viernes, 24 de enero de 2014

JULIA ELENA DÁVALOS


ENTREVISTA CON JULIA ELENA DÁVALOS Vigencia de una artista escondida Su refugio es Navidad. Vivió su carrera como la entrega de un don: su voz genuina. Editó 21 discos, hasta que se alejó del circuito. Vivió una quiebra y estuvo de cara con la muerte. Julia Elena Dávalos, salteña intacta. Como la corriente de una acequia en la quebrada, el canto de Julia Elena es un arte intacto. Su voz no es profesión, sino la consecuencia de lo que la tierra y sus raíces familiares sembraron en ella. Delicada, sensible y perceptiva, vivió una infancia abrazada a las letras de su abuelo, Juan Carlos Dávalos, uno de los fundadores de la Academia Argentina de Letras; y a los tonos de su padre, Jaime, emblema del folclore. Luego, cada artista que pisó su casa, como don Atahualpa, siguió tallando un carácter telúrico y musical. Micrófono y barbijo Julia Elena Dávalos rescata un premio en su historia: está orgullosa de haber asumido la época más volátil de su profesión resguardando su faceta de madre. Tuvo cuatro hijos; algunos, en plena grabación de discos. Entonces, para cuidar la voz, "tenía que usar barbijo para estar con ellos, si llegaban a estar resfriados". Julia recibió no sólo un legado, sino una encomienda: “Tenés que conocer lo que cantás, tenés que amarlo”, le dijo su padre. De Salta a Buenos Aires, de Buenos Aires al país y al mundo. En su fogonazo de mayor trascendencia popular, editó 21 discos con los sellos Philips y Columbia. Cantó en escenarios europeos, la aplaudieron en diversos idiomas. Pero las palmas más codiciadas, las que pocos logran robar a su público, son silenciosas. Son los recuerdos y, más que los recuerdos, son las formas de esos recuerdos, los colores, las imágenes que evocan: Julia, en la mente de quien la conoció, es la memoria de una persona pacífica. Intentó dar cada paso como el paso suyo, único en la historia. “No sos una cantora más”, le repite a su hermana que se inicia en el canto, “sos esta cantora, irrepetible”. Cantora y persona. Su potencia expresiva encontró, más adelante, otra manera de cosificarse: la pintura. Julia Elena pinta y ha pintado numerosas obras de temáticas variadas. Y, como con la música, pinta lo que vivió, pinta su experiencia. Norte es Navidad "El delicado equilibrio de ser lo que pareces y no pasarte de la raya es la razón por la cual soy quien soy". –¿Qué recuerdos rescata de la Navidad de la infancia? –Es la fecha más importante de la que yo tengo memoria. Sobre todo recuerdo la casa de mis abuelos, que era una casa de gente intelectual, muy bien nacida, de renombre y de flojísimo bolsillo. Entonces, todo era muy austero y, a la misma vez, muy lindo. Teníamos lo necesario. Recuerdo la olla gigante de leche y mis escapadas para ir a comer la nata. También las empleadas participaban de la navidad, con regalos pequeñitos. Había días de taller en que las mujeres se juntaban para costurear con telas viejitas y hacer nuevas ropas y demás. Todo con una sencillez enorme. Canciones como hijos “Las canciones se paren como los hijos. Las canciones son sagradas. Por lo menos, es lo que uno ha aprendido por trasmisión oral. El ambiente que genera ese trabajo de creatividad es tan central como el mero hecho de sacar la canción”. Es parte de la herencia que recibió de su padre, Jaime Dávalos, poeta y músico esencial en el folclore argentino. Esas jornadas vividas con un ritmo místico y poético tienen una virtud central en la historia de Julia Elena: la capacidad de que siempre pueden ser evocadas, porque están vigentes como una herida amable en lo íntimo de la artista. “Amparada en la ternura de la Navidad yo he protegido toda mi vida”. Así aprendió un modo de entender a las personas: “Puede haber maldad, pero todo cambia si uno tiene en cuenta algunas reglas de oro, si uno es propenso a la bondad, al buen trato, a pensar que un sana sana amoroso cura más que cualquier otra cosa agresiva”. Soy folclore La carrera de Julia Elena puede definirse como un trote cuidadoso. Vive con cuidado. Intentó no traicionar el folclore natural que recibió como educación; quiso proteger la integridad de su familia en tiempos de gran exposición; procuró conservar la memoria de su padre y de su abuelo. “Mi padre quería que fuera transmisora de valores y lo fui tras mis canciones, por el mundo, contando las tradiciones de mi gente”, resume Julia. Esa fue una historia de tensiones para la hija de Salta, porque sabía muy bien que el mercado y el éxito podían brillar hasta dejarlo a uno ciego. –Usted tiene una visión cautelosa del éxito… –Mi padre decía que no hay nada más traicionero que el éxito: sos como un globo largado al espacio y el hilo lo tienen otros. La fama es muy