martes, 27 de noviembre de 2018

RETOS PARA ESCRIBIR UNA BIOGRAFÍA


Retos para escribir una biografía http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0186-03482018000100053 RESUMEN: Este trabajo aborda algunos retos que enfrenta el historiador para escribir una biografía. La interpretación de las emociones y los sentimientos del sujeto, el tejido de la historia de su vida con los roles que desempeña y los distintos contextos (íntimo, familiar, local, nacional, internacional) que “toca” se convierten en un entramado difícil. En este ensayo se proponen algunas estrategias que pueden ser útiles como el uso de una estructura literaria y se tratan algunos temas polémicos en torno a este género histórico como son la verosimilitud, la ficción y la narración. Palabras clave: biografía; estrategias constructivas y narrativas; espacios geográficos; verosimilitud; ficción ABSTRACT: This article discusses some of the challenges facing historians when writing biographies. Interpreting the subjects’ feelings and emotions, the fabric of the story of their lives, the roles they played and the various contexts (intimate, familial, local, national, international) they “touch”, becomes a complex task. The essay proposes a number of strategies that may prove useful, such as using a literary structure or dealing with polemic issues in this historical genre such as verisimilitude, fiction and narrative. Key words: Biography; constructive and narrative strategies; geographical spaces; verisimilitude; fiction Después del eclipse que tuvo la biografía como género histórico entre 1930 y 1980 -debido a la preferencia por el estudio de los grupos sociales- hoy en día está en efervescencia. Por la gran cantidad de biografías publicadas e interés por fomentar el género, Estados Unidos, Francia e Inglaterra son los países pilares de este revival. En México, por el contrario, todavía hay resistencia en los medios académicos en incursionar en el género porque se considera una forma menor: involucra una sola vida, estudia el contexto sólo como un telón de fondo (Levi, 1989) y está más anclada a la literatura que a la historia. Sin embargo, el estudio de una vida permite, como dice Jacques Le Goff, que la historia se convierta en un “observatorio privilegiado” (Dosse, 2007, p. 276) pues descubre hechos del pasado que no se descubren con otros géneros históricos. El movimiento teórico-metodológico de la biografía está yendo hacia la construcción de un paradigma que intenta conciliar el cómo tejer la vida del sujeto (las acciones que desarrolla y los sentimientos y emociones que marcan su existencia), los roles que desempeña (familiares, sociales y laborales) y los contextos en los cuales transita (íntimo, familiar, local, nacional, internacional) y que van retroalimentando sus quehaceres cotidianos. La biografía se convierte en arte cuando logra construir un puente entre el dato duro de la historia y la narrativa imaginativa, tema que ha cautivado el interés de un número cada vez mayor de biógrafos. 1 A continuación, presento algunos lineamientos que pueden ser útiles para escribir una biografía, mismos que están basados en mi experiencia como biógrafa. Mi primer trabajo en el género fue sobre la literata, maestra y pedagoga mexiquense -aunque ejerció la docencia en la ciudad de México- Laura Méndez de Cuenca (1853-1928) (Bazant, 2009), mujer extraordinaria, cosmopolita, universal, escritora de vanguardia y feminista, considerada “la mujer más culta de México” y “la segunda Sor Juana Inés de la Cruz”, entre otros. Mi segunda biografía que estoy en tránsito de escribir, es sobre el maestro rural, escritor de textos y métodos pedagógicos, quien nació en la ciudad de México, Clemente Antonio Neve (1829-1905). Nunca salió de la pobreza extrema. Ejerció en varios pueblos del Estado de México, Hidalgo y Puebla y de la municipalidad de México como Xochimilco, San Ángel y Tlalpan. Paradójicamente, Maximiliano visitó su escuela en Naucalpan y lo condecoró con la medalla de la Orden de Guadalupe, máxima distinción de su