De repente recordó todo y empezó a gritar como un loco:
– ¡Los pájaros! ¡El hechicero! ¡Blancaflor! ¡Mi alma! ¡Mil millones de
maldiciones! ¡Olvidé a mi prometida a dos horas de camino de aquí!.
Al oír sus gritos acudió la anciana criada.
– ¡Lárgate de aquí, vieja bruja! – rugió el joven. – ¡Todo esto ha sucedido por
culpa tuya!
Y salió corriendo, mientras que la vieja, que no salía de su asombro,
contaba a los vecinos curiosos que su amo había perdido el juicio.
Volvió Luis por la noche, y viéndolo más tranquilo, la anciana doméstica le
preguntó la causa de su cólera, cosa que él le refirió con todo detalle.
– ¿No era más que eso? – exclamó la vieja. – ¡Bah, una muchacha guapa se
encuentra siempre! ¡Además, ten la seguridad de que no te guardará
rencor por haber besado a una pobre vieja como yo! Dame dos reales… Voy
a poner una vela a San Antonio… Ahora bien, como quiera que hay que
ayudar al Cielo, vete corriendo al Alcázar Viejo, busca la callejuela de los
Angeles y en la callejuela de los Angeles, la casa de la tía Mariposa. Allí
vive desde hace algunos meses una gitana que sabe casi tanto como los
santos… No hace mucho que está en Córdoba y ya ha hecho treinta y seis
milagros… Visítala… Tal vez ella pueda ayudarte.
Luis se encogió de hombros; pero obedeció la sugerencia de la vieja.
Entre las callejuelas angostas y oscuras que bordeaban el viejo palacio,
encontró al fin lo que buscaba: una casita miserable, pero bien
blanqueada con cal y que tenía en su única ventana un tiesto, con claveles
rojos.
El joven entró en aquella casa tenebrosa y no vio nada ni a nadie.
– ¿Qué buscas aquí? – preguntóle de repente una voz.
– Busco lo que he perdido – contestó él.
– ¿Y qué es lo que has perdido?
– Una mujer.
– ¿Deseas mucho volver a verla?
– Daría la vida por ella.
– ¿Por qué la abandonaste, entonces?
– Porque se realizó la maldición de su padre.
Los ojos de Luis, acostumbrándose poco a poco a la oscuridad, miraban a
la gitana asombrados… ¡La gitana no era otra que Blancaflor!
Entre risas y llantos la muchacha le contó cómo había llegado a la ciudad
al verse abandonada, pero esperando siempre la vuelta de su bien amado.
Luis condujo a Blancaflor a su casa, donde fueron recibidos con gritos de
alborozo por la anciana sirvienta.
– ¡Ya sabía yo que San Antonio atendería mi plegaria – exclamaba, llena de
emoción.
Casóse Luis con la hija del Marqués del Sol y la muchacha no volvió a
echar de menos su vida anterior, faltándole tiempo para ocuparse de otra
cosa que no fuese su hogar y su marido.
Y la felicidad reinó en aquella casa, sirviendo a Blancaflor su magnífico
manto de plumas para abrigar a un precioso querubín con que el Cielo
bendijo su matrimonio con Luis.
Y colorín colorado, por la ventana se va al tejado.FIN