lunes, 8 de octubre de 2012

FERMÍN CHAVEZ (Segunda parte)


FOTO GOOGLE Después del ’55 el "mayismo" redivivo quiso barrer a cualquier precio con todo lo que oliese a peronismo y nacionalismo. Mi respuesta fue la publicación de Civilización y barbarie, cuya tesis central es bien nítida. Se trata de poner en claro los perjuicios de orden moral y cultural que le viene haciendo al país el falso concepto de Civilización elaborado por quienes, desde 1837, hablan de la Barbarie americana con un sentido peyorativo y negativo. En el texto introductorio de Civilización y barbarie, en el que se cruzan la experiencia histórica con la experiencia más inmediata del contorno contemporáneo, Chávez explicita su pensamiento: “La fórmula sarmientina que trastorna los supuestos culturales de la Argentina hasta el punto de hacerle creer a los nativos que su civilización consistía en la silla inglesa y en la levita, trae aparejada una concepción naturalista de la sociedad bajo la cual han de sucumbir el ethos de nuestro pueblo y nuestra incipiente germinación espiritual. ”La “civilización” unitaria es resistida tercamente por la “barbarie” federal: he aquí el hecho argentino que ha de ir desencadenando nuestras luchas morales y políticas durante todo el siglo XIX. Frente al unitarismo racionalista se yergue la idea vernácula y una forma de vida que responde a la verdadera situación del hombre argentino y a su espontáneo desarrollo. La rebelión de nuestros caudillos populares a partir de 1817 y su desafío al Puerto no es sino una insurrección del orden ético-social contra los avances clamorosos del iluminismo espurio, al que no divisan bien, pero al que sienten en todas partes, entrando por el Río de la Plata en mareas deslumbradoras. ”Para los escritores de Ascua (en 1956) la patria no es la Argentina sino el liberalismo europeo. Y también Mayo es el liberalismo racionalista. Con peligro de caer en un juego de palabras, debemos concluir que la Revolución de Mayo no es para los “mayistas” una Revolución argentina, sino una Revolución liberal, y no de principios liberales, sino de conclusiones (códigos, estatutos, leyes). De ahí que para ellos la Revolución de Mayo consista esencialmente en el libre cambio o en el laicismo por imitación, según las ocasiones. Y que nieguen en el movimiento emancipador una pluralidad de causas. ”Los doctores unitarios no advierten que el Liberalismo no es planta que prende de gajo. Y tan es así que no prende de gajo que nuestra historia política lo comprueba categóricamente con ejemplos próceres de gentes que se autoproclamaban liberales y obraban como inquisidores sectarios frente a los que no compartieran su punto de vista. Juan Bautista Alberdi fue el encargado de evidenciar a su hora la abundancia de estos Tartufos de gorro frigio, que habían dejado sus antiguos disfraces por otras ropas de mayor seducción.” El tema de Civilización y barbarie nos lleva a hablar de los proyectos político- culturales que elaboraron los hombres de la Confederación Argentina en los días del gobierno de Urquiza en Paraná, entre 1854 y 1860. Esos hombres -Hernández, Lagos, Carriego, Coronado, Fernández, Andrade, Guido Spano, Calvo, Soto, etc.- y esos proyectos nacionales que el “despotismo turco” de la historiografía liberal se ha encargado de oscurecer o de transferir a los desvanes de lo innombrable. Lo que echó a perder todo fue la incapacidad política de Urquiza. Esos proyectos que mencionas eran la negación de todas las expresiones filosóficas y doctrinarias del Puerto de Buenos Aires... Era una defensa del interior, de la Argentina Continental frente a la Argentina del Puerto. Una defensa no demasiado clara, nítida, con sus más y sus menos. Producto de esos proyectos, de esa defensa, aunque llega retrasado, es el Martín Fierro, una obra que se engancha con la Confederación y no con el ’80. La segunda parte, la Vuelta, tal vez tenga que ver con el ’80, pero la primera, la Ida, es la Confederación... La compleja y controvertida figura de