martes, 15 de marzo de 2016

LA DEUDA EXTERNA (2)


Elementos para una remozada renegociación de deuda
El objetivo inmediato debería ser reducir drásticamente la sangría de recursos provocada por la deuda y de ser posible suspenderla totalmente. No se puede seguir creyendo que el servicio que se realiza garantiza la consecusión de mayores volúmenes de préstamos: en muchos casos esto no ha sucedido, por el contrario el saldo neto de los desembolsos menos el servicio de la deuda es negativo. Desde esta perspectiva tampoco se puede aceptar que una posición concordante con el supuesto sentido común universal -el neoliberalismo- abre las puertas para nuevos flujos crediticios. La búsqueda a cualquier precio de un arreglo de la deuda no es una tarea alentadora, que reponga con creces los sacrificios y los esfuerzos que la motiva. Luego de observar los resultados que han obtenido los países que se acogieron al Plan Brady, está claro que la renegociación cooperativa, en cualquiera de sus vías, no conduce a la terminación de esta problemática. Ha conseguido reducir en algo la presión de dicha deuda, es cierto, pero no ha logrado una salida que pueda ser considerada como definitiva. Tal es así, que en la actualidad, en lo que se refiere a las deudas comerciales, ya se dan conversaciones con miras a cambiar los actuales Bonos Brady por nuevos bonos con períodos de vencimiento más largos -de 50 a 60 años- y que incluyan un período de gracia que permita la reactivación y recuperación estructural de las economías endeudadas, que no podría ser inferior de 10 años. En el caso de las deudas multilaterales al parecer no se podría esperar cambios sustantivos, salvo que se trate de los países pobres muy endeudados (HIPC-Heavily Indebted Poor Countries) ; sin embargo, con la agudización de los problemas financieros internacionales se aproxima el momento para una renegociación de estos préstamos, cuyo servicio frena el desarrollo. Esta tarea implica por igual el apoyo a la reformulación integral del papel y del funcionamiento de los organismos multilaterales, transformados en verdaderos agentes del subdesarrollo. Mientras que el manejo de las deudas bilaterales, aquellas convenidas entre los gobiernos, evoluciona cada vez más hacia condonaciones totales o con un servicio condicionado al financiamiento de proyectos de desarrollo social. De esta manera, poco a poco, se debilita la visión oficial que hacía creer que el tema de la deuda debía ser manejado con extrema rigidez. Son varios los caminos para abordar el tema. Se está frente a una situación inestable y variable. La complejidad ha crecido en los últimos años y en cada caso se debe precisar cual es la posición más conveniente. Esa visión pragmática y casuística no obvia la necesaria búsqueda de efectivas respuestas concertadas por parte de los países deudores. Por este camino se llevaría la respuesta del problema al nivel que corresponde realmente: el político. Opciones para una moratoria de la deuda externa Tampoco debe aparecer como inviable una moratoria, preferiblemente concertada al menos con un grupo significativo de deudores, sino con todos. La moratoria, a contrapelo de las advertencias interesadas, no es sinónimo de descalabro económico. A lo largo de su historia, un elevado número de países latinoamericanos, de hecho, han obtenido importantes resultados económicos en condiciones de moratoria. Adicionalmente, una moratoria no excluye la posibilidad de que se mantenga la cooperación entre deudores y acreedores, siempre que ésta no apunte al establecimiento de una actitud contestataria. Una moratoria deberá considerar el mantenimiento de los recursos que ga ranticen el pago oportuno a los créditos de proveedores. Un país que pague puntualmente sus obligaciones comerciales hasta puede rehabilitarse en el mercado financiero mundial por la vía de un recobrado prestigio entre los suministradores internacionales. Estos podrían ser, en definitiva, los principales interesados en apoyar en el mundo industrializado una moratoria, más aún si ésta, al liberar recursos para la inversión, conduce a una creciente demanda de bienes y servicios foráneos. Lo que si está claro es que una suspensión o disminución del servicio de la deuda no obvia en ningún caso la necesidad de readecuar y reajustar casa adentro nuestras economías, en particular su aparato productivo y naturalmente, como aspecto básico, los esquemas de distribución de la riqueza y los ingresos. Adicionalmente, convendría pensar ya en una moratoria programada y masiva del servicio de la deuda externa de todos los países subdesarrollados, como palanca contracíclica para reactivar la economía mundial. A América Latina, entonces, le convendría apoyar todos estos esfuerzos para construir una posición conjunta de los deudores, la cual tendría mucho más peso si se trata de una moratoria acordada con los mismos acreedores como parte de una salida que abarque integralmente los principales problemas de la economía mundial. En esta línea de reflexión no se puede descartar el apoyo a todas las iniciativas políticas con las que se quiere sensibilizar a los países acreedores para que acepten condonaciones masivas de deuda, tal como se propone con el Jubileo 2000, apoyado por diversas organizaciones ecuménicas a nivel mundial. Desde estos espacios emerge