domingo, 11 de septiembre de 2016

¿POR QUÉ IDEAS HA SIDO CUESTIONADO SARMIENTO?


José Luis Gómez-Martínez "SARMIENTO Y EL DESARRAIGO IBEROAMERICANO: REFLEXIONES ANTE UNA ACTITUD" El pensamiento iberoamericano, desde la época colonial, se caracteriza por manifestarse en dos direcciones precisas que le proporcionan un tono peculiar: A) Se pretende, por una parte, que Iberoamérica, en lo cultural, sea extensión de Europa. B) Por otra parte, existe toda una línea de pensamiento original que formula y proyecta su independencia cultural. Si esta segunda dirección queda caracterizada en el siglo XIX a través del pensamiento de Bolívar, Bello y Martí entre otros, la primera tuvo su representante más destacado en la persona y obra de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888). Y aunque desde la perspectiva del siglo XX consideramos también el pensamiento de Bolívar, Bello y Martí como la aportación iberoamericana más significativa en la todavía inconclusa lucha en pro de una independencia cultural, la realidad histórica del siglo XIX siguió, sin embargo, una trayectoria muy distinta. Fue precisamente la postura desarraigada de pensadores como Sarmiento la que triunfó en su época y el espíritu de sus prejuicios el que todavía domina hoy como base de los valores de la sociedad iberoamericana. Sarmiento, escritor de una fecundidad extraordinaria y hombre de acción por excelencia, ejemplifica en su persona y en su obra las vicisitudes del desarrollo del pueblo iberoamericano. Su obra escrita, que cubre un periodo de casi cincuenta años (1839-1888), es también un manifiesto de las posiciones ideológicas que modelaron el desarrollo argentino, iberoamericano, durante el siglo XIX. Sarmiento mismo partía de la convicción de que "un hombre no es el autor del giro que toman sus ideas. Estas le vienen de la sociedad; y cuando más el autor logra darles forma sensible y enunciarlas" (xxxvii, 323).1 No obstante, aun cuando su obra se encuentra en efecto enraizada en las circunstancias de su tierra, desde sus primeros escritos se propuso ver lo iberoamericano en función de lo europeo, de lo anglo-sajón. De ahí su lema: "Adquirid ideas de donde quiera que vengan, nutrid vuestro espíritu con las manifestaciones del pensamiento de los grandes luminares de la época; y cuando sintáis que vuestro pensamiento a su vez se despierta [es decir, cuando ya se tiene una idea de la "realidad" basada en ese pensamiento ajeno], echad miradas observadoras sobre vuestra patria, sobre el pueblo, las costumbres, las instituciones, las necesidades actuales, y en seguida escribid con amor, con corazón, lo que se os alcance, lo que se os antoje, que eso será bueno en el fondo" (i, 230). Así sucede, en efecto, con su obra; los escritos de Sarmiento coinciden, en su ideología y en su contenido, con el desarrollo del pensamiento iberoamericano de mediados a finales del siglo XIX. En este estudio me propongo ejemplificar con su obra las razones internas que hacen posible dicho desarrollo, y cuyas tres etapas primordiales pueden muy bien estudiarse a través de tres libros claves de Sarmiento: 1. Civilización y barbarie (1845); 2. Argirópolis (1850); 3. Conflicto y armonías de las razas en América (1883-1888). 1. El fracaso inicial y búsqueda de sus causas En breves trazos esquemáticos, el desarrollo del pensamiento y de los pueblos iberoamericanos durante el siglo XIX puede resumirse del siguiente modo: La opresión económica y desconcierto político a finales del siglo XVIII, junto a las ideas de la Ilustración y de la Revolución Francesa, motivaron a una minoría criolla a luchar por la independencia política de Iberoamérica; y una vez conseguida ésta a iniciar el proyecto de crear países democráticos. Ante el fracaso de estos primeros intentos basados más en un idealismo utópico de formar sociedades perfectas, que en un análisis de las circunstancias de los pueblos que se constituían, se inicia a partir de la década de los cuarenta una reflexión en torno a sus causas y se pone de relieve la necesidad de un proceso previo de meditación sobre las propias circunstancias. De la imitación francesa se pasa ahora a la admiración del mundo anglo-sajón y de ahí al deseo de emular el proceso seguido en los Estados Unidos. El fracaso mismo se justifica primero por la mentalidad colonial de la herencia española y, en el último tercio del siglo, por el mestizaje racial y condiciones de inferioridad de la raza latina. Para la década de los cuarenta, fecha en que Sarmiento hace su entrada en el mundo literario y socio-político del Cono Sur, parece, pues, como si todo se hubiera malogrado. Una vez conseguida la