lunes, 25 de mayo de 2015

REVISIONISMO HISTÓRICO-25 DE MAYO DE 1810


http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S1851-31232010000100006&script=sci_arttext HACIA UNA MAYOR COMPLEJIZACIÓN DEL TEMA Sin negar los sustanciales aportes de la nueva historiografía antes señalada, que han permitido cortar con ideas muy instaladas con referencia a la preexistencia de una Nación argentina, proceso pordemás complejo que va a atravesar todo el siglo XIX, lo cual ayuda a explicar la persistencia de las autonomías provinciales y de las formas confederales como modo más aceptado de organización política, consideramos que la interpretación del proceso revolucionario ha resultado en algunos casos empobrecida por una versión a veces acontecimiental y exageradamente "argentino-céntrica", es decir sin referencias contextuales al conjunto latinoamericano. No retomaremos aquí las reconocidas influencias de las reformas borbónicas de finales del siglo XVIII en el territorio rioplatense, ni las visibles consecuencias de las invasiones inglesas de 1806 y 1807 que derivaron en un significativo proceso de militarización y en un sustancial rol de la opinión pública en la destitución del Virrey Sobremonte. Tampoco haremos referencia a los antecedentes del movimiento independentista de Haití de 1804 ni a los movimientos insurgentes indígenas producidos más tempranamente en el Perú y en el Alto Perú, para considerar otros elementos más cercanos al ámbito rioplatense y menos destacados por la historiografía argentina contemporánea. Como decíamos al comienzo, tradición y modernidad no pudieron estar ausentes en la instancia revolucionaria, aun cuando sus actores no lo explicitaran con total claridad. Un absoluto fidelismo real vemos por ejemplo en la actuación de los funcionarios de la Real Audiencia de Buenos Aires, que desde las invasiones inglesas venían planteando su firme lealtad a la corona y a la constitución del reino. El movimiento juntista surgido en la península fue aceptado por la Audiencia porteña como fruto de las especiales circunstancias que vivía la metrópoli, pero la situación europea no era aplicable al caso americano ya que en España había quedado acéfalo el gobierno y sumida la península en la anarquía, mientras que en América se habían mantenido los representantes del rey, tal y como expresa el voto del Fiscal en lo Civil Manuel Genaro Villota en el Cabildo del 22 de Mayo (López Díaz, 2009:8). De ahí la condena a la Junta de Montevideo, al intento de los capitulares porteños de 1809 y a la Junta de Mayo, así como el respaldo a la continuidad del virrey Cisneros en el Cabildo del 22 de mayo. En opinión de los magistrados reales, el juntismo contrariaba la constitución monárquica y la unidad de la soberanía española. Este último punto, especialmente destacado por los miembros de la Real Audiencia, fue rechazado de hecho en las decisiones finales de los cabildantes por la falta de representación americana en las instancias de gobierno españolas y, básicamente, por el principio de la retroversión de la soberanía. Una vez instalada la Junta Gubernativa en Buenos Aires, comenzaron los inevitables choques con la Audiencia que siguió defendiendo el poder monárquico en abierta alusión a los peligros de una posible independencia,7 hasta que finalmente las nuevas autoridades tomaron la decisión de expulsar a sus miembros del territorio rioplatense con rumbo a Canarias el 22 de junio de 1810 (López Díaz, 2009:14)8 Otro tema importante a tener en cuenta son las insurrecciones altoperuanas del año 1809 producidas en Chuquisaca y La Paz, severamente reprimidas por las fuerzas peninsulares. Estos acontecimientos, que en el léxico de los españoles fueron simples "alborotos" o, lo que es más significativo aún, "elementos rupturistas de la gran unidad simbolizada por la nación española", tuvieron matices diferentes en el sentir de los insurrectos. Siguiendo a Seghesso de López, tomamos como ejemplo la experiencia testimonial de Monteagudo, quien refiriéndose específicamente a los sucesos de Chuquisaca memoraba que desde 