gobierno. Mi deseo es retratar la vida cotidiana adversa para la mayoría de los mexicanos y, dentro de lo posible, pues sobre ello existen muy pocas fuentes, una historia del paisajismo, tema inexplorado a la fecha. UNA VIDA, OTRA HISTORIA Como género histórico la biografía abre un versátil panorama para conocer múltiples contextos históricos que se observan “apropiados”, “vividos” por el sujeto que se estudia. De frente al estudio de cualquier proceso histórico, cualquiera que este sea, la biografía exige sumergirse en las fuentes con mayor profundidad, es como ver el pasado en un microscopio y también en un proyector. Me explico. Generalmente, los historiadores de cualquier especialidad, abordamos procesos y, de acuerdo con el tema elegido, buscamos la temporalidad: a grandes rasgos observamos cuándo empezó tal o cual proceso y cuándo terminó. En el camino de la investigación vamos articulando varias temáticas que van incidiendo en los cambios de aquel proceso que decidimos analizar. Podemos tolerar algunas lagunas siempre y cuando las fuentes nos permitan entrever las líneas generales. Así, por ejemplo, al estudiar la modernidad educativa en la ciudad de México, puedo afirmar que empezó en 1867 cuando Benito Juárez decretó la ley del 2 de diciembre que establecía la educación laica, científica, objetiva y moderna. Por primera vez en la historia de México se estableció igualdad educativa para hombres y para mujeres. Dicho proceso terminó, con los albores de la revolución, en 1911. Aunque los parámetros esenciales de la ley juarista, respetada al pie de la letra por Porfirio Díaz, siguieron permeando la instrucción pública después de 1911, la revolución mexicana trastocó contextos y conciencias. Ya nada fue igual. Lo que se fue construyendo en esos años fue una mexicanidad, explorada desde la creación del Ateneo de la Juventud en 1907 y madurada como tal hacia 1930. En este proceso histórico, el de la historia de la educación moderna de 1867 a 1911 investigamos numerosos archivos para entender la maquinaria de este desarrollo. Se presentan múltiples temáticas (lugares, leyes, escuelas, etc.) y se estudian a diferentes sujetos (funcionarios de todo tipo, maestros, padres de familia y alumnos). Este proceso dinámico en el cual intervienen tanto actores como contextos y legislación es el que el historiador va analizando. No puede detenerse en estudiar la vida de los actores -más que en forma somera- ni de los contextos pues nunca acabaría esa historia. Es evidente entonces que el historiador consulta determinado tipo de fuentes. Por el contrario, la biografía, exige la consulta de todo tipo de fuentes, mismas que iré analizando en este trabajo. Como bien lo ha afirmado Alice Kessler-Harris (2009), “abre un camino diferente al pasado” (p. 626). El estudio de una vida abre el camino a otra historia. Basándose en su propia experiencia como biógrafa, Virginia Woolf se debatía en cómo se podía lograr la fusión del dato duro de la historia (granite) combinado con la luminosidad “intangible”, 3 etérea de la personalidad (rainbow). Woolf afirmó que la biografía nos da el hecho fértil, el hecho que sugiere y engendra, es decir, el dato histórico que, “acompañando al sujeto”, lo convierte en único y creativo ya que es el sujeto el que da vida al hecho y no al revés. A través de la historia de un individuo, se ilumina el pasado de nuevas maneras. El historiador está obligado a investigar absolutamente todas las fuentes que “toca” su sujeto. Y cuando digo todas quiero decir que ciertas fuentes poco analizadas como los archivos de los panteones o los judiciales o los notariales son sumamente reveladores de la vida cotidiana de los sujetos. Pero esta es sólo una pequeña parte pues es la versatilidad de fuentes y la profundidad con la cual se observa el pasado la que convierte a la biografía en un género único y apasionante. El sujeto, de acuerdo con Jacques Le Goff (1996) es “globalizante” porque la información histórica se organiza alrededor de él (p. 16). A través de su biografía sobre el rey Luis IX “pudo explicar una sociedad, una civilización, una época” (Dosse, 2012, p. 289). El estudio de otro nivel de los contextos, el íntimo, el familiar, el local, el estatal, el nacional y el internacional sitúan al biógrafo en otra dimensión y comprensión del pretérito. Tan es así que algunos biógrafos han seleccionado al género biográfico no sólo porque él o ella sean personajes atractivos -ya sean de carácter extraordinario (los destacados, de los cuales existen muchas fuentes) o representativo, los que conforman la mayoría de los seres humanos, aun entendiendo que todos los seres humanos somos “excepcionales normales”- 4 sino para profundizar en determinados procesos contextuales. Un excelente ejemplo del segundo caso es la biografía original, experimental de Mary Kay Vaughan (2015), Portrait of a Young Painter. Pepe Zúñiga and Mexico City’s Rebel Generation publicado por Duke University Press. A través de la vida de Pepe quien vivió durante el auge económico, la efervescencia educativa, la popularidad del radio y del cine, las facilidades en salud pública de la ciudad de México de 1940 a 1960, la autora aporta, entre otras, nuevas interpretaciones acerca del movimiento del 68 y logra un vaivén armonioso entre los roles del sujeto y los diferentes contextos en los cuales transita. La biografía nos permite apreciar el pasado con un microscopio que nos permite ver el detalle y a la vez con un proyector pues expande la multiforme realidad. Por ejemplo, yo había estudiado la historia de la educación durante el porfiriato 20 años y hasta que investigué la vida de Laura Méndez de Cuenca me percaté de otros hechos educativos; por ejemplo, cómo se comportaban las autoridades educativas con respecto a las mujeres maestras y a las mujeres en general, cómo fue el desarrollo de la educación administrada por el gobierno local y el federal, etc. que no percibí anteriormente. Más allá de las observaciones con respecto a las diferencias de género, que eran obvias, y las relacionadas al drama de su persona y las que concernían a los problemas que enfrentaba con los funcionarios de todo tipo, encontré la puesta en práctica de las leyes, la vida cotidiana escolar, etc. Ello revela que sólo el método biográfico permite una exploración diversa en el mar de la historia. LA PERSONALIDAD, LOS ROLES Y LOS HECHOS Uno de los aspectos más importantes en el quehacer biográfico es el entendimiento del cómo y del porqué del comportamiento del biografiado. Leon Edel (1990) propone meterse bajo la piel del biografiado: “entender las formas en que el hombre sueña, piensa y emplea su imaginación”. Pero, advierte, “el sujeto no puede ser psicoanalizado: un sujeto no es un paciente y no necesita terapia” (p. 22). Esta parte, creo yo, es la más compleja del quehacer del biógrafo. El objetivo no radica, entonces, en encontrar sus patologías o sus neurosis sino en intentar encontrar los hilos de conexión que motivan que un ser humano actúe, sienta o se comporte de determinada manera. El sentido común y el tacto nos deben guiar para no saturar el texto con una “sobredosis” psicológica del personaje. 5 Otro asunto que me parece indispensable es la ética que el biógrafo debe tener con sus lectores. El biógrafo está obligado, como bien lo sugiere Phillipe Lejeune (1975) en Le pacte autobiographique a tener un “pacto de verdad” con sus lectores. 6 “No puede mejorarle la vida a su biografiado”, ni incluir sentimientos propios haciéndolos pasar como si fueran del sujeto, ni excluir otros sentimientos o hechos que no sean de nuestro agrado (véase imagen 1). Fuente: elaboración propia Imagen 1 Sujetos, roles y contextos Los fundadores de la biografía moderna, de la nueva biografía, fueron Virginia Woolf y Lytton Strachey; la característica más importante de sus quehaceres como biógrafos fue precisamente su acercamiento a la personalidad de sus sujetos. El hermano de Lytton, James, y su esposa Alix tradujeron las obras de Freud al inglés y la pareja Woolf, Leonard y Virginia, las publicó en 1924 en su editorial Hogarth Press. Virginia