lunes, 12 de noviembre de 2012

"EL SER DEL OTRO" (Educación) (5)


-POLIS-Revista latinoamericana
A manera de cierre 59El recorrido que he hecho de los ejes del Ser del Otro desde la modernidad, la ciudadanía, la alteridad y la diversidad quedaría inconcluso, desde mi muy particular posicionamiento, si no me preguntara por el sentido que tiene para la educación. La respuesta la he otorgado en el título de este trabajo. El Ser del Otro: un sustento ético-político para la educación. 60La educación esta llamada a crear condiciones para aprender a mirar, a escuchar, a sentir a vigilar al Ser del Otro: el Rostro. Está emplazada a contribuir en la construcción de un lenguaje, una cultura, una conciencia que pregunta sin reparos, sin condiciones, sin búsqueda de reciprocidad: ¿Dónde estás tú? Que no responde con un ¡acaso yo soy guardián de mi hermano! cuando se le interroga ¿dónde está tu hermano?; que no contesta acerca del Otro con evasivas, con excusas, con dilaciones. 61Es rol de la educación enseñar a mirar de frente al Ser del Otro, aunque esa mirada cause sufrimiento, angustia, impotencia. Enseña a que no se puede dar la espalda y decir: “no es asunto mío” aunque no sea asunto mío; o decir: “¿por qué yo?... que se preocupen otros, los más cercanos”, aunque sea yo el más lejano de los lejanos. Estamos así recuperando el profundo sentido ético de la educación. 62La educación, desde esta mirada ético-política es, por definición, una educación para la responsabilidad, es una educación para forjar “vigilantes” alertas del Ser del Otro, precavidos, atentos del Otro. Entonces la educación se introduce de lleno en el mundo de la modernidad, no sólo de la modernización. Hace de los estudiantes sujetos–ciudadanos empoderados para una ciudadanía activa, interlocutantes con la diversidad social, cultural y política que se nos impone en un mundo global que queremos y debemos “domesticar”. Este es un imperativo ético que la educación no puede eludir. 63El camino por recorrer es largo. La pregunta es cómo se convierte este discurso en una práctica educativa consistente, en especial ahora que existe una marcada tendencia hacia la individualización y la competitividad, a veces descarnada. Este es el reto que nos queda por delante: convertir el verbo en acción. Inicio de página Bibliografía Bárcena, F. (1997), El oficio de la ciudadanía. Introducción a la educación política, Paidós, Buenos Aires. Bárcena, F. y Melich J. C. (2000) La educación como acontecimiento ético: natalidad, narración y hospitalidad, Papeles de Pedagogía, Paidós, Buenos Aires. Brunner, J. J. 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"EL SER DEL OTRO" (Política-hombre-comunicación) (4)


-POLIS- Revista latinoamericana
El Ser del Otro desde la diversidad 47La diversidad forma parte del proceso de transformación que el discurso de la modernidad está experimentando y que algunos han denominado como el discurso de la postmodernidad, que es el “anuncio de una nueva época, posterior a la modernidad”. Hay quienes consideran que el discurso de la modernidad, caracterizado como un discurso hegemónico, unificador y totalizante, propio de la razón iluminista e instrumental, comienza a agotarse (Fukuyama). Otros, en una postura más abierta, perciben el tiempo actual como un tiempo seminal, en que se están operando grandes transformaciones culturales. 48En este contexto, Brunner identifica al interior de la modernidad a las ideologías neo-comunitarias que responden a la experiencia de las comunidades integradas por individuos autónomos (o cuya liberación se postula) y de esta forma se diferencian de las estructuras de las comunidades tradicionales que se caracterizan por ser jerarquizadas, con formas tradicionales de dominación, cuya legitimidad descansaba en la santidad de los poderes heredados.” La racionalidad imperante en las ideologías neo–comunitarias es comunicativa más que instrumental; busca construir identidades e integrar al individuo a una asociación que moviliza sus propios recursos para realizar su valor. Dice Brunner (1992:56-57) que: “frecuentemente estas ideologías se hallan ligadas a los grupos sociales “desheredados” por la modernización, cuyos derechos proclaman y cuya condición buscan transformar o liberar... Pero al mismo tiempo, estas ideologías alcanzan expresiones que apelan a diversos grupos que se hallan en el centro de la modernidad: comunidades de vida, grupos generacionales y de género, movimientos de desprofesionalización, ciertos movimientos religiosos, comunidades terapéuticas, “contra culturas” de diversa naturaleza en los ámbitos de la salud, de la alimentación, del uso de las tecnologías adecuadas, de “comunicación” del conocimiento, etc.” 49En definitiva estamos presenciando el surgimiento de una gran variedad de identidades que algunos han definido de “posmaterialistas “y en la que se ubican, por ejemplo: grupos ambientalistas, de tercera edad, grupos que luchan por la tolerancia y la no-discriminación, grupos de defensa de derechos: mujeres, indígenas, homosexuales y lesbianas, etc.”. 50La diversidad presupone cuestionar el conformismo, las asimetrías sociales, y también las injusticias. En este sentido, el mensaje de la diversidad no es neutro. Asumir la diversidad como relación significa, por de pronto, aceptar la inter y multiculturalidad como un nuevo paradigma de organización social en donde conceptos como la responsabilidad social, la ciudadanía activa, el empoderamiento, la participación ciudadana, la democracia deliberativa, se redefinen y vigorizan. La diversidad se produce en los más diversos campos: social, cultural, filosófico, religioso, moral y político. La diversidad, que a veces se define como pluralidad, “es un hecho fáctico de toda sociedad en la que existen una variedad no coincidente de creencias, convicciones, sentimientos y puntos de vista acerca de asuntos que se repuntan importantes como el origen y finalidad de la vida humana; la relación del hombre con una posible divinidad; la idea de vida buena y los medios necesarios para alcanzarla; la organización y distribución del poder, etc.” (Squella, 2000:447) La diversidad remite directamente a la ética intercultural. Ricardo Salas Austrin, (2003:56) profundiza en esta relación y formula una pregunta que parece central al analizar El Ser del Otro: “¿Cómo es posible determinar cursos de acción que sean aceptables no-solo para los que viven en mi cultura sino que para otras culturas con las que debo interlocutar, y en el mejor de los casos para todas las culturas presentes o no en mi horizonte cultural?” Salas Austrin (2003:59) señala que: “al definir categorialmente la cuestión de la ética por la relación del sí mismo y del otro, estamos señalando no sólo el problema cognoscitivo de cómo abrirse a las vivencias y valores del Otro; sino también a las múltiples estrategias de cierre y exclusión del otro en la vida concreta..” 51Precisamente el cierre a la diversidad no es sino la exclusión del Ser del Otro. En efecto, históricamente ha habido intentos serios y demoledores por negar la diversidad, de obstaculizar su incremento y su expresividad, de estigmatizarla como fenómeno que podría poner en riesgo la sobrevivencia de un proyecto social unitario. En ocasiones se suele ocultarla, invisibilizarla, inclusive combatirla y eliminarla. Los regímenes totalitarios, autoritarios y dictatoriales se han caracterizado, precisamente, por estos comportamientos anti-diversidad. Piénsese, por ejemplo en el racismo nazi que empleó la eliminación física de todos aquellos y aquellas que no consentían con los criterios de la “raza superior”; en las dictaduras militares de América Latina que prescribieron, con empleo de la fuerza y la violación de los derechos fundamentales, todas las manifestaciones políticas que no conformaban con el proyecto de la seguridad nacional; en los regímenes de los países de detrás de la cortina de hierro que prohibieron, ocultaron y sancionaron aquellas manifestaciones culturales que se alejaban de los cánones oficiales. Todos estos intentos de supresión de la diversidad han estado acompañados de violaciones severas a la dignidad humana y a los derechos humanos. 52La diversidad de grupos culturales y sociales distintos, con tiempos discontinuos pero que están simultáneamente presentes, la existencia de una cultura integrada por diversas tradiciones, es y ha sido una característica del mundo latinoamericano. La multietnia, la multireligiosidad, la multiculturalidad, la multiclase, ha estado y aún está presente en la historia de América Latina. Sin embargo, la tendencia ha sido negar la diversidad, homogenizarla, fragmentarla, marginarla diseminarla, invisibilizarla. En nombre del orden, de la unidad nacional, de los afanes “modernizantes” y “civilizadores”, no sólo se ha negado y rechazado la diversidad sino que se la ha combatido y censurado 53Una de las manifestaciones más severas de la negación de la diversidad es y ha sido el de la discriminación, construida sobre prejuicios y estereotipos irracionales que se han instalado en la cultura, en las actitudes y comportamientos de manera muy profunda. Razone históricas de la más diferente naturaleza han conducido a que ciertos grupos de personas hayan sido intensamente amenazados o violados en sus derechos y objeto de discriminaciones muy severas de manera institucionalizada y sistemática. Este el caso de las mujeres, de las personas de color, de los judíos, de ciertos grupos religiosos minoritarios, de los homosexuales y lesbianas, de los discapacitados, de los pobres, de los jóvenes, de las personas pertenecientes a la tercera edad, etc. Esta situación ha originado -y por qué no decirlo, ha exigido- la elaboración de una serie de instrumentos internacionales tendientes a prohibir y erradicar la discriminación sistemática. Al respecto se han adoptado medidas especiales con el fin exclusivo de acelerar la igualdad de facto de estos grupos. Esto es lo que se ha denominado «discriminación positiva», si bien esta expresión no es del todo apropiada en el derecho internacional ya que la palabra discriminación se usa corrientemente como diferenciaciones negativas. En otras palabras, la «discriminación positiva» o «acción positiva» hace una opción por favorecer de manera deliberada a aquellos grupos que han sido tradicionalmente postergados por razones de estratos sociales, de género, de etnia, de incapacidad física o mental u otras razones. Estas medidas se asientan en el hecho que estos grupos cargan una larga historia de prejuicios, estereotipos y discriminaciones a las que han sido sometidos de manera sistemática e institucionalizada. El Ser del Otro se construye en la tolerancia y en la no-discriminación. 54Desde una postura comprensiva del principio de no-discriminación, como elemento constitutivo de la modernidad, podemos afirmar que el respeto a las diferencias y la política de erradicación de las discriminaciones forma parte no sólo el área de la democracia política, sino que también el área de la democracia cultural y educacional. En otras palabras, se ve como necesario -si se desea “ingresar” y “transitar” hacia una sociedad democrática y moderna- asumir, reconocer y potenciar el tejido intercultural como acervo cultural. Se indica que el potenciamiento de nuestros propios tejidos e identidades culturales, lejos de constituir un obstáculo para nuestro “ingreso” a la modernidad, debiera ser nuestro resorte específico para ser modernos hoy día. 55El tejido intercultural es, entonces, el resorte de nuestra forma propia de apertura al mundo; y la superación de la dialéctica de la negación del otro como exigencia fundamental para nuestra integración social y para la consolidación de una cultura democrática. Sobre dicha base, es posible la construcción de una moderna ciudadanía, como lo señalan Calderón y otros, en la cual “el sujeto será la voluntad del individuo de ser productor y no solamente consumidor de su experiencia y de su entorno social” y en donde la modernidad, además de progreso económico, tecnológico y social, será sobre todo “exigencia de libertad y defensa contra todo lo que transforma al ser humano en instrumento o en objeto”. 56Hoy, en un mundo caracterizado por la globalización, parece casi ineludible e inevitable incorporar el reconocimiento de la diversidad como una componente central de la democracia, de la ciudadanía y de los derechos humanos. Francisco Estévez hace, al respecto, una diferenciación entre globalización y globalidad, al tratar el tema de la diversidad. “La globalidad tiene que ver con la interculturalidad, con la comunicación; con el encuentro de mundos distintos que inevitablemente entran en relación y establecen formas culturales o comunicacionales comunes... La globalización es cuando se ordena ese encuentro en torno a una relación determinada de poder, o una lógica económica o cultural determinada” (Estévez, 2000:149). 57Se podría decir que la relación de alteridad a la que hicimos referencia es condición necesaria, si bien no suficiente, en la relación de diversidad. No existe posibilidad alguna de relacionarse con la diversidad si no hay capacidad, en primer lugar, de reconocer al Ser del Otro como un legítimo Otro, y en segundo término si no hay responsabilidad, asunción, aprehensión del Otro como Rostro. En la invisibilidad, en el ocultamiento, en el silenciamiento del Otro, es impracticable la relación de diversidad. 8 Es interesante señalar que el término rostro en hebreo, que figura en la Biblia en numerosas ocasi (...) 58Ahora bien, la relación de diversidad con responsabilidad del Otro se debe, a mi parecer, comprender como una relación con un Otro que es un plural: un Nosotros-Nosotras. Es el Rostro en plural.8En consecuencia, en mi opinión, siempre estaremos relacionados con Otros, con una multiplicidad de Otros. En una sociedad abierta, como la que queremos construir, estaremos siempre en presencia de muchos Otros. Es una relación que se nos asigna, nos abarca, nos abraza, nos comprende. No podemos, aunque quisiéramos -a menos que nos metiéramos a un tonel, a un túnel de la auto-soledad, de la auto-exclusión- prescindir de la diversidad. Se nos impone. Por consiguiente deberemos convivir con ella. Pero esta convivencia no puede ser de imposición sino de compromiso, no puede ser de obligación sino de vínculo, no puede ser un fatalismo inevitable. Es una convivencia en la responsabilidad, a la que hacía alusión Levinas. Una responsabilidad sin reciprocidad. Una responsabilidad con los Otros que me y nos enriquece, pero que no está condicionada a este enriquecimiento. Una responsabilidad con los Otros a pesar de que en ocasiones están distantes de mi propia identidad. Es la búsqueda de aproximaciones, de comunicación, aunque signifique ruptura de algunos de mis propios esquemas identitarios. En una responsabilidad con quiebre, con quebranto de mi identidad, pero sin abandono de ésta. El Ser del Otro en el encuentro con mi identidad.

