martes, 15 de marzo de 2016

DEUDA EXTERNA (1)


ALGUNAS REFLEXIONES PARA ENFRENTAR EL RETO DE LA "DEUDA EXTERNA" http://www.oid-ido.org/IMG/pdf/ACOSTA01.pdf La deuda, vista así las cosas, no es sólo un problema cuantitativo, sino que también representa un problema cualitativo, un verdadero reto político e ideológico. Esta cuestión acompaña la vida política y económica de los países latinoamericanos desde su Independencia. La deuda ha sido un asunto de recurrente actualidad, en reiteradas ocasiones ha suscitado violentos y apasionados debates y no pocos sacudones políticos, y ha provocado, también, múltiples acciones imperialistas por parte de los acreedores en contra de los deudores... Los compromisos financieros externos vistos de esta manera constituyen una "deuda eterna". En la actualidad, todavía se quiere convencernos que el capitalismo en su versión neoliberal es el único sistema viable y que su vigencia está garantizada por la incersión transnacional en la economía mundial, a la cual se puede llegar exclusivamente por la vía de una mayor liberalización y un acentuado aperturismo. En este sentido, se entiende el vigor de la posición de quienes propugnan exclusivamente por respuestas "técnicas" para manejar la deuda externa, buscando reducir su inocultable y por cierto explosivo componente político. Con dicha opción se pretende negar la complejidad y diversidad del desarrollo, suplantándola con el simplismo unidimensional, supuestamente apolítico y técnico, del manejo macroeconómico. Y se impulsa, desde su cortoplacismo, una serie de transformaciones estructurales y de largo aliento, aparentemente inevitables, para preparar la participación sumisa de los países subdesarrollados en la "globalización". En este terreno, cuando no faltaría mucho para que la región, ante su creciente incapacidad de pago, retorne a su estado casi crónico de moratoria generalizada, existen algunas opciones que pueden ser consideradas, destacando que no son excluyentes y que cuya aplicación dependerá de las circunstancias internacionales y del grado de coherencia y voluntad políticas de los países deudores EL RENACIMIENTO DE LA DEUDA EXTERNA Hasta hace poco, en muchos países de América Latina se creía firmemente que el problema de la deuda externa había sido resuelto. Si bien la deuda no había desaparecido, al menos había pasado a un segundo plano. Y dentro de este espíritu optimista se hablaba incluso del fin de la crisis económica, en la medida que la región, entre 1990 a 1994, experimentó una expansión de sus economías y una reducción de la inflación, en medio de un extraordinario reflujo de capitales. Uno de sus principales argumentos para sostener que se había producido un distencionamiento en el problema de la deuda, fue exactamente la reversión del flujo de recursos financieros. Desde 1990, durante cuatro años consecutivos la región, que había sido exportadora neta de dólares en los años ochenta, registró un considerable ingreso neto de capitales. De esta manera, la CEPAL, ya en 1992, se apresuró a anticipar que "de continuar y generalizarse esta tendencia entre los países de la región, se superaría un elemento central de la crisis de la deuda: el paralizante peso de las transferencias netas negativas y su efecto adverso sobre el desarrollo regional". Por otro lado, la regularización del servicio de la deuda en casi todos los países de la región sirvió para ratificar esta apreciación. A partir de 1992, la mayoría de países en mora comenzó a encontrar formas para regularizar el servicio de su deuda y con ello se revirtió el proceso de amplia acumulación de atrasos. Esta situación se consolidó, en especial, a partir de las renegociaciones logradas en el marco del Plan Brady. La CEPAL esgrimía como otro elemento probatorio de la tesis central, de que habíamos llegado al fin de la crisis de la deuda, el hecho de que desde principios de la década de los noventa siguieron atenuándose progresivamente los indicadores del peso de la deuda. 