Elementos para una remozada renegociación de deuda
El objetivo inmediato debería ser reducir drásticamente la sangría de recursos
provocada por la deuda y de ser posible suspenderla totalmente. No se puede seguir
creyendo que el servicio que se realiza garantiza la consecusión de mayores volúmenes
de préstamos: en muchos casos esto no ha sucedido, por el contrario el saldo neto de los
desembolsos menos el servicio de la deuda es negativo. Desde esta perspectiva tampoco
se puede aceptar que una posición concordante con el supuesto sentido común universal
-el neoliberalismo- abre las puertas para nuevos flujos crediticios. La búsqueda a
cualquier precio de un arreglo de la deuda no es una tarea alentadora, que reponga con
creces los sacrificios y los esfuerzos que la motiva.
Luego de observar los resultados que han obtenido los países que se acogieron al Plan
Brady, está claro que la renegociación cooperativa, en cualquiera de sus vías, no
conduce a la terminación de esta problemática. Ha conseguido reducir en algo la presión
de dicha deuda, es cierto, pero no ha logrado una salida que pueda ser considerada como
definitiva. Tal es así, que en la actualidad, en lo que se refiere a las deudas comerciales,
ya se dan conversaciones con miras a cambiar los actuales Bonos Brady por nuevos
bonos con períodos de vencimiento más largos -de 50 a 60 años- y que incluyan un
período de gracia que permita la reactivación y recuperación estructural de las
economías endeudadas, que no podría ser inferior de 10 años.
En el caso de las deudas multilaterales al parecer no se podría esperar cambios
sustantivos, salvo que se trate de los países pobres muy endeudados (HIPC-Heavily
Indebted Poor Countries) ; sin embargo, con la agudización de los problemas
financieros internacionales se aproxima el momento para una renegociación de estos
préstamos, cuyo servicio frena el desarrollo. Esta tarea implica por igual el apoyo a la
reformulación integral del papel y del funcionamiento de los organismos multilaterales,
transformados en verdaderos agentes del subdesarrollo. Mientras que el manejo de las
deudas bilaterales, aquellas convenidas entre los gobiernos, evoluciona cada vez más
hacia condonaciones totales o con un servicio condicionado al financiamiento de
proyectos de desarrollo social.
De esta manera, poco a poco, se debilita la visión oficial que hacía creer que el tema de
la deuda debía ser manejado con extrema rigidez. Son varios los caminos para abordar
el tema. Se está frente a una situación inestable y variable. La complejidad ha crecido en
los últimos años y en cada caso se debe precisar cual es la posición más conveniente.
Esa visión pragmática y casuística no obvia la necesaria búsqueda de efectivas
respuestas concertadas por parte de los países deudores. Por este camino se llevaría la
respuesta del problema al nivel que corresponde realmente: el político.
Opciones para una moratoria de la deuda externa
Tampoco debe aparecer como inviable una moratoria, preferiblemente concertada al
menos con un grupo significativo de deudores, sino con todos. La moratoria, a
contrapelo de las advertencias interesadas, no es sinónimo de descalabro económico. A
lo largo de su historia, un elevado número de países latinoamericanos, de hecho, han
obtenido importantes resultados económicos en condiciones de moratoria.
Adicionalmente, una moratoria no excluye la posibilidad de que se mantenga la
cooperación entre deudores y acreedores, siempre que ésta no apunte al establecimiento
de una actitud contestataria.
Una moratoria deberá considerar el mantenimiento de los recursos que ga ranticen el
pago oportuno a los créditos de proveedores. Un país que pague puntualmente sus
obligaciones comerciales hasta puede rehabilitarse en el mercado financiero mundial
por la vía de un recobrado prestigio entre los suministradores internacionales. Estos
podrían ser, en definitiva, los principales interesados en apoyar en el mundo
industrializado una moratoria, más aún si ésta, al liberar recursos para la inversión,
conduce a una creciente demanda de bienes y servicios foráneos. Lo que si está claro es
que una suspensión o disminución del servicio de la deuda no obvia en ningún caso la
necesidad de readecuar y reajustar casa adentro nuestras economías, en particular su
aparato productivo y naturalmente, como aspecto básico, los esquemas de distribución
de la riqueza y los ingresos.
Adicionalmente, convendría pensar ya en una moratoria programada y masiva del
servicio de la deuda externa de todos los países subdesarrollados, como palanca
contracíclica para reactivar la economía mundial. A América Latina, entonces, le
convendría apoyar todos estos esfuerzos para construir una posición conjunta de los
deudores, la cual tendría mucho más peso si se trata de una moratoria acordada con los
mismos acreedores como parte de una salida que abarque integralmente los principales
problemas de la economía mundial.
En esta línea de reflexión no se puede descartar el apoyo a todas las iniciativas políticas
con las que se quiere sensibilizar a los países acreedores para que acepten
condonaciones masivas de deuda, tal como se propone con el Jubileo 2000, apoyado por
diversas organizaciones ecuménicas a nivel mundial. Desde estos espacios emerge
nuevas iniciativas y fuerzas sociales, que podrían presionar a la opinión pública
internacional para que exija cambios profundos de parte de los grandes centros de poder
mundial.