"EL SER DEL OTRO" (Política-hombre-comunicación) (3)


- POLIS-Revista latinoamericana
El Ser del Otro imperativo de la participación política 21Una definición comunitaria de ciudadanía, entonces, remite a la necesidad de establecer un vínculo social fuerte, donde el concepto sea entendido como el aspecto más visible de las capacidades sociales en la medida que define el poder de disposición que tienen las personas asociadas en una comunidad democrática sobre la vida social. En esta concepción social de la participación, es el vínculo entre los miembros lo que determina la posesión de derechos, proceso que además descansa en la autorreflexión de la sociedad, es decir, en aquel proceso que permite elaborar los valores y horizontes de futuro que orienten la acción. La importancia dada al vínculo social queda determinada entonces por la capacidad de éste de condicionar la institucionalidad socioeconómica de un país y sus instituciones políticas para, al mismo tiempo, mejorar la eficiencia social facilitando acciones coordinadas entre sus miembros. La idea es que los ciudadanos comunes puedan ocuparse al mismo tiempo de los asuntos de la ciudad y del Estado, es decir, que gocen de derechos, pero que cumplan con las obligaciones que su condición de ciudadanía les impone. Algunos autores agregan a esta tarea la necesidad de crear una “nueva infraestructura moral y una red social de experiencias políticas comunes”, cuyo lugar resida en la familia, la escuela, la iglesia, o en distintas asociaciones e iniciativas de la comunidad”. Fernando Bárcena hace un planteamiento muy interesante, en el que asocia la postura liberalista con un tipo de ciudadanía entendida como estatus, y la postura comunitarista con un tipo de ciudadanía entendida como práctica. Señala que el punto de encuentro entre ambas líneas de pensamiento sería lo que llama “juicio político”: 22“Para llegar a ser ciudadano activo en la comunidad debemos estar motivados, formados, y gozar de oportunidades para ello. Además, la tradición cívica republicanista ha pasado por subrayar la importancia del ejercicio de la virtud cívica, la participación en la construcción del interés común y el cumplimiento de los deberes cívicos desde un ideal moral de servicio a la comunidad. Sólo así, desde esta tradición, el individuo accede a la condición de plena ciudadanía, ya que ésta es una actividad intrínsecamente deseable que entraña un compromiso moral”. “A diferencia de esta tradición clásica, el pensamiento filosófico del liberalismo cívico acentúa, sobre todo, la idea de que la ciudadanía es un título al que accedemos cuando se nos reconocen determinados derechos. Pero existe un elemento en que ambas tradiciones no podrían justificadamente entrar en contradicción. Se trata de un elemento que forma parte de una noción comprensiva de competencia cívica: el juicio político. A través del ejercicio de nuestra facultad de juzgar las realidades políticas, y no sólo por el ejercicio de la virtud cívica, también accedemos a una plena condición de ciudadanía, a un tipo de actividad ciudadana en la que los valores de la tradición liberal y los del pensamiento cívico republicano pueden llegar a armonizarse.” 23Cuando vinculamos el Ser del Otro con la ciudadanía, estamos necesariamente haciendo referencia a la ciudadanía activa, para contraponerla a la ciudadanía pasiva, la ciudadanía de espectadores y espectadoras. Esto es así ya que un ciudadano activo, por definición, es aquel que empoderado tiene el poder ciudadano de exigir sus derechos y el de los demás. Como ciudadano activo asume el rol ético de ser “defensor ciudadano” de los derechos propios y el de Otros, hace propuestas de políticas públicas conducentes a hacer valer los intereses y aspiraciones del colectivo local, regional, y/o nacional. Es en el hacer colectivo ciudadano en el que se construye el Ser del Otro. 24El Ser del Otro no es una aparición celestial, ni tampoco un ser que surge desde el inactivismo. No es una entelequia. Es el resultado de una ciudadanía activa que remite directamente a la participación ciudadana en diferentes instancias ciudadanas. Por supuesto en la política, pero no exclusivamente en la política partidista, ya que la política dejó de ser un puro ejercicio del partido, ya que es también un ejercicio ciudadano. 25Un espacio preferente de participación lo constituye la cultura, en su definición más amplia e integral. Es en la cultura en donde los ciudadanos se reconocen como sujetos pertenecientes a un pasado común, a una identidad compartida; pero es por sobre todo un lugar de innovación, creatividad y recreación. Es en la cultura en donde se abren los canales para que la ciudadanía discuta, delibere, hable y converse de todos los temas ciudadanos instalados en la vida cotidiana de las personas: de la educación, del medio ambiente, de las desigualdades sociales y económicas, de la tolerancia, de la discriminación y de la diversidad cultural y social, del divorcio y el aborto, de la salud, de la impunidad y la corrupción, del desarrollo y la economía, y de otros tantos temas y problemas de los cuales todos y todas en calidad de ciudadanos tiene una palabra que decir y una propuesta que ofrecer. Una ciudadanía activa es la que promueve una multiplicidad de oportunidades para que la ciudadanía se apropie de estos temas, los haga suyos, haga oír su voz frente a ellos, aporte a la solución de los problemas que de ellos se derivan. Estamos refiriéndonos a una ciudadanía con dimensión ética, con sentido colectivo, en donde no bastan las soluciones individuales si no van acompañadas de un sentido de bien común. El Ser del Otro invita al encuentro en la cultura.

