lunes, 31 de agosto de 2015

La guerra contrainsurgente de hoy Pablo Bonavena[1] y Flabián Nievas[2] Fuente: Pacarina del Sur - http://www.pacarinadelsur.com/home/abordajes-y-contiendas/368-la-guerra-contrainsurgente-de-hoy - (2)


(2) La cambiante realidad de la guerra: el surgimiento de la contrainsurgencia moderna http://www.pacarinadelsur.com/home/abordajes-y-contiendas/368-la-guerra-contrainsurgente-de-hoy En paralelo al avance de las normas jurídicas sobre el derecho de guerra y el derecho a la guerra estructurado en base a tales consideraciones, la propia beligerancia como fenómeno social que tiene regularidades propias, fue cambiando de manera cualitativa en el último medio siglo. Aunque toda guerra es un fenómeno particular, es posible encontrar elementos o circunstancias más o menos invariantes que permiten tipificarlas de acuerdo a estas repeticiones; el problema surge cuando la acumulación de “pequeñas” variaciones en las regularidades culminan, al cabo de un tiempo, conformando un fenómeno con atributos que escapan a las tipificaciones previas. Podríamos afirmar que la guerra insurgente y, por ende, su contrapartida la guerra contrainsurgente, es tan vieja como la propia guerra.[24] Sin embargo es preciso señalar que el peso de la insurgencia como alternativa de combate armado fue cambiando en la historia. Remite a una forma de lucha no convencional que supone la asimetría de fuerzas entre los oponentes: es un enfrentamiento entre diferentes; no es polar la relación por cuanto las fuerzas insurgentes no son asimilables a una tropa regular.[25] Así estamos frente a una modalidad de confrontación que se aleja de los moldes trazados por el Tratado de Westfalia, distancia que supone al mismo tiempo el apartamento de los contratos establecidos entre los sujetos estatales. Conocida como guerra irregular, eclipsada un largo tiempo por la guerra convencional post Westfalia, una de las maneras más habituales para aproximarse a ella transita el camino de la constitución histórica de la personificación del “partisano”, como paradigma del combatiente no sujeto a las reglas pactadas por los Estados. Se pueden localizar antecedentes en la “guerra de los Treinta Años” en Alemania (1618-1684), en los combates de los independentistas norteamericanos contra el regular ejército inglés (1774-1783), en los enfrentamientos entre jacobinos y Chouans en la Vendée (1793-1796), en las guerrillas españolas (1808) y tirolesas (1809) contra la invasión napoleónica.[26] Esta presencia junto a otras figuras combatientes como los francotiradores, que generalizaron su accionar a partir de 1870, ganaron un lugar en la consideración de la agenda de los estados mayores.[27] El inquietante grado de letalidad alcanzado por estas formas irregulares de lucha que rompían con las reglas de juego formalizadas entre Estados generó como contrapartida la necesidad de otras instancias de combate. Se fueron sintetizando así diferentes experiencias prácticas de maniobras contrainsurgentes en la línea de formular algunas prescripciones para enfrentarlas con algún éxito. Su orientación básica general desde mediados del siglo XX se dirige a “combatir la revolución”.[28] En la primera guerra mundial el partisano y sus acciones irregulares fue una figura marginal, pero puede postularse la segunda guerra mundial como un momento en que con claridad aparece el ejercicio extendido de la insurgencia irregular y, en consecuencia, la contrainsurgencia como práctica[29] -aunque todavía ni una ni otra recibían esta denominación. Ante la primera oleada del ejército alemán, con los ejércitos aliados relativamente diezmados en el continente europeo, los mandos comienzan a apoyar a incipientes organizaciones de civiles resistentes. Esta política se encuadraba aún en el pensamiento clásico de Clausewitz: aumentar la fricción del ejército ocupante, es decir, ralentizar sus movimientos, tornarles más costosa la ocupación, etc. Lo que escapó del libreto es que algunas de estas formaciones partisanas fueron más allá y lograron vencer en el terreno a las fuerzas ocupantes. El caso de Josip Broz Tito es paradigmático, pero también los italianos, los polacos, los griegos y, en gran medida, la resistencia francesa ocuparon un lugar destacado en la derrota alemana en sus territorios.[30] Los efectos de esto se vieron inmediatamente después de culminada la guerra: la dificultad de desmovilizar a estas organizaciones que reclamaban, con cierta legitimidad, su participación en el gobierno. La situación más aguda se dio en Grecia, donde los resistentes se organizaron en guerrillas que siguieron combatiendo hasta bastante después de terminada la guerra. Fue a partir de la segunda guerra mundial entonces que la contrainsurgencia se fue constituyendo como una práctica expandida, acompañada muy lentamente por el esbozo de una doctrina.