1 Ecuatoriano. Economista, Universidad de Colonia, Alemania. Consultor internacional y del ILDIS-FES (Ecuador). Profesor visitante de las Universidad de Cuenca y de la Universidad de Guayaquil. Asesor de organizaciones indígenas y sociales. Editorialista del Diario Hoy, Quito. Autor de varias publicaciones. El mensaje resultante fue claro: la crisis de la deuda no es irresoluble, es más, hay una solución técnica al problema, en especial con la utilización de los mecanismos planteados por el Plan Brady u otras opciones complementarias. Con esto también cobró fuerza la viabilidad de los ajustes ortodoxos orientados a lograr la apertura y la liberalización a ultranza: el gran objetivo del neoliberalismo real. Así las cosas, no faltaron quienes avizoraban para América Latina una situación interesante en términos de sus perspectivas económicas. Y todos estos elementos se transformaron en bienvenido argumento para los países industrializados y los organismos multilaterales, que deseaban dar por concluido el capítulo de la deuda externa, sobre todo por su elevado contenido político. Este entusiasmo sufrió en 1995 un primer remezón con la crisis mexicana y sus secuelas, conocidas como el "efecto tequila". Por otro lado la proporción aún elevada del servicio de la deuda, la concentración del reflujo de capitales en pocos países, por no mencionar las tasas de crecimiento sumamente modestas que se mantenían en la mayoría de economías de la región, parecían indicar que no era prudente precipitarse a sacar conclusiones sobre esta cuestión. Sin embargo, superado el susto del "efecto tequila", la "normalidad" retornó a la economía latinoamericana. Esta situación, no obstante, duraría poco. Desde mediados de 1997 comenzaron a llegar noticias fragmentadas de una crisis lejana, inentendible. En el sudeste asiático, aquellos países utilizados repetidamente como modelo para el desarrollo de América Latina entraron en una franca descomposición financiera. Japón, uno de los colosos de la economía mundial, no lograba reactivar su economía desde principios de la década y tampoco encontraba respuesta a la crisis regional. El susto fue mayúsculo cuando Rusia cayó sorpresivamente en una acelerada espiral recesiva y los temblores financieros empezaron a sacudir a economías aparentemente sólidas como la brasileña, argentina, peruana, colombiana, chilena... Y más aún cuando se empezó a hablar abiertamente de una depresión global. Sólo entonces América Latina parece haber cobrado conciencia de su actual situación, con un resurgimiento de sus viejos problemas, entre ellos la deuda externa. ORÍGENES Y ALCANCES DE LA DEUDA EXTERNA Antes de adentrarnos en una rápida lectura de la evolución de la deuda externa y sus consecuencias, reconozcamos que la deuda es, en todo momento, la expresión más visible de una crisis mucho más amplia. Por eso no cabe afirmar que la deuda haya ocasionado la crisis. La deuda en sí es otra manifestación de la crisis financiera. Y como tal presenta una serie de elementos nuevos y otros que ya se repitieron cíclicamente en épocas anteriores: sea a mediados de la década de los veinte, a principios de los años setenta o en los años noventa durante el siglo XIX; o sea durante la famosa crisis de los años treinta o en los años ochenta ya en el siglo XX. Épocas en las cuales la deuda no simplemente fue un problema financiero, sino que desempeñó un papel importante como palanca o pretexto para imponer la voluntad de los países acreedores sobre los deudores. Sin minimizar lo que acontece dentro de cada país, o a nivel del conjunto de América Latina y aún dentro de los mismos países industrializados, el punto de partida de estos ciclos económicos se debe buscar en la lógica de funcionamiento del capital financiero internacional (entendido en los términos planteados por Rudolf Hilferding en 1910 ). Para comprender dicha lógica requerimos, entonces, conocer las necesidades de reproducción y acumulación de dichos capitales. Capitales que dependen, en primera línea, aunque no exclusivamente, de las tasas de ganancia existentes en los países industrializados o centrales. Así, en ciertas ocasiones estos flujos están dominados por los capitales crediticios y en otras por las inversiones directas, dependiendo particularmente de la situación existente en las economías centrales y, también, aunque en menor medida, en las economías receptoras. Las inversiones directas son prioritarias, por ejemplo, cuando permiten a los países centrales acceder a recursos naturales, a mano de obra barata, a mercados emergentes o últimamente -vía privatización- a importantes empresas con rentabilidad potencial o efectiva, así como con indudable capacidad de expansión tecnológica. En esta misma línea de reflexión, no es posible afirmar que la expansión del endeudamiento externo sea sólo el producto de una decisión irracional adoptada por inversionistas desaprensivos o por políticos "populistas", en los países centrales al concederlos o en los periféricos al contratarlos. El aumento de la deuda en los países subdesarrollados ha