"EL SER DEL OTRO" (Política-hombre-comunicación) (2)


-POLIS-Revista latinoamericana
El Ser del Otro desde la ciudadanía 12Pensar en el Ser del Otro desde la ciudadanía nos obliga a responder la pregunta de qué tipo de ciudadanía y de qué ciudadanos estamos hablando. Hoy, en el contexto de un mundo globalizado y de cambios rápidos y profundos, en los que están en cuestión normas, valores y tradiciones ciudadanas, la respuesta no sólo se hace relevante sino también compleja. Dar una contestación tajante y concluyente no es del todo fácil. Esto es así por diversas razones, pero el factor decisivo, a mi parecer, es que no existen en nuestras sociedades proyectos ciudadanos que nos interpreten e interpelen cabalmente. Hay un socavamiento, si así lo podemos expresar, de las identidades colectivas, de las aspiraciones colectivas. Hay carencia de un imaginario de sociedad, hay -en términos de Norbert Lechner- una fragilidad del “Nosotros”. 13Deseo adelantar y decir que esta fragilidad del “Nosotros” resulta de la incapacidad de reconocer al Ser del Otro como un legítimo Otro. Somos más bien ciudadanos en la desconfianza, inclusive en la mezquindad, en ceguedad e invisibilidad del Ser del Otro. Vivimos como ciudadanos atemorizados, el miedo al Ser del Otro, el miedo a la invasión de los Otros en lo mío. Más aún, pareciera que estamos “atrapados” en el paradigma liberale incapaces de abrirnos a un paradigma comunitarista. 14Gabriela Fernández y Loreto Egaña abordan ambos paradigmas después de hacer una revisión intensiva de la literatura existente. Al respecto señalan, en primer lugar, que para los comunitaristas las premisas del individualismo traen consecuencias moralmente insatisfactorias, tales como la imposibilidad de lograr una comunidad genuina, el olvido de algunas ideas de la vida buena que serían sustentadas por el Estado, y una injusta distribución de los bienes. Los liberales, por su lado, sostienen que una sociedad justa no puede presumir una concepción particular del bien, sino que debe ajustarse a través del “derecho”, que es una categoría moral que tiene prioridad sobre la de “bien”. 15Debemos aclarar que aún cuando el liberalismo contribuyó a la formulación de la idea de una ciudadanía universal, basada en la concepción de que todos los individuos nacen libres e iguales, para muchos críticos esta corriente de pensamiento redujo la condición de ciudadanía a un status legal, estableciendo los derechos que los individuos poseen contra el Estado. En este sentido, la idea de participación ciudadana en asuntos de interés público o la idea de conciencia ciudadana colectiva sobre determinados derechos que afectan a un conjunto de ciudadanos, son extrañas al pensamiento liberal clásico. El Ser del Otro se invisibiliza 16En términos del paradigma liberal, la concepción de libertadse traduce al plano del sujeto bajo la noción de Autonomía. El sujeto, constituido por el individuo, es concebido como autosuficiente en su independencia, o sea no necesita de otros para constituirse en sujeto (aunque sí para sobrevivir biológicamente. El sujeto es el individuo, entendido como autónomo y racional con anterioridad, y por ende, con primacía ante la sociedad y el Estado. En otras palabras, el individuo no necesita de la sociedad para poder ser un sujeto racional, al contrario, es él -con su racionalidad- quien es capaz de fundar la sociedad mediante el contrato social. ¿El ser autónomo no requiere del Ser del Otro? 17Bajo esta concepción, la sociedad civil es separada del Estado en la medida que el ciudadano contribuye a éste mediante el pago de sus impuestos y la participación en votaciones, siempre confiando sus intereses económicos a la autorregulación del mercado. No obstante, independiente del énfasis dado a la naturaleza de la participación del individuo en la postura liberal, lo cierto es que el liberalismo acentúa, ante todo, la idea de que la ciudadanía corresponde a un status posterior a la posesión de derechos, es decir, son los derechos los que otorgan ciudadanía. 18El paradigma comunitarista critica los extremos a que los puede llevar el individualismo liberal, que pone en peligro los valores comunitarios. Se plantea una mirada que releva la acción social y cívica a través de un enfoque integral que debería abordar en conjunto al individuo y a la sociedad; un planteamiento vinculado a la tradición democrática republicana que apela a una ciudadanía comunitaria constituida a través de su participación en el Estado, lo que exige una formación de ciudadanos y un cultivo de las virtudes cívicas para la participación en el autogobierno, pero al mismo tiempo, un Estado no neutral frente a los valores y proyectos de vida de sus ciudadanos. 19Desde este enfoque comunitarista el centro de la ciudadanía radica en la participación política, donde el ciudadano se compromete -más allá del mero voto- en la permanencia de la sociedad. Los comunitaristas sostienen que los vínculos sociales determinan a las personas y que la única forma de entender la conducta humana es referirla a sus contextos sociales, culturales e históricos. La noción de participación ciudadana supone conocimiento e interés en los asuntos públicos, un sentimiento de pertenencia a una comunidad política y un sentido de responsabilidad por el todo social, lo que exige el desarrollo de prácticas, costumbres y conductas particulares, que den cuerpo a una “virtud cívica” que sustente al autogobierno democrático. 20Loreto Egaña nos dice quela acción política tiene como núcleo a la (auto) conciencia de los individuos como sujetos pertenecientes a una comunidad, a un Todo que dota de sentido a la existencia, porque ésta es el motor del autogobierno, ya que sólo un sujeto consciente de sí es capaz de autogobernarse (de crear y defender instituciones que lo identifiquen) y, más aún, de exigir reconocimiento (en la óptica tayloriana), en otras palabras es la conciencia la ue permite constituir al sujeto, ya que en términos comunitaristas la conciencia evidencia la relación entre el individuo y su comunidad (lo sitúa en una comunidad). Desde esta perspectiva, la política es relacionada con conceptos como “reconocimiento”, “sentido” y “pertenencia”. La acción política de los ciudadanos sólo tiene sentido en el marco de la pertenencia a una comunidad que se auto-reconoce como tal, que tiene conciencia de sí.

"EL SER DEL OTRO" (Política-hombre-comunicación) (1)