escribió en su Diario que había utilizado las ideas freudianas7 para escribir sus biografías Orlando y Roger Fry: A biography pues lo que deseaba era recrear “verdaderas personalidades” (Cooley, 1990, p. 71). Sin el afán de convertirnos en especialistas de la materia sino con el deseo de tener el barniz necesario para poder analizar la personalidad de nuestros sujetos, Paula Backscheider (2004) sugiere que los biógrafos estudiemos algunas obras de psicología. Conocer qué es el temperamento, el carácter, el intelecto y el temple, por ejemplo, nos puede acercar al entendimiento del porqué un sujeto actúa de una u otra manera (pp. 114-115). Esta parte es quizá la más delicada del quehacer biográfico. Al describir y explicar las múltiples acciones del sujeto que nos ocupa, ciertamente tenemos que rebasar ciertos cánones interpretativos de la historia pues si bien los historiadores pueden analizar las acciones de ciertas figuras humanas, no se meten en las profundidades en las cuales navega un biógrafo, quien necesariamente utiliza ciertas herramientas narrativas propias de los literatos (a esto se refiere Woolf cuando habla de rainbow). Ello no quiere decir que utilicemos la ficción, simplemente estamos interpretando un “terreno movedizo” conformado por las creencias, los deseos, las necesidades y los propósitos de nuestro biografiado que requieren (precisamente para no caer en la tentación de la ficción) de una pluma delicada y sutil, equilibrada, mesurada y cuidadosa. Un ejemplo de una biografía con un buen equilibrio psicológico del sujeto es la de Enid Starkie (2007), Arthur Rimbaud, una biografía. Sin duda, el protagonista, Rimbaud, tiene, en este aspecto psicológico, mucha tela de donde cortar; era un genio rebelde, desequilibrado emocionalmente; de los 17 a los 19 años escribió toda su milagrosa obra literaria, y después desempeñó varios oficios menos el de poeta, hasta que murió a los 37 años. Ahora bien, como lo sugiere Backscheider (2004), la explicación de la personalidad con toda la complejidad que ello implica, “está hasta cierto punto coloreada por la experiencia cultural del biógrafo” (p. 99), esta es la interpretación subjetiva del biógrafo-historiador. Resulta evidente que de la simpatía que siente el biógrafo por su biografiado surge una motivación “cuasi anormal” que debe “frenar” para no “desbordarse” en una interpretación “demasiado subjetiva y melosa”. 8 Una cosa es la interpretación y otra muy diferente es la “sumisión” ante el biografiado generada por el enamoramiento. La empatía es necesaria pero ojo con la transferencia que es el envolvimiento emocional con el sujeto. 9 Leon Edel (1990) advierte que el biógrafo debe “incorporar en sí mismo la experiencia de otro, convirtiéndose por un tiempo en esa otra persona, a la vez que sigue siendo él mismo” (p. 32). Debe tener una actitud de “observador-participante”, esto es, debe meterse bajo la piel del biografiado, pero no identificarse al extremo de perder toda objetividad (p. 53). Para entender este concepto me he imaginado a mis biografiados actuando en un teatro en el cual a veces me encuentro interactuando con ellos y otras permanezco en mi butaca observándolos. En este aspecto no sobraría la lectura de obras sobre performance (el término sugiere que se estudien el discurso y las acciones desde la óptica de la teatralidad), enfoque empleado sobre todo en la antropología, pero también en la historia y en la biografía. El antropólogo Greg Dening (1996) sugiere que se atrapen ciertos momentos en la vida cotidiana de los individuos, “fuera de nuestro sistema cultural”, mismos que acuña como “momentos etnográficos” que se vuelven únicos y que son “representados”, “actuados”, 10 no con un libreto fijo, sino, de acuerdo con Burke (2005a), “improvisados” o mejor aún “semiimprovisados”. Sobre todo en la historia de mujeres, la biógrafa se centra en lo que “hace una mujer y no tanto en cómo es” y en ello involucra las acciones que fueron aprendidas y ensayadas de acuerdo con los guiones culturales. 