sido, muchas veces, la mejor (o quizás la única) salida que tenía el capital financiero internacional para garantizar su reproducción, sea la rentabilidad de la banca o sea la rentabilidad comercial de las empresas. En juego estaban las exigencias existenciales del propio sistema capitalista. En estas condiciones y sin pretender explicar todo desde la visión externa, no se puede creer que los capitales foráneos actúan en forma autónoma. Hay que tener siempre presente la evolución de la economía internacional, sea en sus elementos coyunturales, en particular para comprender los vaivenes especulativos, sea en su evolución de largo aliento, de donde se desprenden conclusiones estructurales. La evolución de la economía internacional, además, será comprensible dentro del funcionamiento del sistema capitalista, entendido como "la civilización de la desigualdad" por Joseph Schumpeter. Hagamos, pues, el esfuerzo de desmenuzar las interioridades de los grandes procesos mundiales, procurando internalizar sus elementos permanentes y las mutaciones que se vienen gestando. Sólo asi entenderemos mejor los "momentos de ascenso y descenso de largo plazo de la tasa de ganancia promedio" (Ernest Mandel) que determinan los ciclos económicos, o, visto de otra manera, aquellos "racimos de innovaciones" (Joseph Schumpeter), con las cuales se integran y difunden en la sociedad los más diversos inventos científicos e innovaciones tecnológicas, las más de las veces realizados mucho antes de su utilización y que, como sabemos, no se distribuyen uniformemente a lo largo del tiempo. Relacionando lo anterior con la deuda, de conformidad con el pensamiento de Carlos Marichal, "cada ciclo crediticio se caracteriza por un ascenso, un período de prosperidad durante el cual los estados latinoamericanos contrataban numerosos préstamos en el extranjero, y un descenso, o sea la fase recesiva, que era en general el resultado de la crisis financiera internacional que conduciría a una cadena de suspensiones de pagos" (1988: 11). Lo cual, según el criterio de Oscar Ugarteche, "sugiere inmediatamente la idea de que hay una ley de comportamiento cíclico vinculado fundamentalmente a la conducta del ciclo económico de los países desarrollados. El crédito privado se expande cuando hay una baja en la tasa de ganancia de los países metropolitanos y se contrae cuando la tasa de ganancia se deteriora en los países dependientes vía la baja de los precios de las materias primas y el alza de las tasas de interés (en el mercado internacional, NdA). Cuando se seca la fuente de crédito como efecto de lo señalado, las economías de la periferia entran en períodos de ajuste a la restricción de divisas" (1986: 191-192). Entonces, parece razonable, sin tratar de encasillar este fenómeno en un esquema determinístico, hablar de la existencia de una suerte de ciclos en el proceso de endeudamiento, comparables en alguna medida a los ciclos económicos, tal como se observa si los analizamos en relación con la periodización de las ondas largas del capitalismo. Ciclos que, por lo demás, en tanto parte de "el proceso social", forman "en realidad un todo indivisible" (Schumpeter 1997: 17) . Así la s cosas, la historia de la deuda externa se caracterizaría por etapas de auge y crisis coincidentes con la fase depresiva de dichas ondas largas, las cuales, a más de sus similitudes, deben ser comprendidas analizando sus condiciones específicas. Esto implicaría, también que las crisis financieras están emparentadas o se originan de las crisis de acumulación del capitalismo. Cuadro Nº 1 Periodización de las ondas largas del capitalismo Revolución tecnológica Onda larga Recuperación Auge Recesión Depresión primera 1787-1827 ---------------- 1787-1800 1801-1813 1814-1827 segunda 1828-1885 1828-1842 1843-1857 1858-1869 1870-1885 tercera 1886-1938 1886-1897 1898-1911 1912-1925 1926-1938 cuarta 1939-???? 