miércoles, 31 de enero de 2018

PÁRTE UNO - https://medium.com/@Carnaina/c%C3%B3mo-los-intelectuales-franceses-han-llevado-arruinado-a-occidente-el-posmodernismo-y-su-impacto-807ff84e8bc5


PARTE UNO PARTE UNO posmodernismo representa una amenaza no solo para la democracia liberal, sino a para la propia modernidad. Esto puede parecer atrevido o incluso hiperbólico, pero la verdad es que el conjunto de ideas y valores en las raíces del posmodernismo rompió los límites de la academia y ganó gran poder cultural en la sociedad occidental. Los “síntomas” irracionales e identitarios son fáciles de reconocer, y muy criticados, pero su ethos subyacente no está lo suficientemente entendido. Esto se debe en parte a que los posmodernos raramente se explican con claridad, y en parte a las contradicciones e incoherencias inherentes a un estilo de pensamiento que niega la existencia de una realidad estable o de un conocimiento confiable. Sin embargo, hay ideas consistentes en las raíces del posmodernismo, y entenderlas es esencial si queremos refutarlas. En el caso de los problemas que vemos hoy en el Activismo por la Justicia Social, minan la credibilidad de la izquierda y perjudican a regresar a una cultura irracional, tribal y “premoderna”. El posmodernismo, grosso modo, es un movimiento artístico y filosófico que comenzó en Francia en los años 60, produjo un arte desconcertante, y una teoría más desconcertante todavía. Se acercó al arte de vanguardia y surrealista y de ideas filosóficas anteriores, especialmente las de Nietzsche y Heidegger, por su antirrealismo y su rechazo del concepto del individuo unificado y coherente. Reaccionó al humanismo liberal de los movimientos modernistas artísticos e intelectuales, cuyos partidarios eran vistos como unos ingenuos universalizadores de su experiencia occidental, de clase media y masculina. Rechazó la filosofía que valora la ética, la razón y la claridad con la misma acusación. El estructuralismo, movimiento que (con una confianza a menudo excesiva) pretendió analizar la cultura y la psicología humanas según estructuras consistentes de relaciones, fue atacado. El marxismo, con su entendimiento de la sociedad a través de clases y estructuras económicas, fue visto como igualmente rígido y simplista. Por encima de todo, los posmodernos atacaron la ciencia y su propósito de alcanzar conocimiento objetivo acerca de una realidad existente independiente de las percepciones humanas, las cuales son tan solo otra forma de ideología dominada por suposiciones burguesas occidentales. Resueltamente de izquierdas, el posmodernismo tiene un ethos nihilista y revolucionario que resuena con el espíritu de la época de posguerra y post-imperio occidental. A medida que el posmodernismo continuó desarrollándose y diversificándose, su fase de deconstrucción nihilista, inicialmente más fuerte, se volvió secundaria (pero aun fundamental) a su fase revolucionaria de “política identitaria”. Ha sido objeto de disputa la cuestión de si el posmodernismo es una reacción a la modernidad. La era moderna es el período de la historia que testimonió el humanismo del Renacimiento, la Ilustración, la Revolución Científica y el desarrollo de los valores liberales y los derechos humanos, el período en que las sociedades occidentales poco a poco vinieron a valorar más la razón y la ciencia que la fe y las supersticiones como vías para el conocimiento, y desarrollaron el concepto de persona como miembro individual de la especie humana merecedor de derechos y libertades, más que como parte de varios colectivos sujeto a rígidos roles jerárquicos en la sociedad. La Enciclopedia Británica dice que el posmodernismo es “en gran medida una reacción a las suposiciones y valores filosóficos del período moderno de la historia occidental (en especial la europea)”, mientras que la Enciclopedia de Filosofía de Stanford lo niega y dice que “sus diferencias residen antes en la propia modernidad, y el posmodernismo es una continuación del pensamiento moderno de otro modo”. Sugiero que la diferencia reside en ver la modernidad en términos de su producción o de su destrucción. Si vemos la esencia de la modernidad como el desarrollo de la ciencia y de la razón, así como del humanismo y del liberalismo universal, los posmodernos son opuestos. Si vemos la modernidad como el derribo de las estructuras de poder, incluyendo el feudalismo, la Iglesia, el patriarcado y el Imperio, los posmodernos están tratando de continuarla, pero sus blancos son ahora la ciencia y la razón, así como el humanismo y el liberalismo universal. Por lo tanto, las raíces del posmodernismo son inherentemente políticas y revolucionarias, aunque de forma destructiva, o, como dirían ellos, deconstructiva. El término “posmoderno” fue acuñado por Jean-François Lyotard en su libro de 1979, La condición posmoderna. Él definió la condición posmoderna como “incredulidad con respecto a los metarrelatos”. El metarrelato es una explicación cohesiva de largo alcance para fenómenos amplios. Las religiones y otras ideologías totalizadoras son metarrelatos, en sus intento de explicar el significado de la vida o todos los males de la sociedad. Lyotard defendió su sustitución por “mini-relatos” para llegar a “verdades” menores y más personales. Se dirigió al cristianismo y al marxismo de esa manera, pero también a la ciencia. En su opinión, “hay una interconexión estricta