11 Tanto las perspectivas de Dening (1996, pp. 44 y 44) y de Burke (2005b, pp. 35-52) como la de Rosenwein (2002), quien aborda “el performance” de las emociones en la historia, pueden enriquecer la óptica del biógrafo. El estudio académico de las emociones y de los sentimientos que conforman parte del carácter, campo fértil de los literatos, era, hasta hace poco tiempo, escasamente utilizado por los historiadores. Sin embargo, desde hace algunos años algunos investigadores nos han ayudado a acercarnos al análisis de estos conceptos, que varían de acuerdo con la época cultural que se trate. Para el biógrafo su estudio es indispensable. En México, Pilar Gonzalbo Aizpuru ha coordinado varios libros sobre el estudio del miedo, del amor, y nos ha motivado, dentro de su Seminario de Historia de la Vida Cotidiana de El Colegio de México, a emprender investigaciones que aborden estos temas. 12 Las fuentes para abordarlos, también poco consultadas, se convierten en pieza clave. Los testamentos, los juicios, los registros civiles de nacimientos, matrimonios y muertes, archivos de hospitales y de panteones, entre otros, arrojan luz sobre cómo sentían los seres humanos del pasado. Hace algunos años escribí un ensayo sobre el miedo que sentían las madres, los padres, las familias, los doctores y las parteras en el momento del parto a fines del siglo XIX, época en que muchas veces los hijos morían al nacer o a las pocas horas de haber nacido. Basándome en infinidad de fuentes pude detectar el miedo, el pavor, que sentían todos aquellos involucrados en esa escena dramática que iba pulsando, minuto a minuto, si se salvaba el niño o, en otros momentos, si se sacrificaba al niño o a la madre: había que escoger porque no se podían salvar las dos vidas (Bazant y Domínguez, 2009, pp. 59-92). 13 Esa experiencia me ayudó a entender el enorme dolor que sintió Laura al perder seis hijos (sólo dos llegaron a la edad adulta), la mayoría de ellos al nacer (aunque Eva Adelaida murió a los 3 años; en el siglo XIX se decía que un niño “se lograba” cuando cumplía cinco años de edad). Y ¿por qué no? también puede ser útil solicitar la opinión de un grafólogo. Aunque lo medité en el caso de Laura pues su letra fue cambiando diametralmente a través del tiempo, no lo consulté. La impecable, uniforme y bella letra Palmer de Neve me tiene intrigada pues no me parece que correspondería a su complejo temperamento. Clemente Antonio estaba obsesionado con la caligrafía; tanto amaba las letras y sus formas que parecía un monje medieval copista, obsesionado por entregar sus documentos escolares perfectos, sin un solo tachón, ni error ortográfico. Para borrar había miga de pan, pero dejaba marca así que Clemente debió repetir sus hojas muchas veces. A lo largo de mi carrera consulté miles de documentos parecidos, pero esta es la primera vez que me asombro ante el grado de meticulosidad. Utilizaba varias plumas de ave de distinto grosor y tinta de agallas que en ocasiones fermentaba con vinagre para que tuvieran lustre. Medía el trazo de cada letra, su forma y su inclinación y con esa perfección quería enseñárselas a sus alumnos. Por esta exageración, algún funcionario del imperio de Maximiliano lo llamó “maniático”. Durante la segunda mitad del siglo XIX aproximadamente sólo 15% de la población sabía escribir, y aunque hoy en día nos resulte difícil apreciar los encantos de la caligrafía, en esa época representaba un sello de distinción y era técnica muy importante para enseñar en las escuelas. Aquellos que supieran escribir podían emplearse como escribanos en las oficinas de gobierno y privadas o bien en las imprentas. La grafología tiene suficiente validez científica como para que algunas empresas estadunidenses empleen esta técnica para conocer algunos rasgos de la personalidad de sus empleados (Backscheider, 2004, pp. 111-112). A mí me puede aportar algún dato interesante sobre el carácter de Clemente Antonio. ¿En qué tipo de documentos podemos percibir los rasgos de la personalidad de nuestros sujetos? Las cartas, las memorias y los diarios constituyen