Combate a la especulación y reactivación globales
A nivel nacional y mundial urge el combate contra la especulación y a favor de la
producción. Para eso se requiere una mayor capacidad de gestión de las políticas locales
y nuevos organismos internacionales -un nuevo FMI- con capacidad para regular y hasta
gravar los flujos financieros externos de corto plazo para drenar la burbuja especulativa,
a partir de un impuesto como el planteado por el Premio Nóbel de Economía, James
Tobin, a fines de los años 70 y que serviría para financiar un fondo para el desarrollo.
Si consideramos que la economía de papel o especulativa supera largamente a la
economía real o productiva, entonces la salida pasa por establecer mecanismos que
limiten y regulen los excesivos flujos de capitales financieros, cuya lógica de
funcionamiento no se relaciona con las actividades comerciales o productivas de bienes
y servicios. La experiencia nos ha demostrado hasta la saciedad que los mercados
liberalizados no son omnipotentes. Por el contrario, sus resultados han sido, una y otra
vez, catastróficos para amplios sectores de las economías afectadas.
Un elemento adicional y complementario al impuesto Tobin y a la moratoria concertada
de las deudas externas de los países subdesarrollados, sería la rebaja también concertada
de las tasas de interés en las economías industrializadas. Con estas dos acciones
concertadas, a más de las medidas destinadas a la reducción de la burbuja especulativa,
se podría esperar el establecimiento de un entorno internacional propicio a la
producción sustentable. En el cual, también, habría que cristalizar mejores opciones
comerciales para los productos provenientes de los países pobres, esto es reduciendo
significativamente el neoproteccionismo de las economías más ricas.
En las actuales circunstancias, cuando el problema de la economía global no es la
inflación, sino más el peligro de una deflación, estas opciones podrían contribuir a
gestar una respuesta contracíclica que facilite una salida de la crisis. Este no es el
momento de la austeridad fiscal. Las principales naciones del mundo deberían estimular
la economía global. Y el FMI reducir la asfixia de las economías subdesarrolladas, que
intensifica la contracción mundial. Este reto requiere una constructiva combinación de
ingenio y voluntad política, no la repetición de las mismas recetas fondomonetaristas,
así como tampoco posiciones pasivas y sumisas.
Un punto crucial en la actual situación radica en la identificación del problema básico
subyacente, esto es la causa última de estas crisis. Pues, no se trata simplemente de
conseguir un reajuste a los desequilibrios actuales para, luego, regresar a la misma
senda neoliberal, como si nada hubiera pasado. Retomando el pensamiento de Karl
Polany, expuesto en 1944 en su libro clásico "La gran transformación", habría que
diseñar un sistema que regule, estabilice y legitime los resultados del mercado, pero ya
no de un mercado nacional, sino de un mercado global. ¿Puede existir y funcionar un
capitalismo global sin un gobierno global?, es una de las preguntas que se plantea Dani
Rodrick (1998), quien cree que es necesario pensar ya en la creación de una suerte de
Banco Central Mundial , a más de otras estructuras que permitan establecer las
instituciones políticas y sociales que normen a dicho mercado mundial, en consonancia
con el pensamiento de Polany. Un planteamiento abiertamente contrario a la apertura y
liberalización a ultranza defendidas por los neoliberales. Sin embargo, el asunto no se
resuelve simplemente con nuevas y remozadas estructuras de control para los flujos
financieros y comerciales internacionales: hay temas globales, como el creciente
desequilibrio ecológico o el masivo desempleo, que exigen respuestas prácticamente
civilizatorias. Así, por ejemplo, una salida duradera al tema del desempleo y subempleo,
exige pensar, más temprano que tarde, tanto por razones sociopolíticas como ecológicas,
en recortes del tiempo de trabajo y en cambios en los patrones de producción y
consumo, sobre bases de una sólida equidad; esto representa el reclamo por una
profunda transformación de los estilos de vida existentes. Una posibilidad lejana en los
países subdesarrollados, en la medida que persiguen todavía esquemas comparables a
los existentes en las naciones más desarrolladas y que, por lo tanto, no despierta
preocupación alguna en sus líderes.
En ese sentido, dentro de una lógica más nacional, habría que diseñar -desde el mismo
espacio coyuntural- una opción económica alternativa, que empiece por recuperar
espacios para la acción del instrumentario económico, el cual, a su vez, requiere ser
reconceptualizado. Los resultados de este esfuerzo se garantizan también con adecuados
mecanismos de comando y control de la economía, con el fin de recuperar y ejercer las
funciones internas de adaptación y renovación frente a los complejos retos externos. La
pérdida de autonomía (relativa) de la política económica y la situación de desgobierno
en que se encuentran casi todas las economías subdesarrolladas son de los problemas
más acuciantes. El sobreendeudamiento externo es síntoma de esas y otras dificultades,
que se manifiestan en diversos desajustes y descontroles económicos. En el empeño de
lograr una reducción de la especulación, como eje rector de las relaciones económicas
"modernas", precisamos una concepción económica diferente, que atienda las demandas
coyunturales, al tiempo que siente las base para las transformaciones estructurales que
se estimen necesarias.
