el toro tiene una cruz blanca en la paletilla, claro
e indiscutible símbolo religioso e indicador de que se trata del toro
Apis, que en el momento dé tallarse el relieve ya estaba reemplazando
al león.
El león, por su parte, desde muy antiguo fue símbolo del sol,
símbolo originado también por la constelación Leo. La presencia del
sacerdote haciendo el conjuro confirma que toda la escena está alu-
diendo a la lucha entre los dos dioses, entre el león —en esos días ya
antiguo, legendario y decadente— y el nuevo dios Apis —símbolo de la
constelación Apis—, cuya era de vigencia se iba imponiendo como
culto religioso, a lo que se oponia,Path-Hotep.
'Decimos que revela también historia, porque esa manera vio
lenta de lucha entre dioses, obviamente debió de manifestarse en los
seres humanos, como resistencia de los tradicionalistas y conservado-
res contra los progresistas y modernizadores, quizá hasta revolu-
cionarios. Y entre los más conservadores estaba precisamente Path-
Hotep.
En todo esto se aprecia una perfecta secuencia. Probablemente
los sacerdotes observadores del cielo, al comprobar que la constela-
ción de Leo hacia tiempo que había terminado su vigencia y que la de
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Tauro estaba ya regente, quisieron hacer las respectivas correcciones;
pero eso no es tan fácil, ni en aquel entonces ni en la actualidad. Eso
de hacer comprender a los creyentes que ya terminó el poder mágico
de un dios y que empieza el de otro, siempre ha dado como resultado
luchas, a veces sangrientas, tanto dentro del clero como entre los
creyentes, y hasta en lo íntimo de la conciencia de cada creyente. En
nuestro caso, tal lucha se interpretó seguramente como lucha ente
dioses, y se simbolizó de esa manera en el relieve. ¿No demuestra esto
que las piedras hablan.
Ra, el dios gobernante en esos días, al que el Gran Visir, Path-
Hotep, no aceptaba en oposición al tradicional león, parece haber
sido un ser humano deificado, aunque por lo general se le entiende
como un mito.
La lucha por el mando dentro de toda congregación humana ha
sido siempre dramática y las religiones fuertes no son una excepción.
El intento de cambio, modificación o corrección, para hacer evolucio-
nar la opinión que se tenga de los dioses dentro de las religiones fuer-
tes, ha sido siempre un serio problema, que en algunos de los casos se
ha resuelto simplemente con dejar envejecer a los dioses para que se
vulgaricen y se les pierda el respeto. Luego, la gente los olvida. Y pre-
cisamente eso fue lo que ocurrió con cada una de las etapas de la reli
gión egipcia: se le fue perdiendo el respeto al dios león y empezó a (126)
aparecer como mero adorno, por ejemplo en las patas de las sillas del
faraón, después en todas partes, y luego los cazadores se adornaban
orgullosamente con partes de los leones cazados.
Basta ver las fechas o épocas de estos hechos, para comprobar
la plena coincidencia entre el movimiento religioso y la correspondien-
te presencia de las respectivas constelaciones.
Precisamente, estudiando lo relativo a los dioses egipcios, encon-
tramos lo siguiente en el libro Summa artis, de José Pijoan (Espasa
Calpe, Madrid):
«Es peligroso hacer comparaciones en religión y, sobre todo, es
impropio querer razonar con lógica el carácter y la naturaleza de los
dioses; pero nosotros casi nos atreveríamos a comparar la doble divi-
nidad de Horus, como Horus el Halcón y como Horus el Hijo, a la de
Jehová, que continuó en el Talmud como dios nacional de los judíos
y se reveló en el Evangelio como padre y una de las personas de la
Trinidad.
Otra comparación que se puede hacer es que Ra era entendido como
el dios creador y único, quien, estando solo en la Nada, con su propio
puño creó una pareja de seres humanos, pero que tenían cabeza de
león. Luego esa pareja engendró el suelo y la bóveda celeste. Al suelo
se le llamó Neb y a lo celeste se le llamó Nut.»
Por lo expuesto, puede apreciarse fácilmente la notable influen-
cia de Leo en la cosmogonía egipcia. A su vez, se nota la influencia de
la teogonia egipcia en la mente de Moisés, que fue quien escribió el
Génesis, pasando después al Talmud. Es perfectamente lógico, dado
que Moisés nació, creció y se educó en Egipto, en el más conspicuo
mediar de la época: el social, político, religioso, científico, etc.
Otra prueba de la presencia de la teogonia egipcia está en el
hecho de que los hebreos, en su odisea al pie del Sinai, necesitaban
con verdadera urgencia leyes civiles y una religión fuerte que les orga-
Templo y tumba del sacerdote y Gran Visir Path-
Hotep en Sakara, de la IV dinastía. Era defensor
del culto a Leo, aunque la regencia de esa constela-
ción ya había terminado. (127)
nizara la vida. En efecto, durante cuatrocientos años habían vivido
una vida sedentaria, agrícola, urbana, etc., dentro de la más alta cul-
tura de la época, y lógicamente no podían resignarse a una vida
nómada en pleno desierto. Moisés intentó darles todas esas leyes par-
tiendo, claro está, de sus personales experiencias en Egipto. Cosa per-
fectamente normal y natural, y que, a fin de cuentas, es lo que de una
u otra manera han hecho todos los pueblos a lo largo de la historia:
aprovechar lo sabido y experimentado por otras gentes, agregándole
lo necesario para satisfacer las propias necesidades.
Ya sabemos que a pesar de las buenas intenciones de Moisés, los
hebreos se desesperaban ante lo que estaban viviendo —que conside-
raban como una verdadera desgracia, quizá maldición de los egip-
cios— y se rebelaron por la tardanza en la entrega de la Ley que tanto
habían estado exigiendo. Como conclusión a sus protestas fabricaron
un becerro de oro, con oro egipcio, naturalmente. Su intención y
anhelo eran perfectamente lógicos: el pueblo quería disponer de un dios
para rendirle culto religioso, para lo cual escogieron un dios egipcio, o
sea, un toro joven, que representaba al toro Apis en su primera edad,
Al fin y al cabo se trataba simplemente de una costumbre y un culto
religioso que habían vivido durante cuatrocientos años. ¿No revela
esto la fuerte influencia religiosa que Tauro o Apis ejerció sobre la
mentalidad del pueblo hebreo? ¡En verdad, no es fácil renegar de una,
religión que se ha vivido desde el nacimiento y a lo largo de todos los
días de la existencia! (128)