POLIS-Revista latinoamericana
El Ser del Otro desde la modernidad y la acción comunicativa 1Intentar centrar la mirada en el Ser del Otro significa y nos obliga sin lugar a dudas, entre otras cosas, a ponernos junto a aquellos que han cuestionado el concepto de modernidad que hemos heredado desde la ilustración europea. El siglo de la ilustración (siglo XVIII) es el período donde empiezan a fundarse de manera definitiva los relatos y representaciones que estructuran el mundo moderno. En dicho período se aglomeran las consecuencias de la Revolución Inglesa democratizando el orden social a través de la secularización de la política; el racionalismo filosófico francés con su sueño enciclopedista reformador, y con su descifrar, en la articulación de las ciencias, las artes, la técnica y el trabajo, que el presente —ya no el pasado clásico— es la edad de oro del espíritu; y el iluminismo romántico alemán, donde la filosofía de la historia, la estética crítica y el despertar heroico (no sólo racional) del sujeto del nuevo tiempo se traducirá en un primer desgarramiento de la conciencia moderna. 2Sin pretender ser exhaustivos, debemos recordar que Habermas (1989:131) atribuye a Hegel el concepto de modernidad, seña­lando que es éste el que descubre el concepto de la subje­tividad: un modo de relación del sujeto consigo mismo. La subjetividad comporta cuatro connotacio­nes: “a) individualismo, en el mundo moderno la pecu­liaridad infinitamente pa­rticular puede hacer valer sus pretensiones; b) de­recho de crítica, el princi­pio del mundo exige que aquello que cada cual ha de reconocer se le muestre como justificado; c) autonomía de la acción, pertenece al mundo moderno el que queramos salir fiadores de aquello que hacemos; d) finalmente, la propia filosofía idealista” (1989.131). Los acontecimientos históricos claves para la implementa­ción del principio de subjetividad son la Reforma Religiosa, la Ilustra­ción y la Revolución Francesa (ibid). 1 Horkheimer, M. y Adorno, T. (1987) Dialéctica del Iluminismo, Ed. Sudamericana, traducción de Mure (...) 3Durante las últimas décadas del siglo pasado, pre­ferente­mente después de la segunda guerra mundial, se han elaborado diversas y muy variadas concepciones críticas frente a la expe­riencia histórica de la modernidad. Un enfoque crítico muy pene­trante ha sido el de la Escuela de Frankfurt. Se considera que la sociedad burguesa, de consumo, ha instru­mentalizado la razón, la ha reducido a un simple instrumento con ciertos fines, el dominio de un hombre sobre otros, lo que la desvía de su propio objetivo, el saber. De esta forma, la razón ha degenerado en razón práctica y utilitaria, lo que trae consigo a su vez la degeneración de la cultura humana, que ha quedado tecnificada y mecanizada.1 4A esta perspectiva crítica a la modernidad, se suma la de Peter Berger, el que viene al rescate de las entidades colectivas, y se ubica, pese a su carácter neoconservador, en nuestra postura del Ser del Otro. Berger critica frontal­mente los tópicos centrales que caracterizan la experiencia de la modernidad, a saber, la abstracción, la futuridad, la libera­ción, la seculariza­ción y la individualización. Con respecto a esta última señala que: 2 Citado por Brunner, J. J. en “Los debates sobre la modernidad y el futuro de América Latina” en Se (...) 5«La modernización vino acompañada por una separación o extrañamiento del individuo respecto de las entidades colectivas. De modo que entre las mega estructuras modernas y el sujeto individual —la muchedumbre solitaria— faltarían estructuras comunitarias de mediación, provocando lo que los sociólogos conocen como anomia. El individuo, abstraído de sus relaciones tradicionales de pertenencia, percibe ahora su ego con mayor intensidad y complicación, aumentan sus posibilidades de emancipación personal por un lado pero, simultánea y paradojalmente, su deseo de inclusión comunitaria, de relaciones de pertenencia, sin que la modernidad logre resolver este dilema...”2 El Ser del Otro un ser aislado en la modernidad 6De lleno estamos entrando a la crítica postmoderna, a la experiencia histórica de la modernidad, que cuestiona, entre otros aspectos, la radical fragmentación de la sociedad modernizante en, donde ‘cada grupo ha llegado a hablar un curioso lenguaje privado, cada profesión ha desarrollado su propio código de ideología o modo de hablar particular, y finalmente cada individuo ha llegado a ser una especie de isla lingüística, separada de todas las demás.’ 7Aceptando esta crítica queremos sumarnos a la postura de Habermas quien nos hace ver que la modernidad, junto con su proyecto ilustrado, no está acabada, está inconclusa, incompleta. En este sentido Habermas, más que sumarse a la crítica neoconservadora de la modernidad, más que postular una superación de la modernidad, se pregunta si no hubiese que plantearse nuevos y pendientes desafíos. Entre éstos se ubica de manera significativa la posibilidad que la Ilustración reflexione sobre sí misma, se ubique de manera distinta en la relación que hay entre lo moderno y los clásicos. La capacidad que la Ilustración tiene para reflexionar sobre sí misma le entrega un renovado potencial y le abre renovadas perspectivas al proyecto modernizador. Este potencial se sustenta, en Habermas, en la construc­ción de una sociedad basada en la racionalidad comunicativa y no en la dominación propia de la racionalidad instrumental que ha caracterizado y que ha producido el desencanto del “mundo desencantado”. El Ser del Otro en la acción comunicativa, que es definida como una interacción mediada por símbolos, requiere necesariamente identificar esperanzas recíprocas de comportamiento y reconocidas, al menos, por dos sujetos actuantes. Dentro de este tipo de acción comunicativa caen todas las acciones humanas que presuponen la validez de las normas morales en el sentido más amplio de la palabra. Normas cuya validez se deriva de su reconocimiento por los sujetos actuantes. 8Dicho de otra manera, el Ser del Otro es una condición insustituible para que el entendimiento funcione como mecanismo coordinador de la acción comunicativa. Los participantes se ponen de acuerdo acerca de la validez que pretenden para sus emisiones o manifestaciones, es decir que reconocen intersubjetivamente las pretensiones de validez con que unos se presentan frente a otros. 9Sólo para completar la idea habermaciana de la comunicación, ésta remite a algo que es de suma importancia en la comprensión del Ser del Otro: la formación de la persona. Habermas, al respecto, diferencia dos procesos: el de la individualidad y el de la individuación. En el proceso de individualidad, la persona trae consigo la idea base que quiere ser identificada en el futuro como aquellaen la que ella se ha convertido. El significado de la “individualidad” sólo puede explicarse recurriendo a la auto-comprensión ética de la primera persona en la relación con una segunda persona, es decir, la auto-comprensión ética de la relación yo-tú. En el decir de Habermas, la individualidad lleva consigo un núcleo intersubjetivo: “...el yo, que en la conciencia que tengo de mí, me parece estar dado como absolutamente propio, no puedo mantenerlo sólo por mis propias fuerzas, por así decirlo, por mí sólo, no me “pertenece”. Antes bien, ese yo conserva un núcleo intersubjetivo porque el proceso de individuación del que surge discurre por la red de interacciones lingüísticas mediadas.” (Ferrada, 2001:64) 10La individuación se refiere mas bien al reconocimiento del individuo como persona incanjeable y única frente a la comunidad de comunicación, es decir a la pretensión de la individualidad misma, que tiene que ver con la garantía de la continuidad de la propia existencia del individuo que cada uno asume en forma consciente a la luz de un mediato proyecto individual de vida. En palabras de Habermas (1989:65): “La idealizadora suposición de una forma universalista de vida en la que cada uno asume la perspectiva de cualquier otro y cada uno puede contar con el recíproco reconocimiento de todos los otros, posibilita la comunalización de seres individuados –el individualismo como reverso del universalismo-. Y es esta referencia a la proyección de una forma de sociedad la que empieza haciendo posible tomar en serio la propia biografía como principio de individuación, considerarla como si fuese el producto de mis decisiones responsables. La apropiación autocrítica y la prosecución reflexiva de la propia biografía se quedaría en un ideal incomprometido, en un ideal inconcluso indeterminado, si yo no pudiera salirme de mi mismo al paso “ante los ojos de todos”, es decir, ante el foro de una ilimitada comunidad de comunicación.” El Ser del Otro es un ser que se hace persona en la acción comunicativa 11 El Ser del Otro, entonces, se me impone como parte de la auto-reflexión de mí mismo. No puedo ser yo sin salirme de mí mismo. Al convenir en este proceso dialéctico, necesariamente me hago responsable no solo de mí sino que también de los Otros.

ORÍGENES DE LA POLÍTICA (5) (Políticas coloniales)