diferente del prestigio. Podés conseguir fama por haber matado a alguien y salir en todos los diarios. El prestigio es como una fama en cuotas. Uno da la cuota (arte, canto, cualquier don), la fama es revalidada y confirmada, y así se avanza en cada paso. Dolida, Julia Elena Dávalos recuerda a Michael Jackson, que falleció recientemente. Lo ve como un caso en el que el artista es crucificado por el éxito. “Todos los que viven del don no pueden parar, porque es un gran engranaje. Yo soy muy perceptiva, sentí eso, y terminé corriendo de todo, me alejaba diciendo: ya no más”. Cuesta. Para una mujer que disfrutó de entregarse a un público expectante (casi necesitado), cuesta. La noche "Escribo de cada cosa que me toca el alma, no me importa dejarlo así nomás, yo lo expreso y me sana el alma". “Dios te permite gozar de un lapso donde puedes aprovechar tu don para hacer feliz a la gente. Entonces, cuando la gente te pregunta: ¿Ya no canta más?, uno siente que ha defraudado, siente una hipoteca que se le cae encima”. Quieren mentiras "Es doloroso ver que la gente quiere que le mientas, que te hagas el encantador de serpientes, que seas operada de punta a punta para parecer un robot que expone una belleza sexual y no respeta lo femenino y lo masculino. “Se siente una hipoteca que se te cae encima”, dice. Y sabe lo que dice. Algunos años después de alejarse de los escenarios, de la industria, de la corrida, Julia Elena y su familia quebraron. Perdieron la casa. Parece que allí no se podía cantar, y acá está de vuelta. –Lo formidable de la vida es el grado de intensidad del dolor, de la impotencia ante lo que no podés decidir, manejar ni enderezar. Soy esa mezcla del éxito con lo que yo he buscado, que es la vida apacible, la vida ordinaria, la protección de los seres más ninguneados que me ven sacar la basura, pasear a mi perro. Él explica todo Fue un camino largo el de Julia Elena. Los desafíos siempre la deja expuesta a entornos foráneos. De Salta caminó hasta el valle y ahí terminó de inhalar los cantos de su padre, que él había aprendido de la tierra que pisaban. Después, un tren la dejó en Buenos Aires, la gran ciudad. De allí, incursionó en las tierras de la industria musical, por demás inhóspitas, según cuenta ella. Llegaron los 21 discos, kilómetros de canto regalado, una carrera rigurosamente ética en los valores humanos y en la pureza del folclore. "Vos sabés el estoicismo que hay que tener paradejar que vengan y te pasen el carro encima. Debería haber sacado fuerza, pero yo no tenía fuerza ni para pelear por la salud". Sin embargo, ese relato es apenas la mitad del cuento. Lo inexplicable se esclarece con la figura de su marido. “No salgo a ninguna parte sin él”. Constantemente remarca la diferencia que los une. Ella vuela con las palabras y los acordes, elude los objetos, los expresa. Él es pragmático, hombre de acción y organización. Así coordinaron capacidades para su familia y su carrera. Fueron una dupla en cada decisión. –¿Cómo resume su relación de tantos años? –Existe un profundo respeto entre nosotros por las capacidades de cada uno. Somos un complemento perfecto. Yo no podría ser sin Jorge. Los dos contribuimos a la grandeza de lo mismo, nuestra familia. Julia mira hacia atrás y comprende que el cataclismo que vivieron podría haberlos separado, porque “uno tiende a culpar al otro de lo que pasa”. Es bueno, a pesar de todo Una conversación con Julia Elena va dejando un sedimento de sensaciones variadas. Recorre pasajes de su vida claroscura, describe paisajes, culturas, vínculos. Pero entre la masa de palabras que se comparten, se va asomando una idea esperanzadora, primero tímidamente, y con ímpetu después: “Todos los seres humanos, en mayor o en menor medida, aman algo, protegen a su hermanito, se acuerdan con cariño de su madre. Entonces, siempre hay que pensar que, dentro de los males que pueden existir, el factor preponderante del antídoto es el amor”. Pero ellos siguen juntos. “Si uno está junto al otro, da testimonio de que está ahí para recibir el golpe que sea, hay una fuerza unificadora que al final resulta como la razón de ser, que se puede llamar la familia”, analiza la cantante. Hoy vive en Pilar. De a poco, está reconciliándose con los escenarios y con los compromisos. Además, disfruta con intensidad de sus cinco nietos y pinta mucho, hasta que el cuerpo la deja. Se sonroja ante el sonido de la máquina de fotos. Sonríe y se le achinan los ojos. Cuánto vio y cuánto vivió esta mujer que fue madre, fue recta y fue canción. “Vivo de yapa”, y esa convicción parece liberarla. CREDITOS: Luciano Porzio Lic. en Comunicación redacción@hacerfamilia.com.ar Sembrar Valores | Tel: +5411 4781 4748 | correo@sembrarvalores.org.ar