Urquiza remite casi naturalmente a la evocación de general Ángel Vicente Peñaloza, mártir del federalismo argentino y quizá uno de los ejemplos más puros de fidelidad a una causa que registra nuestra historia. En su Vida del Chacho Fermín Chávez coteja la figura del gran caudillo riojano con la del caudillo sensualista y contradictorio que fue Urquiza: “Bajo una primera faz, estrictamente política, debemos ubicar a Peñalosa entre los más leales, sinceros y desinteresados partidarios de Urquiza, en tanto éste representaba la cabeza visible del Partido Federal de la República y la jefatura real de la Confederación. No fue un paniagudo, ni un alquilón, ni tampoco un protegido o un favorito. Fue nada más que un jefe popular de la democracia argentina - como definía Alberdi a los caudillos-, entregado a la causa nacional sin cálculos ni especulación alguna sobre rangos o puestos políticos. Quien se tome el trabajo de leer la correspondencia cambiada entre el Chacho y Urquiza, y los documentos que la complementan, advertirá que la figura del primero se perfila, más allá de sus errores humanos, como la de uno de los más limpios soldados de la Confederación Argentina, y uno de los jefes populares más auténticos que ha producido nuestra tierra. Digamos que el Chacho es pieza esencial de un proceso que vive toda la nación, enlazado, a su vez, con un proceso internacional de características muy definidas, en el que las necesidades de expansión del comercio inglés gravitan como ningún otro factor económico-social. El Chacho es así protagonista de una obra cuyo final le es ajeno, en gran medida: es decir, en la medida en que el jefe de la Confederación y del Partido Federal cede posiciones ante el adversario que encarna los intereses del Puerto, coincidentes con los intereses del comercio inglés”. Chávez revela en este texto la subordinación comercial de don Justo a los hombres del puerto; va sumando hechos, aportando reflexiones y documentos que explican su comportamiento en la batalla de Pavón y su defección de la causa federal, a la que seguirán sirviendo jefes populares como el Chacho y López Jordán. Algunos autores se quejan de que los caudillos defendían formas precapitalistas y locales, en una etapa en que el desarrollo capitalista -un desarrollo por supuesto independiente de Inglaterra- hubiese sido altamente beneficioso para el país. Creo que esta apreciación surge de un paralelismo con lo ocurrido en Estados Unidos. Piensan que aquí había empresarios capaces de producir ese desarrollo, y aparentemente el único capital visible en la Argentina anterior al 80 es el de los terratenientes de la pampa húmeda; y yo sostengo que a toda esa seudoclase empresaria no le interesaba reinvertir con un sentido capitalista. Además en su mentalidad no cabe la idea de desarrollar a la Argentina. Es exactamente la inversión de lo que ocurre en Estados Unidos, donde cuando se produce la Guerra de Secesión vence el Norte industrialista, pragmático, con una tradición empresaria y de desarrollo. Aquí, por el contrario, parece que el Sur mantuvo la constante y la base del proceso de formación de la Argentina moderna. Roca, que para algunos autores de la izquierda nacional es la figura más progresista, hace de la Argentina una granja pensada para un imperio, que funcionó mientras el imperio marchó bien y la Argentina fue un país chiquito, con pocos habitantes. En la medida en que el país creció esa relación de mercado no funcionó más. ¿Y el papel de los caudillos? Los caudillos cumplieron un papel político que no tiene nada que ver con la economía, porque la Argentina fue deformada económicamente con posterioridad al ciclo de los caudillos. La Argentina es deformada cuando termina el caudillaje. La Argentina de los caudillos es un país que tenía sus mercados naturales, que se manejaba de otra manera, por supuesto no desarrollada, porque las condiciones históricas para el desarrollo, ni siquiera estaban dadas en Europa. Es decir, en 1840, gobernando don Juan