1939-1945 1946-1965 1966-1973 1974-???? quinta Fuente: Schuldt 1992: 25. Los momentos de ruptura de las crisis de deuda coinciden con los años de depresión, registrados en las ondas largas del capitalismo 1825-1826, 1873-1896 (gran depresión), 1929-1938 (gran depresión) y 1982-1990 (si suponemos que en esos años se registró la parte más dura de la última crisis de deuda, la cual, sin embargo, apenas habría sido pospuesta y no resuelta con las negociaciones efectuadas en la primera mitad de los años noventa). En la actualidad estaríamos frente a un recrudecimiento de la última crisis o al surgimiento de una nueva gran depresión... Un tema que está aún por dilucidarse, en tanto la crisis que surgió en Asia -otra crisis de deuda externa- ha comenzado a expandirse globalmente. La pregunta planteada es si la salida de la actual crisis -cuya duración y complejidad son impredescibles- es otra gran depresión o si se sucederán temblores menores como los del sudeste asiático y Rusia. De este tipo de análisis podemos sacar conclusiones sobre la forma de participación de los países subdesarrollados en el mercado mundial, así como sobre las posibles disponibilidades de capital en los mercados internacionales. La historia, vista desde estas ondas largas, nos muestra como puede actuar el capital financiero, esto es cuando se prioriza al capital invertido productivamente o a las inversiones financieras. Si recordamos que las ondas largas reproducen la ley del desarrollo desigual, tengamos presente la significación que ha tenido la crisis de la deuda externa de los años ochenta, concretamente su servicio, al cual hay que añadir los diversos flujos financieros generados por las inversiones extranjeras que han contribuido masivamente a financiar las grandes transformaciones tecnológicas al interior de los países centrales. Todas estas transformaciones vienen acompañadas de una serie de cambios que son inducidos en los países periféricos, a los cuales, utilizando como palanca la deuda y sus políticas de ajuste, se les ha encaminado por un proceso de reprimarización modernizada y flexible de sus economías (acompañada de una desindustrialización relativa y de una terciarización, signada especialmente por la informalización de amplios sectores de la población) como la vía más "conveniente y posible", según la ideología dominante. Esto es, hablando crudamente, a los países subdesarrollados se los ajusta para que participen de acuerdo a las expectativas y necesidades del capital financiero internacional. La deuda, entonces, no sólo refleja fenómenos cuantitativos, sino que desempeña un papel importante "en los procesos de reestructuración de las economías latinoamericanas", según afirma y demuestra Jaime Estay Reyno (1996: 126).WIKIPEDIA

LA DEUDA EXTERNA (2)


Elementos para una remozada renegociación de deuda
El objetivo inmediato debería ser reducir drásticamente la sangría de recursos provocada por la deuda y de ser posible suspenderla totalmente. No se puede seguir creyendo que el servicio que se realiza garantiza la consecusión de mayores volúmenes de préstamos: en muchos casos esto no ha sucedido, por el contrario el saldo neto de los desembolsos menos el servicio de la deuda es negativo. Desde esta perspectiva tampoco se puede aceptar que una posición concordante con el supuesto sentido común universal -el neoliberalismo- abre las puertas para nuevos flujos crediticios. La búsqueda a cualquier precio de un arreglo de la deuda no es una tarea alentadora, que reponga con creces los sacrificios y los esfuerzos que la motiva. Luego de observar los resultados que han obtenido los países que se acogieron al Plan Brady, está claro que la renegociación cooperativa, en cualquiera de sus vías, no conduce a la terminación de esta problemática. Ha conseguido reducir en algo la presión de dicha deuda, es cierto, pero no ha logrado una salida que pueda ser considerada como definitiva. Tal es así, que en la actualidad, en lo que se refiere a las deudas comerciales, ya se dan conversaciones con miras a cambiar los actuales Bonos Brady por nuevos bonos con períodos de vencimiento más largos -de 50 a 60 años- y que incluyan un período de gracia que permita la reactivación y recuperación estructural de las economías endeudadas, que no podría ser inferior de 10 años. En el caso de las deudas multilaterales al parecer no se podría esperar cambios sustantivos, salvo que se trate de los países pobres muy endeudados (HIPC-Heavily Indebted Poor Countries) ; sin embargo, con la agudización de los problemas financieros internacionales se aproxima el momento para una renegociación de estos préstamos, cuyo servicio frena el desarrollo. Esta tarea implica por igual el apoyo a la reformulación integral del papel y del funcionamiento de los organismos multilaterales, transformados en verdaderos agentes del subdesarrollo. Mientras que el manejo de las deudas bilaterales, aquellas convenidas entre los gobiernos, evoluciona cada vez más hacia condonaciones totales o con un servicio condicionado al financiamiento de proyectos de desarrollo social. De esta manera, poco a poco, se debilita la visión oficial que hacía creer que el tema de la