El sistema político-administrativo que se estableció en América fue un modelo creado por España. Las instituciones clásicas del mundo español tendieron a mantener las características esenciales en estas nuevas tierras, aunque los criollos y peninsulares tendieron a transformarlas de acuerdo a su realidad. El rey estuvo a la cabeza de toda la institucionalidad administrativa, jurídica y política. El Consejo de Indias gobernó América por orden real. Para poder controlar y fiscalizar América, la Corona creó, a medida que fue necesario, toda una institucionalidad, parte con residencia en España y parte en América. La política administrativa fue creada durante la Colonia, época que sigue a la Conquista. A través de ella la población se dedicó a cultivar la tierra, a explotar los minerales, a la actividad comercial y a fortalecer el crecimiento de las ciudades. En virtud de ello surge la prosperidad que a su vez permite el desarrollo de la vida social y cultural. El período colonial abarca, tanto en América Hispana como en Chile, aproximadamente, desde mediados del siglo XVI hasta los inicios del siglo XIX. Los vínculos de América con España estuvieron regulados por instituciones que representaban la autoridad y el poder del rey en estas tierras, ya que ellas eran posesiones de la corona y no del pueblo o nación hispana. Así había quedado dispuesto en la Bula Papal Inter Caetera de 1493. Las Indias, como fueron llamadas, pasaron a constituir un bien público que los reyes no podían enajenar o vender, como podían hacerlo con sus otros reinos. Los monarcas se denominaban comúnmente como los reyes de España y de las Indias, para dejar establecida la diferencia entre la administración en territorio español y americano. Sus autoridades no estaban vinculadas entre sí y obedecían jerárquicamente a una sola autoridad que era la persona del rey. El monarca Carlos V, en 1524, definió una administración para las Indias, creando instituciones que funcionarían en territorios españoles y otros en territorios americanos. Los organismos que administraron América fueron: - Consejo de Indias - Casa de Contratación - Virreinatos - Capitanías generales-Gobernaciones - Audiencias - Consulado - Cabildo El Consejo de Indias y la Casa de Contratación eran organismos que funcionaban en España, mientras que el resto estaba establecido en América. Reyes Católicos (ampliar imagen) El virreinato fue la máxima expresión territorial y administrativa que existió en las Indias. Se creó en las célebres Capitulaciones de Santa Fe, firmadas el 17 de abril de 1492 entre los Reyes Católicos y Cristóbal Colón. Este último recibió, en aquella oportunidad, el título de Virrey y Gobernador General de todas las tierras que descubriera, cargo que le fue reconocido a su regreso del descubrimiento por cédula de los Reyes Católicos otorgada en Barcelona el 28 de mayo de 1493. Sin embargo, la poca destreza demostrada por el almirante para gobernar aquellas tierras, hizo que la Corona lo destituyera de esos cargos en 1499 y le nombrara un sucesor, el cual no recibió el título de Virrey. En 1509, Diego Colón, hijo del Almirante, logró el reconocimiento del título de Virrey de la Isla Española y de las otras que fueron descubiertas por el Almirante, su padre. Pero este título era ya sólo honorífico. El emperador, por cédula firmada en Barcelona el 17 de abril de 1535, nombró virrey de Nueva España y presidente de su Real Audiencia a Antonio de Mendoza, conservando Hernán Cortés el título de Capitán General, el que mantuvo hasta su muerte, acaecida en 1547. Este hecho consagró la costumbre de nombrar, para dicho cargo, a súbditos de la primera nobleza de Castilla, como continuó sucediendo durante los siglos XVI, XVII y los primeros años del XVIII. Más tarde, durante el siglo XVIII, comenzó a prevalecer la carrera burocrática y fueron nombrados virreyes funcionarios que no pertenecían a la Vieja nobleza española, por lo que el rey, muchas veces, los distinguió otorgándoles títulos de conde o marqués. El propio monarca definió las facultades del virrey: "Representen nuestra Real persona, y tengan el gobierno superior, hagan y administren justicia igualmente a todos nuestros súbditos y vasallos y entiendan en todo lo que conviene al sosiego, quietud, ennoblecimiento y pacificación de aquellas provincias". El virrey era la máxima autoridad existente en las Indias, por lo que gozaba, en el territorio que se le había asignado, de las mismas facultades que el rey, aunque las instrucciones para su gobierno las recibía directamente del Consejo de Indias. Por su cargo, ejercía la potestad ejecutiva, le correspondía el gobierno superior del virreinato, en general, y la administración interior, en particular, cuidando especialmente de la paz, sosiego y quietud de todos sus habitantes, del ejercicio del patronato, de las obras públicas, de la defensa de su territorio y de la protección y evangelización de los naturales. El monarca agregó en sus cédulas que daba a los virreyes todo el poder necesario para desempeñar su cometido y les daba su “palabra Real de que todo cuanto hicieren, ordenaren y mandaren en nuestro nombre, poder y facultad, lo tendremos por firme, estable y valedero para siempre jamás". En su calidad de vicepatrono de la Iglesia, al virrey le corresponda ejercer todas las funciones del Patronato Real en calidad de delegado. Respecto de la Real Hacienda, tenía el control y vigilancia del cobro y administración de las rentas del rey como superintendente de ellas. Finalmente, en lo que toca a la defensa del territorio, sobre su persona recaía el mando supremo de las fuerzas de mar y de tierra, incluido el mando de las Reales Armadas que llegaran desde España con sus almirantes, como lo ordenaba la cédula del 17 de enero de 1593. Con respecto a sus funciones legislativas, podía crear leyes mediante ordenanzas. Éstas, sin embargo, no podían contradecir las que dictaba el propio monarca o el Consejo de Indias en su nombre. Los virreyes eran designados como propuesta del Consejo de las Indias. Debían proceder de la alta nobleza. La corona española eligió sus mejores servidores para que ocuparan este cargo que significaba una gran responsabilidad. El virrey era el representante personal del rey y por lo tanto depositario del Poder real. 4) Capitanías generales y gobernaciones Las capitanías generales fueron territorios dirigidos por un jefe militar que desarrollaba el poder civil y judicial. Durante la Colonia eran cuatro capitanías generales: Santo Domingo, Guatemala, Venezuela y Chile. Por último, las gobernaciones eran gobiernos creados en territorios ya pacificadas. El poder lo ejercía el presidente de la Real Audiencia, como era el caso de Ecuador y Bolivia. Teniente de gobernador: Era el encargado de ejecutar soberanía y establecer poblados en nombre del Gobernador. Por ejemplo, Francisco de Aguirre siempre cumplió celosamente las tareas encomendadas por Valdivia. El 20 de junio de 1549 fue nombrado teniente de Gobernador de La Serena, con la orden de refundar y repoblar la ciudad que había sido destruida por los indígenas en enero anterior, y también se le entregó el derecho de conceder encomiendas . 5) Las Audiencias La Real Audiencia era el supremo tribunal de justicia durante la época colonial. Fue un organismo político-administrativo que residía en las principales ciudades de América. Formado por cuatro oidores o magistrados, era tribunal de primera instancia en algunos casos, y de apelación de las sentencias de los jueces inferiores. Se estableció en Chile en 1609. Las Audiencias fueron el más alto Tribunal Judicial de Apelación en las Indias, con jurisdicción civil y criminal y con amplia competencia, ya que ésta solía extenderse a la jurisdicción eclesiástica. Sobre la Audiencia sólo estaba el Consejo de Indias, al que se podía recurrir únicamente en casos de muy elevada cuantía. Las Audiencias tenían, además, que ocuparse de casos especiales, como los pleitos relativos a los intereses de los indios, para los que solían reservar dos días a la semana. En éstos, los naturales estaban exentos de gastos procesales y se les designaban abogados especiales para que los representaran. Lo mismo ocurría con los recursos de fuerza (apelaciones a la justicia seglar ordinaria); éstos podían presentarse por los abusos cometidos en las decisiones judiciales de un tribunal eclesiástico. Le correspondía juzgar, en primera instancia, los juicios eclesiásticos de carácter secular, como los problemas relativos a la disposición de los diezmos, a las tierras de la Iglesia y otros semejantes. También veía las causas por los delitos cometidos por eclesiásticos que estaban regidos por la ley civil. Finalmente, conocía, en primera instancia, los casos en que estuvieran en juego los intereses de la Corona y sus funcionarios, y en los llamados casos de corte, que eran una medida de protección al interés social. Debían ventilarse ante la Audiencia y no ante el tribunal del domicilio del demandado y constituían un privilegio en favor de los pobres, personas desvalidas y otras que litigaban en inferioridad de condiciones contra personas o instituciones importantes. Cada Audiencia tenía un presidente, cargo que generalmente era ejercido por la autoridad política o militar de la zona. Así, el virrey o el gobernador, en su caso, presidieron las Audiencias ubicadas en la capital de su jurisdicción, aunque ciertas Audiencias subordinadas tenían presidente propio. Los oidores eran los funcionarios que conformaban la Audiencia. Tenían por misión oír a las partes y a las autoridades y dictar sentencia en los casos que la ley así lo determinara. Durante el siglo XVI las autoridades españolas llevaron a cabo una activa política de fundación de Audiencias en los territorios donde se fue asentando la conquista. De este modo, a fines del siglo, había tribunales establecidos desde La Española hasta Concepción, en Chile. Las Audiencias más importantes coincidieron con los virreinatos en que fue dividido administrativamente el territorio americano: la de México (1527); la de Lima (fundada en 1542); Bogotá (1549), y Buenos Aires (1782). 6) El Cabildo Fue una de las primeras instituciones que España llevó a América. Fueron el trasplante a América de los municipios españoles de la Edad Media, los cuales eran cuna y defensa de las libertades populares. Los cabildos eran instituciones urbanas que existían en Castilla. Apenas los españoles fundaban una ciudad, se creaba el cabildo. Eran entidades importantísimas, porque representaban a la comunidad y derivaban su nombramiento de ésta, y -caso único- no del rey (debe recordarse que todos los nombramientos los hacía personalmente el rey). El cabildo se ocupaba del gobierno de las ciudades. (Ver Cabildo). Títulos y jerarquía Jerarquía en la Administración Colonial española Durante los primeros tiempos de la conquista era corriente que capitanes exploradores, descubridores y conquistadores usaran el título de adelantado. Ejemplos de ellos fueron Vasco Nuñez de Balboa, adelantado del Mar del Sur, en 1514; Pedro de Alvarado, en 1527, adelantado, gobernador y capitán general de Guatemala; Diego de Almagro en 1535, adelantado, gobernador y capitán general de Nueva Toledo (Chile). El título de adelantado iba asociado con el de gobernador y capitán general, porque a quienes se les otorgó el título, generalmente se les encomendó la exploración, descubrimiento y conquista de un determinado territorio. Estos gobernadores, llamados "lugartenientes” generalmente tuvieron la facultad de repartir las tierras y los solares, otorgar encomiendas de indios, dictar ordenanzas y ejercer la jurisdicción civil y criminal; en síntesis, la suma del poder. Tenían funciones y atribuciones muy parecidas a las del virrey. Eran nombrados por el rey, en consecuencia eran su representante personal. Su jefe inmediato era el virrey, pero podía dirigirse directamente al rey cuando lo considerar necesario. Una vez que la Corona intervino en las Indias y dio una nueva estructura e instituciones de gobierno, las gobernaciones se mantuvieron con carácter de subordinadas a los virreyes, con lo cual perdieron la iniciativa y se transformaron sólo en órganos administrativos que repetían, en jurisdicciones más pequeñas, las funciones de gobierno ejecutivo que el virrey cumplía en la zona de residencia del virreinato. Esta dependencia, aunque mantuvo la norma de un gobernador nombrado por el rey, implicó que, en determinados casos, este nombramiento pudiese ser realizado por el virrey. Lo mismo pasó con el cargo de capitán general, primero asociado de adelantado y gobernador, y más tarde, reservado para algunos gobiernos con zonas dominadas por indígenas guerreros y rebelados con proliferación de corsarios, piratas o filibusteros en sus costas. El cargo de presidente tenía directa relación con todas las Audiencias en las cuales era ejercido por los virreyes o por los gobernadores. Sin embargo, adquiría especial importancia en las Audiencias subordinadas o presidenciales. Durante el siglo XVIII, a raíz de las reformas introducidas por la nueva dinastía de los Borbones, se creó el cargo de intendente, institución de origen francés, implantada y experimentada previamente e España desde 1749. Este funcionario, que sustituyó a gobernadores y corregidores, recibió facultades relacionadas con el gobierno, la hacienda y los asuntos militares y de justicia. El oidor era nombrado por el rey y actuaba en la administración colonial a través de la Audiencia. Un oidor debía recorrer la provincia con el fin de controlar la realización del buen gobierno del territorio. Asesoraba al virrey como consultor sobre materias de gobierno. El corregidor era el funcionario que representaba la autoridad real y presidía el Cabildo. Además administraba justicia en las ciudades pequeñas. Existían, también, los corregidores de indios que tenían autoridad sobre la población indígena, actuando como policías y controlando el régimen de trabajo. Es propiedad: www.profesorenlinea.cl

