sábado, 6 de agosto de 2016

LOS CALABOZOS DE LANGEAIS - Snopsis


Sinopsis: Los calabozos de Langeais es una historia corta que se remonta 300 años atrás en los feudos de Patch del comienzo de Hush, Hush y el siempre sufrido Chauncey. En este cuento Fitzpatrick se explaya acerca del personaje de Chauncey y nos da una muestra de cómo era realmente su vida y profundiza como es cuando un ángel toma posesión de un cuerpo humano. Aunque arrogante, egoísta y extremadamente testaturo, Chauncey definitivamente tiene un montón de agallas al enfrentarse a Patch, se disfruta la forma en que traza planes y conspira para superar a Patch. En este cuento finalmente se descubre una parte del pasado de Patch- un pasado tan oscuro como lo había prometido Becca. Y que no decepciona. La sed de venganza Chauncey es ya impresionante con sólo dos siglos, pero desafortunadamente para él - y afortunadamente para Patch- termina siendo el blanco de las bromas. Patch aparece como un personaje manipulador, calculador, cruel y violento, su comportamiento es ligeramente atenuado en la saga Hush, Hush, pero debe ser dicho que Nora realmente se asustaría de su pasado, que sería difícil de ignorar en tal masacre. Los Calabozos de Langeais

LIBRO DEL MES DE AGOSTO - "LOS CALABOZOS DE LANGEASIS" - LECTURA DIARIA-CAPÍTULO UNO


"LOS CALABOZOS DE LANGEAIS" CAPÍTULO UNO Los calabozos de Langeais. Una historia de Hush Hush.- Valle de Loire, Francia. 1769. Era una noche vívidamente negra, la luna de finales de octubre se encontraba sofocada por una cubierta de nubes, pero el camino que llevaba hasta el castillo de Langeais era cualquier cosa menos pesado. Trozos de piedra aparecieron bajo las ruedas delgadas del carruaje, y por sobre el chillido del viento, el sonido del látigo del cochero alocó a los cuatro caballos, que emprendieron una carrera desesperada. Un giro brusco sacudió al entrenador, dejándolo en dos ruedas, y sólo logrando que éste volviera a ensañarse con ellos una vez más. En el interior, las manos de Chauncey Langeais volaron hacia las paredes. Podría haber abierto la ventana y gritarle a su conductor, pero, en cambio, le había ordenado al hombre que condujera tan rápido como fuera posible. Incluso más. Los ojos de Chauncey vagaron por su regazo, y de allí se dirigieron a sus largas piernas. Resopló con disgusto ante el cuadro que presentaba: su ropa estaba sucia y rota. Una camisa de lino blanco, atada alrededor de su muslo por un vendaje, estaba empapada de sangre. Cada músculo de su cuerpo gritó en señal de protesta. Estaba temblando de dolor y, recién en la soledad del carruaje, había renunciado a tratar de ocultarlo. Presionando los codos en la parte superior de sus rodillas, inclinó la cabeza y juntó las manos detrás de su cuello. Se sentó de esa manera hasta que el dolor volvió, demostrando una vez más que ningún tipo de estiramiento lo aliviaría. Tirando de la tela que cubría su cuello, estimó los minutos que le faltaban hasta llegar a su hogar, donde podría cerrar las puertas, tras una noche larga. Por supuesto, no había forma de calmar el ardiente fuego en la boca su estómago, diciéndole que nada podría evitar que el tiempo marchara hacia adelante. El Jeshvan. El mes judío comenzaba a la medianoche del día siguiente, y con él, el brutal ritual que Chauncey sufría cada año, cediendo el control de su cuerpo por una quincena entera. Se preparó para el gran apriete de ira que siempre le seguía a un pensamiento sobre el Jeshvan o sobre el oscuro ángel que vendría a apoderarse de él. Había pasado una gran parte de los últimos 200 años a la caza de una manera para deshacer lo hecho. La tarea lo había consumido. Había empujado grandes sumas de dinero en los bolsillos de místicos, gitanos y adivinos parisinos, en busca de esperanza; luego de una escapatoria, y al final, había encontrando que no era más que un tonto estafado. Todos habían afirmado sabiamente, jurando, que llegaría el día en el que Chauncey podría encontrar la paz. Si él no hubiera sobrevivido ya a todos, tendría que haberles estirado el cuello a cada uno. Sin embargo, la decepción le había enseñado a Chauncey una valiosa lección. El ángel lo había despojado de todo. No había esperanza, ni escapatoria. Sólo tenía la venganza, y ésta había crecido en su interior como una semilla solitaria en un bosque quemado por cenizas. Sopló suavemente a través de sus dientes, dejando que la ira fría y salvaje se hinchara dentro de él. Ya era hora de que el ángel aprendiera una lección, y Chauncey haría cualquier cosa para enseñársela. Una fuente llamativa y escalonada, pasó por la ventana del coche, y luego otra. Chauncey se irguió para ver su castillo, con gárgolas en las ventanas de paneles de diamante. El cochero desaceleró a los caballos con una sacudida que normalmente habría escapado a la atención de Chauncey. Esa noche, apretó los dientes de dolor. Sin esperarlo, Chauncey abrió la puerta con el talón de su bota y giró torpemente, extendiéndose en toda su altura. El cochero, que apenas le llegaba a la parte superior de la caja torácica, se quitó el sombrero