deuda debía ser manejado con extrema rigidez. Son varios los caminos para abordar el tema. Se está frente a una situación inestable y variable. La complejidad ha crecido en los últimos años y en cada caso se debe precisar cual es la posición más conveniente. Esa visión pragmática y casuística no obvia la necesaria búsqueda de efectivas respuestas concertadas por parte de los países deudores. Por este camino se llevaría la respuesta del problema al nivel que corresponde realmente: el político. Opciones para una moratoria de la deuda externa Tampoco debe aparecer como inviable una moratoria, preferiblemente concertada al menos con un grupo significativo de deudores, sino con todos. La moratoria, a contrapelo de las advertencias interesadas, no es sinónimo de descalabro económico. A lo largo de su historia, un elevado número de países latinoamericanos, de hecho, han obtenido importantes resultados económicos en condiciones de moratoria. Adicionalmente, una moratoria no excluye la posibilidad de que se mantenga la cooperación entre deudores y acreedores, siempre que ésta no apunte al establecimiento de una actitud contestataria. Una moratoria deberá considerar el mantenimiento de los recursos que ga ranticen el pago oportuno a los créditos de proveedores. Un país que pague puntualmente sus obligaciones comerciales hasta puede rehabilitarse en el mercado financiero mundial por la vía de un recobrado prestigio entre los suministradores internacionales. Estos podrían ser, en definitiva, los principales interesados en apoyar en el mundo industrializado una moratoria, más aún si ésta, al liberar recursos para la inversión, conduce a una creciente demanda de bienes y servicios foráneos. Lo que si está claro es que una suspensión o disminución del servicio de la deuda no obvia en ningún caso la necesidad de readecuar y reajustar casa adentro nuestras economías, en particular su aparato productivo y naturalmente, como aspecto básico, los esquemas de distribución de la riqueza y los ingresos. Adicionalmente, convendría pensar ya en una moratoria programada y masiva del servicio de la deuda externa de todos los países subdesarrollados, como palanca contracíclica para reactivar la economía mundial. A América Latina, entonces, le convendría apoyar todos estos esfuerzos para construir una posición conjunta de los deudores, la cual tendría mucho más peso si se trata de una moratoria acordada con los mismos acreedores como parte de una salida que abarque integralmente los principales problemas de la economía mundial. En esta línea de reflexión no se puede descartar el apoyo a todas las iniciativas políticas con las que se quiere sensibilizar a los países acreedores para que acepten condonaciones masivas de deuda, tal como se propone con el Jubileo 2000, apoyado por diversas organizaciones ecuménicas a nivel mundial. Desde estos espacios emerge nuevas iniciativas y fuerzas sociales, que podrían presionar a la opinión pública internacional para que exija cambios profundos de parte de los grandes centros de poder mundial. Combate a la especulación y reactivación globales A nivel nacional y mundial urge el combate contra la especulación y a favor de la producción. Para eso se requiere una mayor capacidad de gestión de las políticas locales y nuevos organismos internacionales -un nuevo FMI- con capacidad para regular y hasta gravar los flujos financieros externos de corto plazo para drenar la burbuja especulativa, a partir de un impuesto como el planteado por el Premio Nóbel de Economía, James Tobin, a fines de los años 70 y que serviría para financiar un fondo para el desarrollo. Si consideramos que la economía de papel o especulativa supera largamente a la economía real o productiva, entonces la salida pasa por establecer mecanismos que limiten y regulen los excesivos flujos de capitales financieros, cuya lógica de funcionamiento no se relaciona con las actividades comerciales o productivas de bienes y servicios. La experiencia nos ha demostrado hasta la saciedad que los mercados liberalizados no son omnipotentes. Por el contrario, sus resultados han sido, una y otra vez, catastróficos para amplios sectores de las economías afectadas. Un elemento adicional y complementario al impuesto Tobin y a la moratoria concertada de las deudas externas de los países subdesarrollados, sería la rebaja también concertada de las tasas de interés en las economías industrializadas. Con estas dos acciones concertadas, a más de las medidas destinadas a la reducción de la burbuja especulativa, se