ORÍGENES DE LA POLÍTICA (4) (Colonización americana)


BOWDOIN.EDU... Antes de leer A continuación aparecen algunas características de la vida social moderna en América Latina. ¿Cómo cree Ud. que se relacionan esas características con la época colonial? • poca movilidad social • autoritarismo • gran influencia de la Iglesia Católica • centralismo • sincretismo cultural • latifundio • exportación de materias primas • leyes que no se cumplen • idealismo • excelente educación para una minoría • poca educación para la mayoría
1. Los objetivos de la colonización Para 1492, España se había consolidado como una de las primeras naciones europeas que, en la era moderna, se unificaron bajo un gobierno central. Esto se había logrado después de varios siglos de lucha armada contra la presencia musulmana en la Península Ibérica, la así llamada “Reconquista” desde el norte. Con la expulsión de los últimos moros del sur, en Granada, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón –los Reyes Católicos – aseguraron su dominio del nuevo reino unificado que ahora era España. También en ese año se decretó la expulsión de los judíos (o su forzosa conversión al cristianismo), y se publicó la primera gramática del castellano (Antonio de Nebrija 1441-1552). Estos datos revelan tres de las bases ideológicas y políticas con que se inició la expansión española en América. En primer lugar, había un ejército muy organizado y ansioso de nuevas conquistas heroicas en nombre del cristianismo. En segundo término, el Catolicismo, el idioma español y el absolutismo de la Corona eran los elementos unificadores de la nueva identidad nacional. Y un tercer factor, no menos importante, era la ambición expansiva, en busca de riquezas para premiar a los héroes de la Reconquista y sostener una economía basada en la guerra y en la posesión de tierras. Ya que el comercio comenzaba a florecer en Europa, la compra y venta de mercancías era una dinámica social fundamental que utilizaba el oro y la plata como monedas de cambio. Así lo afirma el historiador Peter Winn (Americas: The Changing Face of Latin America and the Caribbean. Berkeley: U of California P, 1999): Así pues, la colonización de América tenía, en la esfera ideológica, una misión evangelizadora: cristianizar heroicamente el mundo, por conversión o por miedo. A escala política, su papel era expandir el dominio de la Corona española, consagrada a la fe católica. En el campo económico, había que encontrar metales preciosos, competir comercialmente con el resto de Europa, y dar tierras a los héroes españoles y a la Iglesia. Por eso la conquista fue una operación fundamentalmente militar, pero también evangelizadora, que avanzó en busca de oro y de plata hasta el extremo sur del continente, con la esperanza de encontrar el legendario “dorado”. Son típicas las imágenes de los conquistadores españoles con sus armaduras y caballos, siempre acompañados de sacerdotes católicos, convirtiendo a los indígenas o luchando contra ellos, y fundando ciudades en nombre de Dios y del rey. de ultramar: overseas Una vez conquistado un vasto terreno, el esfuerzo militar pronto se concentró en neutralizar la intervención de otras potencias en la zona, tales como los bucaneros ingleses. Además, la Corona española estableció un fuerte monopolio comercial sobre sus territorios de ultramar, y una estructura autoritaria, burocrática y jerárquica que duró más de tres siglos y que hasta el presente continúa influenciando de muchas maneras la cultura, enconomía y política de la región. Las estructuras políticas y sociales Pocas décadas después de la llegada de Colón, la administración española ya tenía una jerarquía muy organizada en Las Indias, que se consideraban parte del territorio nacional. El rey delegaba directamente su autoridad a un noble español con el título de virrey. Durante el siglo XVI se establecieron dos virreinatos: el de Nueva España, creado en 1535 con capital en la ciudad de México, incluía todo el territorio del antiguo México (desde Nuevo México, Texas, California hasta lo que hoy es Guatemala); y el de Nueva Castilla, establecido en 1543, cuya capital era Lima, que reemplazó al Imperio Incaico (hoy Ecuador, Perú y Bolivia). Con menor jerarquía política, había territorios más militarizados, gobernados por capitanes: las capitanías de Guatemala (hasta lo que hoy es Panamá), de Cuba (que incluía La Española y Puerto Rico), de Venezuela y de Chile. En el siglo XVIII se crearon otros dos virreinatos: La Nueva Granada, con capital en Bogotá (1739), y Buenos Aires, con capital en La Plata (1776). Además de los virreyes, existía en América una institución judicial llamada la Audiencia, constituida por unos ocho oidores que controlaban a las autoridades políticas. Los virreyes, además, eran visitados con frecuencia por representantes del rey para supervisar su fidelidad a la Corona. Este complicado aparato político respondía, en parte, a la preocupación constante de la Corona española por controlar sus territorios en América. Pero también reflejaba los debates internos del gobierno español, que por un lado fomentaba el afán de lucro y el trabajo forzado de indígenas y de africanos, pero por otro lado expedía leyes para proteger los derechos cristianos de los indígenas y prevenir los abusos. La autoridad era contradictoria y difusa. Un dicho común en las colonias era: “la ley se acata pero no se cumple”, es decir, se reconocía el mandato del rey, pero sus leyes tenían poco impacto en la práctica. Por ejemplo, por razones religiosas y políticas, en todos los territorios españoles estaba prohibido el tráfico de esclavos –los traficantes de esclavos eran ingleses, franceses, portugueses y holandeses–, pero en realidad la compra y venta de esclavos africanos fue una parte fundamental de la economía colonial. La pirámide social de las colonias ibéricas era bastante fija, y estaba basada en una clara distribución desigual de la riqueza, el trabajo y la raza. En la cima de la pirámide, con el mayor poder político y económico, estaban los españoles venidos de Europa. Junto a ellos, pero con menor influencia política, estaban los criollos: americanos de "pura sangre" española que generalmente eran latifundistas y tenían pleno acceso a la educación. En el estrato medio, casi siempre artesanos o pequeños propietarios de tierras, estaban los mestizos: estos eran una mezcla de indígena y español. En escala descendiente había un gran número de otras "castas" o mezclas raciales: mulatos (negro y español), zambos (negro e indígena), etc. Por fin, en la base de la pirámide y destinados a los trabajos más duros en las minas y la agricultura, estaban los indígenas y los esclavos africanos. Estas estructuras políticas y sociales también se expresaban en el desarrollo urbanístico. Las ciudades se organizaban alrededor de una plaza mayor central, donde se hacía el mercado semanal, y donde se encontraba el palacio de gobierno y la iglesia principal o catedral. Cerca de la plaza vivían las personalidades más influyentes –autoridades, familias adineradas de españoles o de criollos–, y estaban los conventos y las universidades. En la periferia vivían los ciudadanos de menor categoría: mestizos, mulatos, indígenas. Así, las ciudades reflejaban la estratificación de la colonia, basada en la “pureza” de sangre española, y con muy pocas posibilidades para ascender en la escala social. Pero esta estructura expresa también el continuo contacto entre clases y grupos diferentes en la plaza mayor, para el mercado, las Audiencias, y las festividades religiosas que, además del contacto sexual entre las distintas castas, creó el sincretismo cultural y racial que hoy caracteriza a América Latina.