[31] En la posguerra, la instalación paulatina de un nuevo tipo de guerra reclamaba una nueva base doctrinaria que fundamente la práctica militar. Cada vez más, los conflictos armados que se fueron librando incurrieron en el patrón de la insurgencia–contrainsurgencia, tomando el legado teórico de Mao Tse Tung principalmente, y la práctica histórica de los partisanos de la segunda guerra. El formato de la lucha insurgente emergió plenamente en las guerras de descolonización, en particular en la primera importante de ellas, que fue la de Indochina. Repasemos algunos antecedentes. Los alemanes: la práctica I Durante la segunda guerra mundial los alemanes fueron la fuerza que sufrió más hostigamiento partisano, lo cual es lógico puesto que fueron durante gran parte de la misma la principal fuerza de ocupación en Europa. Frente a las fuerzas insurgentes los alemanes aplicaron básicamente cuatro tácticas, dos preventivas y dos represivas: a) como forma preventiva, la del control de la población, con detención e interrogatorio de sospechosos, a menudo con tormentos, en particular la redacción y aplicación de las “Directivas para la persecución de las infracciones cometidas contra el Reich o las Fuerzas de Ocupación en los Territorios Ocupados”, también conocido como decreto “Noche y niebla”, por el cual inauguraba el mecanismo de la desaparición forzada de personas; b) alimentar las tensiones entre grupos potencialmente adversos a ellos, pero con contradicciones entre sí, particularmente étnicas, religiosas y políticas; c) como políticas represivas utilizaron la de las represalias, que podían ir desde la no toma de prisioneros (ejecución de los rehenes) hasta el encarcelamiento o los fusilamientos de civiles -los italianos fueron más allá, incendiando aldeas completas en Albania, y d) las de cerco y aniquilamiento: rodear a las fuerzas insurgentes y aniquilarlas. Esta última fue empleada con éxito en las operaciones Gemsbock (gamuza) y Steinadler (águila real), en 1944 en el norte de Grecia y en el sur de Albania respectivamente.[32] También puede observarse en este caso un patrón de la guerra contrainsurgente, cual es que las fuerzas partisanas tienen mayor cantidad de bajas que las tropas regulares, situación que no afecta de manera decisiva su capacidad militar, ya que suele actuar como estimulante moral. Sin duda, las guerrillas golpearon letalmente a las fueras de ocupación. En lo relativo a lo realizado en territorio soviético, aunque la brutalidad fue máxima,[33] hubo algunos experimentos contrainsurgentes que contrariaban esa línea, aunque no prosperaron ni se generalizaron.[34] http://elmalcontento.blogspot.com Las tropas alemanas y sus aliados se tuvieron que enfrentar con un fenómeno relativamente novedoso, al menos en esa escala, que eran pequeñas formaciones con escaso entrenamiento y pobre armamento, que mediante sus pequeñas pero persistentes acciones lograba enlentecer su maquinaria de guerra, diseñada para enfrentarse a otros ejércitos regulares.[35] Los alemanes actuaron más de lo que reflexionaron.[36] Quizás por ello arguyeron un instrumento jurídico para lo que se transformaría con el tiempo en una práctica secreta: la desaparición forzada de personas. Los ingleses: la práctica II Es poco frecuente el reconocimiento de la existencia de una “escuela” conformada desde las prácticas ensayadas por los británicos contra los intentos insurgentes de corte anticolonial.[37] A ellos se debe una frase que según los especialistas sintetiza un principio doctrinario básico de la lucha contrainsurgente: la necesidad de “ganar los corazones y las mentes” de la población civil en la zona donde actúa la resistencia. La idea fue puesta en esas palabras por el mariscal Gerald Templer en 1951, que en el marco de la llamada “guerra de liberación nacional antibritánica” de Malasia o la “emergencia malaya” (1948-1960) a la salida de la segunda guerra mundial (textualmente sostuvo: “la respuesta no está en introducir más tropas en la jungla, sino en los corazones y las mentes de la población”).[38] Su objetivo era aislar a las fuerzas insurgentes de su base en la población, iniciativa que se plasmó en la construcción de una importante red de inteligencia y en el traslado forzado de unas 500.000 personas a ámbitos fortificados, rememorando parte de lo hecho en la lucha contra los Boers a través de la localización de la población en campos de concentración alambrados y fuertemente vigilados.