podría esperar el establecimiento de un entorno internacional propicio a la producción sustentable. En el cual, también, habría que cristalizar mejores opciones comerciales para los productos provenientes de los países pobres, esto es reduciendo significativamente el neoproteccionismo de las economías más ricas. En las actuales circunstancias, cuando el problema de la economía global no es la inflación, sino más el peligro de una deflación, estas opciones podrían contribuir a gestar una respuesta contracíclica que facilite una salida de la crisis. Este no es el momento de la austeridad fiscal. Las principales naciones del mundo deberían estimular la economía global. Y el FMI reducir la asfixia de las economías subdesarrolladas, que intensifica la contracción mundial. Este reto requiere una constructiva combinación de ingenio y voluntad política, no la repetición de las mismas recetas fondomonetaristas, así como tampoco posiciones pasivas y sumisas. Un punto crucial en la actual situación radica en la identificación del problema básico subyacente, esto es la causa última de estas crisis. Pues, no se trata simplemente de conseguir un reajuste a los desequilibrios actuales para, luego, regresar a la misma senda neoliberal, como si nada hubiera pasado. Retomando el pensamiento de Karl Polany, expuesto en 1944 en su libro clásico "La gran transformación", habría que diseñar un sistema que regule, estabilice y legitime los resultados del mercado, pero ya no de un mercado nacional, sino de un mercado global. ¿Puede existir y funcionar un capitalismo global sin un gobierno global?, es una de las preguntas que se plantea Dani Rodrick (1998), quien cree que es necesario pensar ya en la creación de una suerte de Banco Central Mundial , a más de otras estructuras que permitan establecer las instituciones políticas y sociales que normen a dicho mercado mundial, en consonancia con el pensamiento de Polany. Un planteamiento abiertamente contrario a la apertura y liberalización a ultranza defendidas por los neoliberales. Sin embargo, el asunto no se resuelve simplemente con nuevas y remozadas estructuras de control para los flujos financieros y comerciales internacionales: hay temas globales, como el creciente desequilibrio ecológico o el masivo desempleo, que exigen respuestas prácticamente civilizatorias. Así, por ejemplo, una salida duradera al tema del desempleo y subempleo, exige pensar, más temprano que tarde, tanto por razones sociopolíticas como ecológicas, en recortes del tiempo de trabajo y en cambios en los patrones de producción y consumo, sobre bases de una sólida equidad; esto representa el reclamo por una profunda transformación de los estilos de vida existentes. Una posibilidad lejana en los países subdesarrollados, en la medida que persiguen todavía esquemas comparables a los existentes en las naciones más desarrolladas y que, por lo tanto, no despierta preocupación alguna en sus líderes. En ese sentido, dentro de una lógica más nacional, habría que diseñar -desde el mismo espacio coyuntural- una opción económica alternativa, que empiece por recuperar espacios para la acción del instrumentario económico, el cual, a su vez, requiere ser reconceptualizado. Los resultados de este esfuerzo se garantizan también con adecuados mecanismos de comando y control de la economía, con el fin de recuperar y ejercer las funciones internas de adaptación y renovación frente a los complejos retos externos. La pérdida de autonomía (relativa) de la política económica y la situación de desgobierno en que se encuentran casi todas las economías subdesarrolladas son de los problemas más acuciantes. El sobreendeudamiento externo es síntoma de esas y otras dificultades, que se manifiestan en diversos desajustes y descontroles económicos. En el empeño de lograr una reducción de la especulación, como eje rector de las relaciones económicas "modernas", precisamos una concepción económica diferente, que atienda las demandas coyunturales, al tiempo que siente las base para las transformaciones estructurales que se estimen necesarias. Así, para reducir la s presiones desestabilizadoras que provocan los capitales cortoplacistas, conviene estudiar la adopción de medidas de control de cambios y de los flujos de capital, con un sistema de encajes, por ejemplo; las experiencias chilena, desde hace algunos años, y malaya, más reciente, deberían ser analizadas y quizás adaptadas a las realidades de cada país. Aquí tendría lugar alguna reflexión para recuperar las políticas de cambio