viernes, 30 de marzo de 2018

DESTELLOS PATAGÓNICOS (27)


LA LUZ VERDE Cuento corto por Sergio Pellizza En esa noche sin luna, el hombre estaba tirado, en medio de una semiinconsciencia de la cual los sentidos estaban regresando lentamente. Primero sintió la humedad y el contacto con el pasto. Luego aspiró la fronda y olía a bosque. La oscuridad era casi total. Solo unos ruidos como de derrumbe y un característico splachs… sordo, que le eran familiares, le dijo que se encontraba cerca del Glacial Moreno. Luego se dio cuenta que la oscuridad que le rodeaba se estaba aclarando. Una débil luz se filtraba lentamente desde lo alto. Miró hacia arriba, y percibió directamente sobre su cabeza un irregular retazo de pálida fosforescencia, que crecía gradualmente en brillo. Se incorporó hasta quedarse sentado. Cuánto tiempo estuvo sentado con la cabeza mirando hacia arriba, la vista clavada en la luz, no lo supo. Parecieron años. Entonces él se habló a sí mismo y se forzó a mirar a otro lado, intentando también moverse de ahí La fosforescencia tenía un tinte verdoso, y era tan fuerte como la luna llena, pero el polvillo se alzó al mínimo movimiento, y algo bloqueó su fuerza. Se movió un poco, pero no mucho. Una gran pesadez lo obstruía, como cuando uno tiene una pesadilla. Sabía aproximadamente donde estaba pero no cómo y cuándo había llegado. Lo último que recordaba era el laboratorio donde trabajaba en virología de avanzada. Sabía que no le quedaba mucho tiempo, el cáncer estaba acelerando en su organismo su capacidad destructora… Estaba tan cerca de conseguir ese poderoso antivirus y sentía que se le escaba como su vida de entre las manos. Ayer, suponiendo que este momento fuera su hoy había conversado largamente con su viejo amigo y abuelo que lo acompañó prácticamente desde que nació en El Calafate, era el padre de su madre de lejanos orígenes tehuelches. Su abuelo, una colección de arrugas sin edad que nunca había viajado en pájaros metálicos subió al avión que lo llevaría a Buenos Aires, porque quería decirle algo muy importante a su nieto. Nadie supo cómo se enteró de la desbastadora enfermedad que lo abatía solo repetía que tenía que hablar con su nieto. Así fue como acompañado por el administrador de la estancia llegó a su destino, el laboratorio de su nieto. No mostró la menor sorpresa ante el despliegue tecnológico. Solo abrazó a su nieto le dijo al oído unas cuantas palabras que solo ambos comprendían. Hablaron mucho tiempo y mientras lo hacían, el abuelo esparcía un fino polvo sobre la cabeza de su nieto. Le dijo que se dormiría profundamente y despertaría en un lugar oscuro sin dolor y sin tiempo. -Solo mira la luz y déjate llevar…- Pensó que se había muerto y esa luz es la que dicen que vieron algunos que volvieron de la muerte. Siguió mirando la luz verdosa y el polvo que de pronto comenzó como a organizarse en contornos indefinidos que de a poco se definían en algo que él conocía bien. Eran estructuras moleculares recombinables, a cada instante más y más complejas. En un momento una estructura dominó todo el espacio y supo que había encontrado lo que estaba buscando. Tomó el anotador que tenía en el escritorio, registró la estructura y antes de conectarse a la PC para dar a conocer al mundo el descubrimiento arropó a su abuelo que plácidamente dormía sobre el cómodo sillón frente a su escritorio. Mucho tiempo después comprendió que nada es más mágico o milagroso que curar allí donde la ciencia se hacía difícil de entender. La gente que concurre a visitar a los sanadores son aquellos que no han obtenido de la medicina tradicional una solución a sus problemas. Esperan un alivio que los remedios no han sabido procurarles, buscan abrir las puertas a la esperanza. Se apela al sentido mágico de la vida que en mayor o menor grado todos poseemos. Solo hay que tener fe en él, y saber usarlo como el abuelo.