[39] Sumó a esta táctica una intervención agresiva de patrullas para perseguir a la guerrilla y establecer cercos en sus bases operativas en la selva. La forma de lucha aplicada en Malasia se transformó en un modelo para las campañas contrainsurgentes, pues estos movimientos de población se combinaron para conquistar “corazones y mentes” con medidas —y mentiras— que buscaban demostrar a la población que su futuro parecía más promisorio bajo la conducción inglesa y el gobierno autóctono tutelado por ella, que el orden social que pretendían instalar los insurgentes.[40] Estas acciones se combinaron con otras practicadas en la lucha contra las rebeliones irlandesas, como la destrucción en la década del ’20 de las viviendas de los sospechados de ser insurgentes, medida que adoptaría más tarde Israel en suelo palestino. Andre Beaufre sintetiza a la escuela inglesa señalando que buscaba poner a cargo autoridades nativas bajo su control, la gestión de la población y acciones contra-guerrilleras. La experiencia en la selva malaya, y la lucha contra los levantamientos anticoloniales en Kenia y Chipre, no impactaron de manera inmediata o directa sobre el adiestramiento de las tropas comandadas por Inglaterra ni en la doctrina. Pero en Malasia se fue desarrollando el “oficio” de combate contra las formas guerrilleras de lucha, que obviamente repercutirían en el ámbito institucional de las fuerzas armadas, como en el centro de entrenamiento “Fuerzas de Tierra del Lejano Oriente”, que formaría importantes cuadros que rápidamente se destacarían en varias acciones en suelo africano. Estas vivencias recibirían luego las elaboraciones de la escuela francesa.[41] Los franceses: la reflexión Los franceses, con un ejército adiestrado en la guerra regular, pagaron muy caro en Indochina la falta de adecuación al tipo de planteamiento militar que no propone un enfrentamiento abierto, con uso de tácticas convencionales, sino que pone en práctica como principal arma la sorpresa, el ataque inesperado, de baja letalidad pero de suma eficacia y, sobre todo, con el máximo resguardo de las propias fuerzas. Sin embargo, de su derrota sacaron lecciones: a partir de allí surge el núcleo de la doctrina contrainsurgente propiamente dicha. Entre los pioneros en esta tarea se destaca la delimitación que hacen varios oficiales franceses en la primavera de 1948 de lo que llamaron la “acción psicológica”, que buscaba “conquistar poblaciones” a partir de campañas de información y de acción social (construcción de escuelas, operativos de vacunación, etc.) perspectiva que casi en paralelo desarrollarían los británicos en Malasia. Debemos destacar asimismo al mariscal Louis Layautey y sus campañas coloniales en territorio africano a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Se suman a estas las experiencias en Indochina (1945-1954) y Argelia (1954-1962).[42] También es considerable el aporte del coronel Charles Lacheroy y su artículo “La estrategia revolucionaria del Viet-minh” –publicado en el mes de agosto de 1954– y las reflexiones del general L. M. Chassin.[43] Pero fue el coronel Roger Trinquier quien sistematizó esas enseñanzas y las aplicó en Argelia, reinaugurando una asociación originalmente planteada por los nazis, tan falaz como extendida en nuestros días: la asimilación del combatiente insurgente con el terrorista.[44] En su libro La guerra moderna,[45] sostuvo que en lugar del ataque atómico el arma principal de la guerra moderna es el “terrorismo”.[46] Tomó conciencia de que en una guerra con estas características más que nunca la información es un insumo indispensable para la acción militar, premisa que lo lleva a avalar y fundamentar explícitamente el uso de los tormentos como forma de combate contrainsurgente: “[…] el terrorista sabe que, sorprendido y capturado, no puede esperar que le traten como un criminal ordinario o que se limiten a tomarle prisionero como lo hacen con los soldados en el campo de batalla. Las fuerzas del orden tienen que aplicarle distintos procedimientos, porque lo que se busca en él no es el castigo de su acción, de la que en realidad no es totalmente responsable, sino la eliminación de su organización o su rendición. En consecuencia cuando se le interroga no se le piden detalles de su vida ni se le pregunta sobre los hechos que ha realizado con anterioridad, sino precisa información sobre su organización. En particular, sobre quiénes son sus superiores y la dirección de los mismos, a fin de proceder a su inmediato arresto. Ningún abogado está presente cuando se efectúa este interrogatorio. Si el prisionero ofrece rápidamente la información que se le pide, el examen termina en seguida. Pero si esta información no se produce de inmediato, sus adversarios se ven forzados a obtenerla empleando cualquier medio. Entonces el terrorista […] tiene que soportar sus sufrimientos, y quizás hasta la misma muerte, sin decir media palabra.”.