lunes, 8 de octubre de 2012

FERMÍN CHAVEZ (Tercera y última parte)


foto: google Fuente de los tres artículos:Fuente: www.elhistoriador.com.ar ¿Se puede hacer una revolución sin ideólogos, sin intelectuales? De ninguna manera, y menos en el caso de los países dependientes. Yo sostengo que la colonización es ante todo cultural. La colonización mental es el requisito indispensable para la colonización material. Uno se puede liberar siempre y cuando haya una autoconciencia nacional... Yo creo que se trabajó muy bien en la mente del argentino, para luego consolidar la dependencia material. Una revolución en América es absurda, no se comprende, sino como una revolución con bases culturales profundas y con una visión muy clara de lo que debe hacerse en materia del espíritu. El caso de México es típico. A la Argentina le ha faltado un Vasconcelos como Ministro de Educación. La revolución peronista no lo tuvo ni lo ha encontrado todavía. A un mes de la muerte del líder justicialista, Fermín Chávez escribió una nota preliminar para su libro Perón y el peronismo en la historia contemporánea. Allí, tras recordar los mencionados versos del Martín Fierro, Chávez anota que Perón fue víctima de “la pequeñez de los ideólogos de izquierda y derecha”, que no han cesado de atacarlo desde el día en que apareció en nuestro escenario político. Para la izquierda marxista y liberal Perón era un fascista criollo estimulado por una buena dosis de demagogia, o simplemente un nazi, según se expresaba “a toda lengua” en La Vanguardia socialista, o sólo una típica expresión bonapartista, como quería la izquierda inspirada en Trotski. Interpretaciones importadas, emanadas de los centros de la burguesía europea, según Chávez, y en definitiva tan elitistas como las explicaciones y posiciones del nacionalismo que no supo entenderlo. Aun después de haberse mostrado en plenitud, los “anacronistas” de un nacionalismo de élite siguen cotejando a Perón con el arcángel San Miguel, como si la opción -acota Chávez, actualizando una vieja comparación de Scalabrini Ortiz- fuese entre Perón y San Miguel, y no entre Perón y Alsogaray. La Argentina de Perón, sostiene Chávez, no es la Dulcinea Argentina imaginada por algunos nacionalistas, sino el país heterogéneo, originalísimo y atípico, que ha comenzado a hacerse. Desde esta perspectiva Perón fue la única síntesis posible de lo nacional en la etapa que va de 1943 a 1973; el caudillo que bregó, entre la incomprensión de propios y extraños, por la unión de todos los argentinos; el jefe popular que en sus últimos días cerró, de modo coherente, el gran círculo empezado en junio de 1943. Para elaborar esa síntesis, señala Chávez, Perón aprovechó los mejores materiales que le brindaban sus contemporáneos, embarcados en la empresa de crear autoconciencia nacional, y para ello no desdeñó las consignas y postulados del nacionalismo, de FORJA y de las corrientes marxistas. Chávez rememora, a propósito, uno de sus textos de 1957: “Al peronismo confluyen varias corrientes de ideas, por encima del gran río popular que lo integra y estructura. El aporte marxista está representado por planteos típicamente económicos, ordenados a demostrar la existencia de un hecho clave: la lucha de clases... El aporte nacionalista estuvo representado por dos ideas-fuerza cuya valoración exacta sería realizada por el peronismo: la independencia económica y la soberanía política. La gran intuición nacionalista termina allí, y el nacionalismo puede estar orgulloso de haber felicitado al caudillo popular de 1945 esas dos banderas verdaderamente revolucionarias.” Perón, concluye Chávez, desechó el postulado marxista de la lucha de clases en su proyecto de revolución nacional, optando por el humanista y cristiano de la colaboración clasista. “Sin confundirse sobre el papel histórico de la burguesía, percibió que las luchas económicas de clases son conflictos posteriores a la unidad nacional, constituida en sujeto de antagonismos.”