lunes, 31 de agosto de 2015

La guerra contrainsurgente de hoy Pablo Bonavena[1] y Flabián Nievas[2] Fuente: Pacarina del Sur - http://www.pacarinadelsur.com/home/abordajes-y-contiendas/368-la-guerra-contrainsurgente-de-hoy - Prohibida su reproducción sin citar el origen. (3)


(3) La guerra contrainsurgente de hoy Pablo Bonavena[1] y Flabián Nievas[2] Fuente: Pacarina del Sur - http://www.pacarinadelsur.com/home/abordajes-y-contiendas/368-la-guerra-contrainsurgente-de-hoy - Prohibida su reproducción sin citar el origen. http://www.pacarinadelsur.com/home/abordajes-y-contiendas/368-la-guerra-contrainsurgente-de-hoy La contracara necesaria La negación que supone la práctica contrainsurgente del ius ad bellum y del ius in bello sería probablemente tan costoso en términos políticos si cobrara plena visibilidad que la tornarían impracticable. Por lo general, las poblaciones suelen censurar el uso de los instrumentos propios de la contrainsurgencia y, transitivamente, a los gobiernos que las impulsan.[67] Por eso no es paradójico que de manera paralela al desarrollo de estas prácticas, las cuales, en ocasiones, enarbolan la defensa de los derechos humanos como justificación, se refuercen las instancias jurídicas de regulación de la guerra, con la pretensión de proteger a las poblaciones, las mismas que son blancos de métodos de exterminio modulado. Con un conjunto contradictorio de buenas intenciones e hipocresía malsana, se creó en 1998 la Corte Penal Internacional, para juzgar responsables de graves crímenes contra el Derecho Internacional (genocidio, crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra y crimen de agresión). Es interesante observar en que uno de los hechos desencadenantes para la creación de esta Corte fue el genocidio de Rwanda, ocurrido en 1994, en el que estuvo implicado, tanto por acción como por omisión, el Estado francés. Y sin embargo Francia es uno de los países miembros de esta Corte. En teoría, la jurisdicción de esta Corte es de alcance universal. En la práctica hay países, entre ellos Estados Unidos, Rusia, India, China e Israel, que no reconocen este tribunal. En 2002 el Capitolio estadounidense aprobó la American Servicemember’s Protection Act (Ley para la protección del personal de los servicios exteriores), por medio de la cual gestiona la impunidad de su personal militar en el exterior, el que debe ser tratado con las prerrogativas del personal diplomático. En la práctica, este tribunal sólo actúa contra dictadorzuelos de poca monta, sin respaldo internacional; nunca pasó por allí ningún militar o político occidental, independientemente de lo que hubiese hecho o avalado. Pero, no obstante, su sola existencia lava la conciencia democrática de occidente, lo que habilita a muchos Estados occidentales a seguir cometiendo crímenes impunemente en otras regiones del mundo.[68] Conforma, de hecho, parte del ariete ideológico que torna viable la contrainsurgencia como práctica, ya que se concentra el foco de atención en estos juzgamientos, quitando la mirada del resto de los crímenes, los que, cuando se visibilizan, simplemente aparecen como “daños colaterales” o con sanciones menores, como fue el caso de la aplicación de tormentos en la cárcel de Abu Ghraib. En este sentido, el servicio que prestan los medios de difusión a los centros de poder es imprescindible.[69] Las implicancias de la contrainsurgencia de hoy www.elpais.comHoy en el marco de la llamada guerra contra el terrorismo son más tangibles las consecuencias de este tipo de planteo. Desde los ’90 se abre una nueva epata del desarrollo de la doctrina contrainsurgente que prosigue lenta pero de manera sostenida, aunque en gran parte inadvertidamente, corroyendo los pilares jurídicos del Estado nación, asentados en valores propios de la modernidad. También van quedado truncos los intentos de conformar un orden jurídico internacional. Estados Unidos, secundado con entusiasmo por Israel, avanza decididamente en esta línea, impulsando un nuevo salto cualitativo doctrinario en la dirección que adelantamos en la primera página de este artículo. Desde la gestión de George W. Busch se impulsó una reinterpretación del principio de igualdad soberana que retrocede a una etapa muy anterior a la Paz de Westfalia. La perspectiva esgrimida desde el 2002 “transforma la soberanía de los demás Estados en una soberanía condicionada al respeto de unos determinados valores que se declaran como universales (libertad, la democracia y la libre empresa) y de un modelo concreto de Estado basado en la primacía del Derecho, la separación de poderes, la igualdad social y de género, la tolerancia étnica y religiosa y el respecto a la propiedad privada”. La traducción de esta definición