ORÍGENES DE LA POLÍTICA (3) (Según la filosofía)


ARISTÓTELES En no pocas ocasiones, se ha considerado a Aristóteles más o menos afecto a la democracia. La postura atribuida va desde la simple inclinación favorable hasta la clara opción preferencial. Así se expresa, por ejemplo, el Prof. Innerárity: "Aristóteles muestra sin reservas su preferencia por la democracia, a la que considera, entre otras cosas, más segura y menos susceptible de sublevaciones 1 . Generalmente, la doctrina aristotélica es tenida, al menos, como mucho más favorable y considerada para con la democracia que la de Platón. El idealismo y utopismo, de los que habitualmente se acusa a este último, configurarían su pensamiento político como una especie de despotismo ilustrado. En cambio, el espíritu de Aristóteles, más realista y práctico, y más atento a lo experiencial, conduciría su obra política hacia un sistema más participativo y dialógico. Sin embargo, y como primera observación, la opinión de Aristó- teles respecto de la democracia no parece distar mucho de la platónica, y si en algo se diferencia, es precisamente en su mayor severidad. Comparando las tres formas clásicas de constitución, Platón afirma que "cuando estas constituciones están sometidas a las leyes, esta forma (la democracia) resulta ser la peor de todas ellas, mientras que, cuando estas formas constitucionales violan las leyes, ésta resulta ser la mejor": la democracia legal es el peor de los regímenes legales, pero su corrupción es la mejor entre las formas corruptas . Aristóteles expresa la misma opinión: "la peor perversión será la del régimen mejor", es decir, la de la monarquía: la tiranía; "y la más moderada es la democracia" ------------------------------------- El propósito de la Política es enseñar todo lo que necesita —y es posible enseñar— el hombre político para que, después, su decisión pueda llegar a ser verdaderamente prudente. Puede decirse que enseña el arte de la decisión política, el modo de decidir, todo lo que hace falta tener en cuenta para poder tomar una decisión política. En este sentido comparte el carácter metódico o procesal de la Etica . La Política enseña a decidir, pero ella no decide con relación a la práctica. Esto es lo que explica ese estilo a veces titubeante que caracteriza a esta obra. Huyendo de toda simplificación y apriorismo, Aristóteles quiere reparar en todos los pros y contras de numerosas cuestiones, sin que quepa, en muchas ocasiones, una conclusión definitiva a este nivel de consideración. Esta falta de resolución que se observa con frecuencia en el método de la Política, no es una carencia, sino que responde a esa reserva que, frente a la teoría, ha de guardar la razón, para dar paso a su uso práctico . Y esto ha de tenerse muy en cuenta a la hora de interpretar el pensamiento político de este autor, para no conceder el favor de Aristóteles a aquello que él sólo propone como de obligada consideración. Las diversas partes de la Política corresponden a los distintos contenidos sobre los que debe reflexionar el hombre político para estar en condiciones de ejercer esta actividad correctamente: "al buen legislador y al verdadero político no se les debe ocultar cuál es el régimen mejor en absoluto ni cuál es el mejor dadas las circunstancias, ni un tercero, el fundado de un supuesto previo (...) y de qué modo, una vez establecido, podría conservarse más tiempo". Y continúa: "Además de todo esto, debe conocer el régimen que se adapta mejor a todas las ciudades (...). En efecto, no hay que considerar exclusivamente el mejor régimen, sino también el posible e igualmente el que es relativamente fácil de alcanzar y adecuado para todas las ciudades"; y "además de reunir las condiciones mencionadas, el legislador debe poder remediar las faltas de los regímenes existentes. ------------------------------------------ CONCEPTO DE CIUDADANO 6. Los conceptos de «ciudad» y «ciudadano» Una vez examinadas todas estas cuestiones generales, vamos a adentrarnos en el contenido de la Política, para proseguir nuestra búsqueda del sentir aristotélico acerca de la democracia. Si, hasta el momento, hemos puesto en entredicho las condiciones que supuestamente favorecían una valoración positiva de este régimen, y hemos concluido que la naturaleza del pensamiento de Aristóteles apunta, en verdad, en sentido contrario, ahora vamos a corroborar nuestras intuiciones, comprobando el saldo concreto que arrojan las ideas políticas vertidas por Aristóteles en su obra. Empecemos analizando dos conceptos básicos: el de ciudad y el de ciudadano. Al principio de la Política, Aristóteles define la ciudad como una asociación de familias, casas y aldeas. Sin embargo, esta concepción, más que una definición formal, es una descripción genética, acorde con el tipo de análisis —descompositivo-generativo— llevado a cabo en el libro. . La ciudad está compuesta por los ciudadanos. Esta afirmación puede parecer puerilmente evidente, pero no lo es en Aristóteles. Contra lo que una mentalidad actual podría sospechar, los ciudadanos no son, sin más, los habitantes de la ciudad: "el ciudadano no lo es por habitar en un sitio determinado" . Los mismos términos testimonian esta diferencia: polis no es lo mismo que asty (ciudad en sentido material, conjunto de edificaciones), de la misma manera que el polités (ciudadano) no es el simple astós (habitante). El ciudadano participa en lo politikoSy no sólo en lo astikós, y se integra en el politeuma, cuerpo cívico o administración de lo público . Como dice Aristóteles, "el ciudadano sin más por nada se define mejor que por participar en la administración de justicia y en el gobierno" . Por tanto, los ciudadanos son los individuos que participan en la gestión de las res publica, los hombres políticos, y la ciudad consiste en el conjunto de estos hombres. Mayor claridad cobra este punto si nos fijamos en la distinción que hace Aristóteles entre "elementos sin los cuales la ciudad no podría existir, y los que llamamos partes de la ciudad" ; es decir, la distinción entre las meras condiciones o medios instrumentales, por un lado, y las partes que verdaderamente constituyen la ciudad, por otro. Los primeros comprenden a los obreros, mercaderes, artesanos y labradores, esto es, a quienes se dedican a cubrir las necesidades materiales, pero que no forman parte propiamente de la ciudad. A su vez, LA POLÍTICA DE ARISTÓTELES Y LA DEMOCRACIA "el elemento político de la ciudad" se divide "en dos clases, la armada y la deliberativa", a las que también pertenece la propiedad y las funciones litúrgicas. En resumen, "las ciudades tienen que disponer necesariamente de labradores, artesanos y toda clase de jornaleros (sus elementos indispensables); y son partes de la ciudad el elemento armado y el deliberativo (...)" . Esto es así porque la ciudad no se constituye "en vista de las necesidades de la vida", sino "preferentemente por causa del bien"; y, por ello, "debe considerarse que partes tales como la clase guerrera, la que desempeña la administración de justicia y la deliberativa, que es obra de la prudencia política, pertenecen más a la ciudad que las ordenadas a la satisfacción de las necesidades" . El fin de la ciudad no sólo determina las funciones que propiamente la integran, sino también las cualidades que justifican el grado de participación política: "en cuestiones políticas es razonable no fundarse en cualquier clase de desigualdad para aspirar a las magistraturas (...), sino que la pretensión de las magistraturas debe fundarse en las facultades que constituyen la ciudad. Por eso aspiran con razón a los honores los nobles, los libres y los ricos" .Los ciudadanos son aquellos que participan en las funciones ciudadanas o políticas, y esto en virtud de las cualidades ciudadanas y políticas de que gozan: nobleza, libertad y riqueza. El ciudadano es aquel que es miembro de lapo/w, y no simple medio para su autarquía. La ciudadanía no es, pues, un derecho natural, sino un privilegio o un título legal, que, por lo tanto, depende de la legislación vigente en la que se enmarque. El ciudadano es relativo al orden político; y, así, un hombre que podría ser ciudadano en un régimen, podría no serlo en otro: "el que es ciudadano en una democracia, a menudo no lo es en una oligarquía" . El régimen es "la forma de vida de la ciudad" Y la ciudad es el conjunto de los ciudadanos. El régimen no se limita a dar forma, a organizar, a un conjunto de ciudadanos, sino que, al mismo tiempo, él mismo define quién es ciudadano. Los ciudadanos no son pura materia sobre la que actúa el régimen como forma, pues el ser ciudadano es ya una consecuencia formal. A raíz de esto, se entiende que Aristóteles pueda decir que si "se hace diferente el régimen político, parecerá forzoso que la ciudad deje también de ser la mis- pues si la ciudad es el conjunto de ciudadanos, y el ciudadano viene definido por el régimen, si cambia éste, cambiará también el conjunto de aquéllos. De igual modo, podemos entender ahora que también llegue a afirmar que "ambos grupos (demócratas y oligarcas) dicen que debe prevalecer la opinión de la mayoría de los ciudadanos" : en una oligarquía también prevalece la opinión de la mayoría de los ciudadanos.. Hemos de reconocer, pues, que la definición de ciudadano como aquel que participa en la administración de justicia y en el gobierno, ni es privativa de la democracia, ni supone necesariamente un dato a favor de ésta. El habitante no es sin más el ciudadano, ni el ciudadano lo es por el mero hecho de ser habitante. La ciudadanía no se mide por el habitar, de la misma manera que la ciudad no se juzga por el número de sus habitantes, pues "aun en el caso de que lo que se deba tener en cuenta sea el número de habitantes, no se debe juzgar por esa cantidad sin más (...), sino que se deberá tener en cuenta únicamente a los que son parte de la ciudad y constituyen sus partes propias (...), porque no es lo mismo una ciudad grande que muy populosa" 82 . Y hay que ser consciente de que "la ley es, en efecto, un cierto orden (...), y un nú- mero excesivamente elevado no puede participar del orden" 83 . Hay que definir qué criterios se siguen para determinar quiénes participan en el orden político, quiénes han de ser ciudadanos y convertirse así en partes propias de la ciudad. Como antes hemos visto, sirven de criterio la nobleza, la riqueza y la libertad. Pero recuérdese que la regulación de la participación política debe hacerse en función de «facultades que constituyen la ciudad», es decir, en virtud de cualidades políticas, y no naturales simplemente. Por lo tanto, esa libertad que se menciona no es la libertad que pertenece a la naturaleza de todo hombre, sino la libertad civil, la que pertenece a la condición social de hombre-libre. El hombre-libre es aquel que se hace presente en el foro público en razón de sí mismo y no de otros, que se inserta en la polis disponiendo de sí mismo; es el hombre dotado de logos social, ya que, al disponer de palabra propia, está en condiciones de participar en el diálogo civil y de asumir compromisos 84 . La ciudadanía es, pues, un privilegio legal basado en una condición social.