1809 su participación había estado consagrada a la "revolución" y, aunque calificaba a ese movimiento de "rebelión", explicaba que "entonces no tenía otro nombre, porque el buen éxito es el que cambia las denominaciones".9 Es decir, tales acontecimientos, -especialmente los ocurridos en La Paz- habrían dejado las huellas de un proyecto revolucionario inacabado que estaba lejos de ser ignorado por España. En este sentido, la autora antes mencionada desarrolla en profundidad el papel que jugaron en esa región virreinal la Real Universidad de San Francisco Xavier y la Academia Carolina, ambas emplazadas por los Borbones en la actual Sucre -ex Chuquisaca y Charcas- donde antes se ubicaban las academias de estudios superiores de los jesuitas. De estos centros académicos egresaron figuras como Monteagudo, Moreno, Paso, Castelli y Gorriti, entre otros. Allí se combinaba en la formación de los juristas un particular eclecticismo que incluía el pensamiento escolástico reformado, heredado de los jesuitas, y las nuevas corrientes ilustradas provenientes de la España borbónica, a la vez que se leían clandestinamente las obras de Rousseau, Mably y Montesquieu, entre otros, según testimonian los estudios de las obras que contenían las bibliotecas privadas más importantes de la época.10 Es por otra parte conocido que Mariano Moreno realizó en 1810 la primera traducción del Contrato Social de Rousseau, aunque eliminando el capítulo referido a la religión por cuanto consideraba que las creencias católicas eran parte constitutiva del sentir popular, sobre todo en el interior del territorio rioplatense. Para José Carlos Chiaramonte, el Derecho Natural y de Gentes, cátedra incluida por Carlos III en 1771, luego de la expulsión de los jesuitas, consiste en un nuevo iusnaturalismo, basado en Grocio, Pufendorf, Wolf y Hobbes, entre otros, que reemplazaría exitosamente en los centros educativos americanos al iusnaturalismo escolástico, con la pretensión de afirmar un Estado español moderno y sostener el poder absoluto del rey por encima del poder temporal de la Iglesia (Chiaramonte, 2004:106). Acertadamente, el historiador argentino insiste enla "gratuidad de la discusión sobre si Rousseau, Suárez o Santo Tomás fueron los ideólogosde la independencia", por cuanto la crisis de la monarquía española tras la invasión napoleónica, la creciente presión británica y las tendencias de los criollos por una mayor participación en la vida política son factores decisivos en la situación revolucionaria, aunque asume también la importancia de tener en cuenta "como, con los elementos doctrinarios existentes [...] los americanos afrontaron el problema de organizar nuevos países" (Chiaramonte, 2004:52-54) Por otra parte, hay autores que rescatan especialmente la influencia de las considerables reformulaciones que la escuela salamanquina, reconocida como la escolástica tardía o segunda escolástica, había incorporado tempranamente, desde la época de Vitoria y, sobre todo, de Francisco Suárez, al pensamiento americano. Según estas doctrinas, basadas en el pactum translationis, la autoridad civil recaía directamente en el pueblo, quien la delegaba al soberano. De esta forma se negaba el origen divino de la autoridad real. Muchos autores que esto sostienen en la actualidad, con posiciones muchas veces excluyentes, niegan cualquier influencia en los movimientos independentistas de las ideas rousseauniana del pacto social11, para rescatar en cambio una robusta formación escolástica a partir de la educación superior que brindaban los colegios de la Compañía de Jesús. Pese a la expulsión de los jesuitas en 1767, estas ideas habrían penetrado en la formación de las futuras dirigencias revolucionarias. En síntesis, las revoluciones hispanoamericanas tendrían un profundo sentido español, influenciado por teólogos y juristas de la península y no por "ideologías extranjeras" (Gómez Rivas y Soto, 2005:121-22) En una interpretación seguramente más ajustada a la realidad, por la propia complejidad del proceso, Portillo Valdés incorpora con mayores precisiones las