sábado, 21 de mayo de 2011

CÁBALA IX

En cuanto a la etimología de la palabra mago, tomamos su raíz del avéstico "maga", cuyo significado es Gracia, Don o Riqueza Espiritual. Los magos constituían la casta sacerdotal del pueblo Medo del Irán, representantes, como otros pueblos de la antigüedad, del Hombre Verdadero, que opera en su gesto arquetípico, la unidad del mundo, renovándolo así permanentemente.
Gran mago del Renacimiento fue Enrique Cornelio Agrippa (1486-1535), que viajando por toda Europa, conoció en Italia a los cabalistas cristianos, siendo discípulo también, del Abad Trithemius, a quien dedicó su obra principal De Occulta Philosophia, tratado en tres libros, en los cuales la magia natural o elemental y la celeste, reciben las influencias de un ámbito superior, el de los intermediarios divinos, aspecto éste ceremonial y más elevado de la Magia por la invocación de los nombres de Dios en hebreo, coronados por el de Jesús, como I H S V H .
El mago operaba en la construcción de talismanes, y para ello tenía en cuenta a los elementos de la naturaleza, que eran signados y regidos por las fuerzas celestes y planetarias en correspondencia; siendo a su vez éstas producto de las entidades angélicas, con lo que el acto mágico implicaba al hombre entero, por su reconocimiento más allá de los influjos cósmicos, de las energías supracelestes, emanaciones de Dios, a partir de las cuales toda magia devenía esencial y sin cuyo concurso toda operación resultaría inconclusa.
Camino de retorno a la Unidad de los Principios, recorrido por el héroe, impulsado por el amor de la Verdad, lo cual es explicitado en los Heroicos Furores, obra literaria de Giordano Bruno, otro gran mago del Renacimiento, que prosigue en la tradición de los Tratados del Amor, como lo fueron: el Fedro y el Symposio de Platón, el Libro del amigo y del amado de Llull, el Tratado del Amor de Ibn Arabî, la Vita Nuova de Dante y los Diálogos de Amor de León Hebreo entre otros.
Amor heroico que surge invicto, por la concentración de todas las potencias del alma en la voluntad de purificación y de renuncia al amor vulgar. Proceso que transcurre en la intimidad del ser humano, y que parte de un estado referido por los antiguos como humor melancólico, de carácter saturnino y que nace de la nostalgia por lo elevado a la vez que de la negación del aspecto cambiante y aparente de las cosas, es decir de la negación de lo que no es permanente.
Ascesis del alma, que, tomada en rapto por el heroico furor, abandona en su ascenso todo vínculo imaginario con el mundo, penetrando así en la contemplación de Diana, la Luna, en la pura desnudez de su reflejo solar.
Melancolía que fuera representada en la perspectiva visual del arte pictórico por la magia de Durero y de la escuela flamenca, en cuyas obras de arte se simbolizaba la proporción y fundamento de la belleza en el lazo armonioso asegurado por el número; esto mismo hallamos en el marco teatral de Shakespeare, en este caso representada por el heroico Hamlet, símbolo del alma humana, que aspira a desembarazarse de sus estados pasionales e inferiores, asimilados a los personajes de la obra y ello a través de la "venganza", que yendo más allá del literalismo tiene como fin la restitución del hombre en la pureza de su estado original. Testimonio de la lucha entre el ser y el no-ser, debate entre el día y la noche, ámbito donde se da el proceso regenerativo del despertar, por medio de un fuego o furor heroico y transformador surgido de la melancolía del protagonista.
Extensión del Arte sagrado, que en esta obra y en otras del repertorio de Shakespeare, como La Tempestad, El Rey Lear, Othelo, El Sueño de una Noche de Verano, etc. era escenificado a diversos niveles, que se correspondían con el sentido literal, alegórico y simbólico del contenido del drama, en una didáctica de enseñanza ejemplar que prefiguraba para el entendimiento del espectador su propio proceso de elevación por el esclarecimiento interior.
