martes, 21 de junio de 2016

¿Quiénes mataron a Facundo Quiroga?


http://www.ellitoral.com/index.php/id_um/111883-quienes-mataron-a-facundo-quiroga ¿Quiénes mataron a Facundo Quiroga? De la muerte de Facundo Quiroga se sabe que ocurrió en Barranca Yaco el 16 de febrero de 1835 y que el jefe de la partida fue el capitán Santos Pérez, hombre de confianza de los hermanos Reinafé, dueños y señores de la provincia de Córdoba. También se sabe que Juan Manuel de Rosas, con el acuerdo de Ibarra y López, ordenó la detención de Santos Pérez, tres de los hermanos Reinafé y de los principales integrantes de la partida que perpetró la atroz degollina en Barranca Yaco. Compartir:Imprimir Compartir por e-mail 17_20150408_cejas.jpg por Rogelio Alaniz De la muerte de Facundo Quiroga se sabe que ocurrió en Barranca Yaco el 16 de febrero de 1835 y que el jefe de la partida fue el capitán Santos Pérez, hombre de confianza de los hermanos Reinafé, dueños y señores de la provincia de Córdoba. También se sabe que Juan Manuel de Rosas, con el acuerdo de Ibarra y López, ordenó la detención de Santos Pérez, tres de los hermanos Reinafé y de los principales integrantes de la partida que perpetró la atroz degollina en Barranca Yaco. Después de veinte meses de juicio, Santos Pérez y dos de los hermanos Reinafé fueron fusilados en Plaza de la Victoria. Otro de los hermanos murió en la cárcel y el único que escapó de la furia helada del Restaurador se ahogó dos años después en el río Carcarañá. Conclusión: los principales responsables del crimen pagaron con sus vidas, los Reinafé desparecieron del escenario político de Córdoba, y Rosas logró, gracias al sacrificio de Quiroga, las facultades extraordinarias y la suma del poder público. En términos políticos, la crisis provocada por el asesinato de Facundo se resolvió favorablemente para los intereses de Juan Manuel y de Estanislao López, pero ya se sabe que una adecuada resolución política no siempre se compatibiliza con la verdad histórica o, para expresarlo en términos más justos, con los interrogantes que se hacen los historiadores. Según la versión oficial, la sagacidad y la acción decidida de Juan Manuel permitió ajustar cuentas con los autores materiales e intelectuales de Barranca Yaco. Como para abrochar al operativo con un moño, se dijo que detrás de los Reinafé estaban las intrigas criminales de los salvajes unitarios. El negocio para el estanciero de Los Cerrillos fue redondo. Dos meses después de la muerte de Quiroga, asumió con la suma del poder público y pronunció palabras que hasta el día de hoy siguen provocando un ligero estremecimiento: “Resolvámonos a combatir a estos malvados que han puesto en confusión nuestra tierra. Persigamos a muerte al impío, al ladrón, al homicida y, sobre todo, al pérfido y al ladrón que tengan la osadía de burlarse de nuestra buena fe. Que de esa raza de monstruos no quede uno entre nosotros y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y espanto a los que puedan venir en adelante”. Exquisita pedagogía nacional y popular que seguramente continúa emocionando hasta las lágrimas a los corifeos del Instituto Dorrego. ¿Nada más hay que decir del crimen de Barranca Yaco? ¿Juan Manuel resolvió todos los interrogantes? Más o menos. Efectivamente, Santos Pérez fue el que dirigió la partida, el que disparó contra Quiroga y el que ordenó que degollaran a todos los viajeros, incluso a los niños. Lo único que se puede decir a su favor es que el hombre cumplía órdenes, órdenes de los Reinafé, quienes luego, cuando las papas quemaban, intentaron envenenarlo. Los caudillos, como luego los jefes mafiosos, en estos temas nunca se equivocan. Apenas perpetrado el crimen, los Reinafé presintieron que se les venía la noche. La correspondencia entre Rosas y López es en ese sentido aleccionadora. Allí, Juan Manuel le explicaba a su amigo santafesino las diligencias que estaba realizando para desenmascarar a los Reinafé y, como al pasar, le dice que está al tanto de sus relaciones con los políticos cordobeses y de los rumores que circulan acerca de que detrás de los Reinafé está él. La hipótesis de que López fue efectivamente el autor intelectual de la muerte de Quiroga no es descabellada, pero merece relativizarse. López nunca se llevó bien con el Tigre de los Llanos. Celos, resquemores. Facundo por su parte, nunca dejó de acusarlo