independencia política, se desencadena por todos los países recién independizados, en forma más o menos violenta, una prolongada lucha civil. Los iberoamericanos se fueron dividiendo en dos grupos que se negaban mutuamente, cerrando toda posibilidad de diálogo. Así aparecen en Argentina los unitarios contra los federales; en Chile los pipiolos contra los pelucones; en México, Colombia y otros países los federales contra los centralistas. El resultado fue la creación de dictaduras para imponer una de las posiciones, y que se justificaban por la actitud paternalista de que el pueblo era todavía niño y necesitaba de guía para gobernarse. De este modo surgen Juan Manuel de Rosas en la Argentina; José Gaspar Rodríguez Francia en Paraguay; en Venezuela, José Antonio Páez; en México, Antonio López de Santa Anna; en Bolivia, en fin, las dictaduras se suceden durante todo el siglo. Era una lucha entre los partidarios de mantener el pasado y los que se llamaban progresistas y creían mirar hacia el futuro; conservadores contra liberales. A los conservadores se les acusaba de pretender retroceder, mientras que los liberales rechazaban cualquier vestigio de la época colonial. En Argentina, Sarmiento lo presenta como una lucha entre la civilización y la barbarie. En Chile, Bilbao lo ve en términos de liberalismo contra catolicismo. En México, José María Luis Mora lo interpreta en términos de progreso contra retroceso. Es decir, o se aceptaba el pasado sin posibilidad de cambio o se rechazaba en su totalidad en nombre del progreso. Como parte de este contexto histórico, y desde su exilio en Chile, publicó Sarmiento, en 1845, Civilización y barbarie. Presenta aquí en términos de una dicotomía irreductible las fuerzas en pugna: "Había antes de 1810 en la República Argentina dos sociedades distintas, rivales e incompatibles; dos civilizaciones diversas; la una española, europea, civilizada; y la otra bárbara, americana, casi indígena; y la revolución de las ciudades [es decir, de la minoría ilustrada que dirigió la lucha por la independencia] sólo iba a servir de causa, de móvil, para que estas dos maneras distintas de ser de un pueblo, se pusiesen en presencia una de otra, se acometiesen, y después de largos años de lucha, la una absorviese la otra" (vii, 55-56). La barbarie, según Sarmiento, triunfaba sobre la civilización. El fracaso inicial imponía la reflexión y el análisis de las circunstancias que lo hicieron posible. En esta primera fase de su pensamiento, Sarmiento cree encontrar las causas en la influencia telúrica y los hábitos que ella crea, en las tradiciones españolas y en la conciencia nacional que había dejado la Inquisición y la mentalidad feudal. Sarmiento está de acuerdo en que "el carácter, objeto y fin de la revolución [fueron] en toda la América los mismos, nacidos del mismo origen; ... el movimiento de las ideas europeas" (vii, 56-57). Se pretendió traer, nos dice, "la Europa" y "vaciarla de golpe en la América y realizar en diez años la obra que antes necesitara el transcurso de siglos" (vii, 105). Y aunque reconoce que las nuevas ideas, inteligibles únicamente para una minoría, eran extrañas al pueblo, asegura que "el proyecto no era quimérico" (vii, 105). Fracasó, según él, porque los líderes intelectuales de la revolución carecían "de sentido práctico" (vii, 107), para comprender que el pueblo no estaba preparado. Y en el choque de fuerzas, "la una civilizada, constitucional, europea; la otra bárbara, arbitraria, americana" (vii, 110), los ideales fueron derrotados. Sarmiento no se plantea el significado implícito en el hecho de que los ideales utópicos revolucionarios no hubieran podido arraigar, de que, en sus palabras, lo americano hubieran derrotado a lo europeo. Al profundizar en la circunstancia argentina, descubrió, naturalmente, elementos esenciales de su funcionar y la necesidad de que el pueblo sienta unos ideales como condición previa para que estos triunfen en la esfera de las realizaciones prácticas. Pero en el momento de proponer soluciones no creyó necesario ajustar los proyectos al pueblo; era éste el que había que transformar. En Civilización y barbarie su objetivo es el de definir las fuerzas que por entonces parecían imponerse; el triunfo de lo americano, del campo sobre la ciudad; todo ello encarnado en Facundo, en Rosas, cuyas acciones ahogaban, según Sarmiento, los ideales reformistas. En Facundo Quiroga "no veo," nos dice, "un caudillo simplemente, sino una manifestación de la vida argentina tal como la han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno" (vii, 14). Es precisamente esta expresión de lo argentino, de lo iberoamericano, combinación