Es decir, teatro, poesía, literatura, música, arquitectura y pintura en los que resplandecía aquella luz renacentista que asimismo se reveló por medio del Arte de la medicina tal y como fue concebido en aquellos tiempos por Paracelso, gran representante de la magia alquímica-cabalista y cristiana que operaba a través de una Medicina universal presidida por el origen divino y trascendente, principio de toda vida.
La medicina de Paracelso constituyó el crisol donde amalgamaron los estudios de Cábala y Hermetismo promovidos por Tritemio, cuya biblioteca, de caracteres enciclopédicos, se dice era visitada por todos los sabios de la época.
Tritemio, que practicaba la "Esteganografía", o especie de arte cabalístico adaptado al latín, cuya combinación de letras y números permitía hallar en las cosas nombradas su naturaleza simbólica velada a ojos superficiales.
En el libro De Polygraphia Cabalística, Tritemio hace la siguiente sinopsis del esoterismo hebreo:
"Ante todo, existe el Inefable, el Indeterminado. Después viene el mundo supremo, que es el modelo del mundo inferior. Los dos forman dos caras homólogas: el Macroposopo y el Microposopo. Están unidos por el lazo del amor recíproco entre el universo y el hombre. La creación tomada en su totalidad, es un ser todos cuyos rasgos están marcados por el sello divino, siendo el hombre la síntesis de todas las criaturas. Como él ha sido modelado a imagen del centro divino, su forma está compuesta de elementos copiados de la forma superior. La forma humana, referida a sus principales órganos: cabeza, cerebro, corazón, brazos, tórax, vientre, miembros, órganos sexuales, etc. corresponden a tipos que la Cábala designa con el nombre de Sephiroth, que los sabios de Israel llaman Corona, Sabiduría, Inteligencia, Clemencia, Rigor, Belleza, Victoria, Majestad, Fundamento y Reino."
El hombre que, caído en el olvido de su origen y en quien "ser" y "conocer" están separados, deviene obligado por el dolor profundo de esta existencia, a rememorar su estado original. Constituyendo ello un arte alquímico capaz de transformar la cualidad de su energía, a través de un proceso natural marcado figuradamente por los signos y planetas del zodíaco. Astrología y Alquimia, aspectos ambos del Cosmos incluidos en la Cábala hebrea, quien corona a este universo con los principios de la Unidad misma y de los que por emanaciones e hipóstasis sucesivas se irá desenvolviendo la creación, desde el plano de las ideas al de las formas que descienden sobre la materia, cauce por donde discurre la divinidad misma, haciéndose inmanente en todo objeto natural, minerales, plantas o animales que se resumen en el hombre dotado de intelecto y por medio de quien la naturaleza se desvela y reconoce a sí misma.
De los símbolos de esta ciencia cabalística, mágica, astrológica y alquímica derivó Paracelso todo un lenguaje poligráfico reconociendo un principio supremo llamado Yliaster de quien proceden lo positivo, lo negativo y lo neutro, análogos en el macro y microcosmos, y que son simbolizados por el azufre, el mercurio y la sal, a partir de los cuales es dispuesto el cuaternario de la creación en la multiplicidad de las formas.
En su Tratado de las Entidades, orígenes de la enfermedad, nos habla de cinco, de entre ellas cuatro naturales: De Ente Astrorum, De Ente Veneni, De Ente Naturali, De Ente Spirituali y una quinta sobrenatural, De Ente Dei, "entidad que debemos considerar con la mayor atención y antes que toda otra cosa, pues en ella está la razón de todas las enfermedades".
Enuncia también, los siete órganos del hombre en relación con las siete esferas planetarias, cuyo desequilibrio por desproporción es responsable de padecimiento tanto anímico como corporal. En cuanto a los métodos de curación, descansan en las cuatro columnas sobre las que se edifica la verdadera medicina y que son: la Filosofía de la Naturaleza, la Ciencia de los Astros, la Alquimia y la Virtud del médico.