[47] Claramente se vulneran los límites morales humanitarios subyacentes en todas las regulaciones internacionales sobre la guerra. Pero se va más allá: se reinstala un método premoderno. Contrariando los argumentos de los modernos Beccaria (1984) y Verri (1997) acerca de la inutilidad de los tormentos para obtener confesiones -centralmente se sostiene que la tortura se vincula a la resistencia física, y no a la verdad, es decir, que el supliciado admitirá cualquier cosa cuando ya no soporte el sufrimiento- la contrainsurgencia redescubre la tortura como práctica sistemática.[48] Además de este recurso funesto, Trinquier proyectaba un “programa de protección urbana” de gran alcance elaborado como dispositivo de control poblacional que, entre otras argucias, comprendía la un censo para identificar las relaciones familiares procurando generar un dispositivo de seguridad a través de la responsabilidad de familia, imponiendo a los “jefes” de cada grupo familiar la garantía sobre los movimientos y paraderos de sus integrantes.[49] Los franceses irradiaron esta doctrina; primero en América Latina, región donde tal vez alcanzó su mayor desarrollo fáctico, y luego en Estados Unidos donde obtuvo también su máximo punto de formulación teórica.[50] Estados Unidos: la síntesis Los Estados Unidos tienen en su historia importantes antecedentes prácticos para la elaboración de una doctrina contrainsurgente. En Norteamérica fue denominada “guerras de baja intensidad” o “conflictos de baja intensidad”.[51] La intensidad se clasifica de la siguiente manera: las contiendas “irregulares” son calificadas de baja intensidad; los conflictos regionales con uso de armas convencionales modernas, son catalogados como de media intensidad; finalmente, las conflagraciones globales o con uso de armas nucleares remiten a la alta intensidad. [52] Como suele ocurrir en la historia, los estadounidenses habían tenido una larga trayectoria en contrainsurgencia antes de comenzar a reflexionar sobre ello.[53] En primer lugar podemos destacar como referencia a la guerra por la independencia, donde pusieron en funcionamiento distintas variantes de lucha irregular.[54] Se destaca la estrategia militar aplicada especialmente durante 1778, cuando el mando británico reconoció la necesidad de lograr un mayor arraigo en la población civil para resolver los graves problemas que tenían en el campo de batalla, generándose así salto cualitativo en ambos bandos sobre la toma de conciencia acerca del tipo de guerra que transitaban. Sin duda esta experiencia de 8 años de enfrentamientos dejó su marca en varios órdenes de la sociedad norteamericana, también en los asuntos militares.[55] www.elporvenir.com.mxLo mismo ocurrió con la Guerra Civil (1861-1865) y la guerra con Filipinas de 1899 a 1902, cuando los filipinos rechazaron el dominio estadounidense tras la Guerra Hispano-americana. En este último conflicto los norteamericanos impulsaron medidas de tipo político en gran escala. Propugnaron acuerdos con dirigentes locales en pos del establecimiento de gobiernos de todos los niveles, propusieron amnistías, construyeron escuelas, obras públicas, procuraron respetar normas culturales y se impulsaron reformas para la supuesta mejora del funcionamiento de las instituciones gubernamentales. Estas acciones fueron combinadas con el traslado forzado de población a campamentos de detención, incendios intencionales punitivos, cierre de áreas de abastecimientos de víveres, entre otras acciones para generar temor, que como reconocen los propios militares norteamericanos estuvieron plagadas de “excesos”. Sin embargo 220 mil filipinos muertos en 3 años de operaciones contrainsurgentes demuestran un “entusiasmo” por aniquilar que sobrepasa los límites de cualquier “exceso” o “efecto colateral”.[56] Más allá de estas experiencias, y otras la lucha contra las guerrillas tras la invasión a México a finales de 1847 y la respuesta con operaciones punitivas en masa o el enfrentamiento contra la resistencia a la ocupación de Nicaragua comandada por Augusto César Sandino, el mayor laboratorio contrainsurgente para los norteamericanos se localiza en los años que siguieron a la segunda guerra mundial. La lucha en Grecia al finalizar la guerra se constituyó en un hito muy importante para la elaboración de la concepción norteamericana de la lucha contrainsurgente. Como aseveran Klare, M. T. y Kornbluh, P: “[…] en 1946, con la doctrina Truman, Estados Unidos comenzó a desarrollar una rudimentaria estrategia contrainsurgente para encarar a las guerrillas comunistas”.[57] En efecto, el 12 de marzo de 1947 Truman volcó 300 millones de dólares, armas y asesores para frenar la presencia comunista, pidiendo a cambio la prohibición del derecho de huelga y la expulsión de funcionarios sospechados de ser comunistas, entre otras políticas represivas.