entre el tipo de lenguaje llamado ciencia y un tipo de llamada ética y política” (p. 8). Al ligar la ciencia con el conocimiento que ella produce para el gobierno y el poder, él rechaza su pretensión de objetividad. Lyotard describe esta condición incrédula posmoderna como general, y defiende que a partir del final del siglo XX. “Una erosión interna de los principios de legitimidad del conocimiento” empezó a causar un cambio en el estado del conocimiento (p. 39). Por los años 60, la “duda” resultante y la “desmoralización” de los científicos tuvo “impacto sobre el problema central de la legitimación.” (p. 8) Ninguna cantidad de científicos que le digan que no están desmoralizados, ni con más dudas de lo que convenga a los practicantes de un método cuyos resultados son siempre provisionales y cuyas hipótesis nunca están “probadas”, podría hacerlo dudar. Vemos en Lyotard una relatividad epistémica explícita (creencia en verdades o hechos personales o culturalmente específicos) y la defensa de privilegiar la “experiencia vivida” en detrimento de la evidencia empírica. Vemos también la promoción de una versión de pluralismo que privilegia las perspectivas de grupos minoritarios en detrimento del consenso general de científicos o de la ética liberal demócrata, que son representadas como autoritarias y dogmáticas. Esto es coherente con el pensamiento posmoderno. Jean-François Lyotard La obra de Foucault también está centrada en el lenguaje y el relativismo, a pesar de que los aplica a la historia y a la cultura. Llamó a este enfoque “arqueología”, porque se veía a sí mismo como “desenterrando” aspectos de la cultura histórica a través de los discursos registrados (un “discurso” que asume un punto de vista particular). Para Foucault, el discurso controla lo que puede ser “conocido” y, en diferentes períodos y lugares, diferentes sistemas de poder institucional controlan el discurso. Además, el conocimiento es un producto directo del poder. “En cualquier cultura dada y en cualquier momento dado, siempre hay una “episteme” que define las condiciones de posibilidad de todo conocimiento, sea expresado en la teoría o silenciosamente invertido en la práctica”. [1] Además, las personas se construyen culturalmente. “El individuo, con su identidad y características, es la producción de una relación de poder ejercida sobre los cuerpos, multiplicidades, movimientos, deseos, fuerzas”. [2] No deja casi ningún espacio para la agencia individual o autonomía. Como dice Christopher Butler, Foucault “confía en creencias sobre el mal inherente de la posición de clase del individuo, o su posición profesional, vista como ‘discurso’, independientemente de la moralidad de la conducta individual. [3] Él presenta al feudalismo medieval y a la moderna democracia liberal como igualmente opresivos, y aboga criticando y atacando instituciones para desenmascarar la ‘violencia política que siempre ha sido ejercida de forma oscura a través de ellas’”. [4] Vemos en Foucault la expresión más extrema del relativismo cultural leída a través de estructuras de poder, en la que la humanidad compartida, así como la individualidad, están casi enteramente ausentes. Por el contrario, las personas son construidas por sus posiciones en relación a ideas culturales dominantes, tanto como opresoras, como oprimidas. Judith Butler se apoya en Foucault en su papel fundacional en la teoría queer, centrándose en la naturaleza culturalmente construida del género, como hizo Edward Said en su papel similar en relación al post-colonialismo y el “orientalismo”, así como a Kimberlé Crenshaw, en su desarrollo “interseccionalidad” y su defensa de las identidades políticas. Vemos también la equiparación del lenguaje con violencia y coerción, y de la razón y del liberalismo universalista con la opresión. Fue Jacques Derrida quien introdujo el concepto de “deconstrucción”, y también fue él quien argumentó a favor del constructivismo cultural y de la relatividad personal y cultural. Se centró aun más explícitamente en el lenguaje. La frase más conocida de este autor, “no hay nada fuera del texto”, se relaciona con su rechazo a la idea de que palabras se refieran a cualquier cosa más allá de ellas. Por el contrario, “no hay más que contextos sin ningún centro de anclaje absoluto”. [5] Por lo tanto, el autor de un texto no es la autoridad en términos de su significado. El lector u oyente construye su propio significado igualmente válido, y cualquier texto puede “engendrar hasta el infinito nuevos contextos, de manera absolutamente no saturable”. Derrida acuñó el término différance, que él derivó del verbo “differer”, que quiere decir tanto “retardar” como “diferir”. Esto sirve para indicar que no solo el significado no se cierra nunca, sino que también es construido por las diferencias, especialmente por las oposiciones. La palabra “joven” solo tiene sentido en su relación con la palabra “viejo”; argumentaba, siguiendo a Saussure, que el significado es construido por el conflicto entre esas oposiciones elementales, que, para él, siempre forman un positivo y un negativo. “Hombre” es positivo y “mujer” es negativo. “Occidente” es positivo; y “Oriente”, negativo. Insistió en que “no estamos lidiando con una existencia pacífica lado a lado, sino con una jerarquía violenta. Uno de los dos términos gobierna al otro (axiológicamente, lógicamente, etc.), o está por encima