en términos políticos concretos es la siguiente: el único Estado soberano es el de los Estados Unidos que, a su vez, tiene vía libre para avasallar la soberanía en cualquier lugar del mundo, cuando se quebrantan unos valores que ellos mismos definen. Esta postura es el correlato de asumir que los Estados Unidos se encuentra “en guerra dondequiera que haya sospechosos de terrorismo, independientemente de si existe un peligro real”. Doctrinariamente, las fuerzas armadas norteamericanas quedan habilitadas para intervenir en cada lugar del mundo donde sospechen que se esconde un riesgo para su país, asignándose la facultad de actuar bélicamente en prevención de una amenaza tanto inminente, con enemigos precisos, como de un futuro peligro basado en difusos indicios y sospechas. Violenta así los criterios históricos de la Guerra Justa (ius ad bellum). Sin duda se enarbola una concepción de la “autodefensa” basada en la presunta inminencia de una agresión que los licenciaría, argumentan, para actuar militarmente aunque no exista certeza de un plan de ataque del enemigo; incluso podrían intervenir con la fuerza militar antes de que se forme una amenaza terrorista concreta [70] y Parte de todo este arsenal ideológico fue utilizado para argumentar la pertinencia de la invasión a Irak en el año 2003, para evitar el peligro que entrañaba la presunta presencia de armas de destrucción masiva en ese país. [71] Considerando otro plano de la cuestión, dado que la guerra contrainsurgente se libra contra un enemigo “invisible”, el enemigo potencial es toda la población civil. Por lo tanto, el universo de sospechosos abarca al conjunto de la población que será pasible, entonces, de maniobras tendientes al control militar de la misma. La contrainsurgencia actual no desconoce, tampoco, que la represión pura sólo acarrea pérdida de legitimidad lo que, en el mediano plazo se traduce en la imposibilidad de controlar la situación o de “estabilizar” áreas del planeta bajo condiciones de invasión. Su ejercicio en varias épocas y situaciones, como hemos visto, aconsejan otros aditamentos. Por ello se plantea y actualiza la idea de ganar “mentes y corazones”, es decir, simpatía política e ideológica,[72] a través de ayuda material o meras promesas, sin lo cual la derrota es una perspectiva bastante cierta, como lo demuestra la historia y gran parte del presente.[73] Por eso las fuerzas norteamericanas vuelven a combinar medidas positivas y negativas para combatir la insurgencia, argucia que Andrew Birtle sintetiza con la fórmula “zanahorias y palos” (o “persuasión y coerción”), sin perder de perspectiva que las operaciones de contrainsurgencia no “son concursos de popularidad”, realismo que limita las iniciativas “positivas” por ser siempre económicamente costosas. Esta argucia, como señalamos, fue construida en muchos años de operativos contrainsurgentes y se proyecta también en las actuales circunstancias que atraviesa el conflicto armado. La alteración de la ecuación tradicional del esfuerzo militar que supone el pasaje de la guerra regular a la lucha antiterrorista impone, obligadamente, transformar el trabajo de inteligencia en una tarea trascendental, en detrimento del combate directo, ya que la lucha se establece contra fuerzas asimétricas estratégicamente “no cooperativas”. Es preciso comprender que inteligencia no debe ser asociado a espionaje, tarea que es parte de la inteligencia, pero no la única. El espionaje, consistente principalmente en espiar, se conjuga con la “contrainteligencia”, o inducción al engaño, en principio del oponente, pero en contrainsurgencia, dado que el enemigo carece de contornos definidos, de toda la población civil. En función de ello se conciben las Psyop (operaciones psicológicas) con las que se pretende influir en los estados de ánimo colectivos y, de ser posible, instaurar certezas, es decir, representaciones (configuraciones simbólicas) por fuera de toda duda,[74] tanto en el territorio propio como en los “países anfitriones”. Por eso los especialistas norteamericanos, ante los traspiés en Irak y Afganistán, aconsejan que los soldados “expedicionarios” manejen idiomas, desarrollen más capacidad de “asesoría” a la población, tengan destrezas para trabajar en la restauración de los servicios públicos, la construcción o reconstrucción de infraestructura y la posibilidad de fomentar o inculcar el arte del “buen gobierno”.