nuevas iniciativas y fuerzas sociales, que podrían presionar a la opinión pública internacional para que exija cambios profundos de parte de los grandes centros de poder mundial. Combate a la especulación y reactivación globales A nivel nacional y mundial urge el combate contra la especulación y a favor de la producción. Para eso se requiere una mayor capacidad de gestión de las políticas locales y nuevos organismos internacionales -un nuevo FMI- con capacidad para regular y hasta gravar los flujos financieros externos de corto plazo para drenar la burbuja especulativa, a partir de un impuesto como el planteado por el Premio Nóbel de Economía, James Tobin, a fines de los años 70 y que serviría para financiar un fondo para el desarrollo. Si consideramos que la economía de papel o especulativa supera largamente a la economía real o productiva, entonces la salida pasa por establecer mecanismos que limiten y regulen los excesivos flujos de capitales financieros, cuya lógica de funcionamiento no se relaciona con las actividades comerciales o productivas de bienes y servicios. La experiencia nos ha demostrado hasta la saciedad que los mercados liberalizados no son omnipotentes. Por el contrario, sus resultados han sido, una y otra vez, catastróficos para amplios sectores de las economías afectadas. Un elemento adicional y complementario al impuesto Tobin y a la moratoria concertada de las deudas externas de los países subdesarrollados, sería la rebaja también concertada de las tasas de interés en las economías industrializadas. Con estas dos acciones concertadas, a más de las medidas destinadas a la reducción de la burbuja especulativa, se podría esperar el establecimiento de un entorno internacional propicio a la producción sustentable. En el cual, también, habría que cristalizar mejores opciones comerciales para los productos provenientes de los países pobres, esto es reduciendo significativamente el neoproteccionismo de las economías más ricas. En las actuales circunstancias, cuando el problema de la economía global no es la inflación, sino más el peligro de una deflación, estas opciones podrían contribuir a gestar una respuesta contracíclica que facilite una salida de la crisis. Este no es el momento de la austeridad fiscal. Las principales naciones del mundo deberían estimular la economía global. Y el FMI reducir la asfixia de las economías subdesarrolladas, que intensifica la contracción mundial. Este reto requiere una constructiva combinación de ingenio y voluntad política, no la repetición de las mismas recetas fondomonetaristas, así como tampoco posiciones pasivas y sumisas. Un punto crucial en la actual situación radica en la identificación del problema básico subyacente, esto es la causa última de estas crisis. Pues, no se trata simplemente de conseguir un reajuste a los desequilibrios actuales para, luego, regresar a la misma senda neoliberal, como si nada hubiera pasado. Retomando el pensamiento de Karl Polany, expuesto en 1944 en su libro clásico "La gran transformación", habría que diseñar un sistema que regule, estabilice y legitime los resultados del mercado, pero ya no de un mercado nacional, sino de un mercado global. ¿Puede existir y funcionar un capitalismo global sin un gobierno global?, es una de las preguntas que se plantea Dani Rodrick (1998), quien cree que es necesario pensar ya en la creación de una suerte de Banco Central Mundial , a más de otras estructuras que permitan establecer las instituciones políticas y sociales que normen a dicho mercado mundial, en consonancia con el pensamiento de Polany. Un planteamiento abiertamente contrario a la apertura y liberalización a ultranza defendidas por los neoliberales. Sin embargo, el asunto no se resuelve simplemente con nuevas y remozadas estructuras de control para los flujos financieros y comerciales internacionales: hay temas globales, como el creciente desequilibrio ecológico o el masivo desempleo, que exigen respuestas prácticamente civilizatorias. Así, por ejemplo, una salida duradera al tema del desempleo y subempleo, exige pensar, más temprano que tarde, tanto por razones sociopolíticas como ecológicas, en recortes del tiempo de trabajo y en cambios en los patrones de producción y consumo, sobre bases de una sólida equidad; esto representa el reclamo por una profunda transformación de los estilos de vida existentes. Una posibilidad lejana en los países subdesarrollados, en la medida que persiguen todavía esquemas comparables a los existentes en las naciones más desarrolladas y que, por lo tanto, no despierta preocupación alguna en sus líderes. En ese sentido, dentro de una lógica más nacional, habría que diseñar -desde el mismo espacio coyuntural- una opción económica alternativa, que empiece por recuperar espacios para la acción del instrumentario económico, el cual, a su vez, requiere ser reconceptualizado. Los resultados de este esfuerzo se garantizan también con adecuados mecanismos de comando y control de la economía, con el fin de recuperar y ejercer las funciones internas de adaptación y renovación frente a los complejos retos externos. La pérdida de autonomía (relativa) de la política económica y la situación de desgobierno en que se encuentran casi todas las economías subdesarrolladas son de los problemas más acuciantes. El sobreendeudamiento externo