una mina de oro. Sin embargo, no siempre se tiene la suerte de encontrarlos. En el caso de la biografía sobre la maestra Laura Méndez de Cuenca su extensa obra literaria y educativa me ayudó a ir reconstruyendo un retrato suyo. A semejanza de un pintor frente a su lienzo, iba dibujándolo lo más fiel posible de acuerdo con sus pensamientos, sus motivaciones, sus intereses, sus preocupaciones, sus alegrías, sus tristezas 28 cartas, dos novelas costumbristas, 73 poemas, 44 cuentos y 118 crónicas de viaje más algunos informes y textos pedagógicos constituyen el hilo conductor de la biografía; abordan temas centrales en su vida como la educación, la higiene, la modernización, la condición humana, el sufrimiento, la injusticia, el amor y la muerte y la desigualdad de las mujeres. En el texto El hogar mexicano, publicado en 1907 y reeditado en 1910 y en 1914, niñas y jovencitas entraban a la casa ideal, moderna, con todo el mobiliario moderno como estufa de gas, refrigerador, lavadora y baño con regadera y WC (en esa época había letrinas y tinas). La lectura de sus páginas debía alentar a niñas y jovencitas a aprender hábitos modernos y tener las comodidades necesarias. Un tema medular se refería a una alimentación sana basada en el consumo de frutas y verduras, hacer deporte y ocupar el tiempo libre, por ejemplo, en la lectura y la jardinería. Estos son temas tan actuales que colocan a Méndez de Cuenca en una de las mentes más luminosas de su tiempo. Otro tipo de documentos que me ayudó a entender su personalidad fueron textos escritos por amigos y colegas de ambos sexos y autoridades municipales y federales. Sin embargo, no siempre se tiene la suerte de contar con un acervo personal, literario y pedagógico tan importante. Ciertamente, el caso de Neve es otro. He descubierto en la investigación sobre su vida que la personalidad de un sujeto también puede reconstruirse a través de documentos oficiales escritos por el mismo sujeto y por sus contemporáneos. He encontrado muchos oficios suyos solicitando, sobre todo al municipio de la ciudad de México, una plaza de trabajo. En estas cartas se refleja su miserable vida cotidiana, de gran escasez e inestabilidad. También su compleja personalidad protagónica y peleonera, pero con gran pasión por la docencia. Tiene varios escritos sobre pedagogía, vida cotidiana escolar, impresiones sobre política y otros temas que han ayudado a delinear su rostro y su tiempo. La respuesta a las cartas de Clemente Antonio, por otra parte, descubre la penuria económica del Ayuntamiento, su ineficiencia y su falta de sensibilidad por no haberle dado el empleo que merecía una persona con tantos talentos. Toda esta documentación que abarca, con lapsos breves y no tan breves, de 1860 a 1905 también habla de guerras, epidemias, muertes, infinitos cambios políticos, penurias económicas, en dos palabras, de la vida rutinaria de la ciudad de México. Paralelamente a la reconstrucción de la personalidad se encuentra el tema de los roles que desempeña el sujeto a lo largo de su vida (véase imagen 2). Los roles de hija, madre, amante, esposa, maestra, pedagoga y diplomática que desempeñó Laura a lo largo de su vida, no sin tensiones, constituyó tarea ardua, ya que había que ir empalmando personalidad, roles, acciones y contextos (véase imagen 1) de los que hablaremos más adelante. Los roles de Laura no siempre estaban a la luz, pues siendo una de las primeras mujeres en el siglo XIX que irrumpió del espacio privado del hogar al espacio público, ocupado tradicionalmente por hombres, las fuentes son escasas y no siempre fidedignas. Sacarla del anonimato y descubrir los papeles que desempeñó, más allá de ser la esposa de alguien, la hija de alguien y la madre de alguien, dentro de su familia y su comunidad fue todo un desafío. Otro fue analizarlos en su momento y tiempo. Su viudez le dio las alas que necesitaba para estudiar y trabajar. Muy difícilmente, estando soltera o casada, hubiese sido posible tener una vida libre como ella deseaba (véase imagen 2). Fuente: elaboración propia