características del pensamiento español de fines del XVIII y comienzos del XIX a partir del estudio de los debates constitucionales de Cádiz entre 1808 y 1812, como una difícil imbricación entre el interés por la modernidad de los discursos y las propias tradiciones de la monarquía católica española (Portillo Valdés, 2000:31). Los liberales españoles, más que preocupados por el contractualismo social como base del orden político, lo habrían estado por la modernización de la monarquía a partir del límite constitucional y en clave esencialmente nacional (Portillo Valdés, 2000:491). Como también dice Xavier Guerra, en el imaginario político de la época se vuelve más visible una visión pactista de la monarquía heredada de los tiempos de los Austrias, cuando lo dominios americanos no eran colonias sino reinos iguales en derecho a los españoles. Es en este mismo sentido que, para este autor, el movimiento de Mayo no tendría carácter anticolonial sino que habría sido producto de una revolución con fuerte componente atlántico, que sería a la vez española y americana (Guerra, 2003:91-92) Esta interpretación, de hecho bastante aceptada por la historiografía americana más reciente, quita sin embargo originalidad a los procesos locales. Por último, debemos recuperar también el accionar, antes mencionado, de las sociedades secretas, hoy totalmente erradicado de las interpretaciones sobre el movimiento revolucionario, con lo cual se elimina también la visión continental de algunos de sus actores. Las sociedades secretas fueron sin duda una opción válida para las elites criollas en su afán por distanciarse de las prácticas intelectuales del Antiguo Régimen y constituir formas modernas de sociabilidad política (FerrerBenimelli, 1985; González Bernaldo de Quirós, 2000:78). El debate público promovido por los liberales españoles, que imaginaban una monarquía atemperada que uniera bajo su régimen los intereses de la metrópoli y las posesiones americanas en una unidad soberana, la Nación española, era resistido por buena parte de la elites criollas que cuestionaban la legitimidad de las autoridades que reemplazaron al rey cautivo. Los americanos residentes en la península, habrían comenzado entonces a trabajar activamente a favor de una independencia de la metrópoli con un criterio continental sudamericano. Allí se destaca la gestión del caraqueño Francisco de Miranda y la Creación de la "Sociedad de Caballeros Racionales", filial gaditana de la Gran Reunión Americana, de extracción masónica, donde militaron un número importante de oficiales americanos integrados al Ejército Real, como es el caso de Carlos de Alvear, activo promotor de la iniciativa, junto al chileno Bernardo O'Higgins, los venezolanos Andrés Bello y Simón Bolívar, el colombiano Antonio Mariño y el rioplatense José de San Martín, entre otros (Bragoni, 2010:26-29). Febriles años de reuniones y encuentros en Cádiz y Londres, derivaron en el arribo de San Martín y otros miembros del grupo a Buenos Aires en 1812. La creación de la llamada Logia Lautaro y su comunidad de intereses con los seguidores de Monteagudo en la Sociedad Patriótica, culminaron con la revolución que puso fin al Primer Triunvirato porteño y derivó en la convocatoria a la Asamblea Constituyente de 1813 con dos objetivos claramente explicitados: la declaración de la independencia y la unidad americana. Ninguno de ellos finalmente se cumplió por diversos motivos pero, principalmente, por el cambio de la situación en Europa y el retorno del monarca español cautivo. Pero el plan continental prosiguió, tal y como lo demuestra la declaración de independencia de las "Provincias Unidas de Sudamérica" firmada en Tucumán en 1816 y las posteriores campañas de liberación emprendidas por San Martín y Bolívar. Es más, podría argumentarse que sólo esta dimensión continental permitió sostener los procesos de independencia cuando las situaciones de los distintos gobiernos revolucionarios se habían tornado especialmente adversas luego de la derrota de Napoleón y el retorno de las monarquías absolutas. En síntesis