Triple medicina que por la línea de Apolo, Esculapio y de Quirón, es decir, por el espíritu, por el alma y por el cuerpo, consideraba al ser humano en la integridad de todas las dimensiones que le constituyen y que operará en la construcción de talismanes, simbolizados por el cuadrado mágico del planeta al que corresponde la enfermedad a tratar. Signaturas celestes que en el ámbito de la Farmacopea fundamentaban la obtención de extractos vegetales y de productos minerales, según los principios de correspondencia basados en el Similia Similibus Curantur, antecedentes de la Homeopatía o método de curación por lo mismo que ocasiona la enfermedad, sólo que en dosis infinitesimales cuya potencia esencial y dinámica es capaz de disolver aquella.
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La Rosa y la Cruz son símbolos que se entretejen en el telar del occidente europeo, donde en los albores del siglo XVII gobiernan Federico V y la que fue princesa de Inglaterra, Isabel, a través de quienes, y en el Palatinado del Rhin, confluyen las diversas expresiones de la Tradición, expresándose la unidad cabalista, cristiana y hermético-alquímica, esta última reelaborada por el Islam a su paso por Alejandría.
Herencia que recibe Christian Rosenkreutz, personaje legendario, y como tal, referido directamente a la historia sagrada de la humanidad; vivió en Damasco, Jerusalén, Arabia, Egipto, Libia, Túnez y España; recogiendo en estos viajes, emprendidos desde Alemania, la antigua sabiduría de Pitágoras, de la Cábala y de la Tradición Hermética, conservadas por el esoterismo árabe en el Liber Mundi que él traduce al latín.
Christian Rosenkreutz, hilo conductor de la leyenda de las Bodas Químicas, atribuido a Valentín Andreas. Escrito que apareció poco después de la Fama Fraternitatis y de la Confessio Fraternitatis, por quienes se manifestó públicamente la Orden de la Rosacruz.
En las Bodas se cuenta el viaje de un peregrino, quien tras la invocación de Sabiduría e Inteligencia, dice:
"Después me preparé para el viaje; vestí mi ropa de lino blanco y me ceñí una cinta color rojo sangre dispuesta en cruz que pasaba por mis hombros. Até cuatro rosas rojas en mi sombrero, esperando que todas estas señales servirían para que se me distinguiera rápidamente entre la muchedumbre. Como alimento tomé pan, sal y agua."
Así, parte invitado para asistir como testimonio a las bodas reales entre Sponsus y Sponsa. El enlace se festeja en siete días, tiempo en que los invitados visitan el castillo, descubriendo en sus estancias, maravillosas obras de arte, asistiendo también a las representaciones teatrales "de los músicos, cómicos, trágicos y habilidosos actores de la época".
Prefigurándose en siete actos, el despliegue en acción de las fases alquímicas, en las que se desenvuelve toda la obra hasta su consumación por la reunión de los esposos, del Azufre y del Mercurio, en la Sal.
También por aquel entonces, en 1613, tuvieron lugar las bodas reales entre Federico e Isabel, siendo celebradas a través de diversos festejos, que incluían representaciones teatrales a cargo de actores ingleses que daban vida a los personajes de Shakespeare, siendo escenificadas por Iñigo Jones en los jardines del palacio de Heidelberg. Organizados y musicados ingeniosamente en el arte de la proporción y de la perspectiva, según la ciencia matemática, por el que fue jardinero palatino y arquitecto Salomón de Caus; en estos jardines se incluían grutas, fuentes, laberintos y estatuas parlantes que emitían sonido al recibir los rayos del sol. Conjugándose la técnica al servicio de la obra de arte, simbolizando estados de la mente que conducen a lo mítico y suprahumano.
CONTINUARÁ...

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