de “gaucho ladrón de caballos” y, además, lo responsabilizaba de haberlo dejado pasar por Santa Fe a José María Paz para reconquistar Córdoba y después derrotarlo en las batallas de Oncativo y La Tablada. En sus memorias, el general Paz recuerda como al pasar que en septiembre de 1834 López se reunió con los Reinafé en Santa Fe. También se habla de otra reunión en la localidad de El Tío, donde supuestamente los Reinafé lo pusieron al tanto de lo que pensaba hacer con Quiroga. Habría que señalar, finalmente, que los Reinafé eran muy guapos, muy intrigantes, pero resulta poco creíble imaginar que ellos fueran capaces de ordenar la muerte de uno de los políticos más importantes de la Argentina sin un respaldo mayor o, por lo menos, sin un guiño cómplice. Y ya que hablamos del Manco Paz, no deja de ser sugestivo que después de Barranca Yaco, y mientras los rumores de la complicidad de López eran cada vez más intensos, éste resolviera entregarle Paz a Rosas, su prisionero favorito, la carta que López se había reservado para jugarla en el momento oportuno. Paz estaba detenido en Santa Fe desde 1831. Las célebres boleadoras de un gaucho habían puesto punto final a una de las experiencias políticas más interesantes de esos años. Mundo pequeño. La tropa que trasladó a Paz hasta el campamento de López estaba dirigida por Santos Pérez. López entregó a Paz como acto de buena voluntad e inmediatamente entregó a los Reinafé. Los Reinafé por su parte dijeron que la muerte de Quiroga había sido cometida por gauchos bandoleros; después dieron a entender que el responsable era Felipe Ibarra, el perpetuo caudillo santiagueño, acusación que Ibarra desechó con pruebas contundentes. Cuando la cosa pasó de castaño a oscuro intentaron -como ya lo dije- eliminar a Santos Pérez. Como último intento por detener lo indetenible, montaron el simulacro de un juicio que los liberó a los cuatro hermanos de culpa y cargo. En el camino, Santos Pérez fue detenido por una partida en un episodio digno de una película dirigida por John Ford: Santos Pérez, el gaucho que no vacilaba en degollar al que se le saliera al cruce, el hombre que atemorizaba con su mirada al matrero más pintado, al matón más impiadoso, al cuchillero infalible, estaba profundamente enamorado de Rosa Yofre, hija de un estanciero de la zona. El clásico de la mujer que entrega a su hombre enamorado se cumplió una vez más. Cuando una noche ingresó la partida al caserío, Santos Pérez intentó manotear su puñal y su revólver, pero la dulce Rosita se los había escondido. Santos Pérez fue el primero en comenzar a pagar aquella muerte. Analfabeto, valiente, desconfiado y buen mozo, cumple las órdenes de los Reinafé porque así eran sus códigos. No obstante ello, les sugirió a sus patrones si habían medido las consecuencias del crimen que le ordenaban cometer. Francisco Reinafé, le respondió que se quedara tranquilo porque la muerte de Quiroga era deseada por López y Rosas. ¿Mentían los Reinafé? Nunca lo sabremos. Sí es válido especular que ellos solos jamás se hubieran animado contra Quiroga. Se trataba de una familia del poder que decidía los pasos a dar luego de permanentes consultas. No eran loquitos sueltos u hombres dominados por impulsos incontrolables. Respaldados o no, está claro que todo les salió mal. Perdieron el poder político y los cuatro hermanos, en menos de tres años, perdieron sus fortunas y sus vidas. Volvamos a Quiroga. Como se sabe, el gobernador Maza lo mandó al norte para que arbitrara las disputas entre los caudillos de Tucumán y Salta, Quiroga salió de Buenos Aires a fines de diciembre. Juan Manuel lo acompañó hasta San Antonio de Areco. En la ocasión, Rosas escribió su famosa carta de la Hacienda de Figueroa, uno de los textos más explícitos y, si se quiere, más lúcidos, escritos por él. Allí da a conocer sus puntos de vista acerca de la organización nacional y sus diferencias con quienes creían que los problemas argentinos se resolvían con “un cuadernito”. Rosas no pensaba en estos temas lo mismo que Quiroga. Unos meses antes le había escrito a Ibarra que en los tiempos que corrían la política se dividía entre los que estaban con ellos y los que estaban en contra. La frase enternecería a algunos de nuestros políticos contemporáneos de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que siempre miraron con admiración al Restaurador.