del otro. Para desconstruir la oposición, en primer lugar, es necesario invertir la jerarquía en un momento dado. [6] La deconstrucción, por lo tanto, implica invertir las jerarquías percibidas, haciendo “mujer” y “oriente” positivos y “hombre” y “occidente” negativos. Esto debe ser hecho irónicamente, para revelar la naturaleza culturalmente construida y arbitraria de esas oposiciones percibidas, en un conflicto desigual. Vemos en Derrida más relativismo, tanto cultural como epistémico, y más justificaciones para las políticas identitarias. Hay una negación explícita de que las diferencias puedan ser otra cosa que opositoras y, por lo tanto, hay un rechazo de los valores liberales de la Ilustración en superar las diferencias y enfocarse en los derechos humanos universales, y las libertades y el empoderamiento individual. Aquí encontramos las bases de la “misandria irónica”, del mantra de que “no existe el racismo inverso”, y de la idea de que la identidad determina lo que puede ser entendido. También encontramos aquí el rechazo de la necesidad de claridad en el discurso y en la argumentación, así como entender el punto de vista del otro y evitar la mala interpretación. La intención de quien habla es irrelevante. Lo que importa es el impacto del discurso. Esto, sumado a ideas foucaultianas, subyace en la creencia tan corriente en la naturaleza profundamente dañina de la “microagresión” y sobre el uso “equivocado” de términos relacionados con el género, la raza o la sexualidad. Jacques Derrida Lyotard, Foucault y Derrida son tan solo tres de los padres fundadores del posmodernismo, pero sus ideas comparten temas en común con otros “teóricos” influyentes, y fueron utilizados por posmodernos posteriores que las aplicaron en un creciente abanico de disciplinas dentro las ciencias sociales y de las humanidades. Ya hemos visto que esto incluye una sensibilidad intensa por el lenguaje en el nivel de la palabra, y un sentimiento de que lo que el orador quiera decir es menos importante que lo que se percibe, no importa lo radical que pueda ser la interpretación. La humanidad compartida y la individualidad son esencialmente ilusiones, y las personas son perpretadoras o víctimas de discursos que dependen de su posición social: una posición que es dependiente de la identidad, mucho más que de su compromiso individual en la sociedad. La moralidad es culturalmente relativa, así como la propia realidad. La evidencia empírica es sospechosa, y también lo son las ideas culturalmente dominantes, tales como la ciencia, la razón y el liberalismo universalista. Estos son valores ilustrados ingenuos, totalizadores y opresores, y hay la necesidad moral de aplastarlos. Lo más importante son las vivencias, las narraciones y las creencias de los grupos “marginados” que son igualmente “verdaderas”, pero ahora deben ser privilegiadas sobre los valores de la Ilustración para revertir la opresiva, injusta y completamente arbitraria construcción social de la realidad, de la moralidad y del conocimiento. El deseo de “aplastar” al statu quo, desafiar los valores e instituciones aceptados en general y defender a los marginados es absolutamente liberal en su ethos. Oponerse a eso es ciertamente conservador. Esta es la realidad histórica, pero estamos en un momento único en la historia en el que el statu quo tiene bastante consistencia liberal, con un liberalismo que exalta los valores de la libertad, la igualdad de derechos y de oportunidades para todos, independientemente del género, la raza o la sexualidad. El resultado es la confusión en que liberales veteranos que desean conservar esta especie de statu quo liberal son considerados conservadores y aquellos que buscan evitar el conservadurismo a toda costa están defendiendo el irracionalismo y el antiliberalismo. Mientras los primeros posmodernos intentaron en general desafiar discursos con discursos, los activistas motivados por sus ideas se están volviendo más autoritarios, y siguen hasta sus conclusiones lógicas. La libertad de expresión está bajo amenaza porque el discurso es ahora peligroso. Tan peligroso que las personas pueden, considerándose liberales, justificar que se le responda con violencia. La necesidad de defender un punto de manera persuasiva, utilizando el argumento racional, ha sido sustituido por las referencias a la identidad y al odio puro. A pesar de todas las evidencias de que el racismo, el sexismo, la homofobia, la transfobia y la xenofobia son siempre menores en las sociedades occidentales, académicos izquierdistas y los activistas de la justicia social exhiben un pesimismo fatalista, posibilitado por prácticas de “lecturas” interpretativas posmodernas, que valoran el sesgo de confirmación. El poder autoritario de los académicos y de los activistas posmodernos parece invisible para ellos mismos, aunque es evidente para todos los demás. Como dice Andrew Sullivan sobre la interseccionalidad: La ortodoxia bajo la cual toda la experiencia humana es explicada, y a través de la cual todo discurso necesita ser filtrado (…) Al igual que el puritanismo, una vez conocido en Nueva Inglaterra, la interseccionalidad controla el lenguaje y los propios términos del discurso. [7] El posmodernismo se convirtió en un metarrelato lyotardiano, un sistema de poder discursivo foucaultiano y una jerarquía opresora derridiana. 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