Manuel de Rosas en la Argentina, hay una gran expansión de la industria británica y de sus mercados... ¿pero qué otro país estaba desarrollado? ¡Ni siquiera Estados Unidos! Pedirle a Rosas que hubiese sido la base de un desarrollo material con sentido moderno e industrial me parece que es contradecir el proceso histórico. En cambio los que pudieron cumplir ese papel fueron los hombres de la generación del ’80, y esos hombres, por el contrario, marginan a las figuras de la generación industrialista, a un Rafael Hernández, a un Vicente F. López, a un Pellegrini. Hay toda una generación que vio, paralelamente a la clase ganadera y a la seudoclase dirigente argentina, que nuestro país no podía atarse a una riqueza exclusivamente agroexportadora. Pero esa generación, como digo, fue marginada. ¿Por qué ocurrió eso? Por un problema de clase dirigente. La clase dirigente que sucedió a Rosas se reduce a negar toda la Argentina anterior, pero no construye nuevas bases. Y por añadidura provoca una colonización mental que es conocida. Esa colonización es el presupuesto para lo otro... A los yanquis no se les planteó el dilema “civilización y barbarie”, no negaron lo inglés como nosotros negamos lo español... Epílogo "Todo varón prudente sufre tranquilo sus males..." ¿Tiene alguna influencia sobre tu obra un escritor como Hernández Arregui? Más que de influencias yo hablaría, en el caso de Hernández Arregui, de afinidades y coincidencias en muchos aspectos. Sobre todo en el enfoque de lo cultural y de lo americano, en la crítica y el rechazo del iluminismo, aunque él lo hace desde una perspectiva marxista, si bien coincidiendo con los planteos fundamentales del nacionalismo. Convengamos en que acá hay dos puntos de partida distintos, aunque una meta y una visión de lo argentino idénticas. Hernández Arregui es un hombre que se inserta en el peronismo antes de su caída. El peronismo de Hernández Arregui no es de los últimos tiempos. Yo lo conocí en el ’53, en la redacción de la revista Dinámica Social. Pienso que Imperialismo y cultura, La formación de la conciencia nacional y ¿Qué es el ser nacional? son libros claves. Con él pude tener divergencias en cuanto a la interpretación del proceso histórico de España, su enfoque sobre Carlos III, por ejemplo, pero en lo esencial no. A lo largo de la conversación observo que Chávez ha mostrado una flexibilidad y una falta de prejuicios poco frecuente entre los hombres procedentes del nacionalismo, que suelen sectarizar su perspectiva y que ven en los otros, sin distinción de matices, la parte del diablo. Siempre fui bastante independiente. Nunca estaba en ninguna agrupación nacionalista determinada, si bien participé en el Instituto Juan Manuel de Rosas... Yo nunca tuve miedo a colaborar en publicaciones de distinto signo. Creo que no hay que tener un complejo de inferioridad. Alguien que tiene sólidas razones para militar en el peronismo, en este nacionalismo popular, desde un enfoque latinoamericano, no tiene por qué temerle al marxismo. Por una razón elemental: la revolución no es una exclusividad marxista, y menos para nosotros. Para un europeo, quizá. ¿Por qué? Nosotros no somos un país metrópoli, un país colonial. Somos un país del Tercer Mundo, para el cual no deben valer las pautas europeas, las pautas que, como el marxismo, nacen en centros de poder europeo. Pautas que responden a un enfrentamiento del capitalismo en su desarrollo europeo, muy válido, desde luego, y no vamos a poner de relieve el valor del marxismo frente al capitalismo. Es indudable. Pero no se puede pensar que el capitalismo es y será para siempre el sistema que ha de regir al mundo, que antes del capitalismo el mundo no existió, o que no hubo ninguna revolución de tipo social anterior al marxismo. Hubo una cantidad de movimientos precapitalistas que fueron revolucionarios. Para adoptar una actitud revolucionaria no es necesario acudir a una base marxista... más que marxista comunista, porque el marxismo es otra cosa.WIKIPEDIA