diferenciado y aún para canalizar y priorizar el uso de las divisas obtenidas, así como de los créditos dentro de una economía. Como se manifestó en el párrafo anterior, uno de los problemas mayores surge por la pérdida de autonomía en el manejo económico. Repensar los instrumentos de política es, entonces, una de las tareas urgentes para recuperar espacios de control de los circuitos monetarios y financieros. El reclamo de la deuda ecológica Como complemento al tratamiento de la deuda (financiera) externa proponemos incorporar el reclamo de la deuda ecológica. Aquella deuda, también externa, que se originó con la expoliación colonial -la tala masiva de los bosques naturales, por ejemplo-, se proyecta tanto en el "intercambio ecológicamente desigual", como en la "ocupación del espacio ambiental" por parte del estilo de desarrollo de los países ricos. Eso nos conmina a asumir las presiones provocadas sobre el medio ambiente a través de las exportaciones de recursos naturales -normalmente mal pagadas y que tampoco calculan la pérdida de la biodiversidad, para mencionar otro ejemplo- provenientes de los países subdesarrollados -en este caso los acreedores-, exacerbadas últimamente por los crecientes requerimientos que se derivan del servicio de la deuda (financiera) externa y de una propuesta aperturista y liberalizadora a ultranza. Y esa misma deuda ecológica crece, desde otra vertiente interrelacionada con la anterior, en la medida que los países más ricos -en este caso los deudores- han superado largamente sus equilibrios ambientales nacionales, al transferir directa o indirectamente contaminación (residuos o emisiones) a otras regiones sin asumir pago alguno. Cabe relievar que muchos esfuerzos para aumentar las exportaciones han tenido impactos negativos sobre la naturaleza, por la introducción -en la mayoría de las vecesde procesos productivos cada vez más agresivos con el medioambiente que se miden casi exclusivamente por sus resultados exportables, sin considerar sus efectos ecológicos o sociales. Es más, la instrumentación atropellada de proyectos orientados a forzar las ventas externas a como de lugar, ha degradado el entorno natural y ha favorecido a grupos minoritarios vinculados a los intereses transnacionales, al tiempo que han perjudicado a sectores pobres deteriorando significativamente su calidad de vida. Estos grupos más acomodados, por otro lado, han introducido un estilo de vida consumista y derrochador, que agudiza la degradación ecológica mucho más que lo podrían provocar los segmentos pobres de la población. Vistas así las cosas, a las mencionadas transferencias económicas relativamente cuantificables habría que añadir las transferencias ecológicas realizadas también por los países subdesarrollados, pero que, a diferencia de las primeras, resultan difíciles de cuantificar. Aquí surge, entonces, con fuerza un nuevo concepto de endeudamiento, aunque no financiero, si externo, en el cual los deudores de la deuda ecológica son los acreedores de la deuda externa, de la financiera. En definitiva, la estrategia orquestada por el "Consenso de Washington" ha favorecido el deterioro ecológico, ha exacerbado las limitaciones y contradicciones sociales, al tiempo que, paradógicamente, se ha convertido en parte del problema de la deuda externa al deteriorar en el mediano y largo plazos las bases productivas de los países pobres. Todo lo cua l obliga a revertir al mundo industrializado el reclamo por el pago de la deuda ecológica, en la cual los países latinoamericanos son los acreedores. El diseño y aplicación de las ideas planteadas no son irreales, ni carentes de lógica. El problema radica, sin embargo, en el campo político. Sobre todo porque van en contra de los grandes dogmas del neoliberalismo, ardorosamente defendidos por los centros de poder mundial, las empresas transnacionales, los organismos multilaterales de crédito, los grandes medios de comunicación, los "intelectuales orgánicos del capital". El asunto, a todas luces, requiere un esfuerzo multidisciplinario y combinado para estudiar la realidad sin prejuicios y sin dogmas, con miras a dar respuestas políticas concretas a los actuales problemas de la economía global, priorizando el mejoramiento de las economías subdesarrolladas y, en particular, resolviendo el tema de la deuda externa. En suma, hay que tener presente en todo momento que los grandes retos del subdesarrollo afectan a la humanidad en su conjunto.WIKIPEDIA

Documental: La Economía Prohibida (Completo)

LA CÁRCEL DEL CONSUMISMO