[75] Una de las mayores operaciones psicológicas ha sido, sin dudas, la instauración del “terrorismo” como un horizonte de confrontación. Cualquier militar sabe -también y, principalmente, los estadounidenses- que el planteo de la guerra contra el terrorismo es un planteo absurdo, toda vez que el terrorismo es un método, y no un sujeto: “Si se toma en sentido literal, una guerra contra el terror es contra una táctica. Es el equivalente a responder a Pearl Harbor declarándole la guerra a los ataques sorpresas en lugar de a Japón”. Combatir el terrorismo es como enfrentar el paracaidismo, o cualquier otra modalidad, que lógicamente puede ser utilizada por cualquier bando combatiente, pero la modalidad no define ni expresa las características de quienes lo practican. En esa representación fantástica se presenta al “terrorista” como un sujeto desprovisto de racionalidad, cuya única motivación es infligir daño, movido por el odio a la libertad y a la democracia, en función de unos principios religiosos malsanos e intolerantes anclados, por lo general, en el fundamentalismo islámico. Los ideólogos norteamericanos acusan al terrorismo de atacar a civiles desprevenidos, suponiendo que su acción es diferente a otro tipo de guerra pues los terroristas toman como blanco a la población general. Argumentan que los terroristas no puede actuar sino es “empleando medidas de ataque deliberado contra personas y lugares que se encuentran protegidos específicamente por el Protocolo I de los Convenios de Ginebra”, y que les es imposible conducir la guerra “sin intencionalmente violar” esos acuerdos. No recuerdan, por ejemplo, que al ejército norteamericano no le preocupa cometer crímenes de guerra como quedó evidenciado con el ataque a las presas de Toksan y Chosan en el marco de la guerra de Corea, inundando campos de arroz a pesar de que el derecho internacional prohíbe destruir fuentes de alimentos. Un tiempo antes, en Japón con las bombas atómicas arrojadas en Hiroshima y Nagasaki no demostraron reparos a la hora de masacrar no combatientes, lo mismo que con el napalm regado en Vietnam. Tampoco tienen presente que de las 146 guerras que se registraron entre 1945 y hasta 1990, de los aproximadamente 35 millones de muertos el 75 % fueron civiles. Sin embargo estos datos son eclipsados por la argamasa ideológica que construye la inteligencia, que le asigna el “mal” al enemigo. La magnitud del éxito de esa operación puede mensurarse en el nivel de aceptación que ha tenido, en diversos países, la restricción a libertades básicas y derechos fundamentales en función de la aplicación de políticas “antiterroristas”. La llamada “ley patriota” (cuyo deliberado acrónimo devela el esmero puesto en enfatizar la finalidad por sobre los medios)[76] impuso una serie de restricciones que fueron acogidas con beneplácito por sus directos perjudicados,[77] los que operación psicológica mediante se consideraron los principales protegidos, aunque se avasallen sus derechos ciudadanos. [78] De igual manera, los más sonados crímenes se pueden cometer con cada vez menor necesidad de ocultamiento. El retroceso ético que supone la aceptación de la contrainsurgencia puede considerarse en la escala moral propuesta por Jean Piaget en 1984 cuando investigaba la noción de la justicia en los niños. Dos de las formas más primitivas de justicia es la retributiva, es decir, lo que vulgarmente conocemos por venganza, y la culpabilidad colectiva y comunicable, son justamente los fundamentos del intervencionismo del nuevo siglo, particular -aunque no únicamente- de Estados Unidos. Después del ataque sufrido en su propio territorio aquel famoso 11 de septiembre, decidieron que como era posible pensar que Osama Bin Laden haya estado detrás de los mismos, y al ser probable que estuviese oculto en Afganistán, todo el pueblo afgano era responsable y, en consecuencia, debía padecer los horrores de la guerra. Diez años después, finalmente dieron con el paradero del supuesto mentor de tales ataques y lo ejecutaron, sin el menor intento de procesarlo formalmente (venganza).[79] Eso, empero, hizo subir la imagen positiva de Barack Obama en varios puntos de un día para el otro,[80] a pesar de ser un burdo y cobarde asesinato de un hombre sin capacidad de resistirse a un simple arresto, y una flagrante violación de la soberanía paquistaní. Pasa casi desapercibido, asimismo, el reconocimiento de la aplicación de tormentos (submarino seco, interrupción del sueño, diversas formas de degradación, etc.) y la tenencia pública de prisioneros clandestinos, no solo en la base de Guantánamo, sino en diversos países de Europa, África, Asia y Oceanía, con lo que explícitamente se acepta la existencia de campos de reclusión semiclandestinos donde los prisioneros carecen de derechos, incluso de acusaciones formales, y su reclusión es por tiempo indeterminado.[81] Fuente: Pacarina del Sur - http://www.pacarinadelsur.com/home/abordajes-y-contiendas/368-la-guerra-contrainsurgente-de-hoy - Prohibida su reproducción sin citar el origen.