ORÍGENES DE LA POLÍTICA (2)


EDUC.AR Historia política Acaso por la magnitud de acontecimientos recientes tales como los cambios geopolíticos, la globalización y sus correlativos brotes neonacionalistas, o las transiciones políticas hacia la democracia en regiones como América Latina, la historia política es actualmente un polo historiográfico fuertemente renovado que indaga sobre las relaciones complejas y variables que establecen los hombres en relación con el poder. Esto implica prestar atención a los modos de organización y de ejercicio del poder político en una determinada sociedad, y a las configuraciones sociales que vuelven posibles esas formas políticas y las que, a su vez, son engendradas por ellas. Como en el caso de la historia cultural, lo político o, simplemente, la historia política, no alude actualmente a un campo autónomo de la realidad social diferente, por ejemplo, de lo social, lo económico o lo cultural, sino que refiere a una dimensión de las prácticas humanas que son inseparables de las demás. Así como lo cultural alude a la dimensión simbólica de toda experiencia humana, lo político remite hoy al estudio del conjunto de la vida social como forma específica de relación y comunicación que tiene como preocupación central el problema del poder en su dimensión pública. Esta concepción naturalmente incluye aquello que era el eje de la historia política tradicional, es decir, el estudio de las instituciones del sistema político, pero las supera a través de la exploración de la acción política, de las relaciones sociales de poder y de las configuraciones sociales que las sustentan. Mal podría tratarse entonces –como se ha sostenido– de un retorno a la vieja historia política. Se trata mejor de una profunda reconfiguración del campo a tono con los cambios más generales de la historiografía contemporánea. Un grupo de trabajos diseñados en el clima político de los primeros ochenta abordó un tema clásico, el de la nación, pero lo hizo desde perspectivas antigenealógicas. Mientras que las historias más tradicionales se conformaron a partir de la idea de la nación como una entidad esencial que se proyectaba hacia el pasado sin un límite visible (así se llegó a hablar de los “indígenas argentinos” nacionalizando a poblaciones que nada tenían que ver con la Argentina) o que nacía en un momento particular con todos sus atributos (por ejemplo, la Argentina habría nacido el 25 de mayo de 1810 o tal vez el 16 de julio de 1816), los nuevos estudios consideraron a las naciones y a los nacionalismos como tradiciones inventadas o bien como comunidades imaginadas. La amplísima difusión de los trabajos de Eric Hobsbawm y los de este con Terence Ranger; los de Ernest Gellner y de Benedict Anderson, encontraron localmente eco en la producción de José Carlos Chiaramonte, quien modificó sensiblemente la percepción de nuestra historia de la primera mitad del siglo XIX. Ahora ya no se trata de encontrar la genealogía de una nación, como por ejemplo la Argentina, sino de entender cómo a partir de la crisis colonial se fueron organizando estados y naciones y cómo otros simplemente fracasaron y quedaron en el camino. Y, sobre todo, se trata de comprender que ni unos ni otros tenían escrito ese destino en ningún plan preconcebido. Otro conjunto de indagaciones articuladas a partir de formulaciones procedentes de la historia cultural centró su atención en la dimensión simbólica de las prácticas políticas: la ritualidad, la gestualidad, la trama relacional, los espacios y los formatos de sociabilidad, y la acción comunicacional. En ella convergen el análisis del discurso político, los procesos de formación de identidades colectivas, la construcción de la ciudadanía, las prácticas electorales, las formas de representación, es decir, las formas de participación y acción sociopolítica de los actores en una sociedad concreta.

ORÍGENES DE LA POLÍTICA


El término política tiene su origen en el vocablo griego “polis”, que se refería a la comunidad organizada, autosuficiente y autárquica en el sentido de la época, y a la que en la actualidad conocemos como el estado. De allí que los diccionarios definan la política como el “arte de gobernar los estados”, y vulgarmente que se diga de ella que es “el arte de gobernar”. Con la aparición del estado moderno, la definición de la política alcanzó otros significados configurándosela como la “lucha por el poder”. Uno de los fines de la política es “la forma de obtener poder”, como dice también consiste e mantener el poder, lo que implica una lucha por el, aunque se lo ejerza. En consecuencia política es toda actividad que tenga que ver con el estado, ya sea desde o a través de el.Universidad del Centro Educativo Americano. ----------------------------- ABC Digital POLÍTICA El origen de la política Capacidad: Analiza el origen de la política. Desde tiempos inmemorables, el hombre busca la manera de mejorar su calidad de vida. Los filósofos y hombres ilustrados elaboraron ideas y doctrinas en un intento de encontrar soluciones a los problemas que involucran la convivencia en sociedad, y así dieron origen a la política, la ciencia que estudia los procesos y las formas de los estados y de los gobiernos, así como la adquisición, el ejercicio y la pérdida del poder. Atenas fue su cuna El pensamiento político tuvo su origen y evolución inicial en Grecia, específicamente en Atenas. Algunas reflexiones políticas aparecieron antes en las culturas orientales, pero no en forma sistemática, sino fragmentadas en obras filosóficas y religiosas. Desde la Antigüedad, existieron planteamientos acerca del estado, del poder y la sociedad en los pensamientos de Confucio, Lao Tse y en la Biblia misma, pero recién en el marco de la ciudad-estado ateniense se desarrolló por primera vez el análisis crítico y la discusión política. Las modernas concepciones de igualdad, libertad y democracia tienen su origen en las ideas y en la práctica política de la democracia ateniense. Pero la ciencia política tiene un origen reciente, y nace en el siglo XVI con Nicolás Maquiavelo. Epígrafe: El filósofo chino Lao Tse fue uno de los primeros en reflexionar sobre la política. Aconsejaba a las autoridades la mínima intervención en la vida de los pueblos y la moderación en la aplicación de impuestos y reglamentaciones. Epígrafe: Confucio difundía sus ideas acerca del buen gobierno. Entre los deberes de los hombres de gobierno menciona el amar al pueblo y buscar los medios para satisfacer sus necesidades. Heredera de la filosofía En principio, la política tenía un matiz filosófico y era entendido como el análisis del “problema de la relación entre los hombres”. Los primeros en ocuparse de la política fueron los sofistas. Aunque sus escritos no llegaron hasta nuestra época, sus ideas se conocen gracias a las referencias y críticas de otros filósofos. Los sofistas se preocupaban por la situación de los individuos y sus derechos en la sociedad. Se plantearon temas que milenios después seguirían siendo asunto de discusión en los cenáculos de Europa:  ¿Cuál es el estado natural del hombre?  ¿Hay un derecho natural del hombre, en el que cada individuo tiene sus derechos y deberes?  ¿Es el derecho una pura convención fundada sobre la fuerza y la utilidad?  ¿Son los hombres seres amorales y egoístas que solo se obligan a reconocer la ley al enfrentarse con la competencia de otros seres egoístas? Estas y otras cuestiones planteadas por los sofistas sirvieron de base la moderna ciencia política. Platón propuso un Estado ideal El primer tratado sistemático sobre política se debe a Platón (429 – 347 a.C.), el autor de La República. El filósofo redactó esta obra cuando la democracia ateniense se encontraba sumida en una profunda crisis tras la derrota de Atenas por Esparta. En este contexto, Platón propuso la creación de un Estado ideal, con la mejor forma de gobierno posible a cargo de una élite dirigente. Según este pensador, todas las formas de gobierno tienden a degenerar, por lo que hay que aplicar un sistema político que impida de raíz esa degeneración. Consideró que para lograrlo, la sociedad debía estar jerarquizada en tres clases según las partes del alma o naturaleza humana. Las tres partes del alma son: la que conoce y razona (sabios y filósofos); la emocional e impetuosa (soldados); y la que busca la satisfacción material (el pueblo). Por su formación y elevadas cualidades, los sabios y filósofos están destinados a gobernar. El gobernante deberá vivir en colectividades y atender los intereses de la mayoría o pueblo. No tendrá derecho a poseer propiedades, porque la confusión entre intereses públicos y particulares es la principal causa de la degeneración en el poder. Aristóteles plantea tres formas buenas de gobierno Aristóteles (384 – 322 a.C.) realizó un estudio comparativo de las constituciones políticas en su obra La Política. A diferencia de Platón, defiende la propiedad privada. Considera que el Estado es la forma superior de las comunidades humanas y que la primera institución natural es la familia. Según Aristóteles, el hombre sólo puede realizarse en una comunidad política; por eso lo definió como un “animal político”. Sostiene que existen tres formas buenas o recomendables de gobierno, que son: la aristocracia, la monarquía y la politeia (hablaremos de cada una en las próximas ediciones). Así también, existen tres formas corrompidas o rechazables: la tiranía, la oligarquía y la democracia pura. -----------------------------------