[58] Otro jalón fundamental fue la campaña “antihuk” en Filipinas desde septiembre de 1950, cuando el coronel Lansdale combinó la acción militar con pequeñas unidades de asalto combinada con operaciones de inteligencia y guerra psicológica junto con promesas –muy pocas veces cumplidas– de reformas políticas, sociales y económicas como la donación de tierras o la construcción de pozos de agua. La fórmula mezclaba ayuda militar, “acción cívica” y guerra psicológica. [59] Desde el punto de vista doctrinario y teórico, no obstante, el salto cualitativo se vive a partir del gobierno de John Fitzgerald Kennedy, como lo caracteriza Robin, “el apóstol de la guerra contra-revolucionaria” Asumió con gran determinación la necesidad de modificar el ángulo elaborado para abordar la cuestión militar en la guerra regular y nuclear; el diagnóstico era: la actualidad dictaba como requerimiento afrontar formas no convencionales de lucha, colocando a la experiencia Malaya como referencia inmediata para abordar la tarea de generar prescripciones para librar la guerra irregular con eficacia. Se inició así un camino para instalar una perspectiva ofensiva en pro de lograr la iniciativa frente a los peligros revolucionarios, especialmente en el llamado Tercer Mundo. Estados Unidos reconoce que estaba en una “guerra de fronteras imprecisas” y se mostraba favorable a la reorganización del aparato de seguridad hacia operaciones especiales, acciones encubiertas, organizaciones paramilitares e infantería ligera.[60] El gobierno de Ronald Reagan expresó otro salto cualitativo en este proceso que tiene un importante punto de llegada en 1985, año en que se puso en marcha el “Proyecto sobre Guerra de Baja Intensidad” que produjo un escrito de dos volúmenes editados en 1986 con el fin de poder aplicar los conocimientos logrados en América Latina. Así se fue configurando una doctrina que le atribuye a los conflictos signados por la baja intensidad algunas características básicas. Su carácter es tanto político como militar; las operaciones armonizan acciones clandestinas y abiertas; y no tienen límites territoriales o frentes de combate claros (“fronteras imprecisas”). Según el propio Manual de Campo, las operaciones que comprenden son: 1) Apoyo para la insurgencia y la contrainsurgencia; 2) lucha contra el terrorismo; 3) operaciones de mantenimiento de la paz; y 4) operaciones de contingencia en tiempos de paz.[61] La primera se puede desagregar en pro-insurgencia -apoyo material (con equipo y/o instructores) a los grupos insurgentes contrarrevolucionarios en países del Tercer Mundo- y contrainsurgencia; la segunda abarca dos tipos de medidas; las propiamente antiterroristas (operaciones defensivas, para prevenir ataques) de las contraterroristas (disposiciones ofensivas para combatir “terroristas”);[62] las terceras son cada vez más comunes: “el uso de las fuerzas estadounidenses (a menudo bajo auspicios internacionales), con objeto de supervisar la ejecución de los acuerdos relativos al cese de hostilidades, o de establecer una valla entre los ejércitos rivales”. (En esta categoría entran la intervención en Somalia y las acciones multinacionales en Kosovo y Libia). Finalmente, entre el cuarto tipo de operaciones se encuentran las acciones militares puntuales para fortalecer la política exterior estadounidense, como lo son las maniobras de proyección de poder (amenazas), ataques punitivos,[63] u operativos de rescate de prisioneros. (Fue el caso de la ocupación de Granada, en 1983).[64] Según el mismo manual, “el conflicto de baja intensidad es una confrontación político-militar entre Estados o grupos rivales, por debajo de la guerra convencional y por encima de la competición de rutina, pacífica entre los Estados. Con frecuencia implica prolongadas luchas de competencia de principios e ideologías. […] Es llevada a cabo por una combinación de medios, empleando los instrumentos políticos, económicos, informativos y militares. Los conflictos de baja intensidad se han localizado, por lo general en el Tercer Mundo, pero contienen implicaciones para la seguridad regional y mundial” [65] Justifica su actividad por fuera de las convenciones tradicionales, al sostener que “la revolución y la contrarrevolución desarrollan su propia concepción ética y moral, la cual habilita el uso de cualquier medio para procurar la victoria. La supervivencia se convierte en el criterio definitivo de moral.” Se enuncia así un nuevo marco doctrinario en el que no cabe pensar en términos de “errores”, “excesos”, etc., ya que trasvasa explícitamente los límites jurídicos sin disimulo ni reparos.[66] Fuente: Pacarina del Sur - http://www.pacarinadelsur.com/home/abordajes-y-contiendas/368-la-guerra-contrainsurgente-de-hoy - Prohibida su reproducción sin citar el origen.