entonces, no pueden desconocerse estas ideas rupturistas presentes en España y América al menos desde 1808. Sin exagerar su inserción real en la sociedad rioplatense, como de hecho hacen los historiadores masones que sostienen que todos los integrantes de la Primera Junta, con la sola excepción de Azcuénaga, eran miembros de distintas logias secretas (Silvestre y Rodríguez Rossi, 2010:14)12, tema de dudosa verificación,13 no debe sin embargo negarse que el asociacionismo secreto fue una opción válida para la militancia política de las élites criollas en contra del Antiguo Régimen. De hecho, las primeras noticias sobre la instalación de logias secretas en el Río de la Plata, aunque efímeras y poco trascendentes, datarían de fines del siglo XVIII,14 pero su influencia más importante se haría sentir durante las invasiones inglesas, particularmente a través del accionar de Saturnino Rodríguez Peña y su vinculación con Beresford, también masón. Algunos protagonistas de la revolución mencionan asimismo las reuniones secretas que se realizaban en casa de Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña con la idea de formar un gobierno independiente de la metrópoli española (Tomás Guido [1855] en Fradkin y Gelman, 2010:118) Ni una visión de continuidad absoluta, ni una de ruptura definitiva pueden considerarse entonces como determinantes de los hechos acaecidos el 25 de mayo de 1810 en el Río de la Plata. En el marco de una compleja realidad política, se dieron cita un conjunto de ideas que no expresan un único "pensamiento de Mayo", como bien dice Goldman, sino una combinación de concepciones derivadas de la antigua tradición hispana, de las teorías del derecho natural y de la ilustración liberal moderna, donde predominaban las ideas pactistas "según las cuales era necesario el consentimiento de los integrantes de una sociedad, ya sean súbditos, individuos o pueblos, para fundar una autoridad política" (Goldman, 2009:7) Esta distinción es importante por cuanto tampoco era una sola la idea de soberanía. Si bien se aceptaba, ante la acefalía real, el principio compartido dela retroversión de la soberanía a la comunidad, dos tendencias se expresaron claramente en la escena política rioplatense: la que sostenía, sobre bases republicanas, la existencia de una soberanía única del "pueblo" de la Nación, como pretendía Mariano Moreno, en tanto Secretario de la Junta, frente a aquella otra que propugnaba la existencia de tantas soberanías como "pueblos" -ciudades, luego provincias- hubiese en el territorio, tal y como proponía Cornelio Saavedra, su Presidente (Goldman, 2009:11) No caben dudas de que la idea revolucionaria, presente sin duda en una minoría ilustrada, representada por Moreno, Castelli y Monteagudo, entre otros, va a ir adquiriendo forma en el decurso de los acontecimientos, a medida que evolucionen los sucesos que se producen en España y en el propio territorio rioplatense,para definirse más acabadamente por la independencia con el accionar de la Sociedad Patriótica y la Logia Lautaro en el año 1812 y derivar en una definitiva ruptura con España en 1816. Las ideas republicanas compartieronel campo de lo político con aquellas más sujetas a la tradición hispánica y a los cambios introducidos por la ilustración en el Antiguo Régimen, que de hecho impugnaban el poder absoluto del monarca sin desistir de la monarquía como régimen y de su fuerte componente católico. En este caso, la preocupación más visible en algunos parece haberse relacionado con la idea de incrementar la autonomía por sobre la independencia, al menos en la etapa más próxima a los sucesos de 1810; para otros, como es el caso de los masones, la idea de independencia estaba más firmemente instalada, al menos desde 1808, mientras el régimen político más aceptado era la monarquía atemperada al estilo británico. Lo dicho es también indicativo de que el proceso revolucionario fue justamente eso, un proceso, con un antes y un después, y no debe ser considerado como un mero acontecimiento histórico cuya explicación comienza y termina con él.