de elementos autóctonos e hispánicos, y que se resiste a la imitación de formas extrañas, el obstáculo que, según Sarmiento, impide el progreso. Por ello exclamará ante las acciones de Rosas que él considera como epítome de barbarie: "¡No os riais, pues, pueblos hispano-americanos, al ver tanta degradación! ¡Mirad que sois españoles y la inquisición educó así a la España! Esta enfermedad la traemos en la sangre. ¡Cuidado, pues!" (vii, 118). Los conceptos de civilización y barbarie van adquiriendo de este modo precisión. Poco a poco se establecen los parámetros que los definen. Si Córdoba, cuyo "espíritu hasta 1829 es monacal y escolástico" (vii, 99), representa lo hispano, lo americano, "Buenos Aires se cree una continuación de la Europa, y si no confiesa francamente que es francesa y norte-americana en su espíritu y tendencias, niega su origen español" (vii, 103). La civilización, para Sarmiento, se da en la medida en que se acentúa el proceso de "desespañolización" en favor de una "europeización." Lo americano debe ceder ante lo europeo. Pero el desarraigo cultural de Sarmiento llega a niveles tan irreales, que es preciso hacer uso de la ingenuidad simplista de algunas de sus afirmaciones para arribar al sentido inequívoco de su contenido. Sírvanos de ejemplo la siguiente cita donde acusa a Rosas de fomentar en el pueblo "sin embozo," un sentimiento de orgullo en lo americano: "Todo lo que de bárbaros tenemos, todo lo que nos separa de la Europa culta, se mostró desde entonces en la República Argentina organizado en sistema, y dispuesto a formar de nosotros una entidad aparte de los pueblos de procedencia europea. A la par de la destrucción de todas las instituciones que nos esforzamos por todas partes en copiar a la Europa, iba la persecución al frac, a la moda, a las patillas, a los peales del calzón, a la forma del cuello del chaleco, y al peinado que traía el figurín; y a estas exterioridades europeas, se sustituía el pantalón ancho y suelto, el chaleco colorado, la chaqueta corta, el poncho, como trajes nacionales, eminentemente americanos" (vii, 225); he ahí, según Sarmiento, la barbarie de Rosas.
La interiorización en la circunstancia argentina que representa Civilización y barbarie consiguió desentrañar acertadamente algunos aspectos de su constitución. Sarmiento supo identificar las dos fuerzas antagónicas que pugnaban por dirigir el país, y que con mayor o menor consistencia se duplicaban en los demás pueblos iberoamericanos. Descubrió también el desconocimiento mutuo entre ambas y una diferencia aparente en sus objetivos que él juzgó de radical incompatibilidad y que resume en las siguientes palabras: "En la República Argentina se ven a un tiempo dos civilizaciones distintas en un mismo suelo: una naciente que sin conocimiento de lo que tiene sobre su cabeza, está remedando los esfuerzos ingenuos y populares de la Edad Media; otra que sin cuidarse de lo que tiene a sus pies, intenta realizar los últimos resultados de la civilización europea" (vii, 47). Esa "civilización," minoría intelectual, que no se cuidaba, que desconocía "lo que tenía a sus pies," es decir, el pueblo que había de gobernar, fue la de los teóricos de la independencia; por ello su malogro. Ahora, Sarmiento reconoce las causas del fracaso, pero imbuído en el pensamiento europeo y deslumbrado por el modelo anglo-sajón que se erigía poderoso en el éxito de los Estados Unidos, propone de nuevo la imitación. No obstante, la experiencia de la frustración del primer intento le fuerza a contar con el pueblo. El modelo va a ser los Estados Unidos, pero para coronar el esfuerzo con éxito es necesario que el pueblo argentino, el iberoamericano, como sucede con el pueblo de los Estados Unidos, sienta en sí los fundamentos del nuevo sistema. El modelo era para Sarmiento perfecto, acabado, y la imitación debía ser la más próxima posible; era el pueblo el que debía transformarse, el que necesitaba adquirir las "cualidades" del pueblo estadounidense. Inicia de este modo su lucha en dos frentes: a) por una parte, influye en la minoría culta que rige los destinos de Argentina, para que adopte las instituciones y la constitución de los Estados Unidos; para este fin escribió en 1850 Argirópolis, y en 1853 Comentarios de la Constitución de la Confederación Argentina. b) Por otra parte, promueve una campaña en pro de la educación popular que hiciera "dignos" a los argentinos de las nuevas instituciones socio-políticas y de la nueva constitución; a este propósito dedicó en 1849 su estudio De la educación popular y en 1853, Educación común.http://www.ensayistas.org/jlgomez/estudios/sarmiento.htm