es síntoma de esas y otras dificultades, que se manifiestan en diversos desajustes y descontroles económicos. En el empeño de lograr una reducción de la especulación, como eje rector de las relaciones económicas "modernas", precisamos una concepción económica diferente, que atienda las demandas coyunturales, al tiempo que siente las base para las transformaciones estructurales que se estimen necesarias. Así, para reducir la s presiones desestabilizadoras que provocan los capitales cortoplacistas, conviene estudiar la adopción de medidas de control de cambios y de los flujos de capital, con un sistema de encajes, por ejemplo; las experiencias chilena, desde hace algunos años, y malaya, más reciente, deberían ser analizadas y quizás adaptadas a las realidades de cada país. Aquí tendría lugar alguna reflexión para recuperar las políticas de cambio diferenciado y aún para canalizar y priorizar el uso de las divisas obtenidas, así como de los créditos dentro de una economía. Como se manifestó en el párrafo anterior, uno de los problemas mayores surge por la pérdida de autonomía en el manejo económico. Repensar los instrumentos de política es, entonces, una de las tareas urgentes para recuperar espacios de control de los circuitos monetarios y financieros. El reclamo de la deuda ecológica Como complemento al tratamiento de la deuda (financiera) externa proponemos incorporar el reclamo de la deuda ecológica. Aquella deuda, también externa, que se originó con la expoliación colonial -la tala masiva de los bosques naturales, por ejemplo-, se proyecta tanto en el "intercambio ecológicamente desigual", como en la "ocupación del espacio ambiental" por parte del estilo de desarrollo de los países ricos. Eso nos conmina a asumir las presiones provocadas sobre el medio ambiente a través de las exportaciones de recursos naturales -normalmente mal pagadas y que tampoco calculan la pérdida de la biodiversidad, para mencionar otro ejemplo- provenientes de los países subdesarrollados -en este caso los acreedores-, exacerbadas últimamente por los crecientes requerimientos que se derivan del servicio de la deuda (financiera) externa y de una propuesta aperturista y liberalizadora a ultranza. Y esa misma deuda ecológica crece, desde otra vertiente interrelacionada con la anterior, en la medida que los países más ricos -en este caso los deudores- han superado largamente sus equilibrios ambientales nacionales, al transferir directa o indirectamente contaminación (residuos o emisiones) a otras regiones sin asumir pago alguno. Cabe relievar que muchos esfuerzos para aumentar las exportaciones han tenido impactos negativos sobre la naturaleza, por la introducción -en la mayoría de las vecesde procesos productivos cada vez más agresivos con el medioambiente que se miden casi exclusivamente por sus resultados exportables, sin considerar sus efectos ecológicos o sociales. Es más, la instrumentación atropellada de proyectos orientados a forzar las ventas externas a como de lugar, ha degradado el entorno natural y ha favorecido a grupos minoritarios vinculados a los intereses transnacionales, al tiempo que han perjudicado a sectores pobres deteriorando significativamente su calidad de vida. Estos grupos más acomodados, por otro lado, han introducido un estilo de vida consumista y derrochador, que agudiza la degradación ecológica mucho más que lo podrían provocar los segmentos pobres de la población. Vistas así las cosas, a las mencionadas transferencias económicas relativamente cuantificables habría que añadir las transferencias ecológicas realizadas también por los países subdesarrollados, pero que, a diferencia de las primeras, resultan difíciles de cuantificar. Aquí surge, entonces, con fuerza un nuevo concepto de endeudamiento, aunque no financiero, si externo, en el cual los deudores de la deuda ecológica son los acreedores de la deuda externa, de la financiera. En definitiva, la estrategia orquestada por el "Consenso de Washington" ha favorecido el deterioro ecológico, ha exacerbado las limitaciones y contradicciones sociales, al tiempo que, paradógicamente, se ha convertido en parte del problema de la deuda externa al deteriorar en el mediano y largo plazos las bases productivas de los países pobres. Todo lo cua l obliga a revertir al mundo industrializado el reclamo por el pago de la deuda ecológica, en la cual los países latinoamericanos son los acreedores. El diseño y aplicación de las ideas planteadas no son irreales, ni carentes de lógica. El problema radica, sin embargo, en el campo político. Sobre todo porque van en contra de los grandes dogmas del neoliberalismo, ardorosamente defendidos por los centros de poder mundial, las empresas transnacionales, los organismos multilaterales de crédito, los grandes medios de comunicación, los "intelectuales orgánicos del capital". El asunto, a todas luces, requiere un esfuerzo multidisciplinario y combinado para estudiar la realidad sin prejuicios y sin dogmas, con miras a dar respuestas políticas concretas a los actuales problemas de la economía global, priorizando el mejoramiento de las economías subdesarrolladas y, en particular, resolviendo el tema de la deuda externa. En suma, hay que tener presente en todo momento que los grandes retos del subdesarrollo afectan a la humanidad en su conjunto.WIKIPEDIA