Así, para reducir la s presiones desestabilizadoras que provocan los capitales
cortoplacistas, conviene estudiar la adopción de medidas de control de cambios y de los
flujos de capital, con un sistema de encajes, por ejemplo; las experiencias chilena, desde
hace algunos años, y malaya, más reciente, deberían ser analizadas y quizás adaptadas a
las realidades de cada país. Aquí tendría lugar alguna reflexión para recuperar las
políticas de cambio diferenciado y aún para canalizar y priorizar el uso de las divisas
obtenidas, así como de los créditos dentro de una economía. Como se manifestó en el
párrafo anterior, uno de los problemas mayores surge por la pérdida de autonomía en el
manejo económico. Repensar los instrumentos de política es, entonces, una de las tareas
urgentes para recuperar espacios de control de los circuitos monetarios y financieros.
El reclamo de la deuda ecológica
Como complemento al tratamiento de la deuda (financiera) externa proponemos
incorporar el reclamo de la deuda ecológica. Aquella deuda, también externa, que se
originó con la expoliación colonial -la tala masiva de los bosques naturales, por
ejemplo-, se proyecta tanto en el "intercambio ecológicamente desigual", como en la
"ocupación del espacio ambiental" por parte del estilo de desarrollo de los países ricos.
Eso nos conmina a asumir las presiones provocadas sobre el medio ambiente a través de
las exportaciones de recursos naturales -normalmente mal pagadas y que tampoco
calculan la pérdida de la biodiversidad, para mencionar otro ejemplo- provenientes de
los países subdesarrollados -en este caso los acreedores-, exacerbadas últimamente por
los crecientes requerimientos que se derivan del servicio de la deuda (financiera)
externa y de una propuesta aperturista y liberalizadora a ultranza. Y esa misma deuda
ecológica crece, desde otra vertiente interrelacionada con la anterior, en la medida que
los países más ricos -en este caso los deudores- han superado largamente sus equilibrios
ambientales nacionales, al transferir directa o indirectamente contaminación (residuos o
emisiones) a otras regiones sin asumir pago alguno.
Cabe relievar que muchos esfuerzos para aumentar las exportaciones han tenido
impactos negativos sobre la naturaleza, por la introducción -en la mayoría de las vecesde
procesos productivos cada vez más agresivos con el medioambiente que se miden
casi exclusivamente por sus resultados exportables, sin considerar sus efectos
ecológicos o sociales. Es más, la instrumentación atropellada de proyectos orientados a
forzar las ventas externas a como de lugar, ha degradado el entorno natural y ha
favorecido a grupos minoritarios vinculados a los intereses transnacionales, al tiempo
que han perjudicado a sectores pobres deteriorando significativamente su calidad de
vida. Estos grupos más acomodados, por otro lado, han introducido un estilo de vida
consumista y derrochador, que agudiza la degradación ecológica mucho más que lo
podrían provocar los segmentos pobres de la población.
Vistas así las cosas, a las mencionadas transferencias económicas relativamente
cuantificables habría que añadir las transferencias ecológicas realizadas también por los
países subdesarrollados, pero que, a diferencia de las primeras, resultan difíciles de
cuantificar. Aquí surge, entonces, con fuerza un nuevo concepto de endeudamiento,
aunque no financiero, si externo, en el cual los deudores de la deuda ecológica son los
acreedores de la deuda externa, de la financiera.
En definitiva, la estrategia orquestada por el "Consenso de Washington" ha favorecido
el deterioro ecológico, ha exacerbado las limitaciones y contradicciones sociales, al
tiempo que, paradógicamente, se ha convertido en parte del problema de la deuda
externa al deteriorar en el mediano y largo plazos las bases productivas de los países
pobres. Todo lo cua l obliga a revertir al mundo industrializado el reclamo por el pago de
la deuda ecológica, en la cual los países latinoamericanos son los acreedores.
El diseño y aplicación de las ideas planteadas no son irreales, ni carentes de lógica. El
problema radica, sin embargo, en el campo político. Sobre todo porque van en contra de
los grandes dogmas del neoliberalismo, ardorosamente defendidos por los centros de
poder mundial, las empresas transnacionales, los organismos multilaterales de crédito,
los grandes medios de comunicación, los "intelectuales orgánicos del capital".
El asunto, a todas luces, requiere un esfuerzo multidisciplinario y combinado para
estudiar la realidad sin prejuicios y sin dogmas, con miras a dar respuestas políticas
concretas a los actuales problemas de la economía global, priorizando el mejoramiento
de las economías subdesarrolladas y, en particular, resolviendo el tema de la deuda
externa. En suma, hay que tener presente en todo momento que los grandes retos